Capítulo 41
2550palabras
2023-04-16 06:12
La tarde caía lentamente. Eva observaba fijamente desde la banca de madera el devenir de las olas en la playa. Sorpresivamente, no estaba sintiendo nada, era como si su cuerpo entendiera que lo mejor era no sentir, una estrategia para proteger su corazón agonizante por tantas heridas abiertas.
—Son muy antiguas, ¿por qué nunca me las entregaste? —preguntó Davison a su lado—, ¿por qué te atreviste a hacerlo ahora?
Eva intentó tragar saliva para así humedecer su reseca garganta, pero terminó consiguiendo que una bola de aire le pasara dolorosamente, ahogándola. Tuvo que respirar por la boca para amortiguar el malestar, sorprendiéndose con que unas gotas robustas brincaron de sus ojos.
—¿Sabes? Ese siempre fue tu error —soltó Davison con enojo—. Me ocultaste siempre lo que sentías. Nunca me confesaste lo que de verdad sentías. La única vez que entendí que estabas mal fue esa noche, cuando me enfrentaste en Bogotá. ¿Y por qué tuvimos que llegar a ese límite? Si me hubieras entregado esas cartas antes… te habría entendido tanto…
Eva volteó a verlo, sorprendiéndose de encontrarlo con los ojos rojos, al borde de las lágrimas.
—¿Es que nunca te atreviste a pensar en cómo me iba a sentir también? —cuestionó Davison—. Esa noche creí que habíamos terminado bien, aparentaste todo este tiempo que estabas bien, que ya me habías superado y yo me convencí de que era así, que lo mejor era dejarte ir. Es que mírate, siendo alguien que ha conseguido tanto a tan corta edad y yo… ¿qué podría ofrecerte?
—¿Es que acaso yo necesitaba que me ofrecieras algo? —cuestionó Eva—. Yo solamente necesitaba que estuvieras ahí, para mí, apoyándome. No necesitaba que pensaras por mí.
—¡Pero me daba cuenta de que te estaba limitando! —replicó Davison—. ¡Sentía que a mi lado no ibas a conseguir todo lo que puedes tener! Además… estaba la distancia también, a mí no me estaba yendo bien y sería difícil viajar constantemente. Y después estabas tú, tan seria, tan reservada, era difícil saber cómo te sentías. Y es que mira… —Sus lágrimas se derramaron de sus ojos—. Mira lo que hacías, me escribiste cartas y nunca me las entregaste, ¿quién hace eso? ¡Solamente tú!
Eva cerró los ojos, sintiendo el dolor en su pecho oprimiéndole cada vez más, dejándola sin fuerzas. Se sentía tan… cansada, su alma, cuerpo, espíritu ya no podían con tanto sufrimiento.
—Me habías dicho que yo era la única que se ponía a escribir cartas a estas alturas de la vida —confesó Eva en un hilo de voz.
La joven volvió a mirar el atardecer, el sol brotaba sus últimos rayos de sol, dándole pinceladas rojas y anaranjadas al cielo.
Davison arrugó el entrecejo.
—¿De qué hablas? ¿Cuándo te dije eso? —preguntó.
—Cuando leías la primera carta que te había escrito —respondió Eva—. Justo aquí, cuando nos despedimos. ¿Por qué te volvería a entregar cartas si ya me habías dicho que no querías leerlas? Además… si te parece tan extraño que una mujer lo haga, ¿cómo podrías entender el sentimiento que ellas intentan trasmitir?
Hubo un momento de silencio entre la pareja, donde se pudo escuchar a las olas romper en la playa, el bullicio de las personas a la lejanía y la suave brisa que jugueteaba con algunos mechones de cabello de Eva.
