Capítulo 6
825palabras
2023-03-31 18:53
MAICOL
Esta vez fuimos a un psiquiatra. Y dijo que debía tomar calmantes.
-Su hija debe dormir bien, necesita conciliar el sueño. Está cansada. Tiene mucha presión en la universidad-, les dijo a mis padres. Yo estaba fastidiada, porque nada era cierto. Las pesadillas me asaltaban no en forma continua, solo me provocaban mareos y sudor, cuando eran muy truculentos. Es decir, no era problema mío, sino que eran mensajes. Yo veía, en los sueños, lo que iba a pasar. Eso no lo entendía el psiquiatra.
Stéfani decía que eso era algo normal, que muchas personas adivinan lo que va a pasar en el futuro, pero yo era exacta y eso me aterraba, sin embargo, no quería asustar más a mis padres. Lo ocurrido con el señor Arnao había sido el colmo, me convencí.
Pero vendría algo peor.
En esos días me enamoré de Maicol, un chico lindo que conocí en la universidad. Estudiaba medicina y ansiaba con convertirse en anestesiólogo.
-¿No te has dado cuenta, Tatiana? El anestesiólogo es el hombre más importante en una operación-, decía entusiasmado y yo le daba la razón.
Maicol me besó primero. Paseábamos por el parque del amor en Miraflores, cuando no soportó más la aflicción de ver mi boquita muy roja y chiquita, mi sonrisita blanca, igual a la chupina del mar, y mi mirada tranquila y serena y me dio un besote tan largo y asfixiante que me dejó sin aliento.
-Eres muy hermosa, Tati, me dijo mirando mis ojos, te amo, te amo mucho-, y me dio un anillo, como símbolo de sus sentimientos. Así, sin más ni más, volvió a besarme, sorbiendo, como loco, todo mi encanto, hasta quedar ebrio de mí, borracho de mi sensualidad.
Casi, de inmediato, me llevó a la cama, a una hostal que había cerca. Me tumbó cuan larga soy y empezó a devorarme, sin darme tiempo, siquiera, a respirar. Me sacó la blusa, arranchando los botones y sumergió su nariz entre mis senos, poniendo bandera en mis cumbres empinadas. Yo suspiraba y gemía estremecida de tanta vehemencia que derrochaba Maicol, convertido en una jauría de perros salvajes mordiendo todos los rincones de mi piel. En un santiamén llegó a mis abismos, luego de sacarme, literalmente, a dentelladas, la minifalda jean y mi calzón, dejándome a su entera merced.
Taladró mi cuerpo con furia, invadió mis entrañas igual a un caudaloso río, desbordándose a todos mis rincones, llegando hasta los abismos más lejanos de mi ser. Yo quedé obnubilada, vencida ante su febrilidad, mientras él dejó sus huellas en todas mis curvas, incluso las marcas de sus dientes, suma de su desesperación en poseerme.
Yo quedé desarmada por completo ante su ímpetu, lo único que hice fue hundir mis uñas en su piel, morderle el cuello y los brazos y dejar que siga explorando y conquistando mis valles y todos los escarpados de mi abundante naturaleza.
Alcancé límites insospechados. Maicol avanzó raudo, igual a un géiser hacia mis máximas profundidades y logró el auténtico clímax de mi sensualidad, lo que me hizo estallar, arder en llamas y convertirme en una tea inmensa, chisporroteando fuego por todos mis poros, incluso echando humo por las orejas y la nariz. Empecé a jalarme los pelos, presa del placer, histérica por la vehemencia con la que Maicol llegaba a mis profundidades extremas y parpadeaba presa del gozo, sumida en la hipnosis, navegando por las estrellas y las nubes, envuelta en muchas luces de colores.
Ningún hombre me había hecho gozar tanto. Quedé rendida a sus brazos, tumbada sobre su pecho, vencida, luego que Maicol conquistó todos mis puntos débiles, que son demasiados, haciéndome vibrar y estremecer al extremo de quedar con los cabellos erizados, soplando sexo en mi aliento.
Estuvimos juntos casi dos meses.
Pero, esa vez, al despertar quedé sobrecogida por un frío intenso que me corría por las piernas, subía por la espalda y llegaba a mi cerebro como ráfagas de viento congelado, martillando mis sesos, produciendo horribles campanadas dentro de mis sesos. Allí estallaban relámpagos y rayos. Mi saliva se quedó colgada en mi garganta, ahogándome en ese silencio largo y oscuro.
Había visto un accidente, el bus estrellándose con un tráiler, ardiendo en llamas, levantando enormes bocanadas de humo. Todo eso lo vi. También muchos muertos regados en la pista, destrozados, calcinados y muchos pellejos destrozados, esparcidos como esquirlas.
Stéfani me llamó alarmada. -No llores, Tati, pero Maicol murió en un accidente-, me pidió sollozando.
Me informó que, como no tenía familia, la universidad correría con todos los gastos.
No lloré. Me rasqué el pelo y recosté mi cabeza sobre las rodillas. Quise pensar en Maicol pero no podía. Mi cabeza estaba hartada de feas imágenes, dantescas, luces cayendo descoloridas y murciélagos flotando entre las sombras de mis dudas e incertidumbre.
Me quedé así, hasta que llegó la mañana. Dejé el anillo dentro del velador para tenerlo siempre cerca de mí. -Jamás te olvidaré, Maicol-, balbuceé hecha una idiota.