Capítulo 14
1935palabras
2023-04-07 19:01
HUGO
Ya eran varias meses que sentía un dolor intenso cuando menstruaba, tanto que me hacía patalear y ver estrellas. Mi madre me ordenó que fuera al ginecólogo. Yo no quería. Renegaba furiosa, pero mi madre, ésta vez, se puso muy enérgica conmigo. -Vas o no hay más postre-, me advirtió. Ese sí era un ultimátum. Mi mamá sabía dónde golpearme, en la parte que más me dolía, mi afición a los dulces.
-¿Por qué la mayoría de los ginecólogos son hombres?-, le pregunté a mi mamá, terminando de desayunar.

-No sé-, sonrió mi madre.
-¿Qué saben ellos de vaginas, úteros y ovarios si no tienen?-, le insistí.
-Ay, hija, qué cosas preguntas-, renegó mi mamá.
-Entonces que las mujeres sean urólogas, pues-, reclamé.
-Aggghhhh-, estalló mi madre reventando en carcajadas.
Mi cita era a las 10 de la mañana. Me salí de clases, abordé un autobús y me bajé a una cuadra del hospital. No habían pacientes. La enfermera me dijo que esperara, que el doctor estaba con una señora. Me senté en la banca y empecé a revisar mi móvil, leyendo los chascarrillos de mis amigas, riéndome de sus selfies y de sus emojis.

-!Si habré sido bruto¡ -, se quejó alguien.
-¿Perdón?-
-Con las justas terminé la primaria y jamás metí en la roca que tengo por cabeza la tabla de multiplicar. Eso de estar contando "dos por dos", me parecía una reverenda cojudez-, siguió diciendo.
Era un hombre de treintaitantos años que me hablaba con la mirada perdida, escondido en las solapas de su casaca y el pelo trinchudo, hacia arriba. Delgado, con la nariz larga y no se había afeitado. Los vellos le salían como clavos del mentón y arriba de la boca.

-Sí, le dije, las matemáticas tampoco me gustan-
-¿Ya ve?, me insistió, yo me llamo Hugo, le cuento, más me gustaba hacer goles con la gallada del pueblo joven donde habían unos patas que sacaban unos chuñazos en pezuña que sonaban como dinamita y tumbaban hasta los cerros-
No dije nada. Movía mi tobillo que colgaba de mi pierna cruzada y seguía escarbando mi móvil, pero el hombre aquel continuaba hablando extraviado en sus recuerdos. No le entendía nada.
-No hubo jamás brigadier o profesor que aguantara mis travesuras . Yo era una bala. Con el malogrado de Ruperto, trepábamos en dos cocachos la tapia que rodeaba el colegio e iba de frente a la canchita de Las Flores. Los partidos duraban horas de horas hasta que entrada la noche, ya no veíamos la pelota. Ahora, nunca supe cuál era el paradero de Ruperto. Decía que se perdía chongueando y fumando hierba. "Volar" no me llamaba la atención. Prefería practicar mil gambetas con los amigos y romper el uniforme escolar peloteando-, relató.
-Yo tampoco uso drogas-, me defendí.
-Qué bien, bonita, que bien, así me gusta, sorbió el viento haciendo sonar su nariz. Me jalaron dos veces segundo y si llegué a tercero, fue porque mi papá le chancó la mano al director y le regaló cuatro de los pavos que criábamos en nuestro patio. Después me hartó estudiar. Como mi viejo se fue con otra costilla y mi madre cayó presa por chora, no tuve otro remedio que irme de casa y tratar de vivir lo mejor que pudiera-
El tipo empezó a asustarme.
-Junto a unos patas que conocí en Dos de Mayo, tiré pichana en una casota bacán en Cieneguilla. Pura pendejada. Un día que debía limpiar el guate, lo dejé hecho una mierda. Hasta me limpié con la toalla de la mujer del jefe y me soné los mocos. El patrón preguntó por el cochino atrevido que se pasó de listo y le eché dedo a un huamán. Eso estuvo mal. Al patita no lo volví a ver jamás-, sonrió divertido.