—Aún sigo siendo un idiota que no supo valorarte, perdón —esbozó Davison—. Perdón por todo el daño que te he causado. —Eva volvió a verle—. Pero yo sí te amé. Te he amado todo este tiempo. Y justo en este momento de mi vida en la que puedo tener todo lo que en ese momento no tenía… pensaba en cuántas cosas podría hacer contigo si estuviéramos juntos… Después entraba a ver tus fotos en Instagram, donde te veías tan feliz, con todos esos viajes, esos amigos y me decía que estabas mejor sin mí, que era mejor no escribirte. ¿Y es que cómo podía pensar en volver a hablarte después de todo lo que te hice? Esa noche en que discutimos y no dejabas de llorar… Nunca me he perdonado por hacerte sentir tan mal… —Davison apoyó los brazos sobre sus muslos, hundiendo la cabeza en sus manos, dejando salir un gruñido.
Eva volvió la mirada hacia el horizonte, ya se había ocultado el sol, dándole paso al crepúsculo. A Eva le pareció curioso cómo una tarde tan hermosa podía traer consigo un sentimiento tan doloroso.
—Yo no te odio —confesó Eva—. Nunca te he odiado. Puedes estar tranquilo. —Volteó a verlo, observando aquellos ojos azules intensos maltratados por las lágrimas. Era la primera vez que se veían fijamente después de tanto tiempo.
Logró encontrar en aquella mirada los mismos sentimientos que le generaron aquel amor intenso, tan ferviente y embriagador. Pero en ese momento, Eva sentía a Davison lejano, como alguien que ya no podía tener consigo. Había añorado tanto este momento, pero… habían pasado tantas cosas en su vida que la convirtieron en otra persona, en otra Eva.
Davison acarició las mejillas de Eva, soltando un suspiro tembloroso.
—Eva, yo te sigo amando —dijo Davison—. Te amo con toda mi alma. Y entenderé si ya entre los dos no puede haber nada, ante todo, quiero que seas feliz.
Eva quitó suavemente las manos de Davison de sus mejillas y las entrelazó.
—Davison, yo… quería que mi primer amor fuera el único —confesó—. Me parecía injusto que no pudiera elegir a la persona que quería amar por el resto de mi vida. Y en realidad te sigo amando, te veo y… logro imaginarme la hermosa pareja que pudimos haber sido.
—Podemos intentarlo, yo de verdad quiero intentarlo —suplicó Davison entre lágrimas.
Eva negó ligeramente con la cabeza.
—En este momento de mi vida mi prioridad soy yo —explicó Eva—. Me quiero tanto en este momento que se me hace imposible darme una oportunidad contigo.
La sorpresa impactó a Davison. En ese momento entendió que había perdido por completo a Eva. Aunque aún sus manos se encontraban entrelazadas, supo que ella nunca sería para él. Sí, por mucho tiempo la tuvo, pero ahora que por fin se había decidido dar todo por volver con ella, era demasiado tarde.
Eva se levantó de la banca y le mostró una sonrisita, alejando sus manos del joven.
—Espero que disfrutes mucho la ciudad —dijo Eva—. Gracias por todo, Davison.
Él apenas si pudo forzar una sonrisita llena de melancolía, no pudo verbalizar ni una sola palabra. Vio a Eva marcharse, sintiendo la tristeza caerle de golpe sobre sus hombros y espalda. Entonces, su corazón empezó a palpitar con fuerza, pasando a la desesperación e impotencia.
Se levantó de la banca y caminó a paso acelerado para alcanzar a Eva, necesitaba demostrarle que estaba decidido a conquistarle, a demostrarle que sus sentimientos eran genuinos. Pero, a Eva se le acercó un hombre, le abrió los brazos y ella lo recibió con tanto fervor mientras se volvía llanto en su pecho.
Harry pudo cruzar mirada con Davison, lo vio detenerse en seco, impresionado por encontrarlo allí, abrazando a Eva.
Y es que Harry no iba a permitir que Davison volviera a la vida de Eva, ya era suficiente de su participación. Ella había decidido enfrentarlo y cortar todo tipo de lazos, ahora él se encargaría de cerrar la puerta y no dejarle pasar a ese presente que con tanto esfuerzo estaban creando juntos.
Llevaban meses conociéndose y pasando tantos retos donde se debatían si debían quedar de amigos o ser algo más. Porque, tanto Harry como Eva tuvieron que pasar por tantas cosas en su pasado que los cuestionaban si podrían amarse y sobrevivir en el intento.
