Capítulo 56
1206palabras
2023-02-27 00:01
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Honestamente, Hannah se sentía un poco incómoda ante la amabilidad y el entusiasmo excesivos de Isabelle, aunque no los encontrara desagradables. Por el contrario, la sensación era cálida y acogedora, francamente agradable.
Hannah esbozó una sonrisa de dulzura y cortesía en sus labios, y respondió: “Oh, no. Comprendo que es una cuestión de rutina, pero no tuve que esperar demasiado.”
“¡Maravilloso!”, dijo Isabelle, posando su mano en la espalda de Hannah, invitándola a subir por las escaleras, mientras que con una amorosa sonrisa le decía: “Ven, acompáñame… Cuando Tommy supo que venías se emocionó mucho… ¡Te ha estado esperando con impaciencia!”
Mientras ascendían por las escaleras, con Isabelle sosteniendo su mano gentil, aunque vigorosamente, Hannah le preguntó: “¿Cómo está Tommy? ¿Sigue sin querer comer nada?”
“Así es. No ha querido comer nada. Por la tarde intenté hacerle tomar un poco de sopa, pero la vomitó de inmediato y sigue sin haber tomado su medicina. Su fiebre no ha bajado de los 39 grados. Pobre bebé”, suspiró Isabelle.
Al escuchar esto, Hannah frunció ligeramente el ceño y asintió levemente, pero sin decir nada, mientras seguían ascendiendo por las escaleras.
“¿Hace poco que trabajas en la Mansión Presidencial, ¿verdad? ¿Por qué creo haber escuchado antes sobre ti?”, preguntó Isabelle al ver que Hannah permanecía en silencio.
“Así es”, asintió Hannah. “Comencé a trabajar en la Mansión Presidencial hace solo dos semanas.”
“¡Ah, por supuesto!”, dijo Isabelle mirándola y dirigiéndole una amorosa sonrisa. “Ahora sé por qué le gustas tanto a Tommy. No solo eres muy bonita y educada, sino que también eres muy buena en tu trabajo. Si no fueras la intérprete de William podrías ser la maestra de idiomas de Tommy. Tommy me dijo que hablas el finés con gran fluidez.”
Hannah le dirigió una leve sonrisa a Isabelle a manera de respuesta.
“Por cierto, ¿cuándo le preparaste a Tommy la pasta al huevo? Ha estado deseando comerla durante todo este tiempo. Y ahora que está enfermo, lo único que quiere comer es tu pasta al huevo”, preguntó Isabelle cuando llegaron al segundo piso.
Mientras Hannah seguía a Isabelle a lo largo de un amplio pasillo, con una sonrisa le respondió: “Hace una semana tuve un accidente y me desmayé en el camino. Fue Tommy, quien pasaba por ahí en ese momento, quien me encontró y llamó una ambulancia que me condujo al hospital. Como estuvo conmigo en el hospital, ese día no tomó su almuerzo y, dado que no tenía permitido comer fuera, lo llevé a casa y le preparé esa pasta.”
“¡Ah, ya veo!”, exclamó Isabelle, sonriendo. “Así que Tommy pasó toda la tarde en el hospital para estar contigo. Eso me parece muy raro… Al parecer le gustas mucho.”
Hannah se limitó a sonreír, permaneciendo en silencio. La actitud extremadamente amable y bondadosa de Isabelle le parecía como una cálida corriente que parecía obrar un efecto mágico dentro de ella, y que sintió extenderse por sus huesos y sus extremidades, llenando su cuerpo de una grata sensación.
“Bueno, aquí estamos”, dijo Isabelle, deteniéndose frente a la puerta de una habitación. “¡Tommy te espera con impaciencia!”
Al abrir la puerta de la habitación, Hannah se encontró a Tommy yaciendo débil sobre la cama, con su rostro pálido, y malhumorado. William, sentado a su lado, en la cama, intentaba hacer que Tommy tomara su medicina. Sin duda su malhumor se debía a que el pequeño seguía negándose rotundamente a hacerlo.
