Capítulo 44
472palabras
2023-05-07 18:46
La competencia decisiva fue muy reñida y emocionante, con mucho despliegue, colorido, belleza y aplausos de las tribunas repletas de aficionados. Las parejas finalistas bailaban muy bien. Zapateaban con mucho salero y picardía y yo estaba entusiasmada con ese derroche de color, elegancia y prestancia. La profesora Chonate nos avisó que nos tocaba casi al último de las semifinales. Aproveché para relajarme en los vestidores, tumbada en una banca. Mi madre me puso el tocado y las filigranas. -No te olvides agitar el pañuelo. En las eliminatorias lo tenías inerte-, me recordó, pero yo estaba cabeceando, y me había quedado casi dormida.
-¡Catorce!-, nos gritó alguien.
-Ay, mi mamá, nos toca-, me asusté. Mi madre pasó sus manos por la blusa, acomodó bien mi pelo, me sacó las chancletas y mirándome a los ojos, me dijo, -Baila como sabes, hija-
Estiré mi mejor de las sonrisas y salí a la cancha. Marcio me esperaba con su sombrerote puesto. Él, también estaba sonriente y plenamente confiado en una gran actuación nuestra en el escenario.
Redoblaron los tambores, retumbaron los aplausos frenéticos y en medio de una cerrada ovación, anunciándonos en los parlantes, y fuimos a la pista, con garbo, elegancia, sobriedad y plasticidad. Yo lo miraba romántica, seductora, fijamente, y él zapateaba sabroso, con su sombrero en la mano, dibujando eses en el aire. ¡Qué lindo está Marcio!, me decía recreándome con su emoción, su voluntad, su firmeza. Así, enamorada, empecé a seducirlo con el baile, cimbreándome, moviendo las caderas y taconeando con mucha cadencia, sacándole chispas al parquet. Creo que nunca había bailado así, tan febril y pletórica de sensualidad, en mi máxima feminidad. Me sentía en las nubes, confiada, segura de mí misma, hecha una amazona. Reía y mi risa era la chupina del mar, blanca y refrescante, mágica y delirante y mis caderas parecían que derrochaban una contagiosa cadencia sexy, encandilando y maravillando a todo el público.
Esta vez el pañuelo flotaba en mis manos y dibujaba, también, notas sublimes, cortando en rodajas el aire, con el arte de un consumado artista pintando un lienzo.
Terminamos con los brazos y pañuelos cruzados, mirándonos a los ojos, con las narices casi pegadas, yo sonriente y él serio y altanero, yo romántica y dulce y él sobrio y demasiado varonil.
El coliseo rompió en aplausos. Corrí donde mi madre y me abracé a ella. -Fabulosa, hija-, me susurró emocionada.
Quedamos segundos y nos dieron un trofeo y una medalla. También nos consideraron como la pareja sensación del certamen y a mí los periodistas me coronaron como la "chica sonrisa". Otra pareja fue la victoriosa y se llevó los mejores trofeos y menciones. Marcio se sintió defraudado, igual mi padre, pero a mí no me importó, porque en Trujillo, desafiando esas luces horribles y bailando marinera, había descubierto cuánto lo amaba a Marcio.