Capítulo 49
871palabras
2023-05-12 18:48
STACY
Vi a Stacy. Fue en una larga pesadilla, aburrida, monótona, cansada, tediosa, pesada. Parecía aplastarme los sesos. Me sentía estrujada sobre la almohada. Ella estaba frente al espejo y se peinaba. Era una mujer hermosa, el pelo largo rubio, los labios muy rojos, como una manzana y sus ojos eran celestes, como un cielo límpido. Estaba triste, sin embargo. Se contemplaba dubitativa, pensativa, como si tuviera muchas ideas revoloteando en su cabeza. Ella era yo. Siempre había aparecido detrás de mí, ahora estaba delante mío gracias al espejo.
-No sé, no sé qué hacer, me dije sin dejar de mirarme en el espejo, es la disyuntiva de vivir o morir-
Abrí el cajón y vi los apuntes de la batalla. Los garabatos de los continuos ataques a Tora Bora. Calavera esperaba mis órdenes. Sus mercenarios sin embargo no estaban reconocidos por el ejército. Yo no podía mandarlos al combate. Eso le enfurecía. También a los otros muchachos. Abrí una botella de ron y bebí un largo sorbo. Me recosté a la silla sin aclarar mis ideas.
-Comandante la esperan-, me dijo Joe.
Me puse la cartuchera y el casco y el chaleco antibalas, estrujé la boca y caminé hacia las tropas que estaban alineadas.
-El enemigo está allí, metido en las cuevas, debemos sacarlos a patadas. Pero debemos ser cautos, conocen a la perfección esa zona, están decididos a morir defendiendo su país y sus ideas-, les dije a los soldados, con las manos atrás, fijándome en sus miradas sumidas en el miedo y el desconcierto.
Calavera estaba furioso. -Cruzamos medio mundo para pelear esta guerra y nos quieres tener al margen-, me reclamó.
-Entiende que el ejército no los va a reconocer, ustedes pelean por plata. Tú tienes que pagarles, la disidencia tendrá que asumir los riesgos. Yo no. Yo dirijo a mi pelotón, ellos son mi responsabilidad-, le escupí mirándole la cara de frente.
Calavera me puso el dedo en el pecho. -Estás maldita, lo has estado siempre, apenas llegaste aquí el demonio te maldijo, a ti, a tu familia, a tu descendencia que nacerá en Perú. No lo sabías pero John Kroll era el demonio, Kike te preñará con su maldición-, me dijo amenazante.
-Yo no creo en esas cosas-, le respondí furiosa y lo aparté. El capitán me dio mi M16. La rastrillé.
-Te lo advierto, no entres a la cueva-, me volvió a amenazar.
Miré a mis hombres.
-No disparen por disparar. Insisto sean cautos-, subrayé. Me puse mis lentes y me puse delante de ellos. -¡Avancen!-
Nos perfilamos por un campo escarpado, de matas muertas, mucha tierra y piedras puntiagudas. El enemigo nos recibió con obuses y disparos de morteros. Vi volar por los aires a uno de los nuestros, hecho pedazos.
Bifurqué los hombres. Hicimos una tenaza sobre los parapetos enemigos. Y como había previsto, ellos se refugiaron dentro de las cuevas. Ordené disparar bombas para despejar el camino. Los retumbos remecieron los cerros y alzaron una tupida capa de humo. Me ahogaba. De repente apareció uno de los enemigos, con un machete enorme. Lo abatí con muchos disparos. Se desplomó en un enorme charco de sangre.
Le dije a Joe que avanzara hacia la colina más alta. Yo iría hacia la cueva donde el fuego era graneado.
-Es peligroso, comandante-, me jaló el brazo Joe.
-No tengo alternativa. debemos silenciar sus ametralladoras-, le dije.
Las balas zumbaban como abejorros encima de nuestras cabezas. Ya habían abatido a otros dos hombres de mi pelotón.
Fui adelante. -¡Loca!-, me gritó Calavera. Con los otros, se habían descolgado hacia el camino cortándoles la retirada a los enemigos.
Me metí a la cueva. El sargento fue herido y cayó de bruces delante mío, me jaló el pie.
-No vaya comandante, la cueva está maldita-, me suplicó.
-Tenemos que tomarla-, insistí. La fila se parapetó en las rocas. El enemigo nos disparaba sin cesar. Tenía miedo. Ordené lanzar granadas. Saltaron sesos, pellejos, brazos y hasta una cabeza. Se multiplicaron los alaridos y los gritos y el humo se hacía asfixiante.
Avancé en cuclillas disparando. Atrás iba Joe. Me jalaba el chaleco antibalas.
-¿Ves? ¿Ves la luz?-, me advirtió.
Allí estaba el fogonazo. Era un relámpago que me enceguecía, me nublaba. Prendí el infrarrojos del casco y vi, entonces, al demonio. Todo pintado de rojo. Reía. Tenía colmillos, largos afilados y me miraba no dejaba de mirarme. Lo vi clarito. Era John Kroll, Kike.
-Morirás Stacy-, chilló y sentí el pellizco de una bala en mi estómago, perforando el chaleco antibalas. Me dio de lleno aunque solo fue un hincón, sin dolor. Joe me jaló de los brazos. -No es nada, le reclamé, tengo que matar al demonio-
-Ese ser es indestructible-, me dijo.
-No tendrás hijos, maldita. Estás maldecida. Tatiana no nacerá jamás-, siguió hablando el demonio.
Pensé en Slomovic. -La enfermera. Quiere matar a la enfermera-, le jalé las solapas a Joe.
-Tatiana está en el hospital de campaña, no pueden matarla-, alzó la voz él.
-Mi hija, se llamará Tatiana-, balbuceé perdiendo el conocimiento, sintiendo que todo se evaporaba delante mío.
-¿De qué hablas? Tú no puedes tener hijos-
-Tatiana nacerá en Perú-
-¿Perú?-, se extrañó Joe.
-Calavera lo dijo-, me desmayé presa del dolor.