Capítulo 35
1797palabras
2023-04-10 06:06
—¿Y cómo te sientes ahora al respecto? —preguntó Eva—. ¿Aún no has podido superar lo que sucedió con ella?
—Nunca se puede superar del todo un episodio como ese —confesó Harry—. Pero sí aprendí a dejarlo en el pasado. Afortunadamente a mí eso no me golpeó tanto socialmente. Con mi familia nos mudamos de ciudad, había crecido aquí, así que tenía muchos amigos, me gradué con ellos y era como retomar una vida que había dejado en pausa. Mi papá se encargó de que mi nombre y apellidos se desligaran de esa desgracia. Además, las personas involucradas les beneficiaba más que no se volviera a hablar del tema. El colegio cerró después de eso, el año pasado intentaron reabrirlo, pero tiene tan mala fama que no ha sido posible. En su lugar, ahora están edificando un centro de rehabilitación, creado por una fundación.
—Bueno… al menos has sabido sobrellevarlo —comentó Eva.

—Claro, yo no tuve nada que ver con todo lo que pasó —comentó Harry—. Terminé siendo una víctima más de las malas decisiones de Leanor.
Por la mente de Harry pasó el recuerdo de cuando discutía con ella, le gritaba y la tomaba del brazo, intentando hacerla entrar en razón. La sensación de estar hablando con una gruesa pared. Esa mirada fría que lo observaba tan fijamente… y las palabras finales que escuchó de ella:
—Está bien, todo estará bien.
Quién iba a imaginar que Leanor en ese momento ya lo tenía todo preparado, ya había pedido los pasteles que al día siguiente se repartirían a los estudiantes como festejo de su cumpleaños, aparte que los explosivos estaban colocados debajo de los pupitres.
—¿No has pensado en que pudiste haber hecho algo para impedirlo? —preguntó Eva a Harry.
—Lo intenté todo —respondió Harry—. Planee que ella escapara del país, que comenzara una nueva vida. Pero las personas tenemos la libertad de escoger las acciones que tendremos después. Pasé años pensando en por qué lo hizo, en por qué tomar una decisión tan radical y retorcida. ¿En realidad las personas nacen buenas y la sociedad la corrompe? En mi caso, me molestaron mucho en esos meses que estuve con ella, porque me tachaban de ególatra al igual que Leanor. Además, que muchos creían que teníamos algo, cuando no era así. Pelee mucho en el colegio por lo mismo, con los compañeros que antes creía que eran mis amigos y yo nunca… pensé en asesinarlos, mucho menos suicidarme. —Harry soltó un suspiro—. Estuve muchos años en terapia por lo mismo, reflexionando y aprendiendo a soltarlo. De hecho, no leí todo el libro de Leanor, lo que hice fue quemarlo, para que no cayera en manos equivocadas. Ella hablaba con tanto resentimiento, en momentos su letra se volvía gruesa, había páginas rayadas con tanta agresividad…

—Una persona acostumbrada a vivir una vida perfecta que se enfrentó a un fuerte episodio de rechazo —comentó Eva.
—Sí, creo que pasó eso —reflexionó Harry—. No lo había visto desde ese punto de vista. Leanor estaba acostumbrada a que todos la admiraran, agradar, que la elogiaran. Estaba convencida de haber nacido siendo perfecta. Por eso le afectó tanto el rechazo social.
—Ese es el problema con las personas que lo han tenido todo —dijo Eva, observándolo fijamente para que entendiera la indirecta—. No les han enseñado a lidiar con el sufrimiento.
—A mí me han dado todo y no he pensado en matar cuando me hacen enojar —reprochó Harry.

