Capítulo 42
901palabras
2023-05-05 18:43
El certamen era en dos fechas en el principal coliseo de la ciudad. Sábado las eliminatorias y domingo la final. Nosotros participaríamos en la categoría juvenil. Mi mamá compró el vestido amplio multicolor de seda, bordado en rosas, blusa blanca y un chal de lana. También un fustán floreado transparente. Ella misma confeccionó el tocado de flores que llevaría pegado a la oreja y compró la filigrana (los aretes). Mi papá viendo el vestuario, preguntó, qué zapatos me pondría.
-No seas idiota, Roger, la marinera se baila descalza-
Viajamos en avión. Primera vez que Marcio subía a uno y se agarró firme a mis brazos. Se atenazó tan fuerte que me dolía el antebrazo.

-Ay, Marcio, no seas tosco-, le decía furiosa. Yo ya había pasado una feísima turbulencia y sabía de los sacudones. Para él todo era nuevo.
La organización nos alojó en un bonito hotel en el centro de la ciudad. Nos dieron tres cuartos. Uno para la profesora Delia Chonate, otro para Marcio con mi papá y mi mamá conmigo. Protesté molesta. -Ya soy adulta, puedo dormir con Marcio-, dije con los brazos cruzados, echando humo de las narices.
-No, señorita, usted duerme con su madre-, ordenó mi papá.
De todas maneras me quedé en el hall del hotel besándome con Marcio hasta casi las dos de la mañana, cuando, ya, calcinada de tanto fuego, decidí ir planchar la oreja. Las eliminatorias comenzaban a las 10 de la mañana y debía estar fresca como una lechuga.
Tuve que patear la puerta de su cuarto para que Marcio despierte. Dormía como tronco y era tarde. Yo ya me había bañado y desayuné con mis padres y la profesora Delia. Él nada. -¡¡¡Arriba de la cama, flojonazo!!!-, ladré furiosa.
Más colérica me puse cuando llegamos tarde y ya habían empezando las competencias en cuatro cuadrados de la cancha del coliseo. Delia se encargó de todo. La chica que registraba los competidores, chupó su boca, repasó la lista una y otra vez y al final dijo. -¡Donayre y Rivasplata!, sí, número 14, cámbiense y esperen su turno-

Fui con mi mamá a los vestidores. Marcio ya tenía su ropa puesta: terno y camisa blanca, una faja blanquirroja, sombrero de jipijapa y pañuelo. También bailaría descalzo.
Quedé hermosa. Mi madre me hizo un moño con el pelo que sujetaba el tocado de flores y me pintó la boca con un rojo intenso. -Igual a una princesa-, me dijo. Yo estiré las faldas y me sentía una mariposa flotando en las nubes.
-¡¡¡Número catorce!!!-, anunciaron por los parlantes. La misma chica que nos atendió, nos cosió un cartón en la espalda con el 14. Alargué la mejor de mis sonrisas y al redoble de los tambores, salí, presta y cadenciosa a bailar, mirando a mi galán, Marcio, con su sombrero puesto, agitando el pañuelo y su puño apretando la faja. Estaba lindísimo él.
¿Qué es la marinera? Es un cortejo. La dama tiene que seducir, bailando, al hombre, así de simple. Para eso debe usar, al máximo, su coquetería y elegancia. Rodearlo constantemente, mostrándose sensual, altanera, seductora, mágica y esplendorosa al vaivén de los acordes musicales. El hombre acepta los coqueteos y se deja enamorar por esa brisa que es la mujer, mirándolo sensual, con la sonrisa amplia, los ojos brillantes y la cadencia del ritmo y la sublime feminidad del vestido estirado en las manos, siguiendo el meneo de caderas y el taconeo de los pies.

No solo debo ser insinuante con él, sino también súper provocativa, excitarlo, maravillarlo y rendirlo a mis pies. Por ello, al final de cada estrofa, el hombre se arrodilla y la mujer luce aún más audaz y coqueta, haciéndolo su esclavo.
La marinera es un baile popular peruano y es famosa sobre todo en el norte, pero también en Lima y en la sierra.
Lo hicimos excelente. Creo demasiado. Marcio estaba embelesado con mi belleza, mi candencia, mi salero y yo veía sus ojos obnubilados a mi sonrisa tan dulce, amplia, enmarcada en el rojo de mis labios.
-¡¡Bien, Tati, muy bien!!-, se emocionó mi madre.
Mi papá abrazó a Marcio. -Excelente, te luciste-, pero él estaba perdido en la hipnosis que le dejó mi elegancia y sensualidad.
La profesora Delia estaba con los jueces. Deliberaban. Faltaban aún muchas parejas por competir, pero ella quería saber el puntaje. Yo no sabía si cambiarme o no. Otras chicas estaban en las mismas, absortas, entumecidas y dubitativas.
La chica de la organización al fin vino y dijo que ya podían cambiarse que al final de las eliminatorias darían los nombres de las tres parejas clasificadas a la gran final.
Mi mamá había traído un jean, zapatillas, una blusa floreada y una chompita ploma. También me dio agua mineral. Me senté en la banca agotada.
-Uff mamá, mis pies están que hacen bum bum bum-, le dije.
Mi madre guardaba el tocado y la filigrana.
-¿Sigues teniendo pesadillas?-, me preguntó.
Como saben, había decidido ya no preocuparlos. Me picaba la lengua para contarle de todo lo que me había dicho Calavera. Reí mientras me amarraba las zapatillas.
-Sí, mamá, tengo pesadillas de que me sirves sopa de sémola, aggghhh- (odio la sémola).
Mi madre, llorando de alegría, me abrazó y besó mi cabecita.
En la noche, terminadas las eliminatorias, nos dijeron que habíamos clasificados a la final. Todos nos pusimos a brincar contentos, riéndonos y celebrando eufóricos la proeza.