Capítulo 69
1529palabras
2023-03-08 00:01
Frunciendo el ceño, Isabelle dejó escapar un suspiro al ver a Tommy refugiarse bajo las colchas. ¿Qué era lo que le sucedía? Parecía como si estuviera hechizado. Si bien es cierto que Hannah era hermosa, gentil y trabajadora, no era la primera vez que Tommy veía mujeres así desde que era un bebé. ¿Por qué tenía aquel sentimiento de apego tan especial hacia Hannah?
Isabelle dejó escapar otro suspiro, pero de resignación, decidiendo respetar la decisión de Tommy y dejarlo en paz como le había pedido, aunque sin comprender todavía por qué se comportaba de aquella manera.
Una vez que dejó la habitación de Tommy, tras un momento de reflexión, Isabelle llamó por teléfono a William para comentarle que la fiebre de Tommy se había elevado de nuevo y que nuevamente le había pedido a Hannah que lo visitara en la mansión.
Para su sorpresa, una vez que ella terminó de hablar, William, con voz burlona le respondió: “Bueno, tengo que decirte que no le gustó el obsequio que le enviaste. Así que, de ahora en adelante, sería mejor que dejaras de pedirle que venga a nuestra casa.”
Sin decir más, William cortó la llamada. Isabelle quedó desconcertada, con la boca abierta y sin dejar de mirar el teléfono.
Pero… ¿Qué es lo que estaba pasando con todos? ¿Acaso habían sucumbido, víctimas del mismo hechizo?
Mientras tanto, en su cama, Tommy yacía con el mismo desánimo con que había pasado el resto de la tarde, desde las 3 hasta las 8. De nuevo se había negado a comer, a beber e incluso a hablar. Cuando alguien entraba a la habitación para hablar con él, se limitaba a meterse bajo las colchas, desde donde, con voz inexpresiva decía: “No me hables. Quiero estar solo.”
Al ver aquello, Isabelle no tuvo más remedio que llamar de nuevo a William. Parecía que, si había alguien que podía darle solución a aquel asunto, ese debía ser él.
William se encontraba todavía en su oficina, acaba de terminar su trabajo del día y se disponía a marcharse, cuando recibió la llamada de Isabelle, a quien de manera breve le dijo que iba saliendo camino a casa y, sin decir nada más, cortó la llamada.
Cuando regresó a casa, aunque tenía hambre, lo primero que hizo fue dirigirse a la cocina, donde preparó la pasta para Tommy, tal como había visto a Hannah prepararla la noche anterior. Una vez lista, subió con el plato a la habitación de Tommy.
“¡Fuera! No quiero comer nada y no quiero tomar la medicina” fue el lamento con el que que Tommy recibió a William, sacando apenas la cabeza de debajo de las colchas para ver quién había entrado.
Conteniendo su ira, William se acercó a la cama. Puso el plato con la pasta sobre la mesita de noche y luego levantó las colchas y, con voz profunda, preguntó a Tommy: “¿Terminaste?”
Sabiendo que se trataba de William, Tommy se limitó a mirarlo con sus grandes y brillantes ojos, pero se sentía tan triste que no quiso responder nada.
De pie junto a la cama, William frunció los labios mientras observaba al lloroso Tommy, y con voz firme le ordenó: “Aquí está la pasta que tanto quieres comer. Ahora, levántate y come.”
El lloroso rostro de Tommy se iluminó al escuchar aquellas palabras y, al percibir el aroma proveniente de la mesita de noche, mirando hacia arriba con emoción pregunto: “¿Gafas Negras vino de nuevo? ¿Ella me preparó esto?”
“Solo cómetela y lo sabrás”, respondió William.
“Está bien”, respondió el niño, canturreando emocionado una canción, pensando que había sido Hannah quien había preparado la pasta, de modo que se sentó en cuclillas en la cama, de cara a la mesita de noche, y comenzó a comer.
Sin embargo, bastó con que Tommy probara el primer bocado para que su rostro se viera ensombrecido por un puchero de decepción y de nuevo comenzó a sentirse triste.
“¿Qué sucede?”, preguntó William, con el ceño fruncido, al ver que no comía.
“Ella no preparó esto”, respondió Tommy, mirando a William con un gran bocado de pasta en la boca mientras que parecía haber comenzado a llorar de nuevo.
Resistiendo el impulso de gruñirle, William respiró profundamente y, con todo burlón, dijo: “Yo no dije que ella la hubiera preparado.”
“Papá: Ella y yo terminamos”, dijo Tommy, mientras sus lágrimas comenzaban a caer de nuevo, dando a entender lo triste que se sentía luego de haber sido abandonado.
“¿Terminaron? Por favor, Tommy; eso son solo ilusiones. Tú nunca le agradaste y ella tiene un novio. Será mejor que te des por vencido”, exclamó William con agitación, sin poder evitar comenzar a rugir al contemplar al pequeño Tommy, sentado en cuclillas en la cama, frente a él.”