—Dile eso a tu agresividad —masculló Eva.
—Sí, tengo problemas de ira, pero no he asesinado a nadie —protestó el muchacho.
—Cuando hablamos por primera vez te vi en medio de una pelea callejera, estaban que se reventaban las cabezas con botellas de vidrio…
—Era una pelea de borrachos —soltó Harry, restándole importancia—. Además, no hubo consecuencias.
—Esa es la cosa, ¿por qué debe haber consecuencias para que puedan reflexionar que está mal? ¿Que no han aprendido a poner límites?
—Mira quién habla de poner límites —esbozó Harry y enarcó una ceja—. La que aún sigue sufriendo por su pasado. —Observó la caja violeta en el escritorio—. ¿Es allí donde las guardas?
El corazón de Eva comenzó a palpitar con mucha rapidez y tragó en seco.
En ese momento tocaron a la puerta, Eva le dio una rápida mirada a Harry y después se levantó para abrir.
La señora Mirella entró a la habitación con una bandeja de cristal donde traía jugo de maracuyá y unas galletas de soda con crema casera de maní.
—Les traje esto para que coman —informó con una amplia sonrisa.
Lo dejó encima del escritorio y por un instante inspeccionó la habitación, parecía calmada de ver que no estaba muy desorganizada.
—Eva, ¿por qué no has traído una silla para que Harry se siente? —preguntó con una mirada recriminadora—. Mira lo incómodo que está Harry sentado en la cama.
La joven colocó los ojos en blanco y se apresuró a buscar una sillita que había en el balcón.
Mirella le ofreció el vaso de vidrio lleno de jugo.
—¿Te gusta la maracuyá? —preguntó.
—Sí, claro que sí —respondió Harry, le dio un sorbo—. Está muy rico, muchas gracias.
—De nada, la verdad es que soy bastante buena en la cocina —respondió ella—. Cuando estudiaba en la universidad, trabajaba como cocinera en un restaurante. Es bueno aprender de todo un poco; uno no sabe cuándo va a tener que poner en prácticas esas habilidades.
Aquello hizo un clic en el cerebro de Harry y por primera vez se sintió avergonzado por no tener alguna habilidad que no fuera tomar toda una lata de cerveza boca abajo.
—Le he enseñado esas cosas a Eva, para que sea útil en todos los ámbitos de su vida —dijo la señora.
—Y de verdad que le ha hecho mucho honor, porque es una buena joven —comentó Harry.
—Ay, Harry, a Eva le hace falta muchas cosas por aprender —soltó la mujer mientras se ruborizaba—. Pero dime, ¿hace cuánto son amigos?
—Realmente, llevamos poco tiempo —informó el muchacho—. Fue en la fiesta de un amigo, allí hablamos y después nos hemos encontrado en la universidad, Eva es una buena estudiante y eso me gusta, es muy interesante.
A Mirella le impresionó tantos elogios de Harry hacia su hija, casi podía jurar que en realidad la veía más que como una amiga.
Eva entró con una sillita metálica reclinable, la colocó al lado del escritorio y le hizo ademán a Harry para que se sentara.
—No, yo quiero la silla gamer —replicó el chico, acomodándose en la silla y mostrando una sonrisa de suficiencia—. Esa se ve incómoda.
No le importó que la madre de la joven siguiera presente, simplemente se acomodó y su rostro demostraba que se encontraba satisfecho.
—Vaya, sí que es cómoda, ya veo por qué pasas tanto tiempo aquí sentada —comentó.
Eva soltó un suspiro y observó por un momento a su madre, quien enarcó una sonrisita y después se marchó.
—Bien, chicos, espero que puedan concentrarse en sus quehaceres —dijo en el marco de la puerta—. Eva, trae los vasos y los platos cuando terminen.
—Bien —aceptó la chica mientras veía a su madre cerrar la puerta de la habitación.
—Tu mamá es muy agradable —comentó Harry.
—Lo es cuando se dispone en agradarle a alguien —aceptó Eva—. También es una gran enemiga si se lo propone.
—Es como si te describieran —chistó el joven y comió una galleta de soda con crema—. ¡Hmm… está delicioso! —elogió con la comida en la boca. Sus ojos brillaban de la emoción—. ¿Cómo algo tan sencillo puede saber tan rico? —Tomó otra galleta y embutió su boca con ella.
La chica se sentó en la sillita metálica al lado de Harry y empezó a comer las galletas.
—Mi mamá tiene manos bendecidas, debo aceptarlo —opinó la chica.
—Cuando tu mamá te prepare almuerzos, debes llevarme —ordenó Harry.
Eva descompuso el rostro, en un principio creyó que estaba bromeando, pero, viniendo de Harry, sabía que hablaba muy en serio.
—Y tu mamá me dijo que cocinas, cuando duermes conmigo siempre pedimos comida a domicilio, deberías cocinar… ¿por qué no lo has hecho?
Eva lo observó con impresión.
—¿Por qué cocinaría para ti? —protestó.
—Para probar tu comida, ¿para qué más cocinarías?
—¿Y te has ganado que yo cocine? —cuestionó Eva mientras sostenía el vaso de jugo—. No te has portado tan bien conmigo.
—¿Que no me he portado bien contigo? Si mejor no te he podido tratar, mírame, te estoy haciendo visita.
—¿Cuándo te dije que me hicieras una visita? Viniste sin avisar e interrumpiste mi estudio.
—¡Mujer! ¡Tú no te cansas de estudiar! Estamos de vacaciones, ¿para qué estudias tanto?
—Necesito prepararme para el diplomado —justificó Eva.
Aquello le hizo mucho sentido a Harry, haciéndolo recordar las palabras de su padre.
—Sí, eso lo valgo —aceptó.
—¿Eh? —Eva respingó una ceja.
—Pero hoy es mi fiesta, ¿por qué parece que no vas a ir? No puedes hacerme ese desplante. Mira tu cara, tienes ojeras, te ves fea, no puedes asistir así.
Eva soltó un jadeo por la impresión. ¿Cómo Harry pudo dañar un momento tan ameno con sus palabras ofensivas de niño rico?
—Uy, ¿cómo puedes ser tan idiota? —espetó Eva, dejando el vaso de jugo sobre el escritorio.
Harry tomó una galleta y empezó a comerla, desplegó una sonrisita mientras la contemplaba.
—Y vuelves a tratarme mal —comentó el chico después de tragar el bocado de galleta—. ¿Es que te gusto mucho para que me trates así?
—¿Qué?
—Las mujeres le discuten por todo al chico que les gusta, de esa forma llaman su atención.
—¿Disculpa?
—Disculpa aceptada, puedes estar tranquila —soltó el joven con gran seguridad en sí mismo, volviendo a comer.
Eva soltó un suspiro para intentar calmarse, después tomó un largo trago de su jugo.
Harry observó fijamente la caja violeta frente a él.
—¿Por qué tienes algo que te hace doler tanto frente a ti? —preguntó—. Viendo esto todos los días, ¿no crees que es algo masoquista? Yo no lo soportaría.
—Es la caja donde guardo todo lo que es preciado para mí —justificó Eva—, la caja la fabriqué con mis manos, ¿por qué ocultaría algo que me es de gran estima?
El joven volteó a verla.
—Porque allí guardas las cartas —respondió—. Debes entregarlas, salir de tu pasado de una vez por todas. —Eva iba a protestar, pero él no se lo permitió—. ¿No te gustaría saber qué piensa? Es el destinatario de todas esas cartas, deberías entregárselas. ¡Deja de ser cobarde! Me hablas de poner límites y tú no lo haces. ¿Cómo no puedes seguir tus propios consejos?
Eva tragó en seco y tomó nuevamente el vaso de jugo nada más para tener algo que apretar. Sentía que le estaban confrontando el miedo que más le dolía.