Capítulo 55
1394palabras
2023-02-26 00:01
“Está bien. Tenga la bondad de esperar. Debo llamar para confirmarlo antes de permitirle la entrada”, dijo el jefe de seguridad. Hannah sabía que su intención no era dificultarle las cosas, pero, dado que se trataba de un control de seguridad, no le quedaba más remedio que obedecer.
“Gracias”, respondió Hannah, dirigiéndole comprensiva sonrisa.
“¡Atención!”

Hannah apenas había terminado de hablar cuando el jefe de seguridad volteó hacia el teléfono al tiempo que una voz fuerte y enérgica resonó en sus oídos. Todos los guardias dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se cuadraron, levantando su brazo derecho para realizar un saludo militar, mirando todos en la misma dirección.
Sorprendida, Hannah dirigió su mirada hacia donde miraban los guardias, observando que, a poca distancia, un convoy de ocho lujosos autos negros se aproximaba a la entrada. Al frente de la comitiva avanzaban cuatro vehículos de la policía.
¡William estaba de regreso!
El corazón de Hannah dio un vuelco al observar aquello, por lo que dio unos pasos hacia atrás para retirarse del camino, situándose detrás de los guardias de seguridad.
El convoy presidencial avanzó lentamente hasta detenerse frente a la caseta de vigilancia. William, quien hasta ese momento había estado absorto en la lectura de unos documentos, levantó la vista para observar por la ventana al sentir que el auto se detenía. De inmediato le llamó la atención una figura alta y erguida situada bajo una de las tenues luces de la entrada.
¡Era Hannah!

En la fresca noche de verano, ella permanecía inmóvil, con la cabeza inclinada hacia abajo. La brisa nocturna soplaba con suavidad, meciendo su largo cabello, cuyos mechones lucían como un grupo de elfos danzando bajo las luces nocturnas.
Cuando la limusina presidencial se detuvo, el conductor hizo descender los cristales de las ventanillas. Un guardia se adelantó para revisar el auto y luego de confirmar que la persona sentada en la parte trasera era el presidente, hizo un gesto a los guardias para que de inmediato levantaran las barricadas y permitieran el paso a los vehículos.
Fletcher, quien viajaba en el asiento delantero del pasajero de la limusina presidencia, hizo notar a William que afuera había una mujer de pie al lado el camino. “Señor, hay una mujer de pie junto a la entrada y creo que se trata de la señorita Porter.”
Luego de dirigirle una mirada, William miró hacia otro lado y, como si no hubiera escuchado las palabras de Fletcher, ordenó al conductor. “Adelante.”

