Capítulo 26
2523palabras
2023-04-02 07:57
Ciertamente, querido Gos, creo que tanto tú como yo nos quedaremos solterones, porque somos de esas personas que nos obsesionamos con el estudio, después lo harán con sus trabajos y otras prioridades. ¿Crees que sería muy malo si nos quedamos solterones?
Hoy fue un día en el que repasé mis prioridades y me di cuenta que debo incluir en ellas un cambio de vida. ¿Alguna vez te has sentido así? ¿Que todo tu ser te suplica porque le des un cambio completo y eso amerite el cambiarte de ciudad y le des la vuelta a todo lo que has conocido? Veo que tú también andas un poco triste, si gustas, podemos hablar por llamada y hacernos un poco de compañía, aunque sea por una pantalla.
Ahora que en tu carta escribiste sobre que sería bueno vernos, se me está ocurriendo una loca idea, querido Gos; siempre se me ocurren ideas locas. Aunque esta no creo que sea tan loca, tal vez solo el setenta por ciento normal. Además, he pensado tanto en querer hacer esto que creo que sería una buena idea: podemos planear el vernos en persona.

Creo que, si hacemos el esfuerzo, podemos hacerlo: concretar una fecha y ahorrar los dos para hacerlo realidad.
Siempre me ha gustado viajar, mucho más si lo hago sola. Aunque debemos pensar en quién es el que va a viajar primero y para qué fecha.
Mira, tú trabajas, yo ahorro con los talleres que hago a esos niños millonarios: no veamos como limitante la distancia. Verás, podemos ayudarnos mutuamente para poder viajar, como el compartir gastos y eso. Por ejemplo, si tú vienes a mi ciudad, yo te ayudaría con la estadía y comida; como tú también puedes hacerlo si yo voy a visitarte.
Me parece un gran plan, ya que eso nos puede sacar de la monotonía.
Yo quiero volver a verte. Sé que, de aquí, puede surgir una historia muy bonita. Y bueno, tendrás que enseñarme a bailar, porque soy malísima haciéndolo. Y claro que yo te llevaré a muchos lugares en esos días, soy una buena guía.
Sería bonito pasar por un lugar y decir: ay, voy a traer a Gos aquí para cuando venga. O decir: le compraré esta pizza a Gos cuando llegue a la ciudad.

Siempre he querido tener un amigo de viajes. Creo que, si hacemos el primer viaje para el reencuentro, más adelante, podríamos organizar viajes para otras ciudades y conocerlas juntos (es uno de mis sueños).
La idea de enviarse cartas en papel como lo estamos haciendo ahora, es esa, ¿no crees? Crear historias juntos, historias que… puedas contárselas a tus nietos. ¿Quién quita que tú estés a mi lado y me ayudes a contar esas historias a esos nietos?
Te quiere, Eva.
Posdata: Espero tu respuesta al respecto, pero que sea por videollamada. Quiero ver esa sexi cara de actor de Netflix.

Actualidad:
Eva inspiró hondo cuando entró al auto de Harry, él ayudó a abrocharle el cinturón de seguridad.
—¿Te sucede algo? —le preguntó mientras la observó con curiosidad.
—No, nada, vamos, se te hace tarde —informó Eva, mostrando una sonrisita.
Su vida había cambiado tanto, era evidente, y necesitaba que todo siguiera tal y como marchaba, de esa forma, podría cumplir todo lo que una vez deseó, comenzaba a tener la libertad que desde niña fantaseó con tener. Personas como Gos o Davison no empañarían su futuro, no lo iba a permitir.
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Diario de Eva: 14 años.
Un orgasmo, solo uno. Estaré muy satisfecha cuando pueda saber qué es lo que se siente tener un orgasmo.
¿Es malo que quiera comenzar a escribir mi historia confesando mi más profundo deseo sexual? Creo que no, al final de cuentas, es mi historia.
Acabo de cumplir catorce años y vivo frustrada. Para que puedan comprender el por qué me metí en todo este lío e hice lo que hice, tienen que saber la historia completa, la verdadera.
¿Por dónde podría comenzar?
Creo que comenzaré desde el inicio, cuando era solo una niña.
Nací en una familia muy estricta, mi madre perdió la virginidad a los treinta años después de meterse con mi padre, no podía quejarse, fue lo último que pudo tomar después de pasarse su vida escogiendo al hombre perfecto y al final terminó con un ingeniero de espíritu muerto. Era eso o quedarse solterona en la casa de mi abuela sobreprotectora.
Mi padre tiene un problema, es alguien demasiado estricto también. No digo que lo estricto sea malo, solo ya saben, todo en exceso es malo. Si no fuera por esa obsesión con que todo esté bajo control no estaría sentada frente a este rústico escritorio escribiendo mi vida y cómo deseo buscar a un hombre e irme de mi casa.
Pues bien, al ya explicarles el problema en el que se metió mi madre con mi padre, debo pasar a contarles cómo fue que me criaron como hija única. ¡Cómo deseo que mi hermano nazca pronto y se concentren en él y me dejen en paz!
