Capítulo 53
1258palabras
2023-02-25 00:02
En vista de que Tommy tenía dificultades para ingerir el medicamento, Isabelle sugirió al médico que probablemente una inyección sería más eficaz y menos traumático para Tommy.
Sin embargo, William había dado órdenes estrictas de que las inyecciones estaban terminantemente prohibidas y que Tommy debía tomar su medicina de manera normal, excepto en el caso de que la fiebre llegara a superar los cuarenta grados.
Pese a la insistencia de Isabelle, el médico no se atrevió a desobedecer las órdenes de William, por lo que insistió en tratar de que Tommy tomara su medicina de la manera normal en vez de recurrir a una inyección.
El médico consideró que no era prudente darle a Tommy su medicamento con el estómago vacío, por lo que Isabelle intentó despertarlo para que comiera algo.
Sin embargo, Tommy no solo no quería comer nada, sino que además vomitaba cualquier cosa a los pocos minutos de haber comido.
Aquello terminó por hacer que Isabelle sintiera que se le rompía el corazón, por lo que no dudó en llamar a William de nuevo.
“¿Tienes idea de la miseria por la que está pasando Tommy ahora? No ha querido comer nada y, cuando al fin pude hacer que comiera algo, ¡lo ha vomitado todo! Solo por esta vez permítele al médico que le ponga una inyección. Será más fácil y efectivo para él. ¡Me entristece lo que todo esto lo incomoda!”, dijo Isabelle, casi llorando en el teléfono.
En el otro extremo de la línea, William se encontraba de pie frente a uno de los amplios ventanales de la sala de conferencias, con el vicepresidente y varios dignatarios de diversos países a sus espaldas. Después de escuchar pacientemente la queja de Isabelle, con el rostro inexpresivo, le respondió: “Nada de inyecciones a menos que su fiebre supere los cuarenta grados. Él puede soportarlo.”
Sin decir más, William cortó la comunicación y regresó a su asiento para continuar con la reunión.
Isabelle sintió hundirse su corazón cuando no escuchó más que el vacío pitido del teléfono, mientras que sus sentimientos de tristeza y depresión se hicieron más intensos.
Desde el nacimiento de Tommy, William se había encargado de criarlo él solo, de modo que cuando estaba enfermo era William quien tomaba las decisiones sobre si los medicamentos debían ser ingeridos o inyectados, o si debía quedarse en casa o ir a un hospital. Ella nunca había tomado parte en esos asuntos.
Pero las órdenes de William habían sido tajantes, por lo que no había posibilidad de inyección. Isabelle se imaginó la reacción que tendría William cuando, al volver a casa, viera la condición de Tommy con sus propios ojos.
Isabelle guardó su teléfono y regresó a la cama, junto a Tommy, con un pequeño tazón de compota de manzana, intentando persuadir al pequeño para que comiera algo. “Vamos, mi querido bebé. Tú sabes que eres mi adoración. Eres el más fuerte y valiente de todos, así que vamos a comer un poco de compota de manzana, ¿de acuerdo?”
Acostado en su cama, con los ojos cerrados y su rostro sonrojado, Tommy parecía estar bastante incómodo, ya que seguía sin decir palabra.
“Ay, mi pequeño bebé. Dime qué se te antoja comer. Aunque quieras comerte la luna y las estrellas yo las traeré para ti”, dijo Isabelle, quien, al ver a Tommy, el que había sido siempre tan enérgico y animado postrado en cama, hubiera querido hacer algo para quitarle la enfermedad.
“Abuelita…”, dijo Tommy, abriendo al fin los ojos lentamente y mirando a Isabelle. Sus ojos, que siempre habían sido tan brillantes y chispeantes, en aquel momento se veían por completo apagados. Con voz casi inaudible murmuró: “Quiero comer la pasta que me prepara Gafas Negras…”
“¿Gafas Negras?”, preguntó Isabelle confundida, “¿Qué son Gafas Negras, mi pequeño bebé?”
