Capítulo 5
1415palabras
2023-03-31 02:40
SUICIDIO
Mi padre es periodista. Desde pequeña me llevaba a la redacción donde trabaja porque soñaba con verme convertida, también, en reportera y emular sus éxitos en el diario El Imparcial, pero yo había elegido otra carrera con gran disgusto de mi papá. Ay ¿no les dije? Yo estudio derecho. Quiero ser abogada. Eso lo desilusionó mucho a mi padre aunque no dejaba de alimentar la ilusión de que estudie Ciencias de la Comunicación y seguir sus huellas en el periodismo.
Como les contaba, iba al diario con él desde muy pequeña, desde cuando solo tenía cinco años, y me ponía a romper las teclas de las computadoras, metiéndoles puñetes, queriendo hacer alguna línea con sentido. Cuando ya tenía 18 años... seguí yendo con mi papá a la redacción. Sus compañeros de trabajo me afanaban siempre, tratando de enamorarme.
-Tu hija es divina-, les oía decir y me sentía halagada.
A mí me daba mucha risa cuando me miraban de pies a cabeza, imantados a mis nalgas que emergían en los jeans o los leggins y querían adivinar, siempre, el tamaño de mi calzón. Les gustaba también admirar mis pechos redondos y bien pincelados en las blusas y estaban enamorados de mi pelo caoba largo, lacio, chorreando por mis hombros.
-¿Tiene enamorado?-, le preguntaban a mi padre. A mí no me decían nada. Le tenían miedo a mi padre porque es enorme como un edificio, sus brazos parecen troncos de árboles y tiene muchos vellos, hasta en las orejas. Parece un ogro.
-¿Quién es Arnao?-, le pregunté esa vez a mi padre.
Se sorprendió. Me miró incrédulo. -No sé-, me dijo, y siguió redactando sus noticias.
No era la primera vez que soñaba con ese tal Arnao. Habían sido muchas veces. Pero esa vez fue terrible.
- !Váyase, Arnao¡-, recuerdo que le gritó alguien.
Pancho Arnao salió malhumorado de la oficina del jefe de editorial, con la voz de su superior, martillándole los sesos como una horripilante campaña que le remecía hasta el espinazo. Fue a su escritorio y vio que tenía la pantalla de PC en blanco, sin una sola línea escrita, y masticaba lisuras e insultos. Volvía a levantar su móvil y marcaba uno y otro número pero siempre estaba el mismo pitido de ocupado, perforándole los oídos y recordándole los gritos de su superior, diciéndole mediocre y bueno para nada. Tiraba el celular lleno de ira y rezongaba su suerte con fastidio. Golpeaba las teclas de la computadora, hurgaba hasta el último rincón de su cabeza, buscando alguna entrevista que lo salvara del ridículo, pero no había nada. Sólo oía los chillidos del señor Barriga, estallando en su cráneo como petardos.
- Déjate de estupideces y haz una entrevista que valga la pena. Aquí no hay lugar para gente que viene a haraganear. Entrevista algún fulano del Congreso y así el diario, al menos, durará un par de semanas más-, le había dicho.
Arnao rompió furioso el papel que expulsó la impresora y la estrujó con estrépito, imaginándose la cara del jefe, desfogando su rabia. La lanzó al tacho con toda la ira acumulada, luego marcó otro número en el móvil y al fin, oyó una vocecita delicada en la línea.
- Constructora Rodríguez...-
- El Congresista Pancracio Rodríguez, por favor-
- ¿De parte?-
- De Francisco Arnao, del diario El Imparcial-
- !Ahhhhhh¡ El señor Rodríguez no está en estos momentos. ¿Desea dejar algún encargo?-
La sangre se le subió a chorros a la cabeza de Arnao. Arrugó iracundo la nariz, rojo por la frustración.
- Sí... dígale que es un imbécil- Y tiró otra vez el celular. Se recostó a la silla tratando de calmarse y puso el lapicero en la boca, mordisqueándolo.
Justo timbró el móvil. Una luz de esperanza iluminó su rostro. Cruzó los dedos y levantó el auricular, parpadeando apurado.
- ¿Aló?-
- ¿Arnao? Habla Barriga-
Pancho apretó los dientes y tembló otra vez de ira.
- ¿Sí, jefe?- preguntó mascullando.
- ¿Tiene la entrevista para la página editorial?-
Arnao no respondió.
- Pues si en una hora no entrevistas a alguien que valga pena, dijo Barriga, considérate muerto- y colgó abruptamente.
