Capítulo 65
1220palabras
2023-03-05 00:01
......
Hannah quería retirarse, pero William tiró con fuerza del brazo que todavía la sostenía y no le dio la oportunidad de hacerlo. Cuando ella levantó de nuevo la vista, luchando con el pánico, se encontró de nuevo la mirada profunda de él, quien una vez más la atrajo hacia sus brazos con un poco de fuerza.
“¡Oh…! ¡Señor Presidente…!”

Sorprendida nuevamente con la guardia baja, Hannah no pudo evitar caer de nuevo sobre el amplio pecho de William. Dominada por el pánico, comenzó a forcejear para librarse de su abrazo y empujando sus manos contra su pecho, en un vano intento por resistirse.
“¿Qué sucede? ¿Es que acaso soy tan aterrador?”, preguntó William en voz baja, mientras que, con el ceño fruncido, la observaba, con su rostro y sus orejas teñidos de rojo.
Hannah lo miró unos segundos, sintiendo entonces un poco de tristeza, pero, conteniéndose y sacudiendo la cabeza, le respondió: “No, no me das miedo. Pero eres el presidente, eres William Scott. ¿Acaso no sabes que la gente te respeta y también te teme?”
“¿Eso te incluye?”
“Sí, eso también me incluye”, respondió ella sin dudarlo.
William la miró, a ella, que afirmaba que le temía porque lo respetaba, pero sin poder ir más allá y comprender las complejas emociones que debían existir tras de sus ojos.

Parecía una compleja mezcla de emociones en que se combinaban la tristeza, la terquedad y también lo que no podía ser sino repugnancia.
De pronto, William la soltó, colocó el joyero en sus manos y con voz profunda le dijo: “Mi madre te dio esto como muestra de agradecimiento por haber cuidado a Tommy. Yo no soy más que el mensajero. Si no lo quieres, de acuerdo, devuélveselo tú misma. Eso es todo.”
Presa del pánico, Hannah se quedó inmóvil, observando el joyero que tenía en la mano, y aunque hubiera querido negarse de nuevo, tan pronto como William había terminado de decir las últimas palabras, se había dado ya la vuelta y regresado a su lugar, al otro lado del escritorio.
Hannah abrió la boca frenéticamente, y aunque hubiera querido decir algo, al final, las únicas palabras que salieron de su boca fueron: “Está bien, Sr. Scott…”

