Capítulo 25
1504palabras
2023-04-18 18:33
BALADA DE UN FRACASO
Lo vi.
Fabián se tiró al sofá desconsolado. Gimoteó e hizo fuerza para no llorar. Su cabeza era un laberinto y quería estallar. Le zumbaba como si hubieran mil mosquitos rebotando en los sesos, encendiendo fogonazos que le herían y le provocaban las lágrimas que ahora nublaban sus ojos. Vio su imagen derrotada en el espejo. Tanto cuidado que tuvo en arreglarse y peinarse para terminar convertido en una figura desaliñada y tétrica que le espantaba. También se convenció que aquel no era un camerino sino su propio sepulcro. Una pestífera cueva, iluminada de teas moribundas que al entreverarse, formaban su nombre, recordándole su fracaso, martillándole el cráneo.
Buscó la puerta pero en ese túnel oscuro y profundo, no habían salidas. Las velas danzaban al compás de sus gemidos y las risas salían del fondo, fingiendo aplausos en su amarga tristeza.
Todos sus sueños estaban desperdigados en el piso, llenándose de polvo, arrastrados por la melancolía. Se acordó cuando era chico y no tenía más futuro que perseguir fantasías y hablarle a su sombra, imaginándose famoso, cargado de joyas y halagos. ¡Cuántas veces oyó lo mismo! Que sería ídolo. Ahora se odiaba por terco y presumido y por hacerle caso a las vanas esperanzas y a las mentiras que le llovían como aguacero, engañándolo, convirtiéndolo en títere de las vocinglerías.
Trató de levantarse, pero las piernas le temblaban y sus manos le pesaban. Su alma hecha pedazos, se le amontonaba en la espalda y lo retenía al cuero, atenazándolo, atándolo a su cruel realidad. Paseó su recuerdo por las antiguas amigas que sólo aparecieron un rato y después se fueron con los silbidos y las deudas. Arrumada en el ayer estaba la carita de ángel de Raquel, la novia de mocoso. En su billetera llevaba una tarjeta de ella que guardó siempre como talismán desde aquella noche del debut en un antro de La Victoria. La volvió a leer con dificultad: a mi estrella favorita.
Evocó la noche cuando borracho con Saúl y Ramón, les dijo que haría millones y formaría su propia orquesta, que pasearía por el mundo y conocería grandes artistas. Esa vez, viendo resbalar la espuma de los vasos, gritó que así sería su futuro... pletórico de éxitos y dinero.
Ya no tenía un céntimo. La orquesta que lo acompañaría en la noche de la revancha como la llamó, le cobró hasta sus últimos ahorros. Tuvo que firmar pagarés y recibos por el local y la cerveza. Debía hasta las medias. Por eso confió sus esperanzas en un lleno total, en los amigos del barrio que nunca faltaban a las borracheras en su casa, cuando su carrera parecía ir viento en popa, como la vez que le ligó un contrato para inaugurar un salsódromo en Barrios Altos. Mas esa noche todo salió al revés. Afuera no había nadie. Ya eran las once. El show debía empezar a las ocho...
¿Qué pasó? !Quién sabe¡ Su melodía era monótona y desabrida, desentonaba con los acordes y él parecía llorar en las canciones, decían. Cuando llevó a una disquera la pista que grabó y pagó vendiendo su preciado equipo home theater, el gerente le tiró la puerta en las narices.
- ¡Esto es una porquería!-, le gritó. Allí empezó a caer.
Recién comprendía - en mala hora- que esos aplausos en las fiestas de Porfirio eran porque todos estaban ebrios y que Félix se aprovechó de él y lo exprimió como naranja, sacándole hasta el último de sus soles, diciéndole que tenía un gran futuro y que le llevaría la carrera. Pecó de inocente y cayó en las redes del mal amigo y los avivatos que le cobraban siempre un "sencillo de representación" en los vacilones, los tonos y quinceañeros. Fabián gastaba y gastaba, pensando en el estrellato, sin darse cuenta que resbalaba a un abismo profundo. A su propia tumba.
¿Por qué lo aplaudían? ¿Por qué tanta mentira? ¿Qué hizo mal? Todas las preguntas caían como alud sobre su cabeza, aplastándolo, haciéndolo maldito y despreciado consigo mismo, inerte en el sofá del cuartito que improvisó como camerino. ¿Qué sería de Rosa, Raquel, Giovanna - la que se le insinuó, apenas un mayorista de La Victoria le pagó mil soles por cantar el happy birthday en su cumpleaños- Betty? En esa noche de su derrota, estaban muy lejos. Como siempre lo estuvieron. Ajenas a sus sueños.
Gastó mucho en carteles. Él mismo los pegó en las esquinas y repartió volantes en la Plaza Dos de Mayo y el Jirón de la Unión. Fue a una emisora y pagó por un spot. "La gente irá como moscas", le dijo el panzón que hacía de locutor y que guardó rapidito el dinero en su saco. Una tarde que iba por 28 de Julio, alguien le gritó fuerte desde un auto. -¡Suerte, Fabián! ¡Allí estaré!-
Nunca apareció.