“¿Vas a tomarlo o no?”, preguntaba William, con tono poco amistoso, sentado junto a su hijo, sosteniendo una píldora en una mano y una taza en la otra y mirando a Tommy con rostro hosco e impaciente.
Tommy lo miraba fijamente, con la boca fruncida y los ojos llenos de lágrimas, pero tan pronto como vio aparecer a Hannah e Isabelle en la puerta su rostro se iluminó y, con voz alta dijo: “¡No quiero! ¡No quiero que me des de comer! ¡Quiero a Gafas Negras!”
“¡Nadie te va a dar de comer! ¡Tienes que hacerlo por tu cuenta!”, protestó William, resoplando, sin voltear a ver hacia la puerta. Su voz potente y su aura imponente asustaron a todos en la habitación, incluyendo a Hannah, al mayordomo, y al médico.
Mirándolo con los ojos inundados de lágrimas, Tommy se puso a llorar ruidosamente y en voz alta le dijo:
“¡Vete!”
Cuando Isabelle vio a Tommy llorando de aquella forma reprendió a William y se dirigió hacia él. William apenas levantó la vista y miró a Isabelle en silencio, sin mover un solo músculo.
Isabelle le dirigió una mirada de reprobación antes de inclinarse hacia Tommy, secándole las lágrimas y consolándolo. “No llores, cariño. Aquí estoy. Ya no llores.”
Cuando Tommy vio a Isabelle lloró aún con más fuerza y sus sollozos resonaron por toda la habitación.
De pie junto a la puerta, mirando la carita dolorida y demacrada de Tommy y escuchando su llanto desgarrador, Hannah sintió como si alguien oprimiera su corazón con tal fuerza que no podía respirar. Sintió un nudo formarse en su garganta mientras se le humedecían los ojos hasta nublar su vista.
Hannah se acercó a William e inclinando su cabeza hacia el niño dijo: “Tomar el medicamento con el estómago vacío no hará más que incrementar la náusea. Le prepararé la pasta al huevo ahora mismo y, después de comer, él mismo podrá tomar el medicamento.”
Sin esperar la respuesta de William, Hannah se dio la vuelta y estaba a punto de salir de la habitación camino a la cocina, cuando escuchó el tierno sonido de los espasmos infantiles de Tommy a sus espaldas.
“¡Gafas Negras!” Asombrada, Hannah se dio la vuelta y se encontró con la mirada en los grandes y brillantes ojos llenos de lágrimas de Tommy. “¿Qué te paso en la mano? ¿Te lastimaste?”
Mirándolo, Hanna arqueó sus labios en una sonrisa, pero no pudo evitar que las lágrimas inundaran sus ojos.
No hubiera esperado que en un momento como aquel Tommy mostrara tal preocupación por ella.
“No te preocupes. No es más que una pequeña herida”, respondió Hannah sonriendo, obligándose a contener las lágrimas y luego dijo a Tommy: “Espérame, Tommy; regresaré en diez minutos. Pero prométeme que no volverás a llorar. No te ves guapo cuando lloras.”
“Está bien, te esperaré”, respondió Tommy, asintiendo con fuerza mientras se incorporaba levemente en la cama, secándose las lágrimas con la maga del pijama.
Tras asentir con una sonrisa, Hannah se dio la vuelta y salió hacia la cocina.
Sentado todavía a la orilla de la cama, con el vaso con agua en una mano y las píldoras en la otra, William entrecerró sus profundos ojos negros, dirigiéndole a Hannah una mirada fija de la que parecía emanar una suerte de oscuridad. Por primera vez, él se sintió incapaz de describir qué clase de sentimiento lo embargaba.
Una vez fuera de la habitación de Tommy, Hannah preguntó al mayordomo: “¿Sería tan amable de mostrarme en dónde está la cocina?”
“Claro que sí. Sígame, por favor. Se encuentra en la planta baja”, dijo el mayordomo, haciendo una leve y respetuosa inclinación y pidiéndole con un gesto que lo siguiera.
“Gracias”, respondió Hannah, aligerando el paso para acompasar su marcha con la del mayordomo, a quien siguió escaleras abajo.