Capítulo 47
1943palabras
2023-04-22 07:19
>>Y así pasó el tiempo, no coincidimos por el resto del año. Yo seguí mi vida, claro está, seguí enamorándome platónicamente de chicos en el colegio y subiéndome en el bus que pasaba a las cinco y cuarenta de la mañana.
>>Pero a mediados de décimo grado, recuerdo que volvió a subirse. Lo reconocí por el uniforme de medicina y porque su cara la tenía grabada en mi memoria. Su corte de cabello seguía siendo el mismo, al igual como seguía delgado, pero esta vez con un poco de ojeras: después comprendí que la medicina es una carrera dificilísima de estudiar.
>>Ese día el bus estaba atiborrado de pasajeros y a él le tocó ir de pie. Por ratos lo observé por el rabillo del ojo. Me preguntaba si tenía novia, si se había percatado que ya nos conocíamos, si nos volveríamos a ver y también el por qué se subía en una ruta que no era la suya. Tantas preguntas que no pude responder, que no pude decirle.
>>Nuevamente me bajé frente al parque. El sol estaba brillando ese día, los árboles de roble florecían y dejaban caer algunas florecillas que creaban caminos amarillos por donde tuve que transitar; ese frescor que me daba la brisa esa mañana aún la puedo sentir en mi rostro.
>>Pensaba que aquella coincidencia sería la última, pero no podía estar más equivocada, nuestra historia apenas estaba comenzando. Cuando comencé grado once; ¡ay, ese último año en el colegio fue uno de los mejores de mi vida! Ya saben que el último año en el colegio es el más esperado en la vida de un estudiante y entre eso están los recorridos por las universidades para que elijamos en cuál vamos a inscribirnos. Pues bien, ese día debía ir a la Universidad del Magdalena para que nos dieran el recorrido por el campus. Claramente yo no estaba pensando que podría verlo, ni se me pasaba por la mente que ese chico estudiaba allí; ¡por Dios, si hubiera sabido que ese día me lo iba a encontrar me habría peinado mejor el flequillo y hasta me hubiera pintado los labios! Recuerdo bien ese encuentro, porque fue en el árbol grandote que hay en la entrada de la universidad. Él estaba con un grupo de amigos tomando unos jugos de naranja, eran tres en total. Me acababa de bajar del bus cuando lo vi. Me llamó la atención el uniforme y fue cuestión de tiempo para que recordara que el chico del bus que en remotas ocasiones me encontraba estudiaba esa carrera en esa misma universidad, y fue así como me di cuenta que ahí estaba él; ¡qué coincidencia tan inesperada!
>>Caminé nerviosa cerca de él. Planchaba la falda de mi uniforme con las manos en un intento desesperado por verme bonita, pero claro, él ni me miró. No decidí hacer el examen de admisión por él: lo hice porque era una universidad acreditada en alta calidad y porque toda mi familia se había graduado allí, así que tenía también una pequeña palanca por ese lado. El día del examen todos los aspirantes (que éramos más de ocho mil) avanzamos por el campus, en silencio; nadie quería demostrar que tenía miedo porque al ver tantas personas, pensaban que era imposible el ser admitido. Yo era una de esas; mis manos sudaban como nunca y jugaba con el lápiz para aliviar mi ansiedad. Fui admitida para estudiar docencia y así fue como mi rutina cambió. Debía despertarme a la misma hora, salir a las cinco y cuarenta a esperar el bus, pero ahora sería el que me llevara a la universidad, era ese del letrero grande que tiene la U pintada de rojo —recalcó y sus nietas acentuaron con las cabezas—.
>>Y así fue como me di cuenta que el chico del bus tomaba esa ruta todos los días. Todos los lunes se subía en las mañanas, siempre se iba de pie porque para esas horas había más concentración de estudiantes y el bus ya estaba más que lleno. Allí comenzaron las miradas, ya me reconocía, sabía que era la chica que siempre se subía al bus en los puestos que daban a la ventanilla. Muchas veces se sentó a mi lado, en silencio compartíamos de la compañía del otro.
