Capítulo 20
1187palabras
2023-04-13 18:47
MARCIO
Empecé a salir con Marcio. Estudiaba Ciencias Políticas y Sociales en la universidad. Quiere hacer carrera como político. -Se gana mucha plata-, me dijo cuando comíamos un sanguche de chorizo, con mucha mostaza, en el quiosco del campus. Yo reía con mi boquita embadurnada de ketchup. Tenemos carreras parecidas, coincidimos en varios cursos y así hice primero una bonita amistad, y luego él me invitó a salir. Al cine o a caminar por el parque. Es romántico, tranquillo, sencillo, tiene metas definidas y es además, muy curioso. Todo sabe y todo lo hace. Arregla caños y computadoras, pone parquet, sabe de electricidad y cambia plomos quemados. Es buen gasfitero y hace primorosos trabajos de carpintería. A mí me hizo un cofrecito para guardar mis joyitas y pulseras y también una alcancía con una llavecita. A mi mamá tanto le gustó que se lo agarró y allí guarda los soles que le sobran del mercado. A Marcio le dio risa el detalle.
-Mi madre también me decomisa los adornos que hago con retazos de madera-, me contó mirando el vuelo de los gorriones. Me gustan mucho esos pajaritos. Son muy inquietos como yo. Brincan siempre contentos, miran a todos lados, mueven sus alitas y vuelan entre los árboles igual a aviones a chorro.

-El parque da sosiego, me dijo, el verde del pasto, de los árboles, tranquiliza. Yo encuentro mucha paz en los parques-
Me gustaba Marcio. No era como otros chicos que de repente ya querían besarme, tocar mi rodilla o me hablaban con doble sentido, buscando excitarse. Él no. Hablaba de la naturaleza, de viajar por el mundo, de conocer muchos países raros y seguir los mismos pasos de Jesucristo en Belén o el monte Calvario.
-Debe ser alucinante conocer el Santo Sepulcro, Nazaret-, decía haciendo brillar sus ojos.
Yo le contaba que mi sueño era ser campeona Panamericana de softbol en Chile y él reía divertido. -Eso me gusta de ti, me alabaa deleitándose con mi sonrisita, tienes metas posibles, al alcance de tus manos-
Entonces lo besé. No me pude resistir a su forma de ser, a su mesura, a su manera de hablar cansina, serena. Me prendía mucho él como hombre, pero más su carácter apacible, ese era su mayor encanto. Yo podía untar su camisa reluciente con mostaza o tumbarle la gaseosa a sus jeans, pero él jamás se molestaría. Sacaba su pañuelo bien dobladito y limpiaba sus manchas con cuidado, incluso echándole salivita para que quede bien, sin reprocharme nada. Podría demorarme cien años pintándome la boca y él estaría entretenido mirando el celeste del cielo, sin molestarse, enfurecerse, desesperarse ni incomodarse.
Marcio se sorprendió cuando me colgué de su cuello y absorbí su boca como un extractor de jugos, queriendo emborracharme de su encanto, de su magia, de toda su virilidad. Le apreté la nuca para estrujarlo con mi pasión y hasta me subí a sus muslos ansiosa de sentirlo cadencioso y febril. Pegué mis senos endurecidos en su pecho y me pareció deífico, mágico, súper excitante, también sobé con mis muslos los suyos y el fuego empezó a calcinar mis entrañas igual a una potente llamarada, recorriendo todos mis campos, mis acantilados, los escarpados, los valles y manantiales, toda mi geografía. Y él disfrutaba de eso, de mi fuego, de mis pezones ahuecando su pecho y mis muslos pegados a los suyos, igual cabalgara a un potro virulento.

