Capítulo 28
1990palabras
2023-04-04 06:00
Eva perdió la virginidad dos días después de cumplir quince años. No fue una buena experiencia, mucho menos una que le guste contar.
El único hombre que tenía cerca y que podía seducir para tener sexo era Mariano, el mejor amigo de su primo Cristian.
Esa mañana aprovechó que llegó a visitarlos, aprovechando un viaje que hizo a la ciudad. Eva tenía tiempo sin verlo, porque desde que su familia se apartó de la religión, muy poco veía a las personas con las cuales creció.
Sus padres no estaban, habían llevado a su hermano Yair a que lo viera el pediatra. Y Eva aprovechó ese momento, cuando le sirvió una taza de café a Mariano y se sentó a su lado. Justamente ese día Eva llevaba una pijama corta, donde le mostraba por fin al joven que ella ya no era una niña.
La puerta que daba a la calle la había cerrado, con la excusa de que ese día estaba nublado y ella tenía frío. Mariano se veía inmensamente tímido, reía de forma nerviosa y Eva se sentía tan segura de sí misma, casi asegurando que no lo dejaría ir hasta que no perdiera la virginidad con él.
Con lo que no contaba la chica era que Mariano tampoco nunca en su vida había estado con una mujer. Y se lo reveló cuando ella le bajó los pantalones y se colocó encima del chico.
—No deberíamos hacer esto, Eva, es pecado —soltó el muchacho.
—A la mierda con esas cosas, podemos hacerlo, nadie se enterará —dijo la chica.
—Pero yo nunca lo he hecho, no me siento seguro —confesó Mariano.
Eva por un momento estuvo indecisa, pero después fue a la carga y prácticamente fue ella quien hizo todo, ya había practicado, desde que sus padres accedieron a comprarle un computador, cuando estaba sola buscaba videos porno que los usaba casi como si fueran clases.
Desafortunadamente Mariano si a lo mucho duró diez minutos. Eva se sentía avergonzada porque no había sangrado y el muchacho le dijo que si no sangraba era porque ya no era virgen, que Dios la castigaba por ser una chica sucia.
El joven se fue casi asustado de la casa y nunca más volvió a visitarlos, hasta dejó de ser amigo de Cristian, quien no volvió a saber más de él.
Eva por mucho tiempo estuvo traumatizada con las palabras de Mariano, creyéndose una chica sucia que había perdido la virginidad sola por tantos pecados que había cometido.
Lo creyó hasta que en el colegio una psicóloga había hablado sobre educación sexual a final de año en décimo grado. Cuando se terminó la charla, Eva se acercó a la mujer y le preguntó si algunas mujeres podían perder la virginidad solas, que si Dios podía castigarlas de esa manera perdiendo su pureza.
La psicóloga le extrañó bastante lo que Eva estaba preguntando, así que se sentó con ella por toda una hora para hablarle más a fondo de educación sexual.
Eva no lo podía creer, de hecho, cuando llegó a su casa investigó todo, hasta leer libros completos de educación sexual, sobre cómo está conformado el aparato reproductor femenino y mucho más.
La chica lloró del alivio, sentía que le habían quitado un peso de encima. Guardó el secreto para sí misma, se juró que nunca más un hombre volvería a humillarla de esa forma con su cuerpo.
De hecho, con Davison no permitió que la tocara, aunque se besaban y él acariciaba su cuerpo, Eva no dejó que llegaran al sexo, porque sabía que el joven estaba segurísimo que ella era virgen, así como todas las personas que la rodeaban.
No fue hasta que se reencontró con Gos, que, en medio de una fiesta en la casa de los familiares del muchacho, tuvo su segunda relación sexual, la cual sintió como si fuera la primera, porque le gustó la experiencia.
Gos también creía que ella era virgen, de hecho, cuando la chica no sangró, la calmó diciéndole que eso era normal en algunas mujeres. Por un momento Eva pensó en lo curioso que era el trato en sus dos experiencias, la diferencia mental entre algunos hombres.
