Capítulo 4
517palabras
2023-03-31 02:36
EL CAMPAMENTO
¿Por qué una enfermera? ¿Qué mensaje podía tener ser esa persona que aparecía tantas veces en mis sueños?
Y siempre las mismas imágenes. El Sol recortado el horizonte, adornado por el manso rumor del viento, estremeciendo suavemente la ironía de vivir en medio del fango y el dolor de muerte. Un suave tono musical que arrastraban las hojas secas y que fugaban del humo y el crepitar de las llamas. El silbo del céfiro, llegando de lejos, procurando cubrir el mortuorio con su irritante soledad. Un profundo silencio, apeado sobre los heridos y muertos, del arruinado campamento militar, en la atragantada quietud de las montañas encrespadas donde estaban las cuevas. Habían sentimientos de penas y veía las armas rescatadas en cada covacha mutilada por las ametralladoras de los soldados.
Los soldados estaban agachados por el intenso repiqueteo de las balas a lo lejos, que traía la borrasca.
Escuchaba gritos y pensaba que eran los alaridos de la desgracia y me parecía ver carcajadas en cada cadáver. Era mentira la verdad. Y allí, en ee laberinto de imágenes, estaba Stacy pensativa, con el dolor dibujado en su rostro, cebando un tridente amarillento para hundirlo en la barriga de su propio destino. Tenía un balazo en el vientre. La enfermera la atendía. Así era esa pesadilla constante que me perseguía.
El campamento médico estaba en medio del barro, de la nada. La apagada silueta del hombre herido bailaba delante de mis ojos, buscándome, hiriéndome. ¿Y esas risas? No lo entiendo. Un sujeto me llamó a gritos, en su delirante angustia que ahogaba el infinito.
-¡Tatiana! ¡Tatiana!-
-Aquí estoy, hombre, calma, le susurré al oído, vas a casa, a beber cerveza, como antes-
-¡Tatiana! ¡Tatiana!-
Su voz se hizo fría, larga, moribunda. Al final murió recostado como pollito en la almohada.
Salí a empellones para ocultarme en mi tristeza. Viendo a un tipo gritar, -¡viva la muerte!-, recuerdo que estoy secuestrada por las pesadillas. El herido lo dijo, también, en su tragedia. En su lenta agonía.
Esta vez no quise alarmar a mis padres. Sequé el sudor con las mangas de mi pijama y me duché de prisa. Luego salí fresca y me vestí, con sostén y calzón cremas y me puse leggins y una blusa floreada. Mi madre se puso contenta.
-Siempre quiero verte hermosa, hija-, me dijo besante la frente.
Pero a mi amiga Stéfani no le hizo gracia la pesadilla, cuando se la conté.
-¿Enfermera? ¿Campamento? ¿Ametralladoras? No creo que sea bueno-, me dijo.
En la universidad, el profesor nos dijo que la incursión en el campamento del Vraem demuestra que las autoridades han emprendido una decidida campaña para acabar con el narco estado.
-¿Usted qué dice, señorita Rivasplata?-, me preguntó viéndome extraviada en los recuerdos de la pesadilla.
¡Qué le iba a decir! -Siempre hay carcajadas en cada cadáver-, sonreí.
El profesor me miró entre resoluto e irónico.
-Me gusta eso, usted se refiere a que hay un triunfo en medio de la desgracia, me encanta su filosofía simple pero efectiva, señorita Rivasplata-, me dijo, los compañeros lanzaron un largo "uuuuuuuuuu" que me azoró.