Capítulo 46
623palabras
2023-05-09 18:48
MENSAJE
La práctica de softbol esa mañana fue divertida. La entrenadora nos ordenó juegos recreativos como hacer rondas, competencias de tres pies, carreras de espaldas y brincar como ranitas hasta la meta. Luego trabajamos en los batazos, mi fuerte, y mandé muchas pelotas hasta el fin del mundo. Le pegaba con furia y mis palazos sonaban como cañón.
-Qué pena que tu papá se negó a que fueras a Estados Unidos-, me dijo Katty. Chupaba un lapicero, mientras bateaban las otras chicas.

-Sí, pues, dice que soy muy chiquita aún-, eché a reír.
-Tu padre es sobre protector como todos los papás. El mío, por ejemplo, me sigue acompañando a rendir exámenes a la universidad-, echó a reír.
No sabía que Katty estudiaba una carrera. Pensé que solo se dedicaba a ser secretaria en al federación.
-¿Qué estás estudiando?-, me sorprendí.
-Veterinaria-, ensanchó una risita.
-Qué lindo, me entusiasmé, ya voy a tener una doctora de cabecera para Mofeta-, me entusiasmé. Katty arrugó su naricita.

-¿Tienes un zorrillo en tu casa?-, se extrañó.
Yo estallé en risotadas. -No, así se llama mi perro, Mofeta-, le conté la historia.
-Qué divertido. Espero conocer, entonces a Mofeta-, se divirtió Katty.
Al terminar las prácticas, me fui a duchar, cargando mi bate, mi guante y mi sombrero, cuando vi a alguien en las tribunas que no dejaba de mirarme. Vanessa estaba conmigo, también recogiendo sus útiles.

-Mira ese hombre, nos está mirando-, me asusté. Yo ya desconfiaba de todo.
Vanessa alzó la mirada. -Se ve intimidante, mejor avisamos a Paula-, me dijo. Corrimos donde la entrenadora que estaba sentada en una silleta terminando unos apuntes del entrenamiento del día.
-Paula, ese hombre se ha quedado mirándonos-, le advertimos.
Cortés se empinó y buscó en las tribunas, pero no había nada. El hombre ya se había ido.
-Se fue chicas, de todas maneras salgan en grupo-, pidió.
Nos bañamos todas y Vanessa acordó salir en grupo al parqueo para irnos a las casas. A mí me llevaría Marcio. Ya me esperaba bostezando, sentado en su carcacha.
Pero en ese instante, todas vimos al hombre, otra vez, aparecerse ahora trepado en los techos de las oficinas. -¡Allá está! ¡Allá está!-, grité aterrada y las más nerviosas aullaron asustadas. Cortés, Katty, los otros administrativos, los obreros y los vigilantes llegaron corriendo. Se hizo un laberinto.
-¡Oiga váyase!-, gritó uno de los vigilantes, el más rudo, al que decíamos capitán cavernícola, pero el tipo aquel parecía un dibujo horrible pintado sobre el cielo límpido, sin dejar de mirarnos. Todas las chicas nos escondimos detrás de los hombres. Paula tenía un bate y Katty había llamado a la policía.
Uno de los obreros decidió subir por las graderías, pero la figura se inclinó como un mono y brincó, dio un salto colosal, igual se fuera una ardilla, hasta el otro ambiente.
El capitán cavernícola masculló, -¿qué diablos es eso?- lo que me aterró aún. Justo llegó Marcio y me abrazó. Había escuchado el griterío y tenía los pelos de punta.
Los obreros y los vigilantes rodearon esa extraña figura que seguía mirándonos imperturbable, pero ahora estaba en cuclillas. Vestía una camisa muy roja que me cegaba y un buzo violeta estridente.
-¡Bájese que ya viene la policía!-, gritó Katty.
Fue entonces que la cosa esa gritó fuerte, a todo pulmón, -¡¡¡Tatiana maldita!!!-
Lo escuché clarito.
-¿Te conoce?-, me jaló el brazo Vanessa. Yo temblaba y lloraba a borbotones.
Por fin llegaron varias patrullas ululando las sirenas. Yo quería quedarme, pero Marcio me llevó a rastras al auto. La vocinglería se hizo más fuerte. Habían gritos, empujones, insultos y más maldiciones. -Quiero ver-, le imploré a mi enamorado, pero él no escuchó mis súplicas arrancó a toda prisa y dejamos el diamante.