Capítulo 49
2325palabras
2023-04-24 06:21
Y así llegaron muchos más mensajes y, por último, Eva fue eliminada del grupo. La joven, sin saber qué hacer, solo dejó que sus lágrimas corrieran por sus mejillas.
Estaba ahí, inmóvil, observando la pantalla de su computador que poco a poco se iba apagando.
¿La vida era injusta con ella o era Eva la que era injusta con la vida?
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El padre de Eva llegó del trabajo y abrió la puerta de la habitación de la joven, la encontró nuevamente vencida por el cansancio.
El hombre se acercó a ella y la cubrió con una sábana, después, encendió el aire acondicionado y cerró la ventana corrediza de vidrio, para después correr las cortinas.
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Eva se despertó al día siguiente por la alarma de su celular. Su rostro para ese día era de pocos amigos.
Se levantó de la cama y bajó a desayunar. Como siempre, sus padres hablaban de sus trabajos y su hermano menor Yair jugaba con su comida pasándose las manos por todo su rostro, ensuciándolo así de salsa.
La pobre Eva no tenía estómago para comer, en su mente solo se encontraban los muchos mensajes groseros hacia ella. Aunque, entendía ahora que se pasó con aquel escritor. Pero, tenía tanta rabia que no midió sus palabras.
Ahora no tenía publicidad y mucho menos lectores nuevos para su libro. ¿Qué debía hacer?
—Eva, ¿por qué no estás comiendo? —preguntó su madre.
La joven no respondió y solo dejó su mirada fija en el plato.
—Ahora sí estás linda, como sigas así terminarás anoréxica —soltó la señora Mirella enojada.
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Eva después que se fueron sus padres esperó a que llegara la niñera de su hermano para poder encerrarse en su habitación y revisar cómo había terminado de irle en la plataforma.
Sus ojos se abrieron en gran manera cuando encontró montones de mensajes ofensivos hacia ella en todo su perfil.
“Tanto que criticas y tus historias son terribles” leyó. “Solo eres una estúpida envidiosa que no soporta ver que a otros les está yendo bien y a ti no”. “Te crees tan experta y tus libros son solo pura basura”.
—Mierda —soltó pasmada.
Ahora sí que estaba perdida.
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Eva tenía tres días que no entraba en su perfil de Macondo por miedo de encontrarse mensajes ofensivos hacia ella.
Todo este tiempo decidió enfocarlo en otras cosas, como salir con sus amigos y despejar la mente. De hecho, su alocada mejor amiga Mariana la convidó a ir a gimnasio y ella decidió ir. Vanesa no las siguió en su alocada idea, sabía en lo que terminaría, sin embargo, Eva necesitaba algo con qué distraerse.
Con el paso de los días su mente pudo descansar y estar mucho más tranquila.
—Amiga, imagínate —dijo Mariana emocionada frente a ella—. Adivina a quién vi ayer.
—¿A quién? —preguntó Eva.
—A la novia de Nicolás. Le está siendo infiel —contó la joven emocionada—. Tanto que se las tiraba de más macho y le están poniendo los cuernos.
—¿Cómo sabes que ella le es infiel?
—Porque se estaba besando con el tipo ese.
—¿En serio?
—Sí. Ay, amiga, de la que te salvaste con ese Nicolás. Ni es bonito, tiene el cuello largo como una jirafa y se ríe como foca con epilepsia —Mariana soltó una gran carcajada que acompañó la joven.
Eva se acomodó en la banca del parque y observó a los grupos de muchachos jugando fútbol en la cancha frente a ella.
—Ay, amiga, quita esa cara de muerta, ya verás que todo se va a arreglar —dijo de repente Mariana.
—Yo no he dicho nada.
—Pero tu cara sí. Estás pensando en lo que te pasó en la plataforma esa. Pero nadie te manda, tú eres la única que se le ocurre insultar al escritor más leído de allí.
—Ay, Mariana —pidió Eva—. No vuelvas a lo mismo de siempre.
—A ti nunca te gusta que te digan la verdad —replicó Mariana.
En aquel momento se acercó Sebastián a la banca y tomó un poco de agua de una botella pequeña para después dársela a Mariana. Él estaba jugando un partido de fútbol con unos amigos en el parque.
—¡Aléjate, estás sudado! —pidió Mariana.
El muchacho, bastante sonriente, sacudió su cabeza y las dos jóvenes soltaron fuertes gritos.
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Al cuarto día, Eva decidió abrir su Messenger para enviarle a su amiga Mariana un mensaje antes de salir de su casa rumbo hacia el cine. Allí se encontrarían con Vanesa para ver una película y pasar la tarde juntas.
Eva se sorprendió cuando encontró una solicitud de mensaje de Liam Disval. Ella reconoció al instante que se trataba del mismo joven con el cual discutió antes en el grupo.
Obviamente leería el mensaje, la carcomía la duda de saber qué tenía que decirle una persona como él.
“Hola, Eva. Te escribo para pedirte una disculpa por los malos ratos que ocasionaron mis lectoras, estoy totalmente apenado por aquel comportamiento que tuvieron, pero, ya resolví el problema y puedo decirte con mucha seguridad que no volverán a molestarte. De hecho, los mensajes ofensivos fueron eliminados por la administración de Macondo.
Una vez más, te pido disculpas, nunca fue mi intención que algo como aquello pasara. Te deseo mucha suerte y éxito con tus libros.”
¿Qué debía hacer, responder? No tenía ni la más mínima idea de qué responderle a Liam. Se suponía que quien debía disculparse era ella, a fin de cuentas, fue la que comenzó aquel problema.
Se sentó a la orilla de su cama y volvió a leer el mensaje, pero esta vez con mucha más atención.
Debía responder, no podía ser tan grosera de ignorar las disculpas de una persona que se tomó el trabajo de arreglar un problema que él no causó.
“Hola, Liam. No te preocupes, no deberías disculparte, soy yo quien debe hacerlo, a fin de cuentas, te traté mal sin razón alguna. Aunque, agradezco que te hayas tomado las molestias de arreglar el problema con tus fans. También te deseo muchos éxitos, eres un gran escritor.”
Eva envió el mensaje y después metió su celular en su cartera para poder encaminarse a ver la película con sus amigas Mariana y Vanesa.
Mientras Eva iba en el bus rumbo hacia el centro comercial, apreció la tarde que caía lentamente en la ruidosa ciudad. Pronto pudo ver por la ventanilla el parque adornado con miles de foquitos brillantes que se asomaba a lo lejos. La joven se puso en ascuas, era allí donde debía bajarse, así que, con lo desesperada que era, se levantó de la silla roja de plástico y se quedó de pie apoyando sus manos en el barandal amarillo para oprimir el botón y anunciar su bajada.
—¡Aquí, señor! —gritó después de oprimir dos veces el botón.
El chofer, quien varias veces le tocó soportar la desesperación de Eva, hizo mala cara. A ningún busetero que le tocara soportar todas las mañanas a una pasajera tan molesta como ella se le olvidaría esa voz chillona. Fue por las múltiples discusiones que tuvo con Eva que pidió no tener la ruta de la universidad a las seis de la mañana.
Eva se bajó en el semáforo y esperó a que se pusiera en rojo para poder pasar por la cebra. Caminó por el mediano parque y observó admirada los muchos pequeños foquitos que creaban un techo sobre su cabeza.
Pronto recordó que iba a llegar tarde para comprar las entradas para la función de las siete de la noche. Comenzó a caminar a paso afanado y se detuvo en seco en el siguiente semáforo. Frente a ella, del otro lado de la pequeña carretera de alzaba el gran centro comercial que desde su niñez frecuentaba.
Al cruzar, se encaminó por el largo pasillo al aire libre y esquivó a las muchas personas que entraban y salían. Al fondo ingresó por la primera entrada y su piel se erizó por el aire acondicionado.
No podía quedarse a admirar las muchas vitrinas de cristal donde en los maniquí posaba la nueva colección de verano, tenía que darse prisa para llegar al cine.
Eva hizo mala cara cuando encontró una fila para comprar las entradas, aunque no era muy larga, le desesperaba la sola idea de esperar.
Cuando llegó su momento de comprar las entradas, pidió dos y elogió los puestos de la penúltima fila que estaban centrados, como era su costumbre.
En aquel momento llegó Mariana caminando rápidamente y con una enorme sonrisa en su rostro.
—¡Amiga! —le dio un beso en la mejilla—, ¿ya compraste las entradas?
—Las acabo de comprar —Eva mostró los boletos.
Las jóvenes se dirigieron a ver los combos, aunque, después de revisar los diferentes precios, terminaron comprando el mismo de siempre mientras esperaban a Vanesa.
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Mariana tiró al bote de la basura la caja de palomitas de maíz vacía y los dos potes de refrescos vacíos. Puso a un lado la bandeja color marrón donde estaban apiladas muchas más de estas.
—He quedado decepcionada —escuchó que dijo Vanesa—. Pensaba que sería mejor. ¿Viste su edición? Era pésima. En ningún momento creí que eso era un fantasma.
Mariana tornó su rostro aburrido, ahora debía soportar a Vanesa y sus muchas críticas hacia un mal film. Siempre era así, si la película le gustó, no dejaba de vanagloriarla, pero, si era mala, creaba todo un discurso con cada pequeño fallo que encontró.
—Eva, ¿y en qué quedó eso del escritor de Macondo? —preguntó Mariana tratando de darle vuelta a la conversación y así hacer que Vanesa no diera sus interminables críticas.
Eva quedó un tanto pensativa mientras caminaban hacia la salida del cine.
—Imagínate —Eva agarró uno de los brazos de su amiga y la observó con entusiasmo—. Me escribió pidiéndome disculpas por todo lo que me hicieron sus fans y que ya se eliminaron los mensajes y me deseó éxitos en mi carrera. Nena, fue super raro, nunca creí que algo así pasaría.
—Sí, se supone que eres tú quien debe pedirle disculpas, ¿lo hiciste? —dijo Mariana.
—Claro que sí, le dije que no se preocupara por eso, aunque, también le agradecí el que se tomara esa molestia —explicó Eva—. Creía que esto iba a terminar muy mal, pero mira, todo salió muy bien. No te imaginas lo tranquila que quedé al ver que ya todo se resolvió. Bueno, ahora me toca ir a revisar si todo lo que dijo es cierto.
—Por favor, Eva, si te envió ese mensaje es porque es cierto —replicó Vanesa, también interesada en las novedades que daba Eva—. No creo que ese tal Liam sea tan inmaduro como para mentirte en un tema tan delicado.
—Puede que, como lo hacen sus fans, me quiera molestar por haberle ofendido en público —explicó Eva—. ¡Si hubieran visto la cantidad de personas que estaban viendo en ese momento la discusión, eran como doscientas! Y los mensajes después diciéndome loca y todo lo demás, fueron como más de quinientos, no los podía ni leer bien por lo rápido que llegaban.
—Eva, ya deja el rencor —pidió Mariana—, acabas de decir que ese escritor se disculpó contigo y que tú también lo hiciste.
—Solo te estoy explicando cómo sucedieron las cosas —replicó Eva.
—Entiendo. Pero mira, hagamos algo, ahora cuando llegues a tu casa revisas tu perfil y ves si es cierto que no tienes mensajes haters —propuso Mariana.
—Obviamente eso es lo que haré —aceptó Eva.
El grupo de amigas paseó por el centro comercial y poco a poco fueron cambiando el tema por uno más a su gusto. Revisaron la ropa que colgaba en las vitrinas de las tiendas y se enamoraron de zapatos que, seguramente, nunca podrían comprar.
Eva llegó a su casa a las diez de la noche, cansada y con ganas de dormir, pero, la incertidumbre por saber si era cierto lo que dijo aquel escritor la estaba matando.
Encendió su computador portátil y abrió Macondo que ya lo tenía configurado como acceso directo en Google.
Una gran sonrisa apareció en su rostro al ver que no solo desaparecieron los haters, sino que, su número de seguidores creció. Sus libros estaban en los primeros lugares en sus categorías y uno de ellos tenía un millón de lecturas. Claro, el número de lecturas creció de esa manera por las muchas visitas que tuvo en esos días.
El regocijo no cabía en el pecho de Eva. Aunque era consciente de que aquellas cifras eran producto de personas que solo querían curiosear su perfil y dejar malos comentarios, estaba impactada por esas cifras, nunca en su vida las había tenido.
Se recostó en su cama y se puso a corregir el último capítulo que había escrito para así comenzar a actualizar su perfil.
Al parecer, Eva olvidó por completo cuál fue la raíz de su crecimiento. Para ella solo importaba que ahora tenía un público mucho más grande.
Pasó gran parte de la noche actualizando su libro con las últimas ediciones hechas al capítulo final.
Terminó vencida por el sueño olvidando que dejó su computador encendido. Su padre, como de costumbre, entró a su habitación y apagó la luz después de encenderle el aire acondicionado. Su hija siempre lo sorprendía, por más sudada que se encontrara, nunca encendía el aire acondicionado.
Eva se despertó al día siguiente por el llanto de su hermano. La niñera se paseaba de un lado a otro tratando de calmarlo en su regazo.
Eva, bastante molesta por el ruido, salió de su habitación y caminó hasta la cocina en busca de un poco de jugo.
Su madre comenzó a darle indicaciones antes de irse al trabajo, pero Eva, que aún seguía medio adormilada, no prestaba nada de atención.
La joven pegó su boca en una botella de jugo de naranja, pero rápidamente sintió un golpe en su cabeza. Su madre odiaba que ella tuviera esa mala costumbre.
—¡¿Por qué nunca escuchas lo que digo?! —regañó su madre.