Capítulo 45
1306palabras
2023-05-08 18:49
MISTERIO
Ya eran dos veces que Marcio había visto esas luces. No era mi imaginación entonces. Tampoco estaba loca. Calavera o la casa de Kike no estaban en mi imaginación. Todo era real. Mis pesadillas eran con personas que habían existido. Arnao, Dulanto, Pancracio Ramírez, todos, eran personas de carne y hueso que después fallecieron. Eso me reconfortó mucho. Sin embargo tenía miedo que se sucedieran crueldades, maldades o daño a mis seres queridos, a mis amigos, a las personas que yo quería mucho. La idea era evitar que simplemente sucedieran, como lo que nos pasó en Trujillo. La premonición hizo que esa luz no lastimara a mi enamorado. No sé si el fogonazo me afectó a mí porque quedé desmayada, pero Marcio estaba bien y eso era lo que, al menos, me importaba.
Cuando me bañaba, descubrí que tenía quemaduras en una nalga y en el muslo izquierdo. También una herida cicatrizada arriba de la cadera. Rápidamente supuse que había sido por el fogonazo. Pero no me dolían ni sentía escozor, aunque esas manchas eran feas y grandes y la herida pintaba una raya larga.

Tampoco les iba a contar nada a mis padres. Mi papá sufría mucho con mis disparates y no quería preocuparlo más.
Jaques Dupont, el nuevo director del diario donde trabajaba mi papá, nos vio llegar a la redacción y se empinó para verme a través de las lunas de su oficina. Yo cargaba revistas y libros viejos que guardábamos con mucho cuidado, en cajas, en el desván. Mi padre iba hacer una información amplia sobre el aniversario de Lima y necesitaba bibliografía. Nos la pasamos rebuscando las antigüedades toda la noche y encontramos abundante material, incluso recortes impresionantes de revistas que ya habían desaparecido.
Timbró el fono de mi papá. Contestó arremolinándose a su silla y luego colgó. -Dupont quiere hablar contigo-, me dijo prendiendo su computadora. Me sorprendí. Dejé mi cartera, arreglé mis pelos y fui a su oficina indiferente y desinhibida.
Dupont me enseñó su pantalla. -Está volviendo la moda los pantalones acampanados en los hombres. En Francia, España, Bélgica, son furor. ¿Podrías hacer un artículo sobre eso? Sería la abridora en la sección de modas-, me miró entusiasmado.
Alcé mi hombro coqueta. -Claro, señor, encantada-, le dije.
-Haz una nota sabrosa, divertida, coqueta, hecha por una mujer ¿me entiendes?-, me insistió.

Me mordí la lengüita. -Sí, señor, una información pícara-, dije y él alzó el pulgar derecho.
Le conté lo que me había dicho a mi papá. Él me prendió la computadora que estaba a la derecha. -Escribes rápido antes que venga el señor Zuzunaga, es su PC, se molesta por todo, seguro dirá que le han borrado sus archivos-, echó a reír mi padre.
Mientras recopilaba información veía con el rabillo del ojo a mi padre. El orgullo le brotaba hasta el último de sus poros. Su sueño máximo se cumplía, así, sin querer, de verme hecha una periodista. Con discreción me tomaba fotos con su móvil, yo me hacía la distraída pero me sentía muy contenta satisfaciendo ese sueño dorado de mi papá que se consumaba con los artículos que publicaba.
La editora de la página de modas se detuvo detrás mío y empezó a leer la nota que iba desarrollando. Chupaba su boca y tenía los brazos cruzados. -Los hombres han retrocedido en el tiempo, empecé el artículo, volviendo a los años de sus padres y abuelos. Los pantalones, prendas tan machistas, idolatradas por ellos, símbolos del poder varonil, han redescubierto su lado femenino y ahora desbordan sensualidad y un toque muy de ellas, en el retorno de las bastas acampanadas. El macho parece ceder terreno en el avance de las mujeres-

