Capítulo 34
1283palabras
2023-04-27 18:49
MEDALLA DE BRONCE
El segundo partido el ganamos 8-5, con mucho apremio, a Argentina y tuvo que ser necesario un inning extra para definir al ganador. Logré un buen batazo, en los momentos decisivos del partido, lo que permitió hacer una carrera consolidando el triunfo, pero nuestras rivales vendieron cara la derrota.
El partido estaba empatado a cinco carreras después de siete entradas. Yo estaba muy nerviosa cuando la entrenadora me dijo que entrara a batear. -Mándala a las tribunas-, me ordenó Paula. Moví cabeza, acomodé mi gorra y salí decidida a la cancha, meneando mi bate. Las muchachas me alentaban. -¡Tú puedes, Tati!-, me vivaban.
Medí bien el viento, la ubicación y miré a la lanzadora argentina. Tenía brazos largos. El primer lanzamiento no la atiné. Fallé por poquito. Me enfurecí y en el segundo la agarré exacta, mandando la pelota muy pero muy lejos para desesperación de las rivales.
Eché a correr como una bala, igual que las otras chicas que estaban en las bases, y logramos la carrera en forma espectacular. Cuando llegó la pelota a la jardinera, yo ya había completado la carrera y brincaba como un canguro celebrando.
El punto decisivo lo consiguió Estela Berrocal. Logró tres anotaciones y ponchó a las bateadoras contrarias. Así hicimos las carreras suficientes para ganar el partido y avanzar a las semifinales.
En los vestidores nos volvimos, otra vez, locas tirándonos agua, cantando, bailando saltando y haciendo el trencito. Me echaron hasta los rehidratantes y yo aullaba frenética. Paula me abrazó muy efusiva. -Bien, Tatiana, bien-, no dejaba de repetirme. Vanessa latigaba su buzo y López y Berrocal movían sus pelos como aspas de molino. Todos estábamos alborozadas por el triunfo.
Nos dieron la noche libre. La doctora del equipo, la señora Benítez, revisó mi tobillo derecho. Me lo había doblado en la última carrera, sin darme cuenta, y recién cuando celebrábamos, se me hinchó como una sandía.
-Ay, Tati, esto está serio, pudiste haberte roto el tendón-, se molestó la doctora. Me puso mucho hielo y me dijo que me quedara en mi cuarto.
-Pero yo quiero divertirme con mis amigas-, protesté.
-No, señorita, usted se queda-, me ordenó. Vanessa había terminado de cambiarse y estaba regia con su camiseta y su short jean. -Te cuento si veo algún chico lindo en la villa-, me bromeó. Yo le tiré un almohadazo.
Veía la televisión cuando timbró mi móvil.
-¿Aló?-, me sorprendí.
-Hello, my little beautiful peruvian girl-, era Jones Keston.
-Hola, me lesioné jugando, dicen que es serio-, renegué, haciendo chirriar mis dientes.
Keston hizo una video conferencia. Ay, me sorprendió. Tenía mis pelos sueltos, no me había pintado y seguramente estaba fea.
-Qué hermosa estás-, me dijo sin embargo. Pensé que me bromeaba.
-¿A ti qué tal te fue?-, me interesé.
-Bien, bien, bien, very good, ya estoy en las finales-, me contó.
-Oh, muy God-, me emocioné.
Pero Jones no quería hablar de deportes. -He pensado mucho en ti, Tatiana-, me dijo.
Las llamas empezaron a prenderse en ms entrañas. Mordí mis labios y empecé a jugar nerviosa con mi pelo.
-Tú eres un gran velocista, tienes tan solo 21 años, muchas chicas te adoran-, le dije, tratando de ser modesta.
-Y tú tienes 19-, echó a reír, azorándome aún más.
Él estaba hermoso. Se había hecho rayos con sus rulos y tenía la mirada divina, mágica, muy masculina. Veía sus dedos enormes cuando me hablaba y me rendía a su barbita incipiente. Me mostraba los vellos de su pecho y estiraba su sonrisa. Yo ardía en llamas.
-¿Por qué rompiste con Heather?-, pregunté.
-Ella tiene sus gustos. Yo la respeto y mucho, la valoro bastante. Me encanta demasiado, es verdad, pero ella tiene su forma de ser, su propio mundo ¿me entiendes?-, me dijo refiriéndose a la nueva pareja de ella.
