Capítulo 12
1223palabras
2023-04-06 18:47
AMIGO CARIÑOSO
Acepté salir con Kike no porque mi padre renegaba exigiéndome un novio, sino porque estaba aplastada en mi propia necedad, en la incertidumbre de ese vacío donde me encontraba empotrada. Quedé demasiado marcada por lo de Silvio. Lo sentía como una pesada mochila que doblaba mis rodillas. Fui muchas veces al complejo deportivo, buscándolo, a su barrio, también, pero ya no estaba. Y todo era diferente, como si, de un día a otro, todo hubiera cambiado. Otras caras, otras fachadas, semáforos donde no había nada, incluso edificios nuevos se alzaban encima de lo que antes fueron los renglones por donde caminábamos y yo disfrutaba de su pena, de sus lágrimas, de su llanto intenso.
Kike, entonces, era un salvoconducto de ese túnel tan extraño, profundo, sin luces, que me atormentaba. Prudencio le contó a mi padre lo que yo le había dicho y él se puso muy molesto.

-Es la última vez que inventas esas historias-, me advirtió en el desayuno. Yo lo miré aparentando mesura e indiferencia pero dentro de mi cuerpo estallaban las dudas, los miedos y las agonías.
Mi madre me besó la cabecita. -No la resondres, Roger, las chicas siempre hacen esas cosas para llamar la atención-, le pidió a mi padre.
Papá sorbió su café, se me acercó y me besó, también, la cabeza.
-Te quiero feliz, hija, no contando historias de ultratumba-, rezongó y se marchó.
Kike me esperaba en la universidad, sentado en uno de los muros. Yo sabía que era ególatra, que era demasiado celoso y que a veces actuaba como cavernario, pero necesitaba de un hombre. Eso pensaba.
-Vámonos a la playa-, sugirió mirándome con embeleso. Yo pensaba que elegiría algo más romántico, como el parque y me había puesto falda.

-Mejor vámonos al parque de las aguas-, le dije acercando mi naricita a la suya.
-Por ti, si quieres, al fin del mundo-, me sonrió con dulzura, besando mis labios.
Fuimos a la playa. Kike tenía una obsesionada predilección por el mar. Admiraba su grandeza, su inmensidad. -No hay nada más grande que el mar-, me decía hipnotizado a sus límites tan lejanos, a sus fronteras inalcanzables.
Yo pateaba la arena, dibujando mis huellas. Nos habíamos sacado los zapatos. Flotaban las gaviotas sobre nosotros, como suspendidas en el cielo, y la mañana era gris, cansina, apagada, y había un viento fuerte que desordenaba mis pelos. Parecía que quería arrancharlos de mi cabeza.