-¿Qué es huamán?-, le pregunté. No me contestó.
-Pero esa huevada no surtía mucho. Le dije al señor que quería más plata y me enrostró que era todavía un niño, que si lo pescaban dándome chamba lo encanaban y se soltó un rollo de estupideces. Lo mandé a rodar. Un amigo, Horacio, me siguió. Nos pusimos de acuerdo para vender caramelos, productos golosinarios, ya sabes, jajaja, lo hacíamos en los micros, porque era más decente que estar oliéndoles las axilas a las señoronas de la casota. Con el sencillo que juntamos, le compramos varias cajas de caramelos a un tío y comenzamos a gorrear los buses. Horacio quería que cantáramos o hiciéramos chistes, pero me jode hacer de payaso, por lo que vendía los dulces al que quería, sin tirarme al suelo. El que desee compre, sino que se vaya al carajo rezongaba yo-, relataba el sujeto como si estuviera en una cantina.
Miré a la enfermera, escribía algo en la PC. Me extrañé que no vinieran más pacientes. La puerta del doctor seguía cerrada.
-Eso sí, volvió a la carga el tipo, nadie me hacía cholito. El problema vino cuando se piconearon los otros patas que también vendían dulces. Quisieron pegarme. Se juntaron como cuatro y me esperaron en una esquina, de noche, cerca al zanjón. Cogí un fierro que había cerca y ataqué con ira. A uno le destapé la cabeza y a otro le di duro en los pulmones. !Vámonos, éste tipo es bravo¡, gritaron aterrados. Allí hice fama-, dijo arrugando la boca.
-¿Usted es un hampón?-, pregunté aterrada. Otra vez no me contestó.
- No sabía dónde vivir, me dijo, al principio estaba con una mancha de petisos y pirañitas, deambulando en el centro, pero no aguanté nada. Fui al toque donde una tía que tenía un corralón de la patada y armé mi chocita. Si no te robas nada, te quedas, me advirtió mi tía, una negra de esas poderosas, ya sabes, con las caderas de caballo. Fue difícil, empero me acostumbré y conseguí un dinero. Resultó otro chongo. Le pagaba a mi tía por la comida y también le cuidaba sus pollos de los gatos, sin embargo al final ella terminó pagándome cuando veía aumentar sus aves con las que choreaba de los vecinos persiguiendo a los michus. Después cargué con una carretilla llenecita. Era de una costilla que la guardaron por paquetera y como estaba botada en un corral vecino... ni modo. Comencé otra vida: ambulante-.
-¿Por qué me cuenta eso?-, me molesté.
-Escucha, amiga, oye eres bien linda, tienes unos ojos muy bonitos-, me dijo.
-Me molesta cómo habla usted-, protesté.
-Ubicarse fue la cagada, siguió contando sin atender mis reclamos, todos se creían dueños de la vereda y hasta tumbaban mi carretilla apenas me arrimaba a un rinconcito. Bueno, pensaba, están en su derecho de evitar la competencia por lo que busqué una esquinita más o menos. !Lechero yo¡. Empecé a sumar soles a raudales. La cosa caminó de maravillas y los cigarros salían como pan caliente. Un amigo luego me pasó el yara: Estás cerca a una academia. Te doblaste, incluso le saqué plan a una chola que estudiaba computación en las noches. Duró poco. Se fue con un grandulón que cuando me ampayó afanándola, me cerró el ojo de una trompada, dizque por pendejo-
Yo esperaba que me llamaran de una vez. Quería avisar a la enfermera, pero el hombre seguía hablando.
-Después de la patinada, no quise saber más con la carretilla y me dediqué a cachuelear en cualquier cosa. Pintor, gasfitero o electricista. Una vez provoqué un incendio por un cortocircuito y hasta ahora una casa está inundada porque fregué una cañería atorada. Pintar fue una vaina. Parecía garabatear las paredes que dejarlas tizas. Pese a todo, junté unos solifacios y le compré a un tío su negocio de canchita. Popo corn, decía el vejete. Yo le contestaba pa' mis adentros, fuera viejo alcahuete, a lavarte el popo... corn, ja ja ja-
-Le pedí que modere su vocabulario, por favor-, renegué.
