Capítulo 21
1338palabras
2023-04-14 18:46
LA LARGA NOCHE
-Doctor, dije por el comunicador, el paciente despertó-
Gerónimo Martínez había abierto los ojos con dificultad. Sus párpados parecían abanicos, golpeándolos varias veces con desesperación, tratando de acostumbrarse a los destellos de la luz, colándose por tajadas en las persianas entreabiertas y el enjambre de brillos que revoloteaban en el cuarto, yendo y viniendo como luciérnagas en noche apagada. La boca la tenía seca por un tubo que atravesaba su nariz y quizás sentía una tenaz punzada, raspándole la garganta. Una de sus muñecas le picaba. Quiso rascarse pero estaba muy cansado, famélico y vacío. Movió apenitas los dedos de la otra mano, trató de empinar el codo, pero el brazo se derrumbó a la cama, idéntico a un pesado plomo. Ladeó la cabeza a los lados y la sintió hueca, sin ideas, con un largo zumbido rebotando en sus sesos. La frente hinchada hundiéndose a sus mejillas y las sienes apachurradas.

- Qué tranca la de ayer-, balbuceó, tomando mis manos.
Creo recordó alguito, a su primo Felipe, sirviéndole más cerveza. Luego todo le era oscuro. Sombras que nublaban sus ideas, igual a una densa neblina y callejones tétricos que lo ponían mareado y con ganas de seguir durmiendo. Sus ojos volvieron a cerrarse cual telón, cayendo despacio sobre aquel extraño escenario de destellos ardientes, quemándole la mirada.
Cuando llegó el doctor, Martínez se había vuelto a derrumbar en la oscuridad.
-Cambie el intravenoso-, me ordenó el galeno.
Martínez, sin embargo, volvió a despertarse luego de un rato y ésta vez sus párpados se empinaron hacia las cejas con resolución. Limpié su frente, acomodé la almohada. -Llamaré a su familia-, dije estirando una sonrisa, tratando de infundirle animosidad.
De repente había mucha gente rodeándolo, haciéndole círculo. Una mujer chillaba y sus aullidos le llegaban como altavoces, apretándole aún más las sienes a Martínez. Su hermana Betty lloraba. Le dio pena verle la cara bañada en lágrimas y sus labios temblando por la alegría. Gerónimo trató de recuperarse pero le puse las dos manos en su pecho.

-Aún no, le pedí, siga descansando-
Él no tenía deseos de hablar. Sus fuerzas se desparramaron en la cama y su pesada cabeza se sumergió de nuevo en la almohada.
- Es mejor que descanse-, supliqué.
- No, protestó Betty, ya ha dormido demasiado tiempo-