Dicho esto, ella bajó la cabeza y, tras darse la vuelta, abandonó la oficina.
Sin embargo, William no volvió a sentarse. Permaneció de pie, tras el escritorio, viéndola marcharse, mientras sentía ráfagas de oscuridad parpadeando en sus ojos. De pronto sintió como si padeciera una ligera congestión y le costara respirar de manera normal.
Nunca antes se había sentido así, oprimido por aquella agónica sensación, extremadamente incómoda.
......
Tras salir de la oficina de William, Hannah caminó por los pasillos con la turbadora sensación de que el exquisito joyero que llevaba en la mano era como una bomba de relojería de la que más que nada deseaba deshacerse de inmediato. Incluso cuando pasaba junto al escritorio de Annabel hubiera querido ser invisible para que no pudiera verla.
Sin embargo, eso no fue posible. El joyero, esmaltado en azul real, que llevaba en la mano era más que llamativo tanto por su exquisito diseño, como por su tamaño, por lo que todos podrían verla sin problema. Sobre todo Annabel, quien la miró sorprendida salir de la oficina, preguntándose por qué Hannah había pasado tanto tiempo adentro y ahora la veía salir con aquella llamativa caja en su mano.
“Hasta luego, Hannah”, gritó Annabel, con evidente curiosidad, cuando Hannah pasó apresuradamente junto a su escritorio.
Antes de salir, Hannah se detuvo en seco y, cerrando los ojos, se obligó a tranquilizarse.
Al ver que Hannah se detenía junto a ella, Annabel se puso de pie rápidamente y se acercó a ella sin dejar ver mirar el joyero que tenía en la mano durante un largo rato antes de preguntar: “¿Qué es eso que llevas allí?”
Hannah miró el joyero en su mano y luego a Annabel y sonriendo con tranquilidad le respondió: “No tengo idea. El Sr. Scott me dio instrucciones muy precisas de que no puedo mirar el interior.”
Annabel miró a Hannah y su rostro se oscureció de inmediato.
“Bueno, si no necesitas nada será mejor que regrese a mi escritorio”, dijo Hannah, dándose la vuelta, sin esperar respuesta de Annabel.
Mirando la espalda de Hannah mientras se alejaba, Annabel no pudo dejar de decirse a sí misma: “¡Vaya! Qué engreída… Apuesto a que ni siquiera es para ella…”
......
Hannah regresó lo más apurada y discretamente que pudo a su escritorio, donde se apresuró a guardar el joyero dentro de su bolso antes de que alguien más lo notara.
Tal vez para Isabelle aquel collar de perlas no significara demasiado, pero para Hannah, por el contrario, se trataba de un regalo muy costoso, en especial porque había sido por prepararle un patético plato de pasta a Tommy. Por lo tanto, estaba decidida a regresar a Isabelle el collar.
Luego de haber guardado el collar, Hannah respiró profundamente y siguió trabajando como si nada hubiera pasado. Sin embargo, tuvo dificultades para concentrarse en su trabajo como solía hacerlo de costumbre, pues la escena en la oficina de William, quien la había tomado con un fuerte abrazo, no dejaba de repetirse en su mente.
Podría haberla visto caer sin levantar un dedo y, sin embargo, se había apresurado a sostenerla y tirar de ella para evitarlo.
Incluso, pudo simplemente sostenerla para evitar que cayera y, sin embargo, usó la fuerza suficiente como para atraerla hacia su abrazo. ¡Y lo hizo dos veces!
Además, que habían significado exactamente las palabras que le había dicho. ¿Significaba acaso que la odiaba por acercarse a Tommy o por algo más? Sin contar el hecho de que, pese a que ella le había dejado claro que no quería aceptar el regalo de Isabelle, él se lo había puesto en las manos diciéndole que, si quería devolverlo, que lo hiciera ella misma.
Todo le pareció demasiado extraño. Nunca podía comprender lo que William podía estar pensando, lo que podría hacer.
“Oye, ¿qué pasa? ¿Hay algo que te preocupe?”, preguntó Bella, quien se acercó a Hannah al verla distraído, agitando su mano frente a sus ojos para hacerla reaccionar.
“Ah, hola, Bella”, respondió Hannah, recuperando la compostura con rapidez y dirigiéndole una sonrisa, tratando de mantener aquellos pensamientos lejos de su cabeza. “¿Qué sucede?”
“Es mediodía. Vamos a almorzar”, respondió Bella, riendo entre dientes mientras seguía mirándola.
“¿Cómo? ¡Ya es mediodía!” Hannah consultó asombrada su reloj, descubriendo que eran ya más de las doce y cuarto.
Comprendió que había pasado la mayor parte de la mañana pensando en tonterías en vez de hacer su trabajo.
“Sí, vamos.”
Hannah ordenó con rapidez su escritorio y, tras apagar su ordenador, acompañó a Bella a la cafetería.
La Mansión Presidencial contaba con una amplia cafetería donde solía comer la mayoría del personal y que proporcionaba también la comida para aquellos que solían trabajar horas extras.
La cafetería funcionaba en un edificio más pequeño, anexo al edificio principal. Cuando llegaron había mucha gente lista para comer, lo que significaba una larga fila frente a los mostradores de servicio donde se servía la comida.
En muchos sentidos era una cafetería automática, similar a otras cafeterías del Grupo Scott. La gente examinaba las opciones disponibles antes de pedir lo que querían comer.
"Señor Atkinson."
"Señor presidente."