-Lo siento-, intenté disculparme por mi atrevimiento, pero él no quiso que despegara mis labios de su boca. Jaló mis pelos hacia él y me besó, ésta vez, con dureza, con pasión, con desenfreno, ahogándome en su febrilidad.
No pasaron ni dos días cuando hicimos el amor en una hostal. Él abrió su camisa y mostró su hercúleo pecho, lleno de vellos, que me hizo morder mis labios excitada. Yo ya era una tea inmensa chisporroteando fuego por mis poros, exhalando deseos de ser poseída y soplando las llamas que consumían mi cuerpo, hasta volverme una tea enorme.
Qué hermoso ese hombre, me dije, imantada a sus brazos enormes como troncos, a esos vellos que cubrían sus pectorales como una alfombra sensual y su sonrisa larga y apetitosa. Marcio me sacó la caffarena alzando mis brazos y se entretuvo mirando mis senos palpitantes, colgando como relicarios, igual a frutas maduras esperando ser mordidos por él. Lo hizo. Primero lamió mis pezones excitado y febril y después los mordió queriendo oír mis gemidos, mis ayes de excitación, mis suspiros prolongados.
Jaló mis leggins al suelo y me sentí prisionera de él, atada a sus pasiones, sometida a sus deseos, convertida en su esclava, en su propiedad, en toda suya. Pasó las manos por mi calzón, palpándolo, quizás queriendo sentir su tersura y luego apretó mis nalgas, haciéndome suspirar aún más. Cerré los ojos excitada, apreté mis dientes, intenté apartar su pecho, pero era imposible. Me aplanaba, me aplastaba pegada a la pared, sin darme ningún espacio, mordiendo mi cuello, lamiendo mis pechos, con sus manos atenazadas a mis glúteos, comprobando, una y otra vez, su firmeza.

Me arrastró a la cama. Yo ya no tenía defensas. Era un juguete a sus deseos. Mis llamas se habían desbordado tanto que estaba obnubilada, eclipsada en la fiebre intensa que me provocaban sus besos y caricias. Empezó entonces a conquistar todos mis rincones, mis límites más lejanos, llegó a mis acantilados y manantiales sin detenerse, sin dejarme respirar, gozando de mi intenso jadeo, enardecida, de pertenecerle a Marcio, de que conquiste todo mi cuerpo, que profane mis valles y llegue hasta los lejanos límites de mi ser.
Yo seguía gimiendo de placer y tenía las uñas aferradas a la cama. Marcio ya estaba desnudo y empecé a morderlo como una loba hambrienta, en sus brazos, su cuello, sus muslos. Cuando al fin pude desclavar mis uñas del colchón, abrí surcos en su espalda, escarbé su cuerpo con ira mientras él empezó a taladrar mis campos, con vehemencia, avanzando como un torrente caudaloso y febril, desbordándose por mis entrañas, inundando mis abismos con su pasión y virilidad.
Fui absolutamente suya. Cuando llegué al clímax y no era más que una antorcha ardiendo en la inmensidad del placer, me sentí vencida, sometida, y me encantó esa sensación de absoluta feminidad colmándome junto al fuego que continuaba chisporroteando sus llamaradas.
Me sentí maravillosamente sexy, desbordando sensualidad en todas mis curvas, hasta el último pedazo de mi cuerpo y solo ansiaba seguir así, disfrutando de ser inmensamente femenina.
-Eres maravillosa-, me dijo Marcio tumbado a la almohada, sudando y soplando fuego en su aliento.
Yo seguía eclipsada, vagando entre luces de mil colores, nubes de algodón, campos muy verdes y refulgían muchos destellos, deliciosamente cautivada de la entereza de él, rendida a su virilidad, sometida a sus deseos. Ya era su prisionera.
-¿Eres sincero?-, le pregunté entonces, dolida de desengaños, temerosa de falsedades, asustada de machismos insoportables.
-Jamás te lastimaría, Tatiana, eres poesía, un canto al amor y al romance. Eres una canción hecha mujer-, me dijo entusiasmado y febril, exánime pero siempre voluntarioso.
Así empezó este idilio hermoso, mágico, cautivante, lleno de encanto, al lado de Marcio.