Eso sí le sonó extraño a Martínez. Evocó a Felipe y la fiesta de la noche anterior en Huacho. Había estado bebiendo desde el mediodía, luego del matrimonio civil de Maritza, su sobrina. Brindaron con whisky y después le metieron cañazo. Sin embargo, al instante, las imágenes se entreveraron en una horrible mezcla de colores y voces hasta que otra vez, la despiadada neblina copó sus sentidos, oscureciendo por completo sus enredados pensamientos. La tercera vez que despertó, Gerónimo recordó bien aquella noche. Estaba demasiado ebrio y Felipe y Roberto, su cuñado, lo llevaron trastabillando al terminal de buses. Iba casi colgado de los dos. Lo acomodaron en uno de los asientos, se acurrucó en el cuero y se quedó profundamente dormido.
-No haga mucho esfuerzo-, le dije.
- ¿Qué pasó? ¿tanto problema por una resaca?-, me preguntó.
La cuarta vez que Martínez estuvo consciente, el cuarto se llenó de gritos, lloriqueos y abrazos, rezos que iban al techo y miradas tiernas.
- ¡Es un milagro!-, aullaban en su desbordante emoción, tintineando desesperadamente en el cráneo de Gerónimo.
- No griten-, imploró con voz trémula.
Betty se arrodilló y abrazó su cuello, llorando.
- Cuánto te he extrañado, cuánta falta me has hecho. No sabes lo que he sufrido por ti- , decía chocando con sus lágrimas.
Gerónimo paseó la mirada por esos rostros emocionados que no dejaban de verlo con compasión y reconoció a su vecino Willy, su compadre Beto y un jovenzuelo que se parecía a su hijo Tomás.
- ¿Dónde está Graciela?-, preguntó.
El silencio cayó como un hacha en el cuarto, fraccionando la emoción en un millón de pedazos. Todos quedaron mudos. Luego de un rato, el muchacho tomó aliento y habló.
- Papá, soy tu hijo Tomás-
La cabeza de Gerónimo ahora sí quería reventar. Tomás no tenía bigotes, era pequeño y sin tanto acné en la cara. Tragó saliva con dificultad y empezó a adivinar con premura. - ¿Mi hijo? ¿un doctor? ¿ésta cama?-
- Gerónimo, dije conmovida por su desconcierto, estuviste dos años en coma-
La frase le resultó desabrida, incomprensible, sin sentido.
- ¿Y dónde está mi mujer?-, preguntó.
- En Tumbes, allá vive- respondió Betty.
¿Por qué en Tumbes? Ella no tiene familia en Tumbes-, preguntó
- Se casó con Fausto-, intervino presuroso su hijo, con enfado.
Fausto había sido el socio de su padre en el negocio de edredones y siempre afanó a Graciela. Cuando ocurrió el accidente del bus que venía de Huacho y Gerónimo quedó en coma, su madre consiguió declarar al marido legalmente incapacitado. Por eso se casaron. Hoy vivían en la frontera y tenían un hijo. Tomás nunca le perdonó la traición.
Gerónimo Martínez supo en ese momento que todo había cambiado en dos años. Sus hermanos Pepe y Luis viajaron a Japón, tras que la tienda se arruinara por culpa de un incendio, Graciela vendió su casa de Surco y su adorada hijita Giovanna murió atropellada al mes que perdiera el conocimiento. La financiera donde guardaba su dinero quebró y robaron su carro. Nunca lo encontraron. Sólo su hermana Betty, no lo abandonó. Acogió a Tomás y pagó los gastos de la clínica. Ahora no tenía futuro.
En los días siguientes Martínez vio desfilar uno a uno, a sus amigos de jarana. Los infaltables en las fiestas que daba en su corralón cuando el negocio de edredones iba viento en popa, mas le extrañaba que todos tuvieran las miradas lánguidas y barullaban siempre frases tristes, subrayadas por una pena que lo angustiaba. Le parecía una pesadilla y quería despertar pero siempre estaban allí los destellos de la sala dando vueltas y estallando en ardientes fogonazos y la neblina que lo aprisionaba a la cama, cacheteándolo. La cabeza le pesaba, encadenándolo vilmente a la almohada y sentía adormecido todo el cuerpo. Se sentía despreciable, desahuciado e inservible. Una suma de sinsabores, clavados como astillas en su corazón. Una semana después no hacía otra cosa que llorar.
- Yo siempre estuve acostumbrado a pelear-, me dijo al fin, esa noche que su familia lo dejó solo y yo lo acomodaba para que pudiera dormir. Puse la luz a medio iluminar, acomodé una bacinica y chequeé una vez más el intravenoso.
-Yo soy bien macho-, balbuceó, conteniendo el llanto. No supe qué decirle.
-Me aborrece que me tengan lástima, las miradas tristes de la gente, pues destilaban lástima en sus lágrimas, compasión y dolor ¿usted me entiende, señorita Tatiana?-, me preguntó.
-Sí, señor, trate de dormir-, le pedí.
-No, protestó, ¿Por qué me miran así, con tanta pena?, yo no he muerto y voy a empezar de nuevo. No me rendiré. Volveré a triunfar en la vida-, dijo resoluto.
Y entonces, cuando Gerónimo Martínez quiso incorporarse, recién se dio cuenta que no podía mover las piernas. Se las habían amputado.
*****
Mi padre estaba abatido. Se dejó caer sobre el sillón y tiró el diario al sofá, desanimado, casi sin fuerzas. Me asusté. Me senté a su lado y rodeé mi brazo en su cuello.
-¿Qué pasa, papá?-, pregunté besando su sien.
-Nada. Un amigo del colegio, ha fallecido. Era un buen amigo-
-Oh, papá, sentí lástima, son cosas que siempre lastiman. ¿Lo conocí?-
-No. Ha sido toda una tragedia. Horrible-
Mi corazón empezó a bombear iracundo en mi pecho.
-¿Gerónimo Martínez?-
-Sí, hija, ¿te conté? Tuvo un horrible accidente hace dos años, quedó en coma. Hace poco despertó, imagínate, después de tanto tiempo. Su familia estaba contenta, pero, ya ves...-
-¿Qué pasó?-
Mi padre no sabía si contarme. Lo leí en sus ojos.
-Fue horrible hija. Se cortó las venas en el hospital-
Cerré los ojos. -¿Por qué lo hizo?-
-Creo no soportó la idea de haberse quedado sin piernas-