Capítulo 3
1303palabras
2023-03-31 02:33
CALLEJÓN
Otra vez no podía despertarme. Me sacudía frenética, quería salir de allí, pero no podía. Estaba atrapada, atada a un poste. Sentía las cuerdas cortando mis muñecas.
Era un baldío nauseabundo y tétrico y soplaba el viento con ira, arrastrando papeles y desperdicios. El tipo que me ató, Cholo Grueso, se extrañó que la borrasca se hubiese desquiciado de pronto, trepidando y azotando los ventanales de los balcones. El otro sujeto , Negro Pepe, no decía nada. Me metieron un trapo en la boca. Estaba más asustada que nunca.

Entonces ellos quisieron irse de prisa, cruzando el encierro, dejándome sola, atada y sin poder gritar. Allí estaban apiñados los cilindros de basura chorreando a los lados. Tripas de gallina y retazos de pescado. Un gato saltó a un techo al verlos huyendo apurados, dando trancos. Iban agazapados. Qué lejos se les hizo el camino. Eso les mortificaba, lo veía en sus ojos. Otros días, quizás cruzaban el callejón en un santiamén. Ahora no, era distinto. Por más que se apuraban en huir, la salida se alargaba y se hacía interminable. Ambos tenían miedo, eso también lo vi.
Una voz que se venía corriendo y jadeando con ellos, les presagiaba un mal, advirtiéndoles que nunca llegarían a la esquina. Temblaban y estaban angustiados. Miraban hacia atrás esperando a alguien que los siguiera, que no debía estar allí. El susto les abría surcos, les trepaba por las espaldas.
Yo también pensé que venía alguien.
Del fondo, justo a la salida del callejón inacabable, apareció un tipo de gorrita hecho con medias y la casaca ajada. Llevaba las manos en los bolsillos y se detuvo raspando los zapatos en el charco. No podía ver quién era. El tipo no dijo nada y los dos hombres se inquietaron. Se clavaron de porrazo y quedaron petrificados.
El Negro Pepe se sorprendió que Cholo Grueso tuviera pavor. Lo vio sudando y los ojos a punto de estallarles. Él que había enfrentado a navajazo limpio a los capos de San Cosme y Napo. Lo miró y tragó saliva, pero no supo qué decirle.
- ¿Calavera?- preguntó Cholo Grueso, entreverando su voz con su pánico. El hombre no contestó. De repente echó andar con las manos en los bolsillos. Vi que fumaba, seguro un habano y que estaba inmutable, demasiado sereno. Mis captores pensaron en lo peor y retrocedieron, tropezando con su miedo.

- !¿Quién eres?¡- gritó asustado el Negro Pepe.
- Cholo Grueso, hijo de perra, no debiste meterte con ella-, le amenazó.
La voz del sujeto parecía de ultratumba, con un dejo provinciano escapando difícilmente de la oscuridad. Gangoso. Horriblemente asfixiante. Cholo Grueso al verlo acercarse desafiante, rebuscó en su pantalón su revólver. Lo pulsó y apuntó angustiado.
- Dispara, no más, imbécil-

