Capítulo 39
1185palabras
2023-05-02 18:46
CALAVERA
Había estado llorando toda la noche, impactada por lo que había ocurrido, y cuando ya conciliaba el sueño, de repente, me erguí estupefacta. Recordé lo que mi papá había dicho sobre Juan y los otros muchachos: "Un tal Calavera los llevó".
Stacy, en mi pesadilla, decía que estaba a cargo de los mercenarios. Su nombre rebotaba en las paredes de sus sesos, igual como ahora yo lo sentía, estrellándose continuamente en mi cráneo.

Al día siguiente era domingo y le dije a mis padres que saldría a correr. Mi papá llevaría a Mofeta para que lo vacunaran así es que no había problema. Me puse un buzo rojo, me amarré una vincha sujetando mis pelos y salí hacia el parque, a todo trote. Cuando supe que mis papás no me veían, me fui corriendo, de nuevo, al viejo barrio.
El edificio de los Espinosa seguía humeando y los policías habían puesto cintillos amarillos. Dijeron que murieron casi una veintena de personas y que fue una horrible tragedia. Los peritos aún revisaban entre los ladrillos tumbados. El primer balón de gas que estalló ocasionó un feroz incendio, reventando, luego, los demás balones de los pisos contiguos. Uno tras otro explotaron en una cadena sanguinaria.
Intenté meter mi naricita entre los curiosos, pero la policía cercaba todo el lugar. Era imposible acercarme.
Fui donde el mecánico. Esperé a que terminara de discutir, agriamente, con un sujeto que se quejaba que había hecho un mal trabajo. Me sentí azorada en medio de la pelea porque se decían lisuras muy fuertes y se amenazaban con los puños. Finalmente el fulano tumbó de una patada las cajita de herramientas del mecánico y salió enfadado, requintando, maldiciendo a todo el mundo.
-Está molesto ese señor-, intenté acercarme al mecánico. Él sudaba, tenía los ojos inyectados de rabia.
-Es un imbécil-, me dijo. Destapé mi botella de agua mineral y le di para que se refrescara porque estaba iracundo. Bebió todo en dos sorbos. Luego me miró tratando de recordarme.

-¿Qué desea?-, me preguntó.
-Vine ayer, preguntando por Juan Espinosa-, le aclaré.
-Ahhhhhh, exhaló, cuando empezó el incendio, ya me acordé, sí, ¿en qué puedo ayudarte?-
Abrió la tapa de un motor de un auto y lo empezó a revisar con mucho afán, tanteando las piezas.

-¿Conoce a un tal Calavera?-, me incliné también para ver el motor. Estaba lleno de grasa, sucio y olía a quemado.
-¿El flaco Calavera? claro, ¿quién no conoce a Calavera?-, murmuró moviendo los tubos, las bujías, el radiador.
-¿Está vivo?-, me recosté al auto y moví uno de mis pies.
-Hasta donde yo sé, sí. Se fue a Ucrania con un montón chicos, Juan también. Creo que volvió él solo. El resto murió allá. Eso creo-, decía como si hablara consigo mismo.
-¿Sabe dónde podría ubicarlo?-, le pregunté.
Su semblante cambió. Se puso serio. Limpió su cara duchada por el sudor con la manga de su overol.
-¿Por qué lo buscas?-, me miró con crueldad.
En realidad ni yo sabía para qué lo buscaba, ni qué podría conseguir hablando con él. Me alcé de hombros. -Para hablar de Juan-, le dije.
-Es un mal tipo, muy malo, abusivo, cruel-, me advirtió.
Me asusté. Tragué saliva. Pensé que era mala idea buscarlo. Le di las gracias y me di vuelta para marcharme. -Búscalo en el callejón de la luna-, volvió a decirme sin mirarme. Jaló una camilla y se metió debajo del auto. Solo veía sus zapatillas sucias.
Recordaba algo del callejón. Estaba cerca al colegio y me daba miedo porque era tétrico, de adobe, con muchas casitas pequeñas y perros bravos. Los chicos decían que allí penaban para asustarme y yo les creía. Siempre pensé que habían fantasmas y brujas, también ogros que se llevaban a las niñas y prefería cruzar al frente para evitar que me capturase uno de ellos. Nunca supe quiénes vivían allí.
Lo encontré, allí estaba, pero ya casi no habían casitas. Se habían caído con el tiempo y quedaban solo renglones de tierra y pampones. Al fondo había un caño enmohecido. Tampoco estaban los perros.
Me asomé un poquito con mucho miedo. Tenía la piel de gallina y los pelos en punta. Creo que estaba pálida y sentía mi corazón rebotando en el pecho.
Justo salió un sujeto de una de las pocas casas, tan solo en short, con un balde dirigiéndose al caño.
-¡Señor!, grité, ¿Conoce a Calavera?-
Me miró indiferente. Tiró el balde al caño y empezó a llenarlo.
-Soy yo-, respondió con la boca arrugada. Tenía el pecho lleno de tatuajes, no habían vellos y un feo corte que le cruzaba el omoplato. El pelo se le había caído y tenía muchas canas. Habían también heridas en las rodillas.
No me atrevía a pasar. Calavera me daba más pánico aún. Era desgarbado, como un ser maligno. Sentía su mala aurea.
-¿Conoce a Stacy?-, pregunté.
-¿Stacy? ¿Quién truenos es?-, se molestó. Terminó de cargar el agua y se dispuso a llevar el balde a su casa.
-¿A Kike?-, insistí, dando pasos atrás. Se detuvo y esta vez su cara cambió de semblante. Parpadeó.
-¿Kike Merino?-
-Sí-, dije nerviosa. Mis rodillas flaqueaban. Sentía que mis piernas se derretían como mantequilla. Un feo friecito se me trepó a la espalda. Empecé a sudar a raudales.
Se quedó mirándome a los ojos. Dejó el balde en el suelo y se me acercó tanto que sentía su respiración como un fuego entrando por mis narices. Intentó leer mis ojos. Trataba de encontrar algo en mis pupilas.
-¿Eres Tatiana?-, preguntó.
¡¡¡Rayos!!! Ahora sí que estaba asustada. Tapé mis manos con la boca y la angustia me embozó por completo. Empecé a temblar como una criatura y el llanto se me represó en los ojos.
-¿Me conoce?-, balbuceé , tartamudeando.
El tipo se echó atrás. -¿Eres Tatiana Rivasplata?-, desconfió. Mi corazón pataleaba en el pecho y las lágrimas me corrían como chorros. No podía evitarlo.
-Ajá-, dije apenitas. El tipo acercó uno de sus dedos callosos y lo pasó por mis lágrimas.
-La elegida-, murmuró entre dientes.
-¿Perdón?-, afilé mis oídos.
-Tora Bora-, volvió a murmurar.
-Sí, la comandante Stacy, los talibanes-, le dije atolondrada.
-Le dije que no entrara a la cueva, que allí estaba el demonio, no me hizo caso-, pareció perderse en un millón de recuerdos.
-¿Qué relación tiene con Kike?-, pregunté tratando de grabarme todo en la cabeza pero los relámpagos y truenos que estaban reventando en mis sesos me tenían confundida.
-¿No lo sabes?-
Moví la cabeza.
-Él tiene la orden de matarte-, me dijo.
Yo lloraba como una niñita. Temblaba. Sentía como una sensación de corriente eléctrica sacudiéndome toda.
-¿Quién le ordenó?-
-El demonio-
-¿Por qué a mí?-
Calavera ya no quería hablar. Su rostro volvió a ajarse. -Mejor ándate-, se volvió iracundo.
-¡¡¿Por qué a mí?!!-, le grité angustiada.
-Idiota, tú eres la reencarnación de la comandante Stacy. La hija de Tatiana Slomovic se escondió en ti huyéndole al demonio porque quería matarla. Kike Merino es Kike Kroll y Kroll es el demonio, se encarga de matar a los elegidos-, gritó antes de encerrarse en la casa.