Capítulo 7
906palabras
2023-04-01 19:03
LA BOTELLA DE RON
¿Habré sido soldada en mi vida anterior? ¿Enfermera? ¿Por qué esos sueños tan raros? Incluso soñaba en fechas o que siempre estaba ebria. Era lo más raro. Yo no bebo alcohol. Soy abstemia.
No recuerdo mucho de esa pesadilla. Era una mañana horriblemente fría aquella. Llovía. Me vi saliendo ebria de una covacha, tambaleante, hacia el campamento de los soldados en las faldas de un pueblo de Afganistán. El fango copaba ambos lados del camino y soplaba un viento helado. Hube de ponerme guantes lados porque la helada me cortaba en finos pedazos. Fui a lo largo de la calle desierta hacia una pared que se erguía delante la plazuela. Seguí por la pista y la brisa arrastraba un largo chillido que venía de las esquinas.
Me atormentaba la guerra. Mi cerebro estaba así, convulsionando de repente, por las explosiones. Sudaba. La sensación era horrible, a cansancio y sebo en la boca. Y estaba hastiada de mí misma . Llevaba los ojos legañosos y los cabellos hechos jirones. Las uñas largas y sucias. Quería huir del cañoneo, del tableteo de las ametralladoras, de la sangre encharcada en los pantalones, del incesante bombardeo rebotando en mis tímpanos.
Me sentía una intrusa en medio de esa guerra. Yo no debía estar allí entre esos jóvenes que se deleitaban viéndome las piernas. Ni siquiera los conocía.
Y me asfixiaba esa neblina erótica que rodeaba el poblado. Los nombres revoloteaban y chocaban en las paredes de mis sesos. Rodríguez, Carlos, Pancho, Collantes, el comandante Calavera, no estaban ni habían estado conmigo jamás. No los conocía, pero rebotaban en las paredes de mi cerebro. Ellos eran mercenarios. Habían llegado de lejos, de Perú, creo. Pero yo no los quería.
Le digo que no recuerdo mucho. Las imágenes de los compañeros se movían de un rincón a otro. Borracha los busqué con la mirada. Todos pensaban que el capitán corría peligro porque los talibanes le daban duro al otro lado del río.
Lejos se acercó una sombra. Torpe. Muerto de frío. Las cascadas de agua resbalaban de su abrigo. Suspiraba. Se detuvo a varios metros y todos nos volvimos a ver. Intenté identificarlo entre la tormenta que arreciaba. Era Joe. Él y Calavera trajeron a los mercenarios. No debió hacerlo. La fuerza de intervención no lo permitía. Calavera cobraba por matar y tenía contrato con el estado islámico.
Pensamos que traía noticias, quizás del líder de ellos, que lo habrían ejecutado en la plaza y la revolución, al fin, se iba a los infiernos. Igual tuvimos miedo. Me arreglé los pelos y le pregunté incrédula, -¿Por qué llegas por el trasero del campamento, Joe?-
Los soldados corrieron hacia él y le interrogaron indignados. -¿Por qué llegas así? ¿Qué ha pasado?-, alzaban sus voces.
Joe enterró la mirada en el fango. Lo veía llorar.
-John (Juan en español) ha muerto-, murmuró luego del suplicio.
La voz temblorosa de Joe trepidó en mi cabeza y tableteó como las balas.
-Tu esposo murió en un bombardeo, donde los refugiados-
Él no era mi esposo. Era también mi amante, igual que Douglas. No atiné a decir nada. Hubiera deseado gritar pero no tenía ganas, porque todo me parecía estúpido.
-Fue en la ciudad. Los talibanes lo bombardearon con los morteros. Murió despedazado. Igual que Douglas-, explicó.
Me hizo reír. La noche anterior habían matado a un tal Reynolds con la ametralladora. Dijo cuando agonizaba que el demonio lo había mandado a matarme, que no podía dejar que me embarazara y lo metí a una caja.
¡Cuántos nombres desfilaron en mi mente! ¿ Acaso el demonio quería volverme loca? ¿Quería apoderarse de mi alma haciéndome sufrir? Tintineaba una canción en mis oídos. La lan, la lan, la lan, pero ¿y la música? ¿por qué juguetea conmigo? Oí, también, un alarido destrozado y vi el rostro de John, hartado de sangre. Luego todo fue silencio.
Yo no vine a Afganistán porque quise, me ordenaron. Entonces ¿por qué esa obstinación del demonio de hacerme sufrir a mí? ¿Por qué fui yo su elegida?
No hubo repuestas. Cuando desperté, me duché tranquila, me puse una bata muy gruesa y en la cocina me hice unos huevos revueltos con hot dog. Me serví café con leche y mi padre trajo el pan, calentito. Mi madre hacía un surtido en la licuadora.
-¿Supiste lo de Juan?-, le preguntó mi papá a mi mamá.
Yo quedé perpleja.
-No, dijo mi madre, ¿qué pasó?-
-Murió en la guerra en el oriente de Europa, en la invasión-, informó papá.
-¿Quién es Juan?-, pregunté absorta.
-¿No te acuerdas? Tu compañerito de colegio, el que decía que sería tu esposo-, evocó él.
Ahora lo recordaba. Era un rubiecito lindo, con los ojitos brillantes. Yo le decía pecas porque tenía muchas. No sabía que se llamaba Juan. Empecé a temblar. -John-, murmuré chirriando mis dientes.
-¿La guerra en Europa?-, me intrigué.
-Sí, fue de mercenario, con Rodríguez, Carlos, Pancho, Collantes, todos los muchachos del barrio del Monasterio. Les dieron un dinero para enrolarse-
-Monasterio...-, balbuceé tonta.
-Un tal comandante Calavera los llevó. Traerán el cuerpo de Juan de Europa-, sentenció mi padre. Haría un reportaje sobre eso, por ello estaba al tanto.
Volví a mi cuarto. Me senté al borde de la cama sin saber qué hacer. Vi mis manos y seguían temblando. Decidí tomarme un panadol, pero cuando abrí el cajón de mi cómoda, había una botella de ron barato, abierta y vacía.