Por esa misma razón, cuando Gos volvió a visitarla a la ciudad, volvieron a tener sexo, sobre todo aprovechando que él permaneció un mes completo para final de año visitando a su familia. Fue con él donde aprendió todo lo que necesitaba saber sobre su vida sexual, hasta qué pastillas tomar en caso de emergencia de no haberse cuidado con preservativos (la pastilla del día después). Por esa misma razón la chica siempre guardó una caja en su mesita de noche en caso tal llegara a suceder; y vaya que la salvó de algunos descuidos dicha pastilla, como la primera vez que tuvo sexo con Harry Andersson.
Además, en ese primer mes que su vida sexual se convirtió intensa, apartó una cita con una doctora para que le recetara pastillas anticonceptivas.
Gos fue en la vida de Eva como el despecho donde podía depositar todo ese dolor de la relación con Davison. Todo lo que no pudo tener con él, lo encontró de cierta forma en Gos, aunque no podía igualarlo, en lo absoluto.
Por esa misma razón Eva lo dejó a un lado, decidió cortar todo de raíz.
Hasta ese momento, que Gos amenazaba con volver a su vida. Justo en el instante donde sentía que por fin estaba superando todo.
Eva veía a sus amigos reír mientras tomaban café, era el último día de clases, por fin llegaban las vacaciones y todos estaban felices. Dentro de quince días comenzaría el diplomado, y con ello, una nueva fase en la vida de Eva. Por ello se sentía asustada, las cosas marchaban tan bien que no deseaba que nada ni nadie lo cambiase o intentara dañarlo.
Ahora tenía a Harry Andersson con ella, ayudándola a hacer realidad la meta de ser una gran empresaria, además que todo un grupo de amigos estaban incluidos en dicha meta. ¿Qué más podía pedirle a la vida?
—Ay, sí, una fiesta, necesito bailar, sacar todo este estrés que tengo acumulado —dijo Mariana.
Paulo los acompañaba, ahora que hacía parte de Gaba, tenía una excusa para acercarse a Mariana, por eso los veían bastante seguido conversando, tan juntitos como una pareja de verdad. Eva estaba segurísima que se harían novios antes de que comenzara el nuevo semestre.
—Harry está planeando una fiesta —dijo Paulo—. Saben que sus fiestas son las mejores. —Volteó a ver a Eva—. Y no vas a poder negarte a ir, para él sería una humillación que su nueva novia no lo acompañe.
—No soy novia de Harry —replicó Eva, como si acabara de escuchar lo más absurdo.
Sus amigos se miraron con picardía, casi compartiendo secretos con sus ojos.
—Es cierto, Harry y yo no somos nada —insistió Eva.
Dentro de la chica el malestar comenzaba a aflorar, una incomodidad a la cual le tenía miedo.
—No necesitan mucho para que los tachen de novios —comentó Vanesa con esa sonrisita que Eva comenzaba a odiar.
—Duermen juntos, llegan a la universidad juntos, ¿qué más necesitan para ser pareja? —cuestionó Sebastián con burla.
—Llevar el título —respondió Mariana.
—Seguro a comienzos de semestre sucederá —opinó Paulo.
Eva comenzó a contar mentalmente hasta diez, necesitaba dejar que la conversación fluyera hasta que sus amigos decidieran dejarlo y así se enfocaran en algo más interesante. Ese truco le había servido siempre, era infalible.
Volvió a su casa más temprano de lo habitual, se dio una ducha fría para apaciguar los pensamientos y después de colocarse un pantalón gris de algodón con una camisa blanca de tiras, se sentó frente al escritorio, a tachar todos los pendientes que había logrado en el día. De esa forma bajaría sus niveles de ansiedad, sintiendo la satisfacción de ser suficiente y que tenía todo bajo control.
Ser novia de Harry Andersson, era la cosa más absurda que Eva había escuchado los años que llevaba estudiando en la universidad. Pero le preocupaba que la vieran en público con él, no deseaba que la tacharan entrelazándose con dicho hombre.
