Capítulo 18
1340palabras
2023-04-11 18:50
ALEGRÍA
Después de la intensa práctica, la entrenadora nos anunció que habrían tres partidos con Ecuador en Guayaquil y que luego vendrían los Panamericanos de Santiago de Chile.
Yo pensaba que no estaba en el equipo. Había estado muy mal en los últimos entrenamientos, demasiado lenta, lerda, incluso, por lo que me convencí que no iría a la gira a Ecuador y menos estaría en los Juegos Panamericanos.
Encontré a la entrenadora en las oficinas de la federación ultimando los detalles para la gira.
-¿Qué pasa, Rivasplata?-, me dijo ella con un tono seco, áspero y poco cordial.
-Quería saber si voy a viajar a Guayaquil-, le dije también sin formalidad.
-Aún no defino la lista, cuando salga la convocatoria, lo sabrás-, masculló con enojo.
Eso me deprimió mucho. No es que el softbol sea mi vida entera, sino que me gustaba demasiado, lo disfrutaba y la pasaba bien con las chicas. Ya había superado el suicidio de Kike, me sentía súper bien y quería estar en los Juegos Panamericanos. Pero la cachetada que sentí por la forma cómo me trató la entrenadora Cortes, arruinaron mi entusiasmo.
Cuando estoy deprimida se me da por comer. Después de clases me iba a una pollería cercana y me devoraba, yo solita, medio pollo con muchas papas fritas que untaba de harta mostaza y me tomaba hasta tres botellas de gaseosa.
-No deberías comer tanto-, protestó Stefi cuando me sorprendió atragantada de pollo, con la boca embadurnada de mostaza.
-Creo que me sacan de la selección-, le dije triste, amontonando las lágrimas en mis ojos.
-Tú siempre tan fatalista, me reclamó Stefi, deja de ponerte como una hipopótamo y entrena con más ahínco-
No era tan simple. Las prácticas se me hicieron tediosas, aburridas, porque yo no tenía ganas. Fallé en los batazos y fui una mala pitcher, no ponchaba ninguna pelota tampoco.
-¿Qué pasa, Tati? ¿Estás embarazada?-, me reclamó Vanessa, la pitcher titular.
-Es una mala racha-, le dije.
-Pues mejora que estás hecha una piltrafa-, protestó Vane.
Fue cuando me llamó, Katy, la secretaria de la Federación, visiblemente ofuscada, haciendo ademanes enérgicos. Corrí a la oficina.
-Tatiana, Tatiana, Tatiana, se molestó Katy, ¿por qué no me dijiste que no tienes pasaporte?-
-Nunca he viajado fuera del país-, le confesé mordiendo mi lengüita.
-¿Cómo diablos vas a ir a Ecuador y a Chile, entonces?-, me reclamó furiosa.
En vez de molestarme o afligirme, al contrario, mis ojos se iluminaron y estiré mi risa hasta las orejas y me puse muy contenta .
-No sé de qué te alegras, Tati, siguió reclamándome Katy, ahora mismo te vas a sacar tu pasaporte y me lo traes cuánto antes-
Yo estaba hecha una fiesta, jalaba mis pelos, sobaba mis muslos, mordía mis labios. Me sentía flotar en las nubes.
-Ay, Tati, eres la mujer más distraída que he conocido-, terminó diciendo Katy, engrapando mi file con un letrero grandote que decía: Tatiana Rivasplata, seleccionada nacional, Juegos Panamericanos, inscripción hecha, falta pasaporte. Urgente.
Yo salí brincando como una chiquilla y me fui corriendo donde estaba Stéfani, esperándome para ir a la universidad y la agarré de las manos y dimos tantas vueltas que quedamos súper mareadas, riéndonos como locas.
¿Cómo empecé a jugar softbol? Eso fue hace muchos años. Mis padres querían matricularme en el programa de vacaciones útiles, para que haga deporte, porque decían los médicos que yo era muy retraída, poco sociable, arisca y que debía explotar mi energía contenida. Era raro porque yo jugaba mucho con mis amigas, me reía de todo, me sentía feliz junto a mis padres y me iba bien en el colegio. Pero yo no quería natación, ni voleibol, ni baloncesto y menos fútbol.
-Tienes que practicar un deporte, hijita, es necesario-, me pidió mi papá poniendo en la mesa los avisos de las múltiples academias ofreciendo clases de todas las disciplinas. Yo los miraba con curiosidad. Había karate, tae kwon do, danzas, teatro, también bailes modernos y oratoria.