Pero mi problema va mucho más allá, porque tuve que soportar desde pequeña a Cristian, mi primo, el hijo perfecto que todo religioso empedernido quiere tener, porque la familia de mi mamá es religiosa a morir. Desde pequeño, Cristian fue un ejemplo a seguir en la iglesia y todos me decían "aprende de tu primo" y me convertí en su sombra. Odiaba tener que despertarme a las cuatro de la mañana los domingos porque había que dejar la casa en perfecto orden porque debíamos ir a la iglesia después y soportar a todas esas viejas amargadas casi adorando al pastor. Y ni qué hablar de las vigilias a las que me hacían asistir, ¿cómo puede haber personas que desperdicien su preciado sueño de esa forma?
¡Mi vida era un calvario!, no podía jugar con muñecas porque ellas tenían mensajes subliminales y pasaba mi poco tiempo libre fuera del colegio leyendo la Biblia. Hasta una vez pertenecí al coro de la iglesia, presionada por mi abuela.
Pero, cuando pensaba que mi vida no podía estar peor y no veía cómo salir de aquel infierno, conocí algo que me cambió por completo.
Una mañana mientras me bañaba a mis diez años, sentí algo peculiar en mi entrepierna. Recuerdo bien esa sensación, el jabón volver suave el tacto de mis manos mientras la tibia agua recorría toda mi piel.
Pensé "Eva, eres muy mala, no debes tocarte allí, está prohibido, es pecado" pero eso solo aumentó más aquella sensación agradable. Era una simple niña inocente con alas de rebeldía que querían levantar vuelo.
Desde ese momento la hora de ducharme se volvió mi refugio, aquel silencio a mí alrededor, donde nadie podía decirme qué no debía hacer, me encantaba, se volvió en mi pequeño refugio. Recuerdo que me daba miedo introducir los dedos dentro de mi vagina por temor a hacerme daño, ya saben, “la virginidad es algo sagrado para la mujer y es intocable, está totalmente reservado para el matrimonio”.
Después que terminaba de bañarme y abría la puerta, no me gustaba mirar a mi madre por miedo a que sospechara lo que hacía en el baño. En aquel momento no sabía la palabra "masturbación", seguramente a mi madre le aterraba pronunciarla y era algo creado por el diablo.
Un año después conocí a Mariano, el que se volvió el mejor amigo de mi primo. Me encantaba espiarlo por un pequeño agujero que encontré en la pared de mi habitación y daba hacia el baño.
La mayoría de las veces solo hacía lo habitual en el baño y después se lavaba las manos y se marchaba. No pude ver más que su trasero porque el agujero estaba detrás del sanitario y él nunca se volteaba. De hecho, solo podía apreciar su espalda. Pero, aun así, era divertido espiarlo.
Dejé de hacerlo cuando un día lo espié y tenía diarrea, fue muy asqueroso y juré nunca volverlo a espiar. De hecho, cuando lo veía al rostro lo recordaba defecando y me daba mucho asco. Mi atracción por él murió ese día.
A mis trece años conocí la perversión en el lugar que menos habría imaginado: la biblioteca. Bueno, era una biblioteca privada que le pertenecía a la señora Laverde, la vecina de enfrente de mi casa.
Estaba revisando una estantería y me llamó la atención un libro que tenía en el lomo el título "Impura", lo tomé y comencé a hojearlo, era una novela que trataba de una mujer con deseos de revelarse contra su esposo que la tenía viviendo como una esclava en su hogar.
La mujer se llamaba Helena y comenzó a tener una apasionada aventura con su jardinero, un musculoso y muy sensual hombre que por medio del sexo la hizo sentir libre al darle a conocer lo que era un orgasmo.
Orgasmo, fue la primera vez que leí esa palabra. Además, también me di cuenta de que mi cuerpo se encendió esa tarde en medio de la biblioteca de la señora Laverde. Nuevamente la soledad estaba presente, dejando que algo dentro de mí aflorara, haciéndome sentir muy bien.
Pero la señora Laverde me encontró con el libro en mis manos y su rostro se puso tan blanco como un papel. Se acercó a mí y casi me arrancó el libro de las manos.
—¡Niña, ese no es el libro que estás buscando! —me gritó.
Como si se tratara de horror, lo volvió a poner en la estantería.
—¡Lo siento mucho! —me disculpé bastante sorprendida y estática sin saber qué hacer.
La señora Laverde dejó salir un suspiro e intentó volver a su posición de mujer calmada y amable que aparentaba ser. Nunca imaginé que alguien como ella, devota del evangelio le encantaba leer libros donde a la protagonista la tomaban del cabello y le daban nalgadas mientras un hombre musculoso la penetraba duramente, teniéndola en cuatro. Seguramente esos eran sus deseos internos no realizados porque su esposo era un hombre gordo que se dormía en los cultos de la iglesia.
—Eva —intentó sonreírme—, no puedes decirle a nadie que encontraste ese libro aquí, ¿entendido?
