Capítulo 65
590palabras
2023-05-28 18:45
¿Y ese frío? Las llamas habían dejado de calentar aunque seguían prendidas como focos amarillentos. Pero ya no era un niño. Era un joven harapiento, famélico, con bigotes y barba sin afeitar. Llevaba las plantas de los pies desgarrados, manando sangre y tenía úlceras. Su estómago era tan transparente que veía las llagas y eso me daba más náuseas.
Un hombre lo llevó al joven a su casa que era otra cueva dentro de la caverna donde se desarrollaba todo mi sueño. Abrió una puerta de madera y le mostró un cajón con miles de corazones latiendo, apiñados como manzanas. Eso parecía. -Cuídalo con tu vida-, le pidió.
Pero aparecieron los saldados disparando. Las balas atronaban en mi cabeza reventando como truenos, martillándome, demoliendo mis sesos.

Todo se hizo oscuro. No veía nada. Escuchaba gritos aterrados, haciendo temblar la casa. Vi una bayoneta abriendo el pecho de alguien, salpicando la sangre. Otro se quedó sin nariz y a uno le abrieron el cuello, echando sangre como manguera.
El joven permaneció de pie en esos ríos de sangre que se desbordaban por las pampas, temblando y balbuceando cosas que no entendía.
Pero ya no era joven. Tenía canas, estaba tambaleante, oliendo a mugre, los ojos llenos de legaña y borracho. Era una sombra, flaco y demacrado. Tenía una joroba que ya se le abultaba en la espalda y el rostro demacrado, hacía más tétrica su figura.
Una señora rubia, se acercó lentamente a él y dejó caer la toalla que la envolvía, desnudando su increíble belleza. Los senos se le agitaban por la emoción y brillaban sus labios delicados, rojos, carnosos y provocativos. Lo devoró a aquel extraño hombre, con hambre de mujer. Parecían animales que urgían desfogar sus pasiones, jadeando y gimiendo apresurados. Regaron sus ansias vibrantes de la satisfacción del sexo como si nada les importara.
Fruto de ese amor, nació un niño. Pero ella murió en el parto. El hombre, impactado, también falleció de inmediato, fulminado de un ataque cardíaco.
Y vi al demonio. Estaba sentado en un trono hecho con rocas. La misma luz encegueciéndome con sus llamaradas rojas. El niño también había crecido de repente y era largo y feo y tenía un hueco en la cabeza. Le preguntó quién era. Eso lo escuché clarito, pero no le contestó. Solo le mostró el cajón con los corazones latiendo.

-Este es el infierno, al fin habló la figura pintada de rojo, aquí llegan los malditos. Perdieron, para siempre sus corazones-
-¿Qué desea que haga?-, preguntó el joven.
-Matarla a ella, la que profanó la cueva-, dijo.
-¿A Stacy?-

-No, a ella-, dijo y me vi, entonces, atada y amordazada en un poste, en aquel callejón, custodiada por Cholo Grueso y Negro Pepe.
*****
Corrí al baño y me lavé la cara. La sentía quemada, echando humo, sudando y mi cuerpo era un horno. Al fin mis narices se abrieron y vomité mucho, sin detenerme. Sudaba a borbotones y me tumbé a las mayólicas tratando de recuperar el aliento. Lentamente mi corazón se fue desacelerando. Arreglé mis pelos aunque sentía ladear mi cabeza, pesada como un bloque de plomo.
Más tranquila me eché a la cama otra vez. Sentí echar humo en ms soplidos. -Qué feo-, me dije.
-¿Quién era ese?-, me pregunté. La imagen era desvalida igual que el padre. ¿Foster? ¿Calavera? ¿Kroll? intenté adivinar, pero no habían repuestas. Ninguno se parecía. Traté de pensar hasta en el más mínimo detalle, recreando todas las imágenes. Me di cuenta del hueco en la cabeza.
-Kike-, restregué los dientes.