Capítulo 23
2079palabras
2023-03-30 07:52
Ese tiempo me recordaba mucho a meses antes de conocer a Davison en persona, yo estaba pasando por un muy mal momento de mi vida, porque no tenía casi amigos. En mi graduación, los compañeros con quienes había estudiado me habían dejado sin lugar y tuve que ponerme al final del salón, rodeada de personas que no conocía y fue un momento que me dejó un trauma.
Es horrible cuando te das cuenta de que estuviste conviviendo con personas falsas y te toca comenzar de cero.
Estaba sumamente vulnerable cuando conocí a Davison. Aunque me cuesta aceptarlo, estaba sedienta de amor, porque, tampoco en mi casa recibía mucho afecto, mis padres siempre han sido personas distantes que no les gusta demostrar eso de que quieren a sus hijos; o sea, yo sí creo que me quieren, pero a su manera.

Y cuando conocí a Davison en persona… él demostró mucho interés en mí. Cuando quedábamos para encontrarnos, al tenerme en frente, me acariciaba el cabello y mostraba esa hermosa sonrisa.
—¿Cómo es posible que seas tan bonita y tierna? —Siempre decía eso mientras me observaba fijamente.
Y me abrazaba. Siempre me recibía con un abrazo. Yo inspiraba su aroma, porque adoraba su perfume con olor a vainilla; también me encantaba rodear su cintura con mis brazos y pensaba que era la única en ese momento que tenía derecho a estrecharlo de aquella forma.
Y… allí, por más que me esfuerzo, se me hacen borrosos los recuerdos, porque vuelvo al mismo lugar bajo la lluvia donde apretaba con fuerza la carta en mi mano y comenzaba a desahogarme, para después intentar irme y terminaba todo en violencia.
Afortunadamente, en el cálido refugio de mi habitación me esperaban los libros con su delicioso aroma de libros nuevos y una buena taza de café caliente.
Lo bueno de los libros es que puedes vivir historias de amor sin ser tú quien termine lastimado.

Última carta escrita por Eva: 19 enero de 2021.
Los sobres los asocio con dolor y nostalgia.
Pero no son cualquier sobre de papel, son los sobres blancos de cartas. Hubo un tiempo en que el papel blanco también me parecía algo sufrido. De hecho, las bibliotecas por un tiempo me parecieron sumamente desagradables.
Y es que el problema de las personas es que asociamos objetos, sensaciones, olores o lugares con personas; es eso, que no podemos separarlas por más que queramos. De hecho, yo me enamoré de la lectura por una persona que me enseñó a asociarlas. Conocí a una persona que estaba obsesionada con los sobres de cartas y los libros.

Nunca quise asociarla con estas cosas, pero fue inevitable, ella siempre cargaba con un libro en su mano y pasaba horas enteras en la biblioteca leyendo o escribiendo. Usaba unos enormes lentes que le quedaban bastante bien y le daban un aire intelectual que hasta ese momento solo había visto en él.
Me parecía tan curioso el que estuviera tan sumergido en ese mundo literario, porque en mi vida lo cotidiano eran los números, producto de unos padres ingenieros, que me querían obligar a seguir su misma profesión, por más que yo deseara estudiar administración de empresas.
Hacerme amiga de él y siempre encontrarnos en la biblioteca después que salía de clases hizo que mi vida en el colegio se volviera increíble. Como no me llevaba del todo bien con mis compañeros, era un gran escape. Pero… él no me dio la oportunidad de saber si me gustaba o no, porque siempre me dejaba claro que me veía como una amiga, desgraciadamente lo hizo de la forma más dolorosa: hablándome de las chicas que le gustaba.
Por esa misma razón, después de graduarme, teniendo apenas de amigos a mis dos vecinos, pasaba mucho tiempo haciendo ejercicio o hablando con ellos.
Y… después llegó Davison. Recuerdo que, al verlo en persona, ese primer encuentro, fue cerca de la biblioteca pública, teniendo el mar de frente, con ese hermoso atardecer. Davison había cumplido, llegó a visitarme a la ciudad, por más que fuera un viaje familiar.
Recuerdo llevar un vestido rosado de tiras un poco pegado al cuerpo, llevaba conmigo un libro que aferraba a mi regazo por el nerviosismo. Estaba demasiado tímida, demostrando una gran inseguridad, recuerdo que él me abrazó con fuerza, alzándome en el aire y yo no sabía cómo reaccionar, estaba tan congelada, petrificada.
Davison no me había avisado que llegaría esa tarde a la ciudad, me cayó de sorpresa, llamándome cuando yo estaba en medio de la biblioteca, informándome que estaba ahí, en la playa. Casi pegué un grito de la impresión, tomé el libro y mi pequeño bolsito, saliendo a toda prisa del lugar y, todavía llevando el celular en una mano alzada a la altura de mi oreja, pude verlo al otro lado de la carretera, saludándome alegremente con la mano que no sostenía su teléfono.
Davison era idéntico a como siempre lo imaginé, era… como si lo acabaran de sacar de mis recuerdos.
Crucé la carretera aún sin procesar que de verdad era él.
—¿No me vas a dar un abrazo? —me preguntó mientras abría los brazos.
Todo mi rostro se ruborizó, casi di un respingo por la impresión cuando se abalanzó a mí, emocionado y riendo de la felicidad.
Davison era todo lo opuesto a mí: extrovertido, gracioso, podía hablar por horas si así se lo proponía.
La mayoría del tiempo que estuvimos conversando se dio en el muelle, sentados en unas piedras mientras observábamos las luces de la ciudad reflejadas en el agua oscura. Tuvimos una conversación donde pudimos conectar al instante.
—¿Por qué traes un libro? —me preguntó.
Yo bajé la mirada al libro que reposaba en mis piernas, lo cubrí con mis manos, las cuales eran evidentes que estaban temblando.
—Ah, es que acabo de salir de la biblioteca —respondí.
—¿Por eso no contestaste mis cinco llamadas? —chistó.
—Ah, es que… mi celular estaba en silencio, no puedo tenerlo en sonido dentro de la biblioteca y…
Davison notó que me estaba intimidando, haciéndome más tímida de lo que ya era por naturaleza propia, estoy segura de que sintió pena por mí.
—Solo estaba bromeando, tranquila —dijo.
Corrí la mirada hacia la derecha. Intentaba evitar sus ojos evaluadores, era bastