Capítulo 24
1636palabras
2023-04-17 18:47
PELEA
Nunca vi pelearse a dos amigas. Ni en el colegio. Yo le he jalado el pelo, furiosa, a alguna niña cuando me empujaba y también le di una patada a otra tonta que me molestaba diciéndome fea, pero jamás había visto a dos chicas agarrarse a trompadas y arañazos, sin saber qué hacer para evitar que se maltraten. Ocurrió que Giuliana y Fransheska estaban enamoradas de Hamilton. Todos ellos estudiaban conmigo derecho. Como les he contado otras veces, mi círculo de amistades se reduce al softbol y la facultad. En el barrio no conozco a nadie, no me trato con los vecinos y ellos nos dicen "los parias" porque mis padres tampoco tienen mucho contacto con ellos. Siempre ha sido así, desde muchos años atrás.
Yo pienso que Hamilton era malo. Jugaba con los sentimientos de Giuli y Fransheska y le gustaba que las dos se rindieran a sus pies, lo idolatraran y me imagino que, a solas, con cada una de ellas, se aprovechaba y se apoderaba de sus encantos. A mí no me gustaba él. Lo veía antipático, creído, patán y soberbio. Era campeón en fútbol, jugaba en un equipo de la profesional y había sido convocado, varias veces, a la selección. Entonces era muy codiciado y cotizado por las chicas. Y las tontas de mis amigas cayeron en sus redes y se derretían por él.

La otra vez que estuvimos conversando en el jardín de la facultad, yo le dije a Fransheska que Hamilton era un aprovechador.
-Ay no seas celosa, me disparó, Hamilton es lindo-
-Está jugando contigo-, le insistí.
-Lo que pasa es que le tienes ojeriza porque no está contigo-, se entercó.
Giuliana también estaba enceguecida con ese chico. -Hicimos el amor en la playa, ay, es un hombre divino, machazo, me hizo delirar, me estremeció, me llevó a las estrellas con su ímpetu-, me contó camino a nuestro aula.
-Él solo te quiere porque tú le das todo-, le aclaré seria, con mis brazos cruzados.

-Ay, no seas tonta, Tatiana, él está loco mí-, me respondió.
Es verdad ese refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y mis dos amigas tenían una venda enorme en sus ojos.
Stéfani me pidió no intervenir más en ese insólito trío. -Esto va a reventar y podrías estar al medio-, me recomendó.
No podía imaginar cómo hacía Hamilton para enamorar a dos chicas a la vez, citarlas en diferentes horarios, hacerlas suyas en distintas circunstancias y aparentar que todo estaba bien delante de las dos sin que una sospeche de la otra. Los tres estudian juntos, se frecuentan constantemente, se miraban, se hablaban, se mandaban mensajes, emojis, selfies y ni Giuli ni Fransheska parecían saber que Hamilton coqueteaba tanto con una como la otra. Igual a una telenovela cómica.

La mecha se encendió, entonces, en la casa de Marisol, en La Molina. Celebraba su cumpleaños e invitó a todas las amigas de la facultad. Su casa era un hervidero de gente porque habían venido también sus amigas y amigos de la infancia, vecinos y conocidos.
Me puse un minivestido floreado, zapatos con taco alto, llevé una cartera de mano, me hice un alisado con mi cabello y llené mis dedos y muñecas de anillos y pulseras. Stefi también estaba regia con un sastre rojo e igualmente se había alisado su pelo.
-Lindas las hermanitas-, bromeó Marcio.
El papá de Stéfani nos había dejado y en efecto, las dos parecíamos cortadas por la misma tijera. Medíamos igual, éramos bien flacas, el mismo pelo y la naricita terminada en punta. Quizás por eso Stefi es mi mejor amiga, porque es mi alma gemela.
La piscina en la casa de Marisol estaba repleta, no cabía un alfiler y no se podía bailar bien, tampoco. Marcio me dijo que mejor estuviéramos en la sala, tomando cerveza.
Allí se equivocó Hamilton. No debió ir, pero sus afanes de diversión lo vendieron. Por eso siempre he dicho que el aprovechador al final tropieza con su propia lengua. Y él la pisó, por que era muy grandota, y se fue de narices al suelo.
Giuliana le había dicho a Hamilton que no iría a la fiesta, por lo que él pensó que podría estar junto a Fransheska, como se dice, sin moros en la costa. Él sabía que habría mucha gente en la fiesta y podría, literalmente, echar mano de Fran.
Y en efecto, allí, desde nuestro sofá donde estaba con Marcio, vi a Hamilton agarrándole las nalgas a Fransheska.
Me embutí de chizitos, sin perder detalle de lo que ocurría, cuando, de repente, apareció, de la nada, emergiendo entre la vocinglería, Giuli, mirando fijamente a Hamilton y Fransheska, bien acaramelados.
Miré a Giuliana y estaba con los ojos desorbitados, la quijada descolgada, absorta y entumecida, apretando los puños. No podía creer lo que veían sus ojos.
Ella había escuchado muchos rumores de que entre Hamilton y Fransheska había algo, pero siempre se encegueció que eran celos de la gente porque estaba saliendo con el ídolo máximo de la facultad.
Giuliana se fue furiosa de la fiesta, corrí para tratar de calmarla, pero se perdió en la multitud. Marisol me jaló el brazo sorprendida.
-¿Qué pasa, Tati?-, se extrañó viéndome perpleja.
-Ay, pronto empezará la tercera guerra mundial-, dije irónica, apretando mis labios.
Y la guerra empezó en el mismo campus, antes de las clases de Principios y personas. Yo llegué temprano porque tenía que presentar un informe que me exigía la profesora de Teoría de derecho II, y cuando me dirigía al aula, vi a Giuliana discutir agriamente con Fransheska, con muchos ademanes.
Bajé las escaleras dando brincos y quise evitar que la sangre llegara al río, pero fue tarde. Fransheska le dio un puñete en la nariz a Giuli y ella reaccionó metiéndole un cabezazo que la tumbó al piso a su rival de amores.
Eso fue horrible. Mis dos amigas se trenzaron en puñetes, patadas, arañazos, insultos, bramidos y todos los demás y lo peor es que nadie intervenía. Los chicos se reían, las mujeres estaban divertidas, haciendo un círculo y ningún profesor se animó a cortar la gresca.
Me metí entre las dos. Me arañaron la cara, me jalaron los pelos y hasta recibí una furiosa patada de Fran, que resistí estoicamente, pero logré separarlas, con mucho sacrificio.
-¡Cálmense! ¡Cálmense!-, suplicaba. Recién Marisol, Stéfani y también Pamela y Poli que se alarmaron por el alboroto, me ayudaron a contener a mis amigas que se maldecían, se insultaban y se amenazaban.
Marcio, alarmado también por el bullicio, apareció para ayudarme a recoger mi mochila, mis libros y pasó su pañuelo por los surcos que me dejaron las uñas de las dos en mis mejillas. Yo lloraba y tenía una cólera inmensa, a punto de estallar en un millón de pedazos.
-¡Son todos una basura!-, grité sollozando al enorme círculo que había rodeado la pelea, riéndose y celebrando alborozados.
*****
Patty, la secretaria del decano, me llamó. Me dijo que él quería hablar conmigo.
-Está furioso, Tati, trata de no exaltarte, contrólate-, me aconsejó. Pasó sus manos por mi pelo y volvió a reiterarme que responda tranquila y serena. -Respira hondo-, me recomendó.
En efecto, el decano estaba enardecido. Me mostró un diario sensacionalista. "Mujeres se pelean por futbolista", decía.
-Han subido el video de la pelea en el YouTube y es viral-, me dijo indignado.
Pasé mis pelos detrás de la oreja. -¿Por qué me ha llamado, señor decano?-, me extrañé.
-No te hagas la tonta, Tatiana, me miró fijamente el decano, interviniste en la pelea y al final gritaste que todos eran una basura-
Patty entró a la oficina llevando gaseosas. Me miró de reojo y puso su boca arrugada. El mensaje era clarito: ¡calma!
-Disculpe, señor decano, pero yo intervine para separarlas. Si ve bien el video yo me interpongo entre las dos. Y si insulté a todos fue porque me dio cólera que nadie haga nada-, dije serena, sin sobresaltarme.
-Es verdad, señor decano. La señorita Rivasplata logró separarlas a las dos jóvenes que se estaban peleando-, me defendió Patty.
El decano tenía lista mi suspensión. Estaba en su pantalla. Lo vi de reojo y mi corazón se puso como loco rebotando en mi pecho.
-Mire usted el video, señor decano-, pidió Patty.
El decano repasó el YouTube y repitió una y otra vez donde yo intervenía. Se me veía zarandeada por las iracundas mujeres.
-Ahhhh-, no más dijo el decano. Sorbió su gaseosa.
-Puede retirarse, señorita-, me dijo sin verme.
Patty, se sentó en su escritorio, y me sacó la lengua cuando ya me iba. Siempre lo hacía. Era su clave para decirme que todo estaba bien. Y yo le respondía juntando mis pupilas, poniéndome virola. Esa vez lo volví hacer y nos reímos mucho. Había salido bien librada después de todo.
Lo malo fue que Giuli y Fransheska fueron expulsadas de la universidad y Hamilton, de vergüenza, no fue más a clases.
En la cafetería nos juntamos Poli, Stefi y yo. Le pedimos a Pamela agua mineral.
-Si te hubieran hecho caso, nada de esto habría pasado-, dijo Pamela sirviéndonos el agua.
-Hamilton no ha dicho nada. ¿Creen que seguirá con ellas?-, preguntó Poli.
Bebí el agua y suspiré. Exhalé mi furia contenida.
-Ese hombre no merece ser feliz-, dije seria.
*****
A veces pienso que mi boca es bífida. Por eso, quizás, me atormentan esas pesadillas. Acumulo decepciones y amarguras, enfados y angustias, como una esponja. No soy hipócrita, tampoco, y digo lo que pienso. Eso me ha traído muchos problemas. También me ha sumido en el desconcierto como ese día: Hamilton sufrió una gravísima lesión, jugando un partido oficial, que le impedirá, por siempre, seguir practicando el fútbol. Y eso sucedió en el mismo momento que yo dije que "él no merecía ser feliz".