-¿No has pensado en ser una gaviota?-, me dijo él mirando mis ojos.
-No, mejor un pelícano-, dije divertida colgándome a su cuello.
Kike se rascó los pelos. -¿Un pelícano?-, preguntó.
-Sí, dije graciosa, me gusta el pescado-
A Kike le dio mucha risa. -Las gaviotas también comen pescado-, me aclaró, pero yo no dejaba las risotadas, festivas, culebreándome en torno a él.
-¿Tú qué deseas ser?-, le pregunté dejando que me abrace.
-Un gallo-
-¿Uh?-
-Sí, así tendrías muchas gallinas para mí solo je je je-, rompió él a reír.
-¡Idiota!-, me molesté.
Mi necesidad de sentirme viva hizo que me entregara a Kike. Esa es la verdad. Me colgué de su cuello y empecé a besarlo con pasión y desenfreno, saboreando sus labios, dejando que sus manos vayan por mis curvas, recorriendo todas mis pinceladas que lo encendían y lo volvían purito fuego, incluso tuvo la osadía de agarrarme las nalgas y deleitarse con mis redondeces, vehemente y febril.
Kike no fue tonto. Se deleitó con mis besos y fue conquistando uno a uno mis territorios más inhóspitos, llegando a mis cumbres más empinadas, mordiendo y lamiendo todo mi cuerpo, recorriendo mis valles como un alazán extraviado y se deleitó con las cascadas de excitación que brotaban de mis acantilados, sorbiendo su miel y quedando muy ebrio de mí.
Estuvo yendo y viniendo por mis vastos territorios, gozando de las curvas empinadas, de los valles fértiles y largas praderas mi anatomía, besándome con pasión, acariciándome con furia y vehemencia, con locura, incluso, arranchándome gemidos de placer y gozo.
Porque él era un deleite. Me encantaba su forma cómo dominaba mis campos, llegando hasta los límites más lejanos, hasta metas insospechadas, dejando huellas de su pasión en cada centímetro, en cada rincón de mi anatomía.
Yo me sentía hervir en deseos, flotar en una nube con su ímpetu, se desbordaba sobre mí y eso desataba mis llamas, se volvían incontrolables, chisporroteando los fuegos como luces delirantes que me obnubilaban y eclipsaban, sintiéndome perdida en luces sicodélicas, extraviada en un vacío delicioso, donde solo estaba su respiración acelerada, sus soplidos incansables, llegando a mis profundidades como un aire candente, un río caudaloso, igual a un huracán invadiendo mis rincones más lejanos, hasta mis abismos más preciados.
No imaginaba a Kike tan febril, tampoco. Se desbordó completamente sobre mí, desatando mi sensualidad convertida en teas. Me sentía deliciosa, en sus brazos, muy sexy y erótica y mi feminidad estaba al cien por ciento mientras él me hacía suya, con su fuerza, su viril testarudez y su interminable vehemencia.
Me jalaba los pelos con desesperación sintiendo su río caudaloso dentro de mí, avanzando a tropel, superando todas la vallas, llegando hasta territorios inéditos y vírgenes de mi interior
Gemía como loca y esos gemidos, esos suspiros, esos quejidos cuando él tomaba zonas sin explorar de mi ser, le eran música que desataban aún más su lujuria sexual, su hambre de mí, taladrando más y más mis deseos, mis ganas, mis ansias, porque yo lo disfrutaba al máximo esa fuerza que quería más, más, más de ese avance incontenible en mí.
Quedé rendida, exánime, vencida, desparramada en la cama, cuando terminó de conquistar hasta el último pedacito de mis entrañas, alcanzando fronteras que yo ni imaginaba. Sencillamente fue delicioso.
Quedé tumbada en la almohada soplando sexo una y otra vez, echando erotismo y sensualidad en mi respiración aun acelerada y dejando que el humo de la antorcha que Kike convirtió de mí, se fuera evaporando, saliendo de mis poros como enormes balotas de gozo y febrilidad.
Lo repetimos tantas veces que Kike se entusiasmó demasiado de mí. Me llamaba a cada instante, me mandaba miles de emojis y corazoncitos.
-¿Pero tú lo amas?-, me preguntó Stéfani. A ella le preocupaba que yo haya tomado las cosas solamente como una diversión, un pasatiempo. Un vacilón.
-Es lindo-, le dije. Era cierto. Kike me gustaba, mucho, pero yo, en realidad, no quería tener una relación. No es que no lo deseaba, sino que tenía muchas dudas, incertidumbres, vacíos que me atormentaban.
Cuando se lo dije a Kike, no se molestó.
-Seamos amigos cariñosos-, me propuso. A mí me gustó la idea. Sin ataduras ni formalidades.
-Ya-, le dije besándole a la boca.
A mi madre, sin embargo, no le hizo gracia.
-¿Por qué no formalizas una relación con Kike?-, me preguntó cuando hacíamos las compras de la semana en el mercado. Yo jalaba la carreta y no sabía qué decirle.
-¿O acaso Kike no es un hombre serio?-, insistió ella, escogiendo entre la ruma de papas, las que aparecían más concisas y redondas. Desconfiaba de él. No le gustaba cómo me miraba ni sus actitudes machistas.
-Lo es, mamá, vamos a ir pasito a paso-, le respondí.
Mi madre me quedó mirando a los ojos. -El amor es muy lindo, hija, pero tienes que saber valorarlo o te equivocarás en tu elección-, me advirtió.