Capítulo 17
1377palabras
2023-04-10 18:52
LOCURA
El mayor problema de los hombres es que piensan que las mujeres somos su propiedad, un artículo o un objeto preciado, una joya y hasta una esclava. Por eso, son sus intensos celos que llegan a los feminicidios o matar a otros hombres. No es de ahora tampoco, es de siglos atrás, quizás hasta los mismos comienzos de la humanidad. Esa fue la razón que rompí con Kike, porque me consideraba enteramente suya y, así loco de celos, también cometió una locura que aún no llego a entender. Con su deceso, las agonías que me agobiaban se hicieron más terribles.
No podía hablar con otros hombres, no podía sonreír a nadie, no debía tener amigos. Esas eran sus tres reglas básica que debían regir nuestra relación. Yo no lo sabía, tampoco, porque él nunca me lo dijo, pero se supone que debía saberlo cuando me relacioné con él. Eso creía Kike.

Éramos sólo amigos cariñosos, eso fue lo que acordamos, sin embargo en el contrato imaginario que había firmado con él, debía aceptar tácitamente esos mandamientos y que debía cumplir a rajatabla.
Stéfani ya me había dicho que Kike le había roto la nariz, a trompadas, a Edson porque yo le había sonreído mucho, cuando almorzábamos en la cafetería, en un alto de las clases.
Yo no sé si Edson estaba muy enamorado de mí. No me lo dijo, pero sí sabía que yo le gustaba mucho. Me miraba siempre, disfrutaba mi sonrisa, me regalaba caramelitos y yo le ayudaba mucho en las tareas de Historia General de Derecho. Kike le reclamó a Stefi que Edson se fijaba en mis piernas y admiraba mis nalgas.
Así, Kike sorprendió a Edson en los baños y lo aporreó a golpes, rompiéndole la nariz. Eso me dijo Stéfani.
Empecé a tener cuidado y se me hizo evidente que yo le era una joya a Kike, un preciado trofeo que exhibía ante sus amigos, se pavoneaba con ellos y hasta les contaba nuestras intimidades.
Lucho me dijo que Kike había dicho a sus amigos que le hacía sexo oral y que yo le pedía, a gritos, hacerlo todas las veces, que admiraba su virilidad y quedaba eclipsada cuando me hacía suya.

-¿Acaso eres su esclava?-, me reclamo Wilma.
-Todo lo que dicen son mentiras. Tenemos sexo como personas normales. Nunca le he hecho nada oral a él y a ningún hombre. Eso me da asco-, intenté salvar mi honor frente a Wilma y las otras chicas, pero no me creyeron.
Kike me abrazaba, me estrujaba delante de sus amigos, me paseaba como un artículo de lujo, se vanagloriaba de mis encantos, subrayaba en nuestras conversaciones en la cafetería que tenía buenos senos y que adoraba mis besos, que yo besaba muy bien. Eso me ponía azorada.
Exigía que me pusiera leggins y minifaldas jeans, también blusas tops para que todos admiraban mis senos. Eso era contradictoria. Me ofrecía como un espécimen de circo pero se encelaba de que me miraran.