Debía aceptarlo, estaba perdiendo el control de su vida, hacía cosas que nunca antes haría.
Escuchó ruido en la planta inferior, sus padres acababan de llegar, justo a las siete y media de la noche, tan predecible como siempre. La voz de Yair se escuchó ascendiendo escaleras arriba, como habitualmente sucedía.
Eva le echaba seguro a su puerta para que Yair no intentara entrar y llevar su desorden al único lugar privado que tenía Eva en su casa.
Escuchó unos golpecitos a su puerta.
—¡Eva, Eva, me gané diez en el examen de matemáticas, mira, mira! —escuchó al otro lado de la puerta.
—¡¿Qué haces?! —exclamó su madre desde el pasillo.
—¡Quiero mostrarle a Eva mi examen! —contestó Yair.
—Lo harás después, ahora vamos, cámbiate de ropa. Sabes que está prohibido que molestes a tu hermana, necesita estudiar.
—Eva nunca tiene tiempo, siempre está estudiando, además…
La voz de Yair fue opacada por el ruido que hizo la puerta de la habitación de en frente al cerrarse.
Eva inspiró hondo y sus oídos fueron perturbados por el rápido silencio que inundó toda la planta superior de la casa.
Lo bueno de ser una estudiante becada en la mejor universidad del país era que los papás de Eva lo reconocían y le daban un trato sumamente especial, como el dejarle toda la comida preparada antes de marcharse, comprarle los libros que necesitaba, pedir en línea el escritorio perfecto para que la chica tuviera su espacio ideal en la casa y así nadie la perturbara. De hecho, desde un tiempo que su madre hacía eso con Yair, regañarlo cada vez que el pequeñín intentaba perturbar el silencio en el segundo piso.
A veces Eva descubría a su hermano observarla de lejos cuando ella bajaba a la cocina, la veía desde el mueble de la sala, como si se tratase de un ente extraño para el niño y eso le incomodaba a la joven.
Rara vez Eva salía con Yair y compartían como hermanos. Y esas pocas veces que pasaban juntos era a petición de sus padres.
No es que a Eva le molestase su hermano, simplemente… no sabía cómo tratarlo, él era un niño pequeño, un ser lleno de gritos, desorden, saltos en la cama, palabras incontrolables por horas. ¿Cómo podía estar a gusto con alguien así?
Eva bajó al primer piso media hora después, en busca de algo por comer. Sus padres preparaban la cena, conversando, curiosamente, con alegría.
—¡Ay, Eva, justo te iba a llamar! —dijo su padre al verla entrar a la cocina.
—¿Qué sucede? —preguntó Eva con curiosidad.
Ellos no eran así de alegres, era bastante inusual y eso a la chica le generaba curiosidad.
—Vamos a comprar un auto —informó la señora Mirella—. Lo hemos pensado bien, ya fuimos a ver varios modelos y mira… —La mujer le entregó un folleto—. ¿Qué te parece este? ¿No es hermoso?
Su madre se refería a un auto moderno de color gris, un Chevrolet Onix. A Eva le tranquilizó que no se hubiesen emocionado tanto queriendo comprar un auto extravagante. Así que no perdieron la cabeza, seguían manteniendo la compostura.
Desde que su padre logró encontrar un trabajo, las cosas en la casa había mejorado satisfactoriamente y hacía un mes que le dieron un ascenso en la empresa. Mirella no hacía más que hablar maravillas de su esposo cuando hacían reuniones familiares, sobre todo mucho más ahora, casi como reivindicándose después de los malos años que le tocó pasar. De esa forma les demostraba a todos que se habían equivocado con su esposo. Y claro, Eva podía notar en el rostro de su padre que su autoestima estaba mucho mejor, se había dejado crecer la barba y la llevaba perfectamente acicalada, como también caminaba sacando el pecho y la barbilla alzada.
—Me parece un buen auto —respondió Eva.