Capítulo 43
628palabras
2023-05-06 18:48
Supe que algo malo le iba a pasar a Marcio. Un frío horrible se me subió por la espalda y sentía que mis sesos campaneaban con furia dentro de mi cabeza. Mi corazón bombeaba de prisa y sentía angustia, desesperación. No podía respirar bien. Miré el móvil, eran, ya, las 6 de la mañana. Me levanté de puntitas porque mi madre seguía durmiendo apaciblemente, me lavé la cara, los dientes, y me puse una camiseta blanca y un short. Llevé mis zapatillas en la mano y salí. Le mandé un mensaje de texto a mi enamorado para no despertar a mi papá.
-Ya estoy en el comedor, desayunando-, me respondió Marcio.
Era raro porque él es bien flojo, haragán y tiene el sueño pesado. Me puse mis zapatillas, me amarré mi pelo y bajé al comedor de prisa. En efecto Marcio tomaba café con leche y había pedido huevos revueltos.
-¿Qué ocurre? ¿Por qué esa cara?-, me preguntó tranquilo.
-¿Por qué te has levantado temprano?-, le pregunté.
-Quiero ir a comprar zapatos. Hoy competimos todo el día, mañana regresamos a Lima a primera hora y no habrá tiempo para comprar-, me enumeró. Le tomé la mano. -No vayas-, le supliqué.
Se zafó con brusquedad. -Ya te dije que voy a comprar-, insistió molesto.
Pedí jugo y tostadas.
-Zapatos puedes comprar en Lima-, volví a suplicarle.
Comía con desesperación los huevos revueltos y sorbía el café de prisa. No quería escuchar nada. Eso me asustó más. Tomé apurada el jugo y me engullí en dos bocados las tostadas. Marcio pagó todo y salió del comedor, dando trancos. Corrí para alcanzarlo.
-Yo te acompaño-, me colgué de sus brazos.
La feria de calzado estaba cerca del hotel. Nos fuimos caminando por una calle angosta, pasamos la Plaza de Armas y entramos a un callejón solitario. Avanzamos de prisa y fue entonces que vimos una luz asomándose en la esquina silenciosa y vacía. Se encendía como un destello con un fuerte viento, intenso, que empezó a tirarme de los pelos.
-Algo pasa-, le dije a Marcio.
Él me jaló y me puso a su espalda. La luz seguía resplandeciendo, cada vez más fuerte, muy luminosa, y escuchamos una risotada horrible.
-¿Escuchas? ¿Escuchas?-, le pregunté. Marcio estaba asombrado, tonto, extraviado en las luces.
-Marcio debe morir, Tatiana, igual que murió Maicol-, me pareció oír.
Estoy segura que era la imagen de Kike emergiendo en las luces, pintado de un rojo furioso. Me miraba con ira, sostenía una especie de espada de fuego. Marcio empezó a tartamudear como idiota y me solté de sus brazos. Me puse delante de él cubriéndolo con mi cuerpo.
-No, dije fuerte, ya no te tengo miedo, a ti ni a nadie. Yo soy Stacy-, salió una voz ronca de mi garganta. No era yo.
La grotesca imagen, difusa se nos vino encima, mostrando sus fauces enormes, sus colmillos gigantes, haciendo un ruido espantoso, con los ojos inyectados de rabia y puse las manos para detenerlo. Sentí rayos, relámpagos que emergían de mis dedos. Cerré los ojos espantada y todo fue silencio.
*****
-¿Tati? ¿Tati, mi amor?-, me palmoteaba Marcio. Estábamos en la Plaza de Armas, sentados en una banca.
-¿Qué pasó? ¿Y la luz? ¿La viste? ¿Viste a Kike?-, pregunté parpadeando de prisa, sorbida aún en mi angustia, confundida, tratando de asirme de algo en el aire.
-Sí, Tati. Lo vi-, me dijo y me abrazó fuerte, muy fuerte. Yo temblaba mucho.
-No estás loca, Tati. Esa cosa nos quiere hacer daño-, empezó a llorar Marcio. Le limpié sus lágrimas.
-Le he ganado. Es la primera vez que le gano. Ya sé cómo vencerlo-, le dije y nos quedamos abrazados llorado como criaturas, mientras el sol despertaba somnoliento, en medio de una densa neblina y mucho frío.