-No me gusta que me veas como un objeto-, le reclamé cuando me puse una camiseta ancha y me puse un pantalón buzo. Además me había hecho un moño y no me pinté la boca. Se puso furioso.
-Tú eres mía, Tati-, fue lo que me dijo.
-Yo no soy tuya, somos amigos, eso acordamos-, le aclaré.
-No. Somos amigos cariñosos. Eres mía-, insistió.
Le di una bofetada y me marché. Habíamos terminado.
Mi madre se sintió triunfadora cuando le conté.
-Qué pobre imbécil es ese hombre-, subrayó. Me recomendó que tuviera cuidado.
El profesor de Fundamentos de Economía, que tenía valor de pre requisito, quería un trabajo en pareja y salí sorteada con Eduardo. Debíamos resolver " el funcionamiento de los mercados así como el comportamiento de los distintos agentes económicos", presentando, incluso, un video bien editado, con entrevistas y cuadros sinópticos. Por eso iba todas las tardes, después de entrenar, a la casa de Lalo y nos quedábamos hasta muy noche. Kike había dejado la universidad después que rompimos porque temía las burlas, pero estaba pendiente de mí, de lo que hacía, con quién salía y si ya tenía novio. Sus amigos se volvieron sus fisgones.
Con Lalo éramos buenos amigos. Paseando por el parque encontré a mi perrito Mofeta. Era bebito y la señora que lo tenía me dijo que lo estaba regalando. Lo tome en mis brazos y lo besé tiernamente. Y me lo llevé a la casa.
-¿Por qué Mofeta?-, se divirtió Lalo.
Sonreí, saqué mi lengüita y la mordí coqueta. -Huele feo-, le dije y a él le encantó mi coquetería.
Mi padres aceptaron a Mofeta. Se convirtió en su segundo hijo.
Kike montó en cólera. Le pegó muy duro a Lalo. Lo espero que saliera de clases y lo abordó cuando esperaba su autobús. Pero Eduardo no lo denunció. Se tragó su orgullo.
Cuando lo vi con el ojo morado, el labio roto y el pómulo hinchada adiviné que había sido Kike.
Le escribí a su whastapp exigiéndole que se aleje de mi vida.
-No somos nada, ¿no puedes entenderlo?-, le aclaré.
No me respondió.
Félix, el utilero del equipo de softbol, que trabaja para la federación, era joven, educado, correcto y me consiguió zapatillas especiales, porque cuando era chica había sufrido de pie plano y no podía afirmarme bien en la cancha para hacer las carreras. Había estado rebuscando toda la tarde en la utilería buscando un número que me calce y contento, había encontrado el par exacto. Me pasó la voz desde las tribunas, después de cambiarnos y cuando ya nos íbamos. Mi padre me esperaba en el carro, leyendo el diario.
-¡Tati, ya tengo tus zapatillas!-
Subí de prisa hasta las graderías. Yo estaba con short jean, muy cortito, y tenía puestas medias de colores, toda loca. Intenté ponerme el calzado, pero me incomodaba las medias. Félix se arrodilló, estiró los talones de las zapatillas y tomando mi talón, me los puso, igualito a si fuera un guante.
Kike pensó que Félix me estaba agarrando las piernas. Había estado escondido, espiándome, viendo lo que hacía y con quién me veía. La rabia lo calcinó en un santiamén.
Félix fue encontrado muerto al día siguiente en un basural con el cráneo destrozado. La policía averiguó que había sido Kike. Lo había esperado cerca a su casa y le aporreó la cabeza, quince veces, con una comba, reventando sus sesos como una calabaza, enceguecido por los celos. Los agentes empezaron a buscarlo por todo Lima.
Mi papá, alarmado, me ordenó que no saliera de la casa hasta que Kike sea capturado. -Pobre de ti, jovencita, si sacas, aunque sea la nariz de esta casa-, dijo pálido, con el corazón atragantado en su garganta. Yo estaba aterrada y por supuesto no iba a salir, ni loca, de la casa donde me sentía muy segura con mis padres.
Stéfani, sin embargo, me llamó casi a los quince minutos.
-¿Supiste lo de Kike?-, me dijo Stefi.
Yo temblaba, estaba angustiada, me aterraba todo. -No, ¿lo atraparon?-
-Se metió un balazo en la cabeza-
A la semana siguiente, con Eduardo, presentamos nuestra exposición. Pero antes hice un preámbulo, con la venia del profesor, porque quería acabar con todas las habladurías en torno al suicido de Kike y la caótica relación que sostuvo conmigo.
-Por favor, señorita Rivasplata, adelante, diga lo que usted desea-, se sentó el profesor a escucharme.
-Los celos son una condición psicológica del ser humano, como lo es la risa, el malhumor o la paciencia. Yo puedo tener celos por un vestido bonito o alguien le tiene celos al carro del amigo. Pero al igual que una carcajada o una reacción hepática o la depresión, los celos pueden alcanzar extremos y ese extremo se llama locura. Kike llegó a los límites y perdió la cordura por una mujer. No alimentemos, entonces, esa mecha psicológica, siempre lista a detonar, tratando, por ejemplo, a una mujer como un objeto, pensemos que los celos se pueden controlar si actuamos en forma consecuente-
El profesor sonrió. Se puso de pie, besó mi frente, conmovido por el drama que había vivido, y mirando la clase, subrayó. -Escuchen a su compañera. El hombre debe saber que la mujer no es una propiedad-
Es lo que había dicho a Kike.