Capítulo 48
1385palabras
2023-05-11 18:49
EL MONO
La idea de Vanessa era ver al mono. -Lo tiene la policía ecológica, yo conozco dónde está-, me dijo a través del móvil.
-Me da miedo-, le confesé, pero Vane estaba decidida a todo. -Es la única manera de acabar con el mal, de raíz-, me subrayó en forma enfática.
Acepté de mala gana. En realidad me aterraba la idea de verme otra vez con ese animal. Lo había visto tan enorme y amenazante que pensaba que podía hacerme daño, atacarme, también a Vanessa. Pero ella tenía razón de que si quería vencer al ser maligno que estaba detrás de esas pesadillas, de esas luces, era enfrentarlo y derrotarlo.
Justo me llamó Stéfani. Marcio le llamó y le contó lo que había pasado en el diamante, también le dije la idea de Vanessa.
-Yo voy con ustedes-, dijo resoluta. Me alegré. No estaba sola en medio de esa lucha ciega y sorda con aquellos poderes extraños que me atormentaban y me tenían sumida en el desconcierto y el pavor.
-Eres una buena amiga-, le dije.
Nos juntamos en la casa de Vanessa. Su mamá nos preparó un delicioso desayuno. Hizo bistec con papas fritas y nos sirvió café con leche y compró pan chapata. Parecíamos náufragas devorando los platillos, hasta lamiendo los paltos. Qué delicia. A Stefi le daba mucha risa viéndome comer angustiada, pasando los trozos de pan por el jugo del bistec.
-Cálmate, parece que no hubieras comido en años-, me dijo divertida. Yo me reía saboreando la buena sazón de la mamá de Vane.
Subimos al carro de Vane y enrumbamos hacia la policía ecológica. Estaba cerca al Callao, por el río Chillón.
-¿Y qué le vamos a preguntar al mono?-, echó a reír Stéfani.
Tenía razón. Nos miramos Vanessa y yo y no teníamos repuestas. Stéfani se molestó.
-O sea ustedes no saben qué vamos hacer cuando tengamos al mono cara a cara con nosotras-, se enfadó.
Era verdad. Vanessa quería ver al mono y ella esperaba que el primate le diga que alguien lo había mandado para matarme o hacerme daño. Pero eso era imposible. Jugué con mi lengua.
-El mono me gritó maldita en el diamante-, le recordé a Stéfani.
-¿Crees que te vuelva hablar?-, insistió Stefi.
-Eso espero-, seguí estrujando mi boca.
El viaje se hizo interminable. Vanessa tuvo que dar muchas vueltas, incluso se extravió y le preguntó a varios policías para que nos indiquen dónde quedaba su local y todo se hacía un pandemonio. Íbamos a un sitio, a otro, por aquí, por allá y nada, no dábamos con el cuartel. Luego de casi una hora dando vueltas, por fin emergió el local al final de un parque, empinándose sobre nosotras. Era un amplio edificio, a mitad de una avenida. Al fondo se veían los cerros de arena y habían casas repartidas en medio de terrenos baldíos, fábricas y casuchas de palos.
El oficial que estaba en la puerta nos detuvo. -¿En qué les puedo ayudar, señoritas?-, dijo muy cortés.
-Venimos a ver al mono-, dijo Vanessa sonriente, con sus manitos atrás y sus pelos tirados sobre los hombros. Su respuesta me dio risa, no pude contenerme. Stéfani me hincó su uña. -¡¡¡Schhhhiittt!!!-, arrugó la frente.
-Ah, el mono aullador, que encontraron jugando béisbol-, echó a reír el oficial.
-Softbol-, le aclaré.
Nos hizo pasar hacia una sala amplia. Escuchamos el canto de muchos pájaros, chillidos y también rugidos y gruñidos.
-¿Hay muchos animales?-, preguntó Stefi al oficial.
-Bastantes. Los decomisamos y derivamos a albergues, a los zoológicos-, nos detalló. Nos hizo sentar un sillón amplio. -Llamaré al capitán para que los atienda-, nos anunció.
Mi corazón rebotaba en el pecho y mis pies los tenía fríos. Temblaba. Mis rodillas se estrellaban y sudaba. Hacía crujir los huesos de mis manos. Vanesa también estaba asustada. Stefi en cambio se recreaba tratando de ver a los animales que habían rescatado de mercados y casas, criados en forma clandestina.
El oficial nos hizo pasar. -El capitán está ocupado. Las va a atender la teniente Consuelo Ramírez, sigan hacia el fondo a la derecha-, nos indicó.
Nos cogimos de las manos y fuimos de prisa. Los chillidos y aullidos se multiplicaban, también retumbaron más rugidos y bufidos que nos ponía los pelos de punta.