Iba a tirar, pero el miedo le invadió. ¿Quién era? ¿Por qué le decía todo ello? Yo tampoco lo reconocía.
Cholo Grueso sudó frío. Nunca había tenido una sensación así y el terror le electrocutó el cuerpo. Lo paralizó.
- !Quémalo, Cholo¡-, ladró Negro Pepe. Pero él no tuvo fuerzas para hacerlo.
De pronto salieron otros tres sujetos, vestidos en harapos sucios, echando humo dela boca. Fueron hacia ellos, dejando escapar las panzas de las camisas y lanzando escupitajos y maldiciones. Llevaban las miradas enfurecidas, llenas de odio.
Negro Pepe corrió a la salida, pero grande su sorpresa al ver una carretilla de lechuga subir por un muelle y entrar al callejón, bloqueándolo. Gritó y por instinto de animal acorralado, sacó su arma y comenzó a disparar a los tipos que estaban detrás de las esquinas. Le respondieron de inmediato el fuego.
Un solo impacto se estrelló en su cuerpo. Lo lanzó varios metros y cayó pesadamente a un lodazal de desagüe, bajo mis pies, aullando mortalmente herido.
Cholo Grueso, pretendió subir por unos cilindros y alcanzar unos ventanales que parecían abiertos. Con la cacha del arma, logró tirar las tablas, pero las balas se alojaron en su espalda como hincones, atravesándole varias veces. Se resistió caer al suelo. Siguió pataleando y tratando de escalar a la ventana a viva fuerza. Era su voluntad férrea, moldeada en la puna que le obligaba a no claudicar ni rendirse. Le asaltó el recuerdo de su infancia en Juliaca. Luego, cuando era amo y señor de las bandas de pirañitas en La Parada y El Agustino. Nunca se había hincado ante nadie y jamás los policías, aún le patearan los riñones, le sacaron confesión alguna ni se rindió antes. Menos lo haría en ese instante. No era un duelo a chavetazos en Abtao ni una reyerta a puñetazos en Yerbateros, sino su propia vida la que estaba puesta en los cachitos. Lo reanimó. Le hizo olvidar el dolor y siguió trepando hacia los ventanales, como una serpiente sangrante y malherida, luchando por no morir.
Los tipos volvieron a disparar. Y esta vez fue el final. Eleuterio Alminahuanca, alias Cholo Grueso, se desplomó al suelo, tiritando. Cayó cuando pesado era, pero sus últimas células se negaron a rendirse. Temblaron, pretendiendo levantarse y volver a intentar el escape. Si embargo no pudo más. Sus músculos se fueron contrayendo lentamente, hasta que no hubo más reacción ni parpadeos. La cara se le hizo a un lado y se quedó sin aliento... murió.
El fulano de la gorrita miró al Cholo Grueso. Escupió y me quitó la mordaza y me preguntó, - ¿Has visto talibanes cerca?-
- Ninguno-, le dije.
El tipo corrió sin quitar las manos de los bolsillos de la casaca. Una voz lo detuvo.
- !Calavera¡ !Este aún está vivo¡-
No le interesó. Se fue dando vuelta al final del callejón.
Era Negro Pepe. Se incorporó con dificultad. Todos lo miraron en silencio.
-El demonio te quiere-, me dijo. Luego murió.
*****
Me levanté borracha, ebria, desparramada en mi cama, achinando los ojos. Vi mis muñecas y tenían marcas de cuerdas. Me asusté. Bajé de prisa al comedor y mi padre veía televisión, el noticiero de la mañana. Miré asombrada las imágenes.
-Eleuterio Alminahuanca, "Cholo Grueso", fue muerto de varios disparos, al parecer por un ajuste de cuentas. Su cuerpo fue encontrado en un callejón solitario. También estaba el cadáver de otro tipo conocido por la policía como "Negro Pepe"-
Grité aterrada jalándome los pelos. Mis padres se alzaron espantados.
-¡Yo estaba allí! ¡Yo estaba allí!- chillé sin control.
*****
El psicólogo dijo que tenía sueños reprimidos, quizás angustias pasadas, inconscientes, miedos profanos o temores ocultos que me hacían tener esas pesadillas. Mi madre le dijo al médico que esas horribles imágenes se habían desatado recién.
-Tatiana, ¿Te peleaste con tu novio?-, me preguntó el médico.
-Sí, pero fue hace buen tiempo, ya. Es un idiota-, le dije.
-¿Te pegó?-, disparó de frente.
Alberto no era de esos hombres que abusan de las mujeres o se sienten propiedad de una. Me trató, siempre, como una princesa. Hicimos el amor muchas veces, tuvimos sexo en numerosas ocasiones y siempre me hizo sentir en las nubes con sus besos y caricias. Disfrutaba de su virilidad, de su fuego intenso que me calcinaba y explotaba mi feminidad. Me sentía sexy en sus brazos.
-No, jamás-, dije.
-¿Por qué pelearon?-, preguntó mi madre.
-Porque me dijo que yo era aburrida-, expliqué. El galeno se sintió ganador.
-¿Ya ven?, exclamó, está afectada por el rompimiento, porque no acepta que el novio la deje y la llame aburrida. Es un shock leve nada traumático que se refleja en sueños donde ella está desprotegida, a merced de muchos hombres. Ella, en su inconsciente, necesita a su novio porque con él se siente segura, protegida-
Mis padres quedaron contentos. Me dijeron que debía enamorarme otra vez, buscar un nuevo hombre en mi vida. Eso me dio risa. Tiré mis pelos atrás y crucé las piernas fastidiada.
-El amor no se busca. Se encuentra-, dije seria y resoluta.