-No la presiones-, me defendía, como siempre, mi madre.
Yo había recortado del diario una foto que me impactó y que lo tenía en mi diario, donde escribía poemas: una chica bateando.
-Quiero aprender softbol-, anuncié estirando mi risita, haciendo brillar mis ojitos, sujetando en mis manos el recorte del periódico, amarillento y con los bordes picados.
-¿Qué es eso?-, preguntó mi mamá.
-¿Béisbol?-, se extrañó mi padre.
-Es softbol-, dije contenta, riéndome aún más.
¿Por qué me gustó? La verdad, no sé. Me encantó el uniforme de la chica, la gorra, el bate y la cancha polvorienta. Reflejaba mi forma de ser desinhibida, desentendida, informal y rebelde. Eso pensé.
Ahora mi papá lloraba después que hicimos los trámites para conseguir mi pasaporte. Mi mamá no sabía qué decirle.
-Mi hija estará sola en un país extraño, ella nunca ha viajado, se asustará, tendrá miedo, y estaré muy lejos de ella si me necesita-, decía balbuceando. Yo estaba boquiabierta.
-Roger, tu hija ya es una mujer hecha y derecha, deja de estarla sobreprotegiendo-, le aclaró iracunda mi madre.
La maleta que hicieron mis padres pesaba una tonelada. Si no pusieron mi cama fue porque no había forma de desarmarla y meter los palos dentro. Prácticamente estaba todo mi ropero metido junto a mis útiles de aseo y mis cosméticos. También acomodaron el cargador para el celular, una tablet y cinco pares de zapatillas y sandalias. Yo no sé cómo pudo caber todo eso. La maleta parecía explotar.
-¡¡¡Llámanos a toda hora!!!-, pidió mi padre cuando me vio salir con las otras chicas de la selección a la puerta de embarque. Mi papá lloraba como criatura y mi madre no sabía cómo consolarlo. Mis compañeras estaban tan o más sorprendidas que yo. Todos sus papás estaban tranquilos y se despedían serenos, sonrientes, tomando fotos con sus móviles.
Recién iba a despegar el avión cuando mi padre me mandó un mensaje al whatsapp. -Te amo, hijita-, decía.
Levanté los ojos al techo de la nave. -Ay, mi papá-, renegué con encanto.
Nos fue bien en la gira. Ganamos los tres partidos a Ecuador. En el primer cotejo me doblé un tobillo después de un batazo, cuando iba a la segunda base. Pisé mal y sentí un horrible dolor que me hizo ver las estrellas. La doctora del equipo, una mujer muy delgada, de pelos rulos y lentes gruesos, me dijo que debía descansar porque era una hematoma grande.
En el segundo cotejo la entrenadora me ordenó que jugara de pitcher. Yo no quería, pero me recordó que tenía el tobillo aún muy hinchado. No lo hice mal, después de todo. Ponché muchas pelotas.
-Bien, Tati, cada día mejor-, me elogió ella.
Lo malo era el calor. Horrible. Parecía un horno. Los tres partidos terminamos duchadas en sudor. Yo más, y sentía que me salía humo de los poros. Me sentía metida en un sauna.
No nos dejaron salir del hotel donde nos alojamos. La jefa de equipo estaba siempre pendiente de nosotras y no nos dejaba, siquiera, conversar con algún chico. Y habían varios muchachos muy interesantes. A mi me gustó un joven simpático, alto, de pelo rulo, nariz ancha y tenía las piernas y brazos largos. Ay, estaba lindo. Yo le hablé, incluso.
-¿Siempre hace mucho calor en Guayaquil?-, le pregunté pero la jefa de equipo se molestó.
-Señorita Rivasplata, al comedor-, me ordenó.
Apreté los puños furiosa. El muchacho me miró de pies a cabeza. -Qué hermosa eres-, me dijo. Me fui mordiendo los labios, renegando colérica.
En el tercer partido volví a batear, y me sentí como pez en el agua. Todo me salió bien y ganamos por varias carreras. Yo anoté tres seguidas y mi entrenadora saltaba como loca, aullando frenética. Me abrazó enfervorizada.
Cuando regresamos a Lima, mi padre tenía un cartelote enorme que alzaba con sus dos manos, los ojos cubiertos de llanto y temblando de emoción.
-Qué lindo tu padre-, me dijo Vanessa, leyendo una y otra vez el letrero.
-Tati, pensaba solo sin ti-, decía.
No voy a mentir. También me puse a llorar.