>>Él sabía que estudiaba docencia por mi uniforme con muñequitos de lápices que llevaba la camisa. Estaba segura de que él también se hacía las mismas preguntas, ¿qué semestre cursa?, ¿cómo se llamará?, ¿tendrá novio?
>>Y un día lluvioso, en la mañana, subió al bus mientras cerraba un paraguas, se sentó a mi lado y me observó sin disimular. Me sonrió mientras sus ojos se achicaban y preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Diana —respondí nerviosa—, ¿y tú?
—Gabriel —respondió.
>>Y en todo el recorrido conversábamos sobre las carreras que estudiábamos. Me contó que iba en sexto semestre y yo que apenas estaba comenzando el primero. Así fue como cada mañana nos saludábamos y hasta cuando podíamos nos guardábamos puesto en nuestras bancas, casi siempre era yo quien lo hacía, pero los lunes Gabriel sabía que yo salía a la misma hora que él tomaba el bus, así que me guardaba lugar.
>>Una tarde a la salida de mi última clase nos encontramos en la parada, era un viernes y no tenía apuro, ya que no era semana de parciales y podía descansar. Gabriel también estaba libre y mientras conversábamos me convidó a tomar una malteada en la cafetería que teníamos detrás de nosotros. Esa fue nuestra primera cita, reímos y hablamos sobre los gustos que teníamos en común. A los dos nos gustaba leer novelas policiacas y hasta nos prestábamos libros que no habíamos leído, así que, en aquella mesa no faltaron los intercambios de libros y las críticas hacia esas novelas. Por un momento nuestras manos se rozaron, eso fue como una descarga de adrenalina y no pudimos disimularlo, así que salieron a flote risitas nerviosas. Nuestros ojos se comunicaban, teníamos sentimientos por la otra persona. Pero había un problema, Gabriel tenía novia y llevaban cuatro años de relación, la joven estudiaba medicina como él y eran oficiales. Así que yo no tenía ninguna oportunidad de que ese amor platónico se hiciera realidad. Sin embargo, esa tarde nos miramos fijamente mientras reíamos y nos dimos cuenta que nuestros corazones pedían a gritos el querernos, así que volvimos a tocar nuestras manos y las dejamos entrelazadas por unos cortos minutos mientras seguíamos comunicándonos con los ojos.
>>Después de suspirar, alejamos nuestras manos y seguimos tomando las malteadas en silencio, no hacía falta hablar sobre lo que había acabado de suceder, ¿para qué? Si nuestros cuerpos ya habían dado las explicaciones necesarias.
>>Después de terminada la cita, subimos al bus, y como siempre, me senté al lado de la ventanilla para poder tener el frescor de esa tarde nublosa. Podía sentir el roce de mi brazo con el suyo.
—Mi relación no va bien —me dijo.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Ella no me entiende —me explicó con tono un tanto triste—, tampoco me da tiempo.
—¿Y qué piensas hacer? —pregunté mientras volteé a verlo—, ¿vas a terminar con ella?
—No lo sé —fue lo que me respondió. Vi que sus ojos brillaban. Brillaban por mí.
—Esa noche mi cama no sabía acomodarme. —La anciana soltó un suspiro—. Me maltrataba o al menos así lo sentía. Me preguntaba qué era lo que estaba haciendo. En todo ese tiempo sabía que Gabriel era imposible para mí, así como lo habían sido mis amores platónicos del bachillerato. Pero había una pequeña esperanza que se estaba encendiendo dentro de mí.
Hubo un momento de silencio, las jovencitas estaban anonadadas con aquella historia, la observaban tan fijamente que la anciana mostró una sonrisa. Se escuchó un trueno y la vela al lado de la mujer parpadeó.