“¡Estas mintiendo! ¡Nada de lo que dices de ella es verdad!”, gritó Tommy, arrastrando las palabras por entre el bocado de pasta que todavía tenía en la boca.
“¿Te vas a comer la pasta o no?”, preguntó William, tajante, sin querer seguir discutiendo sobre el tema.
Tommy miró a William y, segundos después, terminó de comer y tragar la pasta que tenía en la boca y solo entonces dijo: “Papá, tú me dijiste una vez que un hombre no derrama lágrimas a menos que esté profundamente herido. Dejaré de llorar y terminaré la pasta.”
Las palabras de Tommy dejaron sin palabras a William quien, poco después, ordenó: “Cuando termines de comer, debes esperar media hora para tomar tu medicamento.”
“Está bien”, contestó Tommy obedientemente, mientras seguía comiendo el resto de la pasta.
......
En el Área 1 de la Residencia Marin.
Pasaban ya de las once de la noche, y aunque Hannah se encontraba ya en la cama, no podía dormir. El collar de perlas seguía destellando a través de su mente.
Al final, tras un largo suspiro, prefirió levantarse y abrir un cajón de su escritorio, de donde sacó el collar de perlas que había intentado ocultar bajo una agenda encuadernada en cuero. Lo llevó hasta su cama, donde lo examinó cuidadosamente, terminando por acariciarlo con sus manos.
Era un collar de perlas que daba la sensación de ser un tesoro poco común. No era solo la redondez y el brillo de sus perlas, sino también una suerte de calidez que parecía emanar de él. Al sacarlo del joyero, había sentido la frialdad de las perlas, pero bastó con que las tuviera dos o tres segundos sobre la palma de su mano para que se sintieran cálidas, como si hubiera sido capaz de absorber la calidez de su piel.
¿Sería posible que Isabelle realmente le hubiera obsequiado aquel collar? ¿No se trataría más bien de un error y más tarde ella le pediría que lo devolviera?
Hannah no pudo evitar reírse al pensar en aquello.
La familia Scott era excepcionalmente rica. Sin importar lo valioso que para Hannah pudiera parecerle aquel collar, para ellos era solo un collar más, otro objeto valioso sin nada en especial.
¡Toc! ¡Toc!
Hannah se encontraba riendo tontamente cuando sintió una serie de golpes en la puerta, por lo que se apresuró a abrir el cajón de su escritorio, donde guardó de inmediato el collar y el joyero, sintiéndose como si fuera una ladrona.
"“Hola, nena. ¿Estás dormida?”
La voz de Tiana vino desde el otro lado de la puerta y Hannah se apresuró a tranquilizarse y, regresando apresuradamente a la cama, al fin respondió: “No estoy dormida. Pasa.”
Tiana abrió con timidez la puerta, pero luego corrió hacia la cama para abrazar con fuerza a Hannah, cubierta por las sábanas.
Hannah tuvo de pronto la sensación de que algo no andaba bien, por lo que, tras abrazar a Tiana, con el ceño fruncido, se separó de ella y mirándola con preocupación le preguntó: “¿Qué pasa? ¿Ha sucedido algo?”
“No. No pasa nada”, respondió Tiana, quien volvió a abrazar a Hannah, frutando su rostro contra el cabello de su amiga, como si fuera un empalagoso gatito pidiendo ser acariciado, y en voz baja murmuró: “No es nada. Simplemente sucede que a veces siento demasiado frío y necesito que alguien me abrace.”
Al escuchar sus palabras, Hannah la estrechó con más fuerza todavía, acariciando la espalda de Tiana, a quien volvió a preguntar. “¿Qué está sucediendo? ¿Acaso no puedes decírmelo?”
Tiana negó con la cabeza y, solo al cabo de un rato, pudo esbozar una sonrisa de amargura en su rostro y dijo: “No creo que te sirva de nada saberlo… Así que es mejor que no lo sepas.”
"Tiana..."
Cuando parecía que Hannah habría de lograr que le dijera lo que pasaba, Tiana se separó de ella y con timidez le preguntó: “¿Puedo dormir contigo esta noche?”
Resignada a que Tiana no habría de decirle nada, Hannah renunció a intentar persuadirla, convencida de que, cuando estuviera lista, Tiana habría de contarle todo.
Dibujando una amplia sonrisa que iluminó su rostro, Hannah levantó la colcha y, riendo entre dientes, le dijo: “Claro que sí. Estoy más que feliz de poder dormir contigo.”
Tiana le sonrió y se metió en la cama, bajo las colchas, junto a Hannah, a quien abrazó. Solo entonces, cuando cerró los ojos, las lágrimas comenzaron a brotar.
......