Capítulo 48
2196palabras
2023-05-04 10:16
-Tenía seis años –Empecé a contar al mismo tiempo que me tele transportaba a aquella época…
…‘‘Mamá quiero ir contigo –Mencioné al verla arreglarse en su cuarto.
-No estás lista, ya vamos saliendo. –Ella buscaba sus zapatos deportivos en el closet.

Ante la respuesta de mi madre salí corriendo al cuarto, me vestí sin bañarme y me presenté ante ella un poco despeinada.
-Ya puedo ir –Dije en voz alta, ella parecía un poco enojada mientras caminaba de un lado al otro con el celular pegado a la oreja. Cortó su llamada.
-Empaca tus cosas –me dijo mirándome seriamente.
Mi vista divisó una gran maleta al lado de la puerta y luego entendí, iremos a un viaje largo. Corrí a mi habitación y escuché los pasos de mi mamá detrás. Me ayudó a guardar ropas y objetos personales y rodó el equipaje hasta la salida del apartamento.
-¿Que sucede? -Preguntó mi papá al vernos salir.
-Carlotas no puede venir –respondió mi madre.

Bajamos, nos montamos en el auto y arrancamos. Al cabo de varias horas llegamos a un edificio y mi mamá y yo subimos hacia otro apartamento.
-¡Hola Nathalia! –Una señora muy querida me abrió sus brazos para abrazarme.
-¡Vinimos a visitar a la tía! –dije con emoción recibiendo el abrazo.
Mi mamá saludó de mejillas a mi tía, soltó la maleta y se dio la vuelta para llegar al ascensor.

-Mamá, grité al mirarla retirarse.
-Quédate un momento con la tía voy por la maleta.
Había pensado que era cierto lo que mi madre mencionó, por el contrario. Los segundos se hicieron minutos y luego horas. Era pequeña, pero no tonta, me di cuenta que mis padres me habían abandonado.
Pasé la tarde preguntando por mis padres, para donde iban y cuánto tiempo iban a tardar.
-No lo sé, menos de una semana. Ve a ver la televisión, me dijo mi tía carlotas mientras cocinaba.
Pensé que eso era verdad, que iba a estar con ellos una semana, jamás imaginé que esa semana se convertiría en el resto de mi vida…
El sol se asomó por mi ventana y me hizo despertar, quise ir al baño, pero unos lloriqueos me pusieron la piel de gallina. Rápidamente me dirigí hacia la sala del comedor.
-¡¡¡No puede ser, no puede ser!!! –Gritaba mi tía Carlotas. Estaba rodeada de dos mujeres y un hombre que en vez de consolarla lloraban alrededor de ella.
-¡Eran jóvenes, tenían futuros! –Las lágrimas se le salieron al señor que estaba parado.
-¡Como pudo pasar! –Exclamo en llantos otra mujer.
La casa de mi tía Carlotas parecía un funeral, sentía el ambiente pesado que caía más y más ocasionada por el egregor de tristeza.
-¿Qué pasó? -Pregunté para obtener una explicación clara. Ya intuía que alguien había fallecido.
-¿Ella es Nathalia? ¿Estaba contigo? –Se acercó una mujer gorda a la cual no lograba reconocer, ella me abrazó y empezó a llorar conmigo.
-Menos mal estaba aquí, de lo contrario habría muerto.
Una ira me llegó hasta la cabeza al escuchar el comentario de otra. –‘‘¿Morir yo? ¿Y eso por qué?’’ –Me extrañé en mis pensamientos.
-¡Nathalia mi sentido pésame! ¡Pobrecita! -Me apretó la gorda que dilataba en soltarme. Como rebelde desde pequeña que era la empujé.
-¡¿Qué sucede?! ¡¿Quién se murió?! –Exclamé eufórica.
-Ella no lo sabe –Volteó a mirarme tía Carlotas sentada en una silla. Y todos voltearon a verme con compasión.
-¡Nathalia! –Se acercó mi tío Bryan con las llaves de su auto en la mano- Tus padres fallecieron, su carro se volcó por un farallón.
Así sin anestesia recibí la peor noticia para una hija única de seis años.
No hallaba que hacer, si llorar o pegar gritos, y me espantaba que todos los aterrorizados ojos esperaban a ver mi reacción. Antes de que la gorda volviera a rodarme con sus brazos salí corriendo mientras la catarata de lágrimas recorría mi rostro’’.
-Es triste, mi madre también murió, pero ya era adulto, me imagino como te sentiste que eso te halla pasado siendo niña. Debió ser terrorífico –Me dijo Darwin al escuchar mi triste historia.
-Horrible, fue la primera vez que lloré desconsoladamente por algo, por varios días, varios meses y hasta años.
-Y la segunda, ¿por un desamor? –Dijo sonriendo.
-¿Te burlas de mí? Te acabo de contar algo desgarrador y sales con un chiste.
-Solo quería que cambiaras tu expresión, eso pasó hace muchos años –Acercó su mano para tocar mi lagrimal. Su dedo era suave, y al bajar a mis ojeras sentí la caricia de compasión.
-Sí, pero a causa de ello vivo con mis tíos, son extremadamente estrictos y…
-¡Ashley cuidado! -Gritó Darwin, eso interrumpió mis palabras. Él se dirigió hasta el pequeño parquecito, igual no habría peligro, si se caía rebotaría sobre la esponja. Observé que él se preocupaba por la pequeña, la quería, la consentía.
Mientras él atendía a su hija yo me senté en un banco, a reflexionar. ‘‘¿Y la segunda? ¿Por un desamor?’’ La inquietud que no le quise responder a Darwin era negativa. No, jamás había sufrido un desamor, no hubo algún hombre que mi corazón pudiese elegir. Las únicas lágrimas que salieron por un hombre fueron por la muerte de mi papá. Quizá mi jefe y profesor de matemáticas quería que le contara lo siguiente, ese era el secreto que él aún no debía enterarse…
…La segunda vez que lloré desconsoladamente por algo tuvieron que anestesiarme todas las tardes por una semana, sentía que mis signos vitales decaían a causa de la muerte de la pequeña. Su pérdida me hizo sufrir demasiado. Pero la posibilidad de encontrarla me dio impulsos para continuar en la vida.
-Te voy a pagar lo que te debo –dijo Darwin mientras caminábamos fuera del área recreativa infantil.
-¿Lo que me debes? -Pregunté y mi mente trataba de tramitar algún recuerdo que concordara con la frase que me estaba diciendo.
-La otra vez te dije ‘‘te lo debo’’. ¿A qué se refería? –Volvió a insistir.
No encontraba descifrar lo que trataba de decirme hasta que nos acercamos a un puesto de dulces y postres.
-¿Un helado? –Traté de adivinar.
-Claro, la vez pasada que salimos te lo iba a comprar y me dijiste para después.
-Ah si –Dije al acordarme, y luego me surgió la incógnita extrañosa. –‘‘¿Que salimos? Esa no era una salida, ni la pasada tampoco. No es una cita Nathalia, estas por asuntos de espionaje’’. -Debía concentrarme en mi objetivo. Sacar información importante.
-¿Cuál es el sabor que quieres? –Me preguntó Darwin cuando seleccionaba los sabores para cancelarlos.
-Fresa con chocolate y chispas de maní –respondí.
Al tener la delicia en nuestras manos caminamos hacia una mesita. Me senté en la silla y coloqué mi helado al frente. Voltee a ver a Ashley sobre las piernas de su padre y hablé.
-Me dijiste que tu madre también murió. ¿Qué edad tenías?
-Fue hace tres años. Acababa de cumplir los veinticinco ya había salido de la universidad. No ejercí la ingeniería en matemáticas. Mi objetivo era montar una academia.
-Oh eso es bueno ¿De puras matemática?
-Quería involucrar varios estudios, ciencias y humanidades, y contratar a especialistas, tenía idea de que fueran diplomados y pos grados.
-¡Una gran academia de estudios! ¡Fantástico! Eso sí sería muy interesante ¿y aun estás con los proyectos?
-Por eso te lo menciono, la muerte de mi madre me llevó a renunciar a todos mis planes.
-¿Cómo así?
-Sobrepasé la mayoría de edad y aún era un mantenido –Continuó explicándome- Mi madre me daba todo lo que necesitaba, ella era fundadora y dueña de la mayoría de los salones de belleza de la ciudad y tenía sucursales en varias partes del país.
-¿Fue una muerte repentina? ¿Cuál fue el motivo de su fallecimiento?
-Fue lento y doloroso para ella, tenía la enfermedad del cáncer. Me dolía verla sufrir, sabía que nos dejaría. Y en sus últimos días nos rogó que nos encargáramos de los negocios, que no dejemos perder las peluquerías.
-Dices que ‘‘nos rogo’’; ¿te refieres a tus hermanos y a ti? –Pregunté para salir de dudas.
-Sí, solo tengo una hermana, acababa de graduarse de médico y le había salido la posibilidad de trabajar en Roma. No le importó que mi madre estuviese moribunda, le dijo que no. Que ella tenía una profesión con la cual defenderse y no perdería el tiempo en esclavizarse vendiendo simples productos de belleza y supervisado como cortan el cabello las peluqueras.
-¡Que terrible! Al menos debió decir que ayudaría en algo –opiné con asombro a ese carácter peor que el mío.