El dueño del local vociferó tras la puerta. - Tú dirás, Fabián...-
Al fin reparó en esa maldita puerta. Siempre fue su enemiga. Le agarró la cólera porque nunca se abría pese sus llantos y ruegos. Jamás dejó de tenerla pegada a su nariz. Tocó muchísimas y la eterna, despreciable respuesta escabulléndose por una rendija: - ¡Quita, mediocre!
Salió arrastrando la guitarra. Pancracio lo vio divertido. - Ojalá le gustes a los fantasmas-, barulló y estalló en carcajadas.
Fabián ya lo sabía. Sólo estaría Humberto, su amigo de infancia y de toda la vida. Le advirtió tantas veces que malgastaba su dinero, que lo vivían y se arruinaba por un absurdo. Nunca lo escuchó. Hoy estaba llorando en la silla, viéndolo derrotado. Los pelos revueltos, la camisa desabrochada y la cara mojada por las lágrimas. También habían otros cinco fulanos, pero estaban borrachos, tumbados a la mesa, roncando como paquidermos, ignorantes del drama de Fabián.
- No llores por mí, Humberto-, dijo en el micrófono.
Humberto maldijo ser un misio, vivir arrancado, existir de cachuelos y dádivas y no poder ayudar al amigo en ese momento. Pero no tenía caso. Era inútil pensarlo en ese momento.
Fabián cantó un par de melodías, lo mejor que pudo, mas la voz se le quebraba por la pena y el sentimiento humillado. Delante del escenario evocó su infancia. Las veces que cantaba en las actuaciones del colegio y recitaba absurdas poesías ante la risa loca de la chiquillada. Siempre el deseo de ganar aplausos, creerse un campeón. ¡Cuándo daría por volver a empezar! Bah... eso también era otra tontera.
No se despidió. Tiró la guitarra y se fue apurado por entre las mesas, mientras la orquesta siguió tocando por compromiso. Humberto ya se había ido. No resistió ver a su amigo humillado, haciendo el ridículo. Lo dejó solo en su hora más trágica.
Fabián caminó mucho sin saberlo, convertido en zombie hasta un puente que había por allí. Miró hacia abajo.
- Mierda que importa la vida- rezongó.
Fabián se suicidó cuando aún no cumplía los 23 años.
También lo vi.
*****
Yo pensé que conocía a Fabián. Su rostro que emergió en mi pesadilla me parecía conocido. Lo había visto antes, incluso lo escuché cantar y me gustaban sus melodías. Esa tarde, cuando terminamos de entrenar en el diamante, me fui con Vanessa, en su auto. Ella tenía que probarse varios vestidos para asistir a un matrimonio de una amiga y me pidió que le ayudara a escoger el mejor. Después de entrar a la Panamericana, nos fuimos hacia Javier Prado. Vane decía que ya era tarde y por eso estaba apurada.
Sin embargo, cuando llegamos al puente que estaba al lado del Jockey, había una gran entrevero de carros y no había pase.
-¡Maldición!-, refunfuñó Vanessa, golpeando el timón.
Yo saqué mi cabeza por la ventana y traté de adivinar qué es lo que pasaba.
-Un tipo se ha matado, así dijeron en la radio-, me aclaró el taxista que fumaba un cigarro, en su unidad, escondido tras lentes negros.
-Ay, pobrecito, le dije, ¿cómo fue?
-Se tiró del puente-
Sabía que era el tal Fabián. Miré a Vanessa.
-¿Conoces a un cantante Fabián?-
Vane estaba demasiado molesta. -No, no sé quién es, ¿por qué?-
-Creo que es el que se ha matado-
-¿Cómo lo sabes?-
-Intuición femenina-, eché a reír como una tonta.
La policía logró hacer andar los autos y desenredar el grotesco entrevero. Fue lento pero efectivo. Cuando Vane se disponía a cruzar, justo se llevaban el cuerpo del infortunado sujeto. Un bombero nos pidió que esperemos unos instantes.
-¿Qué pasó, jefe?-, le dijo Vane. Al bombero le dio risa que le dijera jefe.
-Un suicidio, señorita-
-¿Algún famoso?-, preguntó Vanessa.
-Sí, un cantante. Su nombre artístico era Fabio o Fabián. Aún no tenemos su nombre real-, le aclaró.
Vanessa se puso pálida, desorbitó sus ojos, descolgó su quijada y me miró absorta.
-Eres buja-, me despellejó con su mirada.
Yo ya me estaba acostumbrado a esos extraños sucesos que me perseguían y me tenían angustiada y sobrecogida. Me remoliné en el asiento y suspiré desgarrada.
-Intuición femenina-, volví a repetir chirriando mis dientes.