Arnao siguió con el móvil en la mano, ladrando mil cosas, diciéndole su vida a Barriga, vaciando el veneno que le hervía la sangre y lo tenía temblando como gelatina. Recordó que debía las letras del carro, las mensualidades del colegio de los chicos y que estaba cansado de vivir en una ratonera, arriba del techo de la casa de su suegra.
- Sí, dijo al final, siempre los débiles pierden. !Qué fácil lo dice¡ como si tuviera ahorita cabeza para pensar. Yo soy un periodista, no un maldito oficinista burócrata, alabando políticos buenos para nada, apoyando alcaldes bullangueros o pasándole la franela a los ayayeros del director. !Que lo hagan los arrastrados¡ Prefiero morirme de hambre -.
Y se tumbó a la mesa, fastidiado. Permaneció así, decidiendo si hacer la noche el amor con su esposa policía o ir a la cantina a beber con los amigos. Se acordó que su señora le mandó recoger un encargo que guardó en la casaca y eso le puso más colérico, porque creía que era un sacolargo. De repente, al rato, se levantó como un rayo y el semblante de su cara cambió por completo.
- !Eso es¡- gritó. Reseteó la computadora y empezó a escribir sin detenerse, tecleando de prisa, riendo alborozado a cada instante.
- !Claro¡ !Eso es¡ Sí, sí. Será un artículo de mucho éxito. !Mi nombre saldrá en los cables¡ El periódico se hará famoso- repetía hundiendo las teclas con premura, inspirado en el redoble de su corazón rebotando en el pecho.
Escribió cinco pantallazos y sonrió satisfecho. Cerró los ojos, buscando un titular adecuado y de nuevo se emocionó. En altas colocó "por qué lo hice" y le gustó. Marcó el anexo del Jefe.
- Señor Barriga, tengo la crónica perfecta. Es un golazo. Haré historia. Quizás hagan hasta una novela-, le dijo.
Barriga chilló. - Si s otro disparate, para mí está muerto, Arnao-, lo amenazó.
- No se preocupe, no lo defraudaré-
- Imprímelo y me traes la copia-
Arnao imprimió el artículo y los recortó con cuidado. Después rebuscó algo en su casaca, cogió un clip y fue rápido a la oficina de Barriga. Brincaba de gusto. De pasadita bromeó con los amigos. - Seré un astro, colegas. Acapararé titulares-, les escupió divertido.
Tocó la puerta y abrió despacio. Entró con una larga sonrisa.
-!Listo , Jefe¡- dijo contento y le dio su trabajo.
Barriga comenzó a leerlo con calma, acariciando su barba. Torció la boca y mostró cierto desplante. Lo sabía incapaz. Sin embargo, después de unos segundos, su cara fue cambiando de coloración. Se puso blanco y sus ojos se empinaron sobre sus párpados. Miró absorto a Arnao.
- Pero... Pancho... ¿Qué significa esto? Aquí dices que estas cansado de argollas y jefes nombrados a dedo. Del periodismo convenido, vendiéndose al mejor postor, engañando lectores para no cerrar y de periodistas que viven de migajas y alquilan su pluma... que por eso te suicidas-
Arnao sonrió. - !Así es¡-
Sacó la pistola de su mujer que recogió en la armería y delante del Jefe, se voló la tapa de los sesos.
*****
Mi papá llegó a la casa dando tumbos, tirando las sillas, arrimando la mesa, incluso empujó a nuestro perrita Mofeta, que había corrido a saludarlo. Mi madre estaba asustada.
-¡Ronald! ¡¿Qué ocurre?!-, gritó espantada.
Mi padre abrió la puerta de mi cuarto, donde estaba acostada, escuchando música en mi iPod, con los audífonos puestos, y me vio con los ojos desorbitados, el rostro ajado por la incertidumbre, sudoroso y empalidecido. Su mirada estaba descolorida. Me asusté.
-¡¿Qué sucede, papá?!-, grité presa del miedo.
-Arnao... ¿dónde escuchaste ese nombre?-, ladró.
-En mis sueños, papá, fue en mis sueños-, dije llorando, sumida en el terror que me provocaba mi padre.
Mi madre llegó corriendo, y le dio un empellón a mi papá.
-¡¿Qué te sucede asustando a Tatiana?!-, chilló furiosa.
Mi padre tragó saliva. Sonó como un cañonazo.
-¿No lo sabes, mujer? Hoy llegó a trabajar un nuevo periodista al diario, a la página editorial, pero le fue tan mal que se voló la tapa de los sesos-, contó mi pare. Yo me aterré.
-¿Y qué tiene que ver con Tatiana?-, se indignó mi madre.
-Se llamaba Arnao, Francisco Arnao-, dijo.
Mi madre no lo entendió pero yo sí. Lo único que hice fue ponerme a llorar.