Yo le mostraba mi lengüita, mis dientecitos, movía mi hombro, jalaba mi pelo, lo acomodaba detrás de la oreja, quería lucir coqueta.
-¿Te han dicho que eres bellísima?-, me halagó.
-Muchas veces-, me hice la interesante.
-Me gusta tu pelo, es divino, tienes una miradita muy dulce y la forma como ríes me deschava-, insistió.
-¿Solo eso te gusta?- dije moviendo mi rodilla.
-Muchas otras cosas pero no te las diré-, estalló él en carcajadas.
Quedamos en vernos en el desayuno. Jones no competería hasta el sábado y yo estaba lesionada por lo que no estaría en el partido contra Cuba. La entrenadora me dijo que me quedara en el hotel.
A la mañana siguiente, Jones ya estaba en el comedor. Yo bajé la escalera rengueando, apoyándome en las barandas.
-Uy, mi amor, estás bastante malita-, corrió a ayudarme. Me alzó en vilo como una marioneta.
-Sí, me duele bastante-, me quejé.
Pedí tostadas y jugó. Él desayunó huevos fritos.
- ¿Tú vives en Kingston? -, le pregunté.
-No en Falmouth ¿conoces?-, me miró sonriente.
-No, pero quisiera conocer-, reí.
-Yo quisiera conocerte a ti-, insistió aún más insinuante, Jones.
Una hora más tarde estaba desnuda en sus brazos, gimiendo y suspirando como loca, mientras él besaba mi cuello, acariciaba mis nalgas y me apretaba contra la cama con vehemencia. Jones era un toro impetuoso. Sus manos iban y venían por mis curvas, por mis muslos, acariciaba mi trasero con desenfreno y encendía mis llamas como una inmensa antorcha. Yo sentía el fuego chisporroteando en todo mi cuerpo y no dejaba de suspirar febril mientras lamía mis pezones y estrujaba mi piel sin detenerse.
Gozaba con su piel dura, áspera, su cuerpo macizo, igual a un roble, y sentía su virilidad haciéndose enorme, de fierro, desatando mis deseos de ser sometida a su poder.
Quedé sujeta a su pecho enorme, como un tractor, lleno de vellos, que me hizo parpadear sumida en el delirio admirada a sus bíceps igual a un cerro, y sus muslos idénticas a las grúas. Me aplastó sobre el colchón sin compasión y comenzó a morder mis brazos y pezones con desesperación y desenfreno.
Intenté aferrarme a su espalda con mis uñas, presa de la emoción, pero no podía. Yo estaba obnubilada, sometida a él, vencida por su desenfreno, hipnotizada a sus carnes poderosas. Traté de morder sus bíceps, golpear su cintura con mis rodillas, incluso clavé mis uñas en sus nalgas, abriéndole surco, pero él seguía sometiéndome sin parar, avanzando en mis campos y valles, igual a un caudaloso torrente, desbordándose en toda mi pequeña geografía.
Quedé vencida, sometida a él. Cerré los ojos, disfrutando de ese mágico momento que él invadía mis entrañas, igual a un caudal, llegando hasta mis abismos más lejanos, a mis profundidades más remotas. Le pedía, en mi desenfreno, que lo hiciera más y más fuerte, que no tuviera compasión conmigo, jalándome los pelos, mientras él martillaba mis entrañas, una y otra vez, igual a un taladro que no tenía respiro y me dejaba sin aliento, con la boca descolgada, respirando acelerada y mi cuerpo entero convertido en una tea, echando llamas.
Quedé hecha una piltrafa, sin resistencia sobre la cama, con mis pelos desparramados en la almohada, sin aliento, exhalando sexo, parpadeando con dificultad, mi corazón bombeando de prisa y mis pezones endurecidos como rocas.
Jones lamió toda mi piel, no dejó centímetro alguno sin la rúbrica de su boca. Conquistó mis acantilados más preciados y se embriagó con mis cascadas, hasta quedar borracho de mi deífico sabor.
Quedó recostado sobre mis senos, con sus brazotes sobre mí, dejándome sin espacio, incluso, para poder respirar. Su espalda tan maciza me aplastaba sobre la cama. Comprobé, además, la firmeza de sus nalgas y eso volvió a encender mis llamas. Resurgí entre las cenizas, impetuosa, acariciando sus vellos, sus músculos, sus bíceps hasta quedar borracha de ese hombre.