Capítulo 2
1238palabras
2023-03-31 02:28
ODA A UN MUERTO
Traté desesperadamente en despertar pero no podía. Quería levantarme, pero algo me sujetaba, me aplastaba a la cama, me ataba al colchón y a la almohada. Y me vi caminando, de prisa, tambaleante, hacia muchos hombres que me llamaban. Trataba de contener la sangre que empezaba a chorrearme por la cadera. Al acercarme al grupo, suspiré desgarrada. -Fue un gran muchacho. Es una pena que se haya ido-, dije sumida al dolor que me producía la herida abierta en el vientre.
-¿Es lo único que se le ocurre decir? ¿Que era un gran muchacho?-, me increparon esos hombres. No entendían que yo no podía hablar en ese momento. Estaba traumada, viendo al cadáver despedazado.

Los cañonazos seguían reventando en el fondo de la línea, en las cuevas de Tora Bora. Se iluminaban en llamaradas. Se escuchaban algunos disparos de metralleta muy cerca. Eran las últimas posiciones del enemigo que trataba de defender, hasta con las uñas y evitar el avance de nuestras tropas. Los habíamos arrollado y era su ulterior esperanza por una victoria que a nosotros, sin embargo, nos resultaba una pesadilla de dolor y sangre. Simple majadería, orgullo, quizás instinto a matar y no dejarse matar. Eso era.
-Estamos a unos cuántos kilómetros de Tora Bora, y me pides que me conmueva por un hombre que murió porque vino a buscar la muerte. No me pidas que llore por él-, ladré conteniendo las lágrimas.
-Era su amigo-, me dijeron.
La frase tintineó un buen rato en mis oídos. Era Douglas. Fue más que un amigo. Me amaba. Me hizo suya esa tarde en el cuartel, en la covacha que servía para guardar las armas. Me tomó de los brazos, me besó con locura, sus manos tomaron mis nalgas con ímpetu y yo me sentí flotar en las nubes mientras me besaba y acariciaba con vehemencia mis curvas. Una rodilla fue hacia su cintura para disfrutar de su virilidad que explotaba en su pantalón. Husmeó en m blusa buscando mis senos, mis pezones emancipados, hechos unos cerros empinados y firmes y se deleitó con mi piel lozana, tersa, suavecita, adorable y acariciable, todo en una.
Cuando me hizo suya, invadiendo mis entrañas como un caudal sin rumbo, llegando hasta mis más profundos abismos, me sentí morir. Grité, aullé como una loba y me revolqué en sus brazos, jalándome los pelos extasiada, frenética, dichosa de haber encontrado el clímax que buscaba en él.
Dejó sus huellas en mí, me hizo arder en fuego, en las llamas que brotaban de esas entrañas conquistadas por su virilidad y quedé rendida en sus brazos, exhalando sexo en mi aliento, en mis poros, después de haber desatado mi sensualidad e inmensa feminidad. Eso sentí.

Entonces Douglas se volvió en un estímulo para seguir adelante, un motivo más para sentirnos vivos en medio de la muerte. Derrochaba optimismo además y se enamoró de mis nalgas. Las sentía poderosas, muy redondas, y la degustaba como náufrago en isla solitaria. Pero ya no existía más. Ahora era un recuerdo. ¿Por qué ellos no quieren entenderlo?
Volví la mirada hacia las montañas y murmuré con los ojos bañados en lágrimas. -Rayos, debemos tomar las cuevas. En eso es lo que debemos pensar-, ordené
Subí al jeep. Quería ir donde los médicos, donde Tatiana. El dolor me hacía trizas.
-¿Eso quiere que le digamos a su esposa?-, dijeron.

