Capítulo 61
1252palabras
2023-03-03 23:00
Después de que Tommy ingiriera todo el jarabe medicinal y éste hubo corrido a lo largo de su garganta, Hannah le entregó el vaso con agua. “Toma, bebe un poco para que se te pase lo amargo.”
Tommy asintió y bebió un gran sorbo de agua del vaso que Hannah le llevó a la boca.
“Todavía tenemos tres píldoras aquí. Dos son para la fiebre y la otra es un medicamento antiviral”, les recordó el médico, con una sonrisa.

Hannah cogió las píldoras y le preguntó a Tommy: “¿Quieres tomarlas de una en una o todas a la vez?”
Con el ceño fruncido, Tommy observó dubitativo las píldoras durante un momento y luego, frunciendo los labios, con determinación dijo: “Las tomaré todas de una vez.”
“Muy bien. Ahora, coloca las píldoras en tu boca primero. Luego, bebe un gran sorbo de agua para que no sientas lo amargo, ¿de acuerdo?”, dijo Hannah, con paciencia.
“Bueno”, respondió Tommy, asintiendo, y tomó la pequeña caja que contenía las píldoras, las cuales se metió a la boca. A continuación, bebió un gran sorbo de agua y tragó las píldoras con un ligero gesto de desagrado en su rostro.
En contraste con la preocupación que Isabelle había sentido inicialmente, ahora reía de alegría al observar la manera ordenada y obediente con que Tommy había tomado sus medicamentos y exclamó: “¡Qué buen chico! Has comido bien y has tomado tus medicinas. Mañana estarás bien.”
“Vamos, abuela. Ya no soy un niño de tres años. Ya no deberías tratarme así”, protestó Tommy, haciendo un puchero mientras miraba insatisfecho hacia Isabelle.

Aquel comentario hizo que Isabelle lo mirara unos segundos con los ojos entrecerrados.
Tommy tenía razón. Ahora tenía cinco años, no tres.
Mirándolo de reojo, Hannah no pudo evitar reírse entre dientes.
Isabelle era la mujer más feliz y afortunada en el mundo por tener un esposo amoroso, dos hijos extraordinarios y un nieto adorable.

“¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Ya has crecido!”, gruñó Isabelle con fingida tristeza, mostrándose menospreciada por un niño de cinco años y agregó: “Ya veo que te parezco una molestia. De acuerdo, me iré…”
“¡No, abuela! ¡Tú no eres una molestia! ¡Te amo más a ti!”, exclamó Tommy, apresurándose a consolarla tan pronto como vio la expresión de infelicidad en su rostro, y, cambiando de tema, se apresuró a decir: “Pero ya debes de sentirte cansada, abuela, después de haber pasado todo el día cuidándome. Ve a descansar. Gafas Negras puede jugar conmigo. Cuando te ves cansada el abuelo, papá y mi tío se ponen tristes.”
“Cielos… Eres un chico muy dulce…”, asintió Isabelle, quien se sentía como si se hubiera bebido las palabras de Tommy como gotas de miel, tan dulces y cariñosas eran.
“¡Je, je! ¡Date prisa, abuela; ve a descansar!”, dijo Tommy, quien se había puesto ya de pie y con suavidad empujaba a Isabelle hacia la puerta.
“¡Está bien, está bien! Me iré a descansar…” dijo Isabelle, poniéndose de pie, segura de que con la presencia de Hannah y del médico no había nada de qué preocuparse. Posó delicadamente su mano en el brazo de Hannah y le dijo: “Eres muy amable por hacerle compañía.”
“Para mí es un placer; me gusta mucho estar con él”, le respondió Hannah, ofreciéndole una cálida sonrisa.
Al mirar a Hannah con sus grandes y brillantes ojos, Tommy sintió que sus palabras acababan de derretirle el corazón, por lo que siguió apresurando a Isabelle: “¡Buenas noches, abuela! ¡Debes ir a descansar!”
“Ya me voy… Sé un buen chico, ¿de acuerdo?”
“Lo haré”, respondió Tommy, quien seguía parado junto a la puerta, asintiendo pesadamente. Cuando Isabelle al fin se marchó parecía aún más feliz, al punto que sus ojos se entrecerraron de felicidad.
“También pueden irse a descansar. Es suficiente con que se quede Gafas Negras”, dijo al médico y a la sirvienta, quienes seguían en la habitación.
Tanto el médico como la sirvienta intercambiaron miradas en ese momento, sin saber qué decir.
“Está bien; no hay problema. Yo cuidaré de él”, les dijo Hannah para aliviar la ansiedad que sin duda ambos sentían.
Y al parecer funcionó, pues Hannah pudo ver la expresión de alivio en sus rostros y, tras darle las buenas noches, ambos se marcharon.
“¡Grandioso! Ahora solo quedamos tú y yo…”, dijo Tommy, muy emocionado, tras cerrar la puerta.
Al observar su traviesa reacción, Hannah también rio y asintiendo le dijo: “De acuerdo. Jugaré contigo con los juguetes de robots.”
“¡Seguro!”, exclamó Tommy, sentándose emocionado junto a Hannah, pero entonces se detuvo, como si estuviera pensando en algo y dijo: “Pero tú eres una niña y a las niñas no les gusta jugar con robots.”
“Claro que sí”, dijo Hannah, asintiendo y mirándolo le dijo: “Tú y yo vamos a jugar juntos a los robots.”
"¡Súper!"
......
"Tío."
Hannah y Tommy habían jugado al ajedrez por Dios sabe cuánto tiempo, y seguían haciéndolo cuando, a punto de que Hannah deshiciera su último movimiento, la puerta se abrió de pronto desde el exterior.
Hannah volteó la cabeza rápidamente para mirar, pensando que se trataría de William, pero su sorpresa no fue menor al ver que era Frankie quien había aparecido en la puerta.
Mientras tanto, Tommy se encontraba tirado sobre la alfombra, partiéndose de risa, para luego saludar afectuosamente a Frankie cuando lo vio.
Como su hermano, Frankie también era un hombre alto, fornido y encantador. En contraposición a William –cuyos rasgos faciales, angulosos y profundos parecían corresponder a una persona severa y llena de dignidad–, Frankie lucía como una persona más amable y realista, poseedor de un temperamento cálido y gentil. 
Luego de una rápida mirada, los labios de Hannah se curvaron para dibujar una sonrisa mientras asentía hacia Frankie.
Hundiendo una de sus manos en el bolsillo, Frankie se acercó a ellos y dijo: “Escuché la risa de Tommy, así que no pude evitar acercarme para echar un vistazo y ver qué estaba ocurriendo.”
Luego de entrar en la habitación, y mientras caminaba hacia donde estaban ellos, observó el tablero de ajedrez que descansaba sobre la alfombra y cuyas piezas evidenciabas un juego en progreso. Frankie arqueó las cejas y dijo a Hannah: “No te estaba yendo muy bien, por lo que veo.”
Sentada sobre la alfombra, Hannah levantó la cabeza un poco para mirar a Frankie y sonriendo con timidez, dijo: “Qué vergüenza, ¿no es cierto?”
“Ella quiere deshacer dos movimientos. ¿Crees que debería dejarla?", preguntó Tommy mientras reía, mirando a Frankie.
“Déjame ver”, dijo Frankie, mirando primero a Tommy y luego las piezas que permanecían sobre el tablero de ajedrez y, al cabo de un momento, dijo: “Ella no tiene necesidad de hacerlo.”
Tras decir esto, se sentó también sobre la alfombra, al lado de Hannah, quien lo miraba completamente desconcertada, y agregó: “¿Qué te parece si le ayudo un poco? Tal vez exista la posibilidad de que las cosas cambien.”
Hannah seguía mirando a Frankie, quien se encontraba a unos centímetros de distancia de ella, con verdadera incredulidad, como si no hubiera esperado que pudiera tratarse de una persona tan gentil. ¡Era toda una sorpresa para ella!
“¿Estás seguro de que quieres ayudarla?”, preguntó Tommy, lleno de confianza, luego de mirar durante unos segundos a ambos adultos.
Frankie alzó sus afiladas cejas y, asintiendo con la cabeza, respondió. “Así es.”
“¡Muy bien! Adelante”, replicó Tommy, con aire de suficiencia, dando a entender que estaba dispuesto a ganar aquella partida de ajedrez.
Asintiendo, Frankie miró a Hannah, sentada a su lado, y preguntó: “¿A quién le toca mover?”