-Ella sabía que por ser la mayor y ser mujer le correspondía eso como herencia, a mí me dejaría la mansión y los carros.
-¿Entonces la hermosa casa donde vives era de tu madre? –Pregunté, esa incógnita la tenía desde la primera vez que visualicé su vivienda.
-No, la que tengo ahorita la compré. Vivíamos en una aún más grande, aunque mi hermana y yo alquilábamos cada uno por su lado cuando estábamos estudiando. Mi madre vivía con un viejo mayor que ella. Él tenía otros tipos de negocios, así que no necesitaba que ella le diera nada.
-¿Y tuviste que quedarte con el negocio? –Me pareció interesante esa conversación. De igual forma ya estaba deduciendo la manera en que él llegara a estar a cargo de las peluquerías.
-A mi mamá se le salieron las lágrimas cuando mi hermana reaccionó de esa manera –Darwin continuó echándome el cuento- Me las contagió, sentí nostalgia y dije que asumiría esa responsabilidad. Lo que jamás imaginé era que me esclavizaría y tuviera que renunciar a mis expectativas futuras.
-Guao, ¿te sientes realmente esclavizado? ¿Los negocios de peluquerías no te gustan? –Pregunté.
Nos levantamos de la mesa y tiramos en la papelera las servilletas sucias después de limpiar los restos de helado de nuestras caras. Nos acercamos a la plaza y empezamos a caminar mientras continuábamos conversando.
-Con el pasar del tiempo me fui adaptando. Me entusiasmé al ver la cantidad de ingresos que obtengo en poco tiempo. Para no depender directamente de los negocios contraté bastante personal, eso me resta ganancia, pero prácticamente gano sin hacer mucho, solo con ir a supervisar –Respondió Darwin a mi anterior pregunta.
-¿Y cómo se dividieron los bienes? Tú fuiste el heredero al final.
-Así es –él afirmó- Aunque mi hermana se puso las pilas, exigió la mansión y el auto, a pesar de que estuve en contra de eso el abogado la defendió, mis propiedades valían más. Al final ella vendió todo y se fue para Europa como lo tenía planificado.
Él me contaba sus cosas y yo escuchaba muy atenta, había una reciprocidad de opiniones. No tenía noción del tiempo ni había visto la hora, y no supe en que momento nuestros brazos se acercaron, estábamos caminado agarrados de la mano.
-¡Dios mío! ¿Qué hora es? –Solté mi mano y pregunté alterada.
-Debe ser muy tarde porque Ashley ya se durmió –dijo Darwin con una sonrisa mirando a su hija reposando sobre sus brazos.
Se veía tan linda, quería acariciar a la pequeña, sentía la necesidad de recostarla sobre mi pecho.
El lugar estaba alumbrado solo con la luz de la luna, Darwin veía fijamente a mis pupilas a medida que sonreía, eso me agradaba, lo miraba también, sus ojos un poco achinado, su nariz perfilada y esa dentadura que mataba cuando mostraba simpatía, englobaban ser un rostro casi perfecto.
-Vamos a casa –dije al sentir nervios, el ambiente era más romántico de lo debido. Aparté la mirada de él y le di la espalda para alejarme. Sentí su mano volver a tocar la mía e inclinó su cuerpo para abrazarme.
-Gracias por acompañarme un rato –Me dio un beso en la mejilla.
-¿Te ayudo con la niña? Así conducirás con más comodidad -dije alejándome para cortar cualquier expresión de cariño que en él se manifestaba.
-Cárgala con cuidado –Me dijo colocándome la niña sobre mis brazos.
Dentro del auto hubo un silencio incómodo, no había tomado licor, pero tenía un sentimiento de bienestar, el perfume que emanaba del cuello del caballero de mi lado me agradaba. ‘‘No, Darwin no puede gustarme, solo me había dejado llevar por una buena conversación’’ –dije en mis pensamientos.
-Como te estaba contando, al morir mi madre me sentí solo, era adulto, pero era la mujer que más amaba en el mundo, mi dolor fue tan grande que me costó varios meses volver a sonreír, por eso te compadezco, se lo que pudiste sufrir –dijo y tomó mi mano.
Un brazo sostenía el volante y el otro estaba dirigido hacia mí. Sentí su mano cálida que calentaba mi cuerpo y aplacaba el frío producido por el sereno de la noche, las ventanillas del auto estaban bajo y mi cabello suelto bailaba por el ritmo de la brisa, al parecer eso lo cautivaba, su cabeza parecía un ventilador, miraba a medias la carretera y su mirada se fijaba constantemente en mí. Era entusiasmante su admiración hacia mí, pero no era correcto. Era mi profesor, además de que mis intenciones no serían buenas para él. Le arrebataría la niña en cuanto tuviese la prueba de ADN positiva en mano.