No supieron exactamente cuándo comenzó, para Harry, fue después de la fiesta de vacaciones, cuando ella usó aquella sexy lencería. Pero, para Eva, los sentimientos que empezaron a confundirla se dieron en el paseo a la hacienda. En todo caso, la cuestión radicaba en que, aunque eran amigos, algo empezaba a conectarlos, para nunca más dejar que se separaran.
Esa noche en que Eva se marchó con sus amigas de su apartamento y se tuvo que enfrentar con la soledad, Harry no se sintió nada bien. Su pasado estaba rondándolo, haciendo que todo tipo de sentimientos viejos y desgastados volvieran.
Sí, era cierto que hace mucho que aquel trauma no lo molestaba, al punto de haber creído que lo había superado, pero… mientras daba vueltas en la cama, los recuerdos pasaban por su mente, haciendo que sus ojos se cerraran con fuerza y lo hicieran gruñir por el dolor en su pecho, por ese malestar que le provocaba ahogamiento y no lo dejaba diferenciar en si estaba entre un sueño o en la realidad.
Harry, dieciséis años:
Harry cerró el libro cuando su mamá llegó hasta la mesa.
—¿Cómo te sientes, hijo? —preguntó.
—Bien —respondió el joven.
La señora dejó sus ojos en el libro que sostenía su hijo, comenzando a preocuparse.
—¿Te lo dio esa mujer? —inquirió con tono seco.
—No… Es un libro que me prestó un amigo —mintió el muchacho.
—Bueno, voy a traerte algo de comer —dijo la señora sin creerle mucho al jovencito y se adentró a la casa.
Harry dejó salir un suspiro y abrió el libro para seguir leyendo.
Leanor:
Todos los estudiantes aplaudieron sonrientes ante lo que acababa de decir el profesor, no tuve otra opción más que marcharme del salón. Cerré la puerta y al instante las risas de mis compañeros traspasaban las paredes, fue algo bastante triste. En ese momento entendí que ya no era bien recibida en aquel círculo social; el peso de la copa que sostenía mi brazo cada vez se hacía mucho más pesado y dentro de poco aquello me costaría un fuerte calambre.
Fui a guardar unas cosas en mi casillero y al abrirlo encontré una nota “ya no tienes corona aquí”, eso era lo que decía. Era una declaración de guerra eminente, sabía lo que eso significaba, todo el salón donde estudiaba me había dado la espalda. Ahora debería afrontar el gran problema que eso me iba a ocasionar, comenzarían con la ley de hielo y burlas, ya tenían a un profesor de su lado y a la directora, por supuesto, pero por mi mente pasaba la pregunta: ¿qué les he hecho yo para que me odien tanto?
Siempre mi pasado lo recordaba como unas tardes amenas donde me pasaba las horas explicándoles a todos los ejercicios que no entendían o haciéndoles pequeños papeles con fórmulas para que así lo entendieran mejor. Pero ahora entendía que esos días acabaron por completo, sentía la tensión cada vez que pasaba por el lado de alguno de ellos.
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Estaba en el comedor, Harry había ido a comprar algunas bebidas, así que me encontraba sola en la mesa, lo bueno es que nadie me estaba molestando, aunque tengo que admitir que mis nervios estaban en su mayor esplendor.
—Vaya, así que ahora comes sola, Leanor —escuché a mi derecha. Era Loisa, a su lado estaba Carolina y Diana.
—¿Ahora qué quieren? —pregunté sin mirarlas a los ojos.
—Ay, pero qué odiosa. Bueno, qué podíamos esperar de una engreída como tú. Por eso estas así, sola, nadie te quiere —soltó Diana, todas se burlaron.
—Ya nos enteramos que la directora te regañó, ¿crees que me iba a quedar con esa, Leanor? —dijo Carolina—, creo que se te había olvidado que es mi madre, ya no tienes a nadie que te defienda. Desde ahora te voy a advertir, Leanor, te voy a hacer pagar cada una de las que me has hecho, ya no tienes imperio. —Le dio un pequeño golpe a mi cabeza con la palma de su mano.