—¿Y qué pasó? —preguntó Eva sin lograr controlar la curiosidad—. ¿Se hicieron novios?
—No, claramente no podía ser novia de alguien que ya estaba comprometido —respondió la anciana—. La familia de Gabriel vivía en el interior del país, en una ciudad llamada Duitama. Me dijo días después que debía viajar con su familia para Duitama y que regresaría para el nuevo semestre, que lo esperara, volvería estando soltero y me pediría que fuéramos novios.
Las jovencitas soltaron suspiros, cautivadas con la historia, era tan diferente a las que siempre la abuela les relataba que era algo sumamente novedoso.
—¿Y qué pasó?, ¿qué pasó? —insistió Vanesa.
—Esperé y esperé en vacaciones, también viajé con mi familia, fuimos a la Guajira a visitar a mis abuelos —siguió relatando la anciana—. Cuando comenzó el nuevo semestre, Gabriel volvió y sí, empezó a cortejarme oficialmente, ya no tenía novia, así que íbamos a citas, recuerdo tanto una de ella, fue en el teatro, al salir, caminamos por el centro histórico y nos dimos un beso que fue sumamente romántico… Fuimos novios por un año, después Gabriel se graduó y tuvo que mudarse a la capital, donde consiguió trabajo como médico. Me enviaba cartas cada vez que podía, pero a mí me faltaba mucho para terminar la universidad y la familia de Gabriel se mudó a la capital, así que él ya no tenía nada que buscar en esta pequeña y vieja ciudad. Él me insistió para que me mudara con él, que terminara la carrera en Bogotá, en una mejor universidad, que me ayudaría con mis estudios. Todavía guardo esa carta donde me pidió matrimonio.
—¡Abuela, eso nunca nos lo contaste! —exclamó Vanesa impactada.
—Ay, hija, son historias que únicamente se cuentan una sola vez en la vida —confesó la anciana—. Hoy me acordé de Gabriel y sus viejas cartas, me pregunto cómo habría sido mi vida si hubiera aceptado su propuesta de matrimonio. Pero a mí me asustó el tener que dejar toda mi vida aquí para mudarme a una ciudad tan grande. Supe con el pasar de los años que Gabriel se volvió médico cirujano y se casó con una chica de la capital, tuvieron dos hijas. Tal vez ese habría sido mi destino…
—¡No es justo, él era el amor de tu vida! —protestó Vanesa indignada—. El abuelo no fue tan bueno contigo, además que era pobre… Y este Gabriel, todo lindo, un doctor de la capital…
Eva no lo podía creer, estaba con la boca abierta y el chocolate casi frío. Veía a la abuela reír, pero notaba que por dentro se sentía triste.
—Sí, creo que cometí un error al no casarme con Gabriel —confesó la anciana—. Estuvo por tres años enviándome cartas, contando su vida en la capital, insistiéndome que no me fuera a casar y lo esperara, que volvería por mí, aunque yo ya había rechazado su propuesta de matrimonio. De hecho, sí volvió a la ciudad, llegó hasta mi casa, pero encontró en ese momento a Augusto, quien después se convertiría en mi esposo, yo no era nada de él en ese momento, Augusto vino a visitarme, era amigo de la familia. Pero Gabriel notó las intenciones de Augusto conmigo y desde ese momento en que lo rechacé de frente, nunca más volvió a escribirme o visitarme.
Las chicas soltaron suspiros tristes.
—Esta historia es para que no hagan lo mismo —explicó la anciana—. No dejen perder al amor de su vida por el miedo al futuro.
—Eso le pasará a Eva si sigue rechazando a Harry —soltó Mariana.
—¿Qué? —inquirió Eva confundida.
—Eva tiene en este momento a un millonario que gusta de ella, pero lo rechaza —explicó Vanesa a la abuela.
—Eso no es cierto, Harry y yo solo somos amigos —protestó Eva—. No me ha pedido que seamos novios ni nada por el estilo.