-Escucha pues, me insistió poniendo su mano en mi rodilla, allí acabé por fundirme. Ya sumaba mis veinte abriles y era un mozo bien pulenta que gustaba a las chicas. Además, con los patas de la esquina donde chambeaba, nos dábamos unas trancas mostras y embalado me levantaba a las hembras, mismo don Juan. Una flaca blanquiñosa me quitó el sueño. Teníamos unos viajes bacanes y me enamoré perdidamente de la jermita. Resultó una ladrona. Se hizo la templada, me pepeó y me dejó calato una noche que estaba con las chelas al máximo. Justo hubo una redada. No tenía papeles, me acusaron de choro y fui adentro-
-¿Estuvo preso?-
-Sí, preciosa. Yo sigo preso. Estoy a punto de mecharme con un negrazo que dice que es chalaco y nadie le grita zamba canuta. Es el más faite del penal. En las noches jode y no deja dormir porque quiere comerse al cabrito de la otra celda. Lo aclaré y terminamos mentándonos la madre. Son cosas que se pagan con sangre. Ya afilé mi verduguillo e imagino que el negro tiene su chaira como cuete. Pero no me asusta. Al final, si muero, a ningún jijuna gran puta le importará-, sopló furioso.
-Señorita Rivasplata, el doctor la espera-, me anunció la enfermera.
Salté donde ella, entre asustada y mortificada. -Disculpe, pero el señor que está esperando en la banca es un soez, un malcriado y es ratero, ha estado preso, deberían echarlo de la clínica-, le pedí incómoda y fastidiada, haciendo chirriar mis dientes con los puños apretados.
La enfermera se alzó de la silla, se empinó aún más, oteó a todos lados y luego me miró sorprendida. -Allí no hay nadie, señorita. La banca está vacía-, me dijo. Me molesté.
-Es ese hombre que está allí, él me estuve molestando...-
Quedé estupefacta, petrificada, me empalidecí y desorbité los ojos... la banca estaba vacía.
-Creo que se ha ido, se asustó seguro-, exhalé aún mortificada. La enfermera arrugó sus cejas.
-No ha venido nadie después de ti. Has estado sola todo este rato, viendo tu celular, no dejabas de ver tu celular, yo te vi todo el tiempo-
-Dijo que se llamaba Hugo, debe ser paciente del doctor-, desorbité los ojos.
-El doctor es ginecólogo, señorita-, echó a reír la enfermera.
Quedé con la boca abierta.
Ya en la tarde, mi mamá se limpió las manos con su mandil y leyó la receta del doctor. Ibuprofeno.
-¿Qué te dijo?
-Que son calambres, que tengo una dismenorrea muy leve, nada de qué preocuparme, que es normal, mientras no sean cólicos violentos-, le conté.
Mi madre sintió más alivio. -Ay, hija, hoy solo he tenido preocupaciones-, suspiró arreglándose los pelos.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté sacando mis libros y cuadernos de la mochila, también mi carterita con los lapiceros y lápices poniéndolos en mi estante.
-Tú fuiste al ginecólogo y a tu padre lo mandaron a cubrir información de una reyerta en el penal-
-¿El penal?-
-Sí, donde están los presos. Hubo enfrentamientos entre bandas rivales y hubo muchos muertos, colchones quemados, requisa y balacera. Lo vi en la televisión. Tu padre me llamó, luego, diciéndome que ya estaba todo controlado y que se estaba dirigiendo al diario, que iba a ser la central de mañana-, me contó.
Sentí miedo. -¿Qué pasó?-
-Tu padre me dijo que se pelearon dos tipos, un tal Hugo y un Negro José, y eso provocó la reyerta, al Hugo ese lo mataron de un cuchillazo, pero a nadie parece que le importó-, terminó de relatar mi madre y empezó a cortar las verduras para la sopa del almuerzo.
Me fui a duchar. Cuando abrí las llaves y el agua salió como cascadas pensé en Hugo.
-A nadie le importa si mueres...-, cerré los ojos desconcertada.