Capítulo 58
1019palabras
2023-05-21 18:48
Mi papá esperaba en el parqueo para llevarme a la casa, Vanessa ya se había ido en su carro y cuando me ponía mi maletín en el hombro, una señorita me pasó la voz.
-¿Conociste a Casimiro Villafuerte?-, me disparó de frente.
Arrugué la cara. -¿El señor que murió en el hipódromo?-, pregunté.
-Sí-, dijo ella mirándome seria.
-No. No. No lo conocí, ¿por qué me lo preguntas?-, me extrañé.
-Un familiar suyo me dijo que te diera su dirección-, subrayó. Me dio un papelito y se marchó.
-Tú quién eres-, quedé sorprendida, pero ella ya había desaparecido entre los carros y los árboles.
-¿Quién era ella?-, me preguntó mi padre de regreso a la casa.
-Una amiga-, dije tratando de no preocuparlo.
-Nunca la había visto-, desconfió.
Puse la radio y no quise hablar más del tema.
Esa mañana, antes de ir a la universidad, fui a esa dirección. Era en Menacho, una casa estrecha, con puerta de madera, forrada de mayólicas y una reja blanca. Estaba tranquila, pese a todo. El anillo me hacía sentir segura, fortalecida. Me sentía hecha de acero.
Toqué el timbre y ladró un perro. Una mujer preguntó quién era.
-Soy amiga de Casimiro Villafuerte-, dije fuerte.
Hubo un largo silencio. Acomodé mi mochila en el hombro y me solté el pelo. Junté mis tobillos y estrujé la boca. Pensé en irme cuando se abrió la puerta. El perro husmeó, sacando su nariz y volvió a ladrar, pero la mujer lo arrimó con el pie.
Era una señora cincuentona, de pelos canos, lentes gruesos, baja y delgada. Me miró con curiosidad.
-¿Mi hija te dio la dirección?-, preguntó.
-Sí-, balbuceé sin saber qué decir.
Abrió la puerta y me hizo pasar. Su perro siguió ladrando.
-No hace nada. Ya sabes. Perro que ladra no muerte-, sonrió la mujer. Sin embargo, empecé a asustarme.
Me hizo sentar en un sofá antiguo pero muy cómodo. Miré los cuadros, los diplomas, los fluorescentes amarillentos y el comedor coqueto, con una mesa cuadrada, un mantel de cuadritos y cuatro sillas. Habían dos vitrinas con muchas tazas y un enorme freezer. De allí sacó una gaseosa y me lo sirvió en un vaso.
-Hace calor-, me dijo.
Sorbí la gaseosa y me encantaron sus burbujas. -Bastante, se viene un verano muy caliente-, subrayé.
La señora se arremolinó en su asiento. - Me llamo Gloria. Casimiro era mi esposo-, me dijo, al fin.
Mordí mis labios.
-Yo no lo conocí, le aclaré, solo tuve un sueño muy extraño que coincidió con la muerte de su marido-
-No, me cortó ella, tú no lo entiendes, niña. Casimiro quería que supieras por qué de tus sueños-, dijo entonces.
Descolgué mi quijada y quedé boquiabierta.
-Cuando Casimiro salió esa vez, me recordó que debía decirle a Tatiana lo de los sueños. Yo no le presté atención. Teníamos la preocupación de Fernando, mi hijo menor, que estaba preso, y mi cabeza andaba en cualquier sitio. Ocurrió lo que pasó, mi esposo murió, me sentí devastada, y la vida se nos hizo un infierno. Margarita, mi hija mayor, felizmente, consiguió un buen empleo, logró que liberaran a Fernando, pagamos las deudas y salimos adelante, pero usted no sabe la agonía que padecimos. Fue horrible-, me contó.
Terminé de beber la gaseosa. Ella siguió hablando. -Ayer que se cumplió un año del deceso de Casimiro, recordé sus palabras. Yo no sabía quién era Tatiana. Revisé sus apuntes. Todos sus cuadernos de sus cuentas, los pagos, las deudas, todo lo apuntaba, también sus números de la suerte y allí, en una hoja, decía Tatiana Rivasplata-, me reveló.
-Es la chica que juega softbol-, le dijo Margarita a su madre. Entonces Gloria mandó a su hija a comunicarse con Tati.
-¿Por qué Casimiro sabía de mí?-, insistí.
La mujer me miró con las lágrimas represadas en sus ojos.
-Casimiro Villafuerte murió dos veces. En 2001, en Afganistán, destrozado por una bomba, y luego, al suicidarse-, precisó.
Quedé asombrada. -¿Dos veces?-, pregunté.
-Casimiro era John Kroll-, dijo y su voz me parecieron rayos rebotando en mis sesos.
-No le entiendo-, balbuceé ya hecha una idiota.
-El demonio esperaba a Kroll y no a Stacy en la cueva. Calavera lo sabía, pero a Kroll lo mató una bomba y él pensó que la comandante sería preñada en las cuevas, pero el cálculo le salió mal. Stacy no se embarazó. Entonces, Kroll, que debía resucitar en el vientre de Stacy, quedó en el limbo, en el vacío, flotando como un alma en pena-, me relató.
Yo temblaba. Mi corazón quería estallar en el pecho. Sentía mis pelos erizados.
-Kroll vagó en el tiempo. Fue el "Pecas", también Dulanto, Pancho Arnao y Gerónimo Martínez, Kike también-, siguió diciendo ella.
Todos esos nombres lo recordaba perfectamente.
-¿Cholo grueso, Negro Pepe, Fabián, Pancracio Ramírez?-, enumeré como una autómata.
-No, no, ellos son almas, también, navegando en ese vacío, sin rumbo, extraviadas como Kroll-, dijo con la voz trémula.
Me asusté demasiado. Me puse de pie, me quise marchar, pero ella me atajó.
-Escucha Tatiana, ellos querían a Stacy, habían muerto porque tenían que morir, pero quedaron suspendidos en el purgatorio, no podían lavar sus penas, querían a Stacy para que les de una luz, para que les abra la puerta, para que puedan irse, perro ella murió, entonces ahora te buscan a ti-, insistió tomando mi mano.
-Yo no sé quién es Stacy-, renegué.
-Cuando Slomovic y su bebé murieron, el alma del feto, el elegido, quedó flotando en la clínica y naciste tú. ¿Entiendes? Tú eres la esperanza de ese vacío, de ese abismo, del purgatorio-, alzó ella la voz.
Salí espantada, angustiada, corriendo de prisa, jalándome los pelos, muerta de miedo, presa del pavor y el terror sin entender nada. Los nombres martillaban mi cabeza. Me sentía morir.
Tomé el primer bus que cruzó y me arremoliné en el asiento. Me puse mis lentes oscuros contra el sol y me puse a llorar, presa del pánico.
Al fin todo lo entendía. Yo era la hija no nacida de Stacy, rescatada en el vientre de Slomovic. Y yo debía vencer al demonio.