Capítulo 33
894palabras
2023-04-26 18:43
La entrenadora nos dio la noche libre, pero Katty nos prohibió salir de la Villa Panamericana. -El permiso es solo aquí-, dijo misma generala, con los brazos cruzados y los talones juntos.
Me había obsesionado con Jones. Quería verlo otra vez. Busqué a Heather Phillips para que me diga dónde estaban los integrantes de atletismo. Su equipo había perdido y tenía la cara ajada, el ceño fruncido y estaba tumbada a un sofá, con la boca estrujada.
-Hola, Heather, espero se recuperen en el próximo partido-, le dije tratando de ser cortés.

No me contestó. Siguió mirando las luces, con el rostro lleno de surcos.
-¿Y dónde se alejan los atletas?-, fui al grano, tratando, sin embargo, de no ser tan evidente.
Phillips no era tonta. -Ahhhh, quieres ver hombres-, sonrió coqueta. Su enfado se fue evaporando rápidamente.
-Ajá, sonreí también pícara, me gusta ver a los buenos potros-
-Están en el otro edificio, el que sigue a éste, si ves a Keston le dices que es un idiota-, me dijo divertida.
Limpié mi buzo con las manos, me solté el pelo, mojé mis labios con la lengua y fui a paso seguro al otro edificio. Habían muchos chicas y chicos, de diferentes países, conversando en los jardines, en las escaleras, y en los senderos, se hacían bromas, soltaban risotadas, bailaban. Un bus llegaba con los competidores de la jornada vespertina.

Me alcé para ver la puerta, cuando bajaban los deportistas, unos molestos, otros alegres, la mayoría indiferente. Pasaron raudos, hacia las escaleras de su edificio. Me sentí frustrada. Mordí mi lengua y metí las manos en los bolsillos, defraudada y decepcionada, y al voltearme para irme, ¡plop! me estrellé con una pared.
-Hola-, me dijo. Era él, Jones Keston.
Alcé la mirada hasta el infinito, porque él era grandote, más alto que los edificios de la Villa Panamericana. Reía mirándome boquiabierta, estupefacta, pálida y con los ojos desorbitados. Quedé muda y mi corazón empezó a bombear de prisa.
-Yo, yo, yo-, tartamudeé hecha una estúpida viendo los músculos de sus brazos. Tenía un bividí que descubría todo su encanto tan varonil.

-Yo también-, respondió y estalló en risotadas.
-Who is your friend? She is very pretty-, dijo uno de sus amigos que jugaba con un cubo.
-She is peruvian, she plays softball, she is very good, the bad thing is that she likes athletes-, respondió Jones, riéndose a carcajadas.
Me puse seria. Crucé los brazos y alcé mi naricita.
-Well, Mr. Jones Keston, you must know that I speak english very well-, le dije apretando mis labios.
Keston descolgó su quijada. -Ah, vaya, qué sorpresa-, se azoró.
Fuimos por los jardines. Sus amigos nos miraron indiferentes. Yo pensaba que harían chacota que estemos juntos, pero no, nada, era como si fuera lo más natural del mundo.
-Hice buena marca en la mañana, avancé a la siguiente ronda-, me contó. Él corría los 110 con vallas, una prueba de absoluta flexibilidad, para superar los obstáculos, y velocidad. Deduje que sus piernas largotas le eran una gran ventaja.
-¿Solo te dedicas al atletismo?-, intenté indagar sobre él. Mi corazón se aceleraba en el pecho, sentía mariposas dando vueltas en mi estómago y el fuego empezaba a subirme desde los tobillos, poniendo en ebullición mi sangre.
-Estudio gerencia deportiva-, me anunció. Se recostó a un árbol y empezó a mirarme. Comenzó con mi pelo aleonado, luego mis ojos, mi nariz, mis orejas, le divirtió mis aretes y luego se estrelló con mi sonrisita nerviosa, febril, evidentemente alterada estando junto a él.
-Yo estudio derecho, voy a ser abogada-, intenté ocultar mi nerviosismo, pero la saliva que resbalaba por mi garganta sonaban como cañonazos. No dejaba de moverme tampoco. Juntaba las piernas, movía las caderas, alzaba las manos, las cruzaba, las ponía en la cintura. No sabía qué hacer delante de él, porque las llamas me volvían una antorcha.
-¿Tienes novio?-, preguntó entonces, mirándome a los ojos. Ay, quedé desparramada al suelo, derretida como mantequilla. ¡Qué forma de mirar! Me hipnotizó por completo y volví a tartamudear como tonta. -No, no, no, sí, sí, no no-, decía hecha una babosa.
Jones levantó mi mentón con uno de sus dedos gigantes e inclinándome un poco (no era tan enana a su lado, tampoco, je), me besó. Ahhhhhhhhh, suspiré estremecida, eclipsada, obnubilada. Cerré los ojos y me sentí en el país de las maravillas correteando en el arcos iris, muchos destellos y un millón de luces revoloteando por mi cabeza. Ayyyy, qué delicioso beso. Me llevó de un brinco a las nubes y mis manos se desplomaron hasta mis rodillas, convertida en una piltrafa, seducida a ese ósculo tan dulce, deífico, romántico, varonil que me hizo vibrar. El fuego, entonces, me calcinó por completo.
Paladeé su beso como una quinceañera. Chupé toda su boca y él siguió disfrutando de mis labios, sin detenerse, saboreándolo igual si fuera un caramelo. No quise despegarme de su boca.
-Eres muy hermosa, Tatiana-, me susurró. No supe qué decirle. Me quedé sin habla, petrificada, aún eclipsada por su beso.
-Debo ir a dormir, me dijo, entonces acariciando mis pelos, mañana nos vemos a la misma hora, en el mismo lugar-
Me dio otro beso, esta vez más simplón, y se fue, tan alto como un poste. Quedé Allí, parada, reducida a un montón de cenizas, pero disfrutando, aún febril, ese beso tan exquisito.