-Me gusta. Me gusta bastante, Tati-, dijo y se dio vuelta, enérgica y vigorosa como era ella.
Mi padre estiró la palma de su mano y yo le di una cachetada con mi manita.
Dupont también quedó contento con el artículo. Le gritó a la editora de modas desde su oficina. -¡¡¡Va firmada!!!-
Miré a mi papá boquiabierta. -Tu nombre saldrá en el diario-, me dijo, riendo con orgullo, inflando el pecho, con la mirada iluminada y su rostro pintado de alegría y regocijo.
Al día siguiente, mi mamá recortó la página y la pegó con cuidado en un álbum hecho con cartulinas y amarrado con un listoncito rojo, donde también estaba mi nota anterior del asalto. Luego lo puso con las decenas de álbumes de mi padre que mi mamá además se preocupaba en cortar y pegar con mucha paciencia.
El profesor de Derechos Fundamentales también leyó el artículo. Apenas me había sentado en mi carpeta, cuando alzó la voz.
-A ver, señorita Rivasplata-, me desafió en medio de la clase, me sentí azorada.
Sopló con energía. -En su artículo de El Imparcial, menciona que los hombres van perdiendo terreno ante las mujeres. Según el derecho fundamental hombres y mujeres son iguales, ¿por qué supondría usted un derrota del varón por el hecho de llevar pantalones acampanados?-, lanzó el guante.
Ay, todos me miraban y yo estaba roja como un tomate. El silencio se hizo sepulcral y sentía las miradas aguijoneándome, hiriéndome. Sentía las punzadas en todo mi cuerpo. Tiré mis pelos detrás de las orejas.
-El pantalón ha sido símbolo del machismo frente a las mujeres a través del tiempo. Ellos usan pantalones y ellas faldas ha sido, siempre, un muro entre hombres y mujeres, una separación y una diferencia tajante. El interés femenino de romper esa barrera y ponerse pantalones, obligó a la sociedad a diferenciarnos con exclusivos elementos femeninos, como entallados, arreglos coquetos, estampados muy de mujeres, y permitir así al hombre seguir usando sus pantalones machos y masculinos. Sin embargo, ahora, en Europa, el machismo ve, otra vez, tambalear su poder aceptando un toque muy femenino a su prenda otrora intocable , el pantalón. Entonces, la mujer le gana la batalla al hombre. Ya no es la prenda inmaculada de ellos, sino la aceptación al pantalón coqueto. Es la derrota absoluta del machismo-
El profesor me quedó mirando, calibrando cada una de mis palabras. Volvió a soplar. -Excelente, señorita Rivasplata. Hombres y mujeres son iguales, pero esa diferencia que marca el machismo en su máximo símbolo que es el pantalón, cede terreno ante el feminismo coqueto. Excelente- , dijo y todos los compañeros aplaudieron eufóricos.
En la noche, repasando mi Facebook, vi el imbox repleto de mensajes felicitándome por mi artículo y mi intervención en la clase, pero uno me intrigó: Jones Keston. Su muro tenía la foto de él alzando una medalla de oro.
Mi corazón latió de prisa. Parpadeando abrí el mensaje. -Hola preciosa, leí tu artículo. Lindo. Te cuento que sufrí un accidente. Me estrellé en mi auto. Una luz fortísima me encegueció, perdí el control y me choqué. Sufrí graves quemaduras-, decía un primer párrafo.
Mi mente trabajo de prisa. Luz fuerte, quemaduras. Leí el segundo párrafo. -Disculpa haberme despedido así de ti. Eres hermosa. Pero yo no podía hacerte daño. Mi misión no es dañar, sino ayudar y me pedían dañarte. No lo vas a entender. Es un misterio-
Me tapé la boca con las manos. Igual leí el tercer y último párrafo. -Cuídate. El enemigo acecha. Quiere destruirte. Desconfía de todos. Tú eres noble y confiada. Es malo ser confiada. Mi misión está terminada-
Le mandé un mensaje. Revisé su muro pero solo estaba su foto sin ningún otro mensaje. Entré al Facebook de Heather y solo tenía la foto de un pajarito muy lindo.
-Maldición-, renegué. Despechada por su rechazo en Chile, yo ya había eliminado su número de whats app y ni siquiera tenía su e-mail. Me tumbé a la almohada. Con el móvil busqué en el internet, Jones Keston. Solo había una información de varios días atrás: Muere joven atleta.
Lo único que hice fue ponerme a llorar.