La teniente atendía una llamada. Nos invitó a sentarnos. Esperamos algunos minutos cuando al fin colgó. Luego de mirarnos de pies a cabeza, la oficial estiró una larga sonrisa y preguntó qué queríamos.
-Somos jugadoras de la selección de softbol, estábamos entrenando cuando se apareció el mono, queremos verlo otra vez-, resumió Vanessa.
-¿Para qué quieren verlo?-, se extrañó la oficial poniéndose un lapicero en la boca.
Eso no lo habíamos previsto. No le podíamos decir que le oímos gritar. Ella no nos iba a creer y menos dar permiso. ¿Qué decirle, entonces? Nos miramos entumecidas.
-Es un mono aullador rojo, es uno de los primates más grandes de nuestra selva, nos detalló la teniente meciéndose en su silla, no es que da miedo, sino respeto. Mide casi un metro y por su cola larga parece más grande-
-¿Es malo?-, pregunté.
-Muerde. Tiene colmillos enormes-, nos aclaró.
-Nos dijeron que ese mono estaba en una casa, que lo criaban como mascota ¿a esa familia no los mordía?-, preguntó Vanessa.
-No. La policía ecológica examinó a los integrantes de esa familia y se llevaban bien con el mono, pero pudo ser solo una casualidad. Son animales muy agresivos. Tarde o temprano podía haberlos atacado-, dijo.
-Estaba vestido-, le recordé.
-Sí, ustedes pensaban que era un hombre en cuclillas-, sonrió la oficial.
-Yo le oí gritar-, le dije seria.
-Por supuesto. Los monos aullidos emiten sonidos guturales, gritan muy fuerte, parecen voces humanas-, precisó ella.
-¿Podríamos verlo?-, le supliqué entonces.
-Claro, volvió a sonreír, la oficial, pero no lo toquen, no metan la mano a la jaula y no se le acerquen-
Nos emocionamos. La teniente cogió una llave y nos pidió que la sigamos. Abrió una puerta y fuimos a un patio amplio donde habían muchas jaulas. Nos sorprendimos. Habían aves enormes, toda clase de reptiles, loros chillando, papagayos, monitos chiquitos columpiándose en los fierros, sajinos roncando furiosos, hasta un pequeño cocodrilo que parecía embalsamado, metido en una tina grande.
-Por poco y no tienen hasta un elefante-, bromeó Vanessa.
-Son animales que rescatamos de los mercados de tráfico de animales y algunos los hemos recuperado de familias que los tienen de mascotas-, nos comentó la teniente.
Allí estaba el mono, al fondo, en una jaula grande. Gritaba muy feo. Me aterraba. Su pelaje era un rojizo intenso. Estaba quieto, subido a un tronco que habían cortado y acomodado detrás de los barrotes.
-Le hemos puesto Memo-, dijo la oficial.
-Es bonito-, dijo Vanessa.
-Grita horrible. No deja dormir a nadie-, siguió riendo la oficial.
Entonces el animal me vio. Me miró fijamente a los ojos. Me clavó su mirada en la cara y fue arrugando su nariz, su hocico mostrándome los colmillos. Alzó las manos y me mostró las garras afiladas. Su rostro se hizo agrio, ajado, lleno de arrugas y dibujaba la furia y la cólera en sus ojos grandes, redondos, negros. Sentí miedo. Luego el mono gritó con una fuerza descomunal y se lanzó sobre la jaula sacudiéndola, metiéndole patadas, sacando las garras, queriendo alcanzarme.
-Qué demonios-, ladró la oficial.
Vanessa gritó espantada y Stefi se puso detrás mío (qué gran ayuda nos daba mi amiga).
-¡Alférez!-, llamó la oficial también asustada.
De repente ya no tuve miedo. Lo vi al animal tan o más fijamente como él lo hacía y lo apunté con mi dedo. Su furia se fue extinguiendo, sus aullidos se fueron acallando, ahogando en el pavor que, de repente, cogió al animal. En mi mente empecé a repetir, "soy Stacy, no pueden matarme". Luego todo fue silencio. El primate volvió a su rincón, metió su cola entre sus piernas y bajó la cabeza.
El alférez llegó jalando una manguera, pero la oficial lo detuvo. -No se preocupe, ya se controló-, le escuché decir. Yo seguía mirando al mono, seria, resoluta, sin miedo, fijamente, sin quitarle mis pupilas de encima.
Vanessa y Stéfani me abrazaron temblando. Yo no temblaba. Estaba quieta, con los brazos cruzados.
-Ya no te tengo miedo, demonio-, dije fuerte.
Todos me miraron en silencio.