“Sí, señor”, dijo el conductor, asintiendo, y luego la caravana se puso en marcha, comenzando el lento ascenso por el camino de la montaña.
Con una mezcla de conmoción e incredulidad, Fletcher miró a William, quien lucía impasible, sentado en el asiento trasero.
Fletcher se preguntó si había algo malo con él. ¿Acaso no lo había escuchado hacía unos segundos? Creyendo que este era el caso, se atrevió a llamar su atención de nuevo.
"Señor..."
“¡Guarda silencio!”
Fletcher cerró la boca de inmediato.
Por lo visto, no era nada fácil saber lo que había a veces en la mente de William.
Cuando el vehículo pasó frente a Hannah, Fletcher le dirigió una mirada de simpatía.
Hannah, sin embargo, permanecía de pie, con la cabeza inclinada hacia abajo y sin atreverse a mirar hacia el auto del presidente mientras pasaba frente a ella. Aunque no sabía en qué auto viajaba William, aun a la distancia podía percibir el aura angustiosa que emanaba de él, incluso a través de los cristales a pruebas de balas.
Cuando Hannah había sufrido aquella quemadura, él corrió de inmediato, lleno de preocupación, hacia el baño de damas. Y ahora, sin embargo, parecía que ni siquiera quería dedicarle una mirada.
¿Qué le sucedía? ¿Acaso había comenzado a odiarla de repente?
“Lo siento mucho, señorita Porter. Llamaré de nuevo para informar que está usted aquí”, se disculpó el jefe de seguridad, una vez que el convoy se perdió de vista.
Hannah se limitó a mirar al guardia y asintió, aunque frunciendo ligeramente los labios, tras dejar escapar un suspiro.
Luego de que el jefe de seguridad hubiera confirmado que, efectivamente, había sido Isabelle quien había invitado a Hannah, aunque, ocupada como estaba cuidando a Tommy, se había olvidado de informarlo a los guardias. Cuando el mayordomo le informó a Isabelle sobre ello, Isabelle le pidió que fuera inmediatamente en uno de los autos al pie de la montaña para recoger a Hannah.
El mayordomo llegó a la entrada diez minutos después y de inmediato se disculpó con Hannah en nombre de Isabelle. “Lamento el inconveniente, señorita Porter. La señora Scott olvidó informarles a los guardias que usted vendría. Espero que no haya tenido que esperar demasiado.” 
“Oh, no; no hay problema”, respondió Hannah.
El mayordomo abrió la puerta del auto y, con una cortés sonrisa, le invitó para que subiera. “Por aquí, por favor.”
Hannah asintió y abordó el auto.
Scott Manor se encontraba ubicada a inmediaciones de la montaña. Se decía que la familia Scott había comprado la montaña entera muchos años atrás y construido en ella la casa. Hannah no tenía idea de lo fastuosa que era la mansión, ya que no había fotografías ni otra información en la internet, aunque los que habían visitado el lugar se enorgullecían de ello. Pensó que, de no haber sido por Tommy, ella no habría tenido la oportunidad de hacerlo.
El auto avanzaba sin prisa a lo largo del sinuoso camino ascendente, bordeado por las farolas del alumbrado que daban la impresión de que se trataba de un río de luces flotando en el aire, marcando el camino hacia Scott Manor.
Sentada en la parte trasera del auto, Hannah contemplaba por la ventana la luz tenue de las farolas iluminando el camino.
Afuera, podían observarse un gran número de frondosos y verdes árboles que crecían a ambos lados del camino, algunos de ellos tan altos que parecían tocar las nubes. Al dirigir su mirada hacia el cielo, Hannah pudo contemplar la luna colgando por debajo de las copas de los árboles, de modo que solo podía observarla de cuando en cuando entre las hojas.
Y, sin embargo, en ese momento no había el menor rastro de emoción o nerviosismo en el corazón de Hannah, sino más bien una sensación de pérdida e incertidumbre que no creía haber sentido nunca antes. Era como si una lámpara que siempre hubiera permanecido encendida frente a ella de pronto se hubiera apagado, dejándola en un estado en el que parecía como si su vida hubiera perdido todo sentido de la orientación.
Luego de conducir lentamente camino arriba por espacio de diez minutos, la visión de Hannah se volvió súbitamente clara y brillante cuando frente a ella vio aparecer la magnífica mansión Scott, bañada por las luces nocturnas que le daban un aspecto de onírica majestuosidad.
A diferencia de lo que Hannah hubiera esperado, no había ni un muro alrededor de la casa, ni un ancho portón de hierro forjado, ni un ejército de guardias formando un perímetro de seguridad. El auto pasó por entre las últimas hileras de altos árboles hasta detenerse frente a la entrada principal de Scott Manor, a cuyos costados pudo observar varias edificaciones de menor tamaño.
“Hemos llegado”, le anunció el mayordomo en cuanto el auto se detuvo y alguien ya le había abierto a Hannah la puerta desde afuera.
Asintiendo con una sonrisa, Hannah salió del auto con elegancia.
“Por aquí, por favor, señorita Porter”, dijo el mayordomo una vez que hubo descendido del asiento delantero del auto, acompañando a Hannah hacia la mansión.
Hannah asintió de nuevo y lo siguió.
“¡Hannah!”
Tras cruzar la entrada e ingresar al gran salón, Hannah escuchó su nombre, pronunciado por una voz agradable y jovial y dirigiendo su mirada hacia ella pudo ver a una mujer de unos sesenta años, quien descendía por las amplias escaleras que conducían al segundo piso.
“La señora Isabelle Scott”, dijo el mayordomo, haciendo la presentación en voz baja.
“Muchas gracias”, respondió Hannah, también en voz baja, y se dirigió hacia Isabelle en compañía del mayordomo.
“¡Al fin has llegado”, dijo Isabelle, terminando de descender por las escaleras, tomando la mano de Hannah, la cual acarició con ternura mientras se lamentaba: “¡Lo siento tanto…! Soy tan distraída que olvide informarles a los guardias que habrías de venir. Espero que no te hayan hecho pasar un mal rato…”