¿Era casado? No lo sabía. Yo lo pensaba solo mío.
El teniente refunfuñaba. Gritaba. Gesticulaba colérico.
Los tanques eran pasto de la llamas, se habían vuelto un montón de fierros retorcidos. Estaban en el campo como mudos testigos dela cruenta batalla, inhumana, que permitió a nuestras tropas avanzar hacia la ladera. ¿No le dije, acaso, que debía detener a la avanzada del enemigo? Cumplió sus órdenes. Entonces ¿por qué lloran por él? No lo sé.
Douglas murió destrozado por el estallido de un misil.
Golpeé al chofer en su hombro y arrancó el jeep. Ya no tenía más qué hacer en la ladera.
Entonces desperté. Parpadeé de prisa y sentí mi cara bañada de sudor. Mi corazón pataleaba en mi pecho y tenía fuego por la excitación. Arreglé mis pelos con mis manos y exhalé mi susto. El soplido fue como una explosión, reventando en la casa.
Mi madre llamó a la puerta. -¿Estás bien Tatiana?-
-Sí, mamá, le dije, una pesadilla-
Pero ya eran muchas. Repasaba en mi mente el sexo intenso, las tropas, los tanques, las casas humeantes y el sujeto con la cabeza partida de un balazo. Abrí la Laptop y busqué Tora Bora. Allí decía. Batalla por las cuevas. Y había una foto. Le di un click y la amplié. Era él, Douglas.
Y entre ese montón de imágenes, también había una que no se ampliaba, por más que la ametrallaba con el mouse. Me convencí que era yo, la comandante.
Grité aterrada.
*****
Creo que todo eso se debió por mi obsesión por la vida. Desde pequeña perseguí mis ideales, lo que creía era mi destino. Tenía mis metas, mis sueños. Lo que deseaba lo conseguía, además. Era obstinada, pero buena y noble, modestia aparte. Me apiado de los débiles y odio a los que se creen todopoderosos. Y detesto a los abusivos. Quizás por ello me perseguían esas pesadillas. Porque llegó un momento que cargué con el odio de otros sobre mis hombros.
Volví a soñar con la chimenea, pero ya no quedaban chispas en el carbón humeante. Tampoco había luz. Apenas la soledad y los vaivenes musicales, armónicos que escapaban de las calles y se refugiaban entre mis senos. Es lo que sentía. Me pregunté quién soy, pero aún yo lo sé. Era lo que intentaba definir.
*****
Vanessa jugaba al softbol conmigo. Nos conocemos desde pequeñas. Siempre le cuento mis cosas porque ella es una persona confiable, con muchas metas e ilusiones. Nos sentamos en el diamante, después de entrenar, y nos tirábamos la pelota una a otra.
-¿Qué pasa si es que una fuerza poderosa invade tu mente?-, le dije misteriosa. Ella me lanzó la pelota. -Hay muchas mentes débiles que son fáciles de abordar, es por ello que los políticos tienen éxito, igual los grandes generales o caudillos. Hitler por ejemplo. Arrastró a su país a una gran y funesta guerra o Saddam Hussein. Las mentes débiles son fáciles de manejas o convencer-, dijo ella.
Yo le devolví la pelota. -¿Crees que tengo una mente débil?-, pregunté.
Vane me miró divertida. -Para nada, al contrario, yo te veo siempre bien segura. Los chicos también dicen que eres difícil-, me dijo sonriendo.
Eché a reír coqueta. -¿Qué te dicen?-, me interesé.
-Ay que eres una mujer seria, difícil pues-, no encontró palabras ella.
Me puse a pensar. Ya había tenido tres enamorados, pelee con todos ellos, sí, pero fue porque mis ex siempre trataban de dominarme, hacer lo que ellos querían. A mí no me gusta el fútbol pero arrastraban de los pelos a los estadios o yo soy salsera o ellos rockeros y me metían el rock por las orejas. No me gustan esas cosas. Vanessa me volvió a lanzar la pelota.
-¿Crees que la tribu de los guachamolo invadió tu cabeza?-, se preocupó sin dejar de reír.
-No, sino que a veces pienso que la mente es tan poderosa que es capaz de dominar los pensamientos y los sueños-, dije.
Vanessa estrujo su boquita. No la convencí. -Ten cuidado, en todo caso-, me recomendó.