El silencio nos atrapó y, mientras la miraba fijamente, me di cuenta que tenía una gran oportunidad frente a mí para poder explorar más de ese mundo que al igual que Helena, era para mí un escape de mi cárcel.
—No diré nada —le dije entre una sonrisita inocente—, pero con una condición.
La señora Laverde abrió los ojos llena de miedo y tragó en seco. Se notaba que no esperaba que una niña que aparentaba ser tan inocente y un tanto tímida aprovechara su descuido para manipularla.
—¿Cuál? —inquirió después de tomar una bocanada de aire y entrelazar los dedos de sus manos.
—Que me deje leer su libro —respondí.
La señora Laverde no podía negarse, sabía que la tenía en mis manos, así que, como dice el dicho: si no puedes con tu enemigo, únetele.
Y fue ahí donde mi vida cambió, desde esa tarde nunca más volví a ser la misma.
Desde que aprendí a masturbarme lo hacía todas las noches antes de ducharme, mis únicas fantasías eran las que podía leer en el libro de “Impura”, pero al ser muchas y de bastante grado, podía decir que estaba satisfecha.
Pero fue cuestión de tiempo para que mi cuerpo deseara pasar de la fantasía a la acción. En las noches antes de dormir mi cuerpo explotaba como la pólvora y tenía pensamientos en los que deseaba ser Helena, de hecho, llegué a tener sueños húmedos, como le pasaba a Helena.
Por muchas semanas estuve leyendo aquella historia mientras me tocaba. Comencé a creer que Helena vivía un paraíso al poder perderse entre placeres carnales, pero, lo que no sabía era que aquello no era tan fácil de conseguir y mucho menos el mantenerlo en secreto como lo hacía Helena.
Vine a enterarme de esta cruel realidad cuando la señora Laverde me pidió su libro y ya no tuve con qué fantasear. Además, intenté seducir a un hombre en el supermercado cuando mi madre compraba el desayuno.
Recuerdo aquella vergüenza que me dio el estar recostada en aquella pared verde intentando guiñarle el ojo al carnicero que en ese momento cortaba un pollo y él trató de guardar una carcajada. Seguramente me vi muy patética, por eso fingí que me limpiaba el ojo con mi mano derecha.
—Vamos —dijo mi madre mientras sostenía en su mano izquierda la bolsa de la compra.
Salí del supermercado con una gran vergüenza, podía compararlo con el haberme orinado en la calle, así de avergonzada me sentía.
Cuando mi madre subió al auto y volteó a verme mientras se ponía el cinturón de seguridad, quedó observándome, dándose cuenta que algo me pasaba.
—¿Qué te sucede? —preguntó, siempre con el entrecejo fruncido.
Detestaba cuando ponía ese rostro, era como si estuviera prohibido el que yo cambiara de ánimo.
—No es nada —respondí cruzada de brazos.
—Entonces quita esa cara de piedra —regañó mientras comenzaba a conducir.
Dejé mi rostro clavado en la ventana mientras meditaba sobre lo que sucedió. ¿Cómo podía Helena acostarse con un hombre con solo insinuarse? Ella veía al hombre y él entendía la indirecta. Yo intenté guiñar el ojo a ese carnicero y él solo se burló de mí.
“Es por mi edad” era lo que me repetía una y otra vez. Pero era cierto, con solo verme en el espejo de mi cuarto me di cuenta de que mi apariencia no me ayudaba para nada.
Siempre tenía mi cabello recogido con una coleta, usaba vestidos cubiertos que me llegaban por debajo de la rodilla, para ser más específica, cinco dedos por debajo. No usaba maquillaje y aquella apariencia me hacía ver de menos edad.
Debía cambiar mi apariencia, vestirme más adulta y aprender a seducir, eso era algo fundamental si quería convertirme en Helena.
Así fue como al día siguiente, mientras cenábamos, se me ocurrió arriesgarme.
—Papá —solté.
Mi padre rodó su mirada seria mientras tomaba el vaso de jugo que reposaba en la mesa de madera.
—¿Puedes darme dinero? —pregunté un tanto tímida.
Mi madre alzó la mirada del plato y me observó con el entrecejo arrugado, como si acabara de decir algo sumamente extraño.
—¿Y eso para qué? —me preguntó mi madre con tono serio, pero intentando ser amable.
—Es que necesito comprar ropa —respondí.
Mi padre terminó de mascar el bocado que tenía en la boca y después comenzó a examinar mi petición.
—¿Para qué quieres comprar ropa? —inquirió.
—Es que… —Debía pensar algo que ellos creyeran—. Quiero entrar al grupo de danza de la iglesia.
Aquello sorprendió a mi madre, pero se notaba que le gustaba lo que escuchaba.
—Y para entrar al grupo debo comprar ropa, hoy las vi practicar y me encantaron sus faldas —dije un poco más segura de mi mentira.
—Eso es muy bueno, Eva —soltó mi madre alegre—. Pero para eso no necesitas dinero, debiste decirme antes. Mañana iremos con la modista para que te tomen las tallas y que ella te haga las faldas, además, hablaremos con la directora del grupo de danza para que te inscriba.