“Abuelita…”, comenzó a decir Tommy, quien de inmediato tosió y con voz ansiosa y atropellada le explicó: “Gafas Negras es una persona. Su nombre es Hannah y es la intérprete de papá. La has visto en la televisión…”
“Oh, más despacio, mi pequeño bebé”, dijo Isabelle, mientras acariciaba suavemente el pecho de Tommy y asentía. “De acuerdo, de acuerdo… Así que ella es una persona.”
Tommy, quien yacía débil en la cama, se relajó al darse cuenta de que Isabelle al fin había comprendido lo que él le decía, así que tomó su mano y le repitió: “Quiero comer la pasta que ella me preparó. No quiero comer ninguna otra cosa…”
Isabelle miró a Tommy con el ceño fruncido y le dijo: “Solo se trata de pasta, cariño. ¿Por qué tienes que pedirle a Hannah que te la prepare? Estoy segura de que el chef también puede hacerlo.”
“¡No!”, protestó Tommy en voz alta, haciendo luego un puchero con su pequeña boca. Sus grandes ojos negros parecían ofendidos y llenos de tristeza y pronto se vieron inundados de lágrimas, lo que hacía su aspecto aún más lamentable. “¡Quiero comer su pasta!”
“¡Está bien, está bien! No llores, mi bebé, no llores. Llamaré a tu padre ahora mismo y le pediré que traiga a Hannah a casa para que prepare la pasta, ¿de acuerdo?”, se apresuró a responder Isabelle. Aunque no era más que un niño de cinco años, ella rara vez lo veía llorar, por lo que, cuando lo hacía, no podía evitar que su corazón se oprimiera dolorosamente.
“Gracias, abuelita… Te amo todavía más”, dijo Tommy, quien, a pesar de la fiebre alta, aún era capaz de usar sus habilidades para engatusar a Isabelle.
Isabelle sintió que su corazón se derretía al escuchar aquellas palabras, por lo que no dudó en llamar de inmediato a William.
William seguía ocupado en la reunión cuando notó que la pantalla de su teléfono, que se encontraba encima de la mesa, se iluminaba. Bajó la mirada para ver quién podía ser y frunció el ceño al comprobar que era Isabelle quien llamaba de nuevo. Haciendo caso omiso de los presentes, se apresuró a responder.
Cuando todos lo vieron contestar a la llamada, de inmediato dejaron de hablar y lo miraron, conteniendo la respiración.
Antes de que William pudiera decir nada, escuchó la voz de Isabelle al otro lado de la línea: “Escucha esto: Tommy está dispuesto a comer, pero insiste en que no comerá otra cosa más que la pasta preparada por… eh… esa intérprete tuya. ¿Cómo se llama?... Hannah algo. Dice que solo quiere comer la pasta preparada por ella y ninguna otra cosa. ¿Puedes pedirle a ella que venga a casa a preparar la pasta para Tommy?”
Al escuchar lo que Isabelle acababa de decirle, William, quien hasta un momento antes parecía haber estado tranquilo y lleno de indiferencia, puso una cara larga y se negó de lleno: “¡No! Si no quiere comer, déjalo que se muera de hambre y espera hasta que quiera comer por su cuenta.”
“¡Pero eres su padre! ¡Tommy está realmente enfermo, no está teniendo una rabieta! ¿No puedes dejar que se salga con la suya, solo por esta vez?”, protestó Isabelle, quien había perdido los estribos al escuchar el tono desconsiderado de la voz de William.
“Si no hay otra cosa que tengas que decirme, voy a colgar, ¿sí? La situación de Tommy no es grave y no ha empeorado, así que, por favor, no vuelvas a llamarme.”
“¿En serio? ¿De verdad no vas a dejar que Hannah venga?”, dijo Isabelle, antes de que William diera por terminada la llamada, y estaba tan enojada que le dijo: “¡Bien! Si no quieres que venga la llamaré yo misma. No necesito volver a molestarlo, señor presidente.”