Capítulo 64
719palabras
2023-05-27 18:47
El ginecólogo me miró de pies a cabeza. -Tú no estás embarazada, Tati-, sonrió con la mirada.
-Es que he sentido mareos y vómitos-, le mentí.
-Tu última regla ha sido hace siete días, es lo más normal del mundo, es imposible que estés embarazada-, insistió.
-Quiero descartar dudas, je-, le imploré, parpadeando con dulzura.
El médico me hizo las pruebas, me pasó por una ecografía 3 D, incluso me sometió a un monitoreo fetal. Luego de un rato me llamó a su consultorio.
-No estás embarazada, Tati. Debes tener cuidado con trastornos de falso embarazo. La mente es muy poderosa. No te obsesiones con esas cosas-, me recomendó.
-Como le digo doctor, es que he tenido mareos y ya sabe, mis padres son muy sugestionables, je-, mordí mis labios coqueta.
-Vas a cumplir 20 años, Tatiana, disfruta esa edad maravillosa-, me pidió finalmente.
-¿Cuánto le debo?-, me puse azorada.
-Nada, chiquita, saluda a tus padres-, me dijo. Le rogué no les dijera nada.
Pero el doctor les contó todo a mis padres. Y mi papá, como siempre, hizo un gran show.
-¿Quién es el padre de tu bebé?-, bufó echando humo de las narices.
-Ya te dijo el doctor que Tati no está embarazada, Roger-, intervino mi madre. Yo escuchaba en silencio.
-Es mejor que confieses, Tatiana. Ese chico tendrá que cumplir con sus obligaciones. ¿Es Marcio?-, prosiguió reclamando mi padre.
Por suerte, el doctor mandó la ecografía a mi madre (ella lo había pedido) a su whatsapp y quedó demostrado que no había nada de nada.
-Ya ves, Roger, y tú gritando a mi chiquitita-, me abrazó mi mamá, besando mi cabeza.
Mi padre, se puso rojo como un tomate y apretó los labios.
-Siempre avísanos, pues, Tati, nos preocupamos mucho por ti-, me dijo y se marchó al diario.
Recién, entonces, pude soplar toda mi angustia: el maldito no pudo conmigo.
EL INFIERNO
Esa fue la peor pesadilla de todas. Cuando yo pensaba que habían terminado de sucederse, que al fin había encontrado paz a mis dudas, que el anillo era mi guardián protector, entonces, de repente, me asaltaron imágenes aterradoras, llenas de humo, de fuego intenso que me quemaba.
Las llamas chisporroteaban en torno mío. Sentía calor, además, horrible, igual a un horno. Me ahogaba. Mi corazón explosionaba dentro de mi pecho y sudaba a borbotones. Me revolcaba en la cama.
Lo vi. Era un niño y estaba abandonado junto a sus dos hermanos. Estaban sin techo. Los árboles eran llamas, estaban prendidas como antorchas y la ciudad era una cueva lúgubre. El fuego alumbraba las paredes de roca y escuchaba quejidos, llantos, ayes de dolor. Yo quería despertar. No toleraba viendo a los pequeños deambulando entre el humo que atoraba mis pulmones. Tosía a cada rato. Me escuchaba, pero no podía despertar.
Recogían desperdicios. Eso lo vi, también. Lo comían y me daba asco. Además dormían en los basurales, tapándose con periódicos, recostados a bolsas plásticas rellenas de trapos.
Por la mañana se pelearon con otros niños miserables y los perros por la comida desechada que encontraron en unas pampas largas, hediondas, ganándole a los gallinazos que picoteaban los restos.
Murió el menor de ellos. Se tragó entera una manzana que encontró en unos matorrales, esos que estaban prendidos en fuego, y no se dio cuenta que estaba llena de gusanos chiquitos con la cabeza grande. Yo le grité, pero no me escuchó. De repente, su estómago reventó infectado y podrido y se quedó abrazado a un poste, echando sangre por la boca, con los ojos desorbitados.
Los otros dos estaban famélicos y débiles con las barrigas estranguladas y el cráneo les retumbaba. Escuchaba los tambores en sus sesos. La cueva era inmensa, muy grande, llena de humo y habían sombras arrastrándose, quejándose, llevando costales en sus hombros. Eran como adoquines inmensos de cemento y habían filas que iban o venían por las pampas. Todo era polvo, además. Eso se me metía a las narices y me asfixiaba. Mis fosas nasales se cerraron y empecé a respirar por la boca.
El otro chico murió aplastado por una de esos adoquines que sostenía una mujer regordeta. Ella no pudo mantener el equilibrio y el cemento le cayó al pequeñito encima. Vi la sangre escurriendo debajo. Me angustié. Corrí, pero seguía detenida en el mismo sitio.