Capítulo 10
1084palabras
2023-04-04 18:47
SILVIO
Era una mañana melancólica y apagada, contagiada de la pena del invierno. Lloraba una finísima garúa y suspiraba un viento helado y nostálgico. Todo olía a pena. La imagen no la puedo olvidar. Él estaba al fondo de la pista atlética, en la fosa de saltos, ejecutando la prueba de largo para la clasificación de la federación de atletismo. Mis ojos fueron hacia él, casi por instinto, como si estuviera imantado. No podría explicarlo. Fue una luz en la tristeza de la mañana que encadenó mi atención. Yo ya había terminado de hacer footing con las otras chicas del equipo de softbol.
- ¿Quién es él?-, pregunté intrigada a un chico que hacía flexiones.

-Silvio Dulanto-
Fui hacia él más por saciar mi curiosidad y verlo de cerca. Lo encontré indiferente, cogiendo el buzo y soltando su larga cabellera negra que sujetaba con un gancho.
- Mi papá es periodista, le dije, me impresionó su salto-
- Ah, pero igual no gané-, musitó con una sonrisa corta que dibujó en sus labios pálidos, riendo aún más con la mirada, como si le hubiera parecido divertida o quizás ridícula mi presentación. Que no venía al caso.
- Pero pudiste ganar-, aclaré ruborizada, moviendo mi carita y apretando mis dientes.
- El atletismo es una diversión, solo me gusta hacer deporte, no pienso en ganar-, masculló resignado.

- ¿Por qué estás desilusionado?-, me interesé.
Eso le dolió. Me miró entre decepcionado y molesto.
- Mire señorita, usted no puede saber lo que siento. Yo quisiera ser un gran campeón, pero no tengo apoyo ni útiles importados. Toqué muchas puertas para comprar mis zapatillas, así es que no me vengas con tonterías-, me reclamó colérico y se marchó.
Esa tarde mi papá me llevó al diario. Ya les dije, siempre lo hacía cuando no estaba en clases en la universidad o tenía libre la tarde. Le ayudaba hacer las noticias, repasar sus artículos, corregir sus notas y navegar en el internet, buscando informaciones que le interesen y me entretenía en eso. Mi padre decía que así tenía la cabeza ocupada y no pensaba en tonteras.

-Tu hija debería ser periodista, es muy sagaz-, le decían sus colegas a mi padre. A mí me daba risa, pero él se sentía orgulloso. Me miraba haciendo brillar lo ojos. A mí me gustaba verlo contento. Por eso le daba gusto.
Prudencio hacía las crónicas y noticias de deportes. Es un señor de edad, con los pelos muy blancos y el rostro arrugado y hablaba muy pausado, igual si contara sus frases, una a una.
-¿Qué tan difícil es ser campeón de atletismo?-, le pregunté esa vez.
-Mucho, Tati, me dijo, se necesita bastante apoyo, respaldo económico-
-Conocí a alguien que tropieza con la indiferencia. Le vi deseos de ser alguien, pero que solo tiene ilusiones, fabricando castillos en el aire, buscando excusas-, le comenté.
-Ahhh, subrayó Prudencio, seguramente no es bueno en el atletismo, debe ser malo-, subrayó.
Eso me dolió.
*****
Decidí verlo otra vez. La verdad es que me gustaba. Me sentía atraída a él. Me encantó su pelo largo, sus ojos tristes, su brazos largos, flacos y su cuerpo estirado, fuerte. Tenía su voz siempre tintineando en mi cabeza y sentía una picazón en el vientre, empujándome a querer escucharlo de nuevo, quizás con su cara duchada de sudor. Eso me excitaba más.
El complejo deportivo de San Luis queda a pocos minutos del centro. Allí está el estadio atlético. La pista sintética, de un guinda oscuro y desgastado, es trajinado por decenas de muchachos, soñando algún día ser campeones. Cerca está el diamante de béisbol. Los chicos me conocían y me pasaban la voz. Yo les sonreía coqueta.
-Tati, la reina del softbol-, me gritaban y yo tiraba mis pelos atrás, mordía mis labios y levantaba una rodilla coqueta. Me silbaban entusiasmados.
Encontré a Silvio recostado a la alambrada.
-¡Campeón!-, le grité y cuando él se volvió vi que lloraba. Eso fue una cachetada que me partió la cara. Mi alma se hizo pedazos en un segundo, cortado por las navajas del dolor.
- ¿Qué te ocurre?-, inquirí incrédula, sobando su antebrazo. Me miró con la simpleza de su espíritu romántico y la inocencia de chiquillo anhelando victorias y halagos.
- No sirvo, ¿no entiendes? Qué despiadado es que te enrostren "no vales nada", "mejor retírate" o "jamás tuviste infancia" y se rían de ti, de tus fracasos. ¿Acaso no importan las ilusiones?- , lloró desconsolado.
¡Qué le iba a decir! Ni sabía lo que pasaba. Posiblemente los saltos no eran su especialidad y podría ser vallista o velocista, quizás otro deporte, pensé. Pero Silvio no me dejó intervenir.
-Oye, ¿por qué no te vas a seguir jugando softbol?-, y se perdió por los húmedos camarines, entreverando su sombra con las penumbras de la tarde.
*****
Mi entrenadora me dijo en el deporte es importante la paciencia. Habíamos terminado los entrenamientos y me pidió que trabajase un rato con los bateos. Entonces le pregunté ¿por qué se desilusionan tan rápido los deportistas, cuando no consiguen éxitos o piensan que se ríen de ellos, de sus fracasos?
La profesora Cortes arrugó la frente. - No tiene n paciencia. En el deporte, jamás se es campeón de la noche a la mañana. Yo fracasé mucho antes de llegar a lo que soy. También se rieron de mí, pero no me di por vencida, fui campeona nacional y jugué por Perú muchas veces-, me dijo.
El bateo exige mucho. Requiere fuerza, concentración, darle a la pelota en el punto exacto para que se vaya lejos y no le alcance el rival. A mí me gusta mucho. Prefiero a ser pitcher. La entrenadora dice que soy mejor pitcher que bateadora, sin embargo elijo, mil veces, darle alas a la pelota. A ella no le disgusta que la contradiga, por el contrario me apoya y me respalda.
-Toma el bate aquí, en la base, calcula bien su peso, balancea los brazos, haz que tus codos actúen de palancas, así cogerás el remate fuerte, precisa, contundente-, me decía entusiasmada. Ella es muy grande, casi metro noventa y yo mido tan solo uno sesenta. Me siento una chiquilla a su lado.
-Tienes que ser rápida, picar con las puntas de los pies, brincar en la cancha. Apenas escuches el ¡clonc! del batazo, ya tienes que tener las puntas de los pies en la tierra para echar a correr. Afila tu orejita, escucha el viento, allí está el eco del batazo-, me recomendó.