—¿Tienes miedo? —preguntó Loisa, después soltó una gran carcajada.
—Tan estirada que se veía, pero solo es una mosquita muerta que se las tira de inteligente. Presumida —vociferó Loisa.
Mis ojos rodaron por todo el comedor, teníamos la atención de todos los estudiantes, aunque nadie quería meterse en ese asunto. Loisa y Carolina tenían mucha fama de ser problemáticas y como la directora ahora estaba de su lado, obviamente preferían tenerlas a metros, y yo, su nuevo ratón para pasar el tiempo.
No me di cuenta de cuándo me había convertido en el nuevo payaso. Solo estaba ahí, siendo ofendida por esas chicas, mi mente por primera vez se había nublado, no era capaz de decir palabra alguna. Solo pasaban las escenas de la oficina de la directora, los regaños de mi madre, los gritos del profesor, los aplausos de los estudiantes y ahora los maltratos psicológicos de esas chicas. Estaba viviendo una pesadilla en carne propia; solo quería que parasen, era muy sensible en ese sentido y mi pecho empezaba a consumirse por un hueco, un vacío profundo.
—Leanor, ¿qué sucedió? —preguntó Harry, sentándose frente a la mesa con dos jugos en sus manos.
—Lo mismo de estos días, ellas parecen que están muy enojadas conmigo —respondí, volviendo mi mirada a la comida.
—¿Te molestaron frente a todos? —inquirió con una voz bastante seria.
—Sí —respondí.
—Pero, ¿qué se creen que son? —Harry se levantó de la mesa y empezó a caminar en dirección a la salida del comedor.
—Harry, espera, espera. Déjalo así —me levanté de la silla y caminé detrás de él.
Harry es bastante impulsivo y se deja llevar por la emoción del momento. Sabía lo que pensaba hacer. Todos los estudiantes empezaron a caminar detrás de nosotros, ya se corría el rumor de lo que estaba sucediendo en el diez cinco y la tensión se vivía en los corredores, para los demás grados era un gran espectáculo que querían grabar con sus celulares y subirlos a las redes sociales para ganar muchos comentarios, me gustas, y fomentar el desorden. Ese es el diario vivir de la juventud, la cruda realidad.
—¿Qué les sucede a ustedes? ¿Se creen muy rudas al estar molestando a Leanor? —preguntaba Harry al encontrarlas en el corredor cerca a nuestro salón.
—¿Qué te sucede, Harry? —inquirió Loisa volteando a verlo, notó que yo estaba detrás de él y enseguida se cruzó de brazos—. Ah… Ya entiendo, ¿fuiste a buscar ayuda? Pero qué mal que es un hombre.
—¿Piensas meterte con unas mujeres, Harry? —preguntó Carolina en tono de burla.
—¿Qué tiene que sean unas mujeres?, ¿cómo es posible que se metan con Leanor, y lo peor, que la insulten frente a los demás, ¡ustedes son unas malditas arpías, déjenla en paz! —empezó a discutir.
—Por favor, Harry, deja esto así —pedí, traté de jalarlo de un brazo para alejarlo de ellas.
—Déjalo… quiero ver de qué es capaz este maricón, porque eso es lo que eres al venir a tratarnos de esta manera. ¡Idiota! —dijo en voz alta Diana.
—¡Ah…! ¡Pero ustedes si pueden hacerle la vida imposible a Leanor! —gritó Harry bastante sulfurado.
—Hey, ¿qué te pasa idiota? ¡¿Quién te crees para venir a gritarle a unas mujeres?! —dijo un joven que salió de la nada del tumulto de estudiantes.
—¡Tú no te metas! —gritó con mucha fuerza Harry.
—¡Si me meto!, ¡sí me meto! —encaró a Harry, se miraban tan fijamente que se podía sentir la rabia emanar de sus cuerpos.
En ese momento empezaron a empujarse y después se fueron a los golpes, los gritos se escuchaban por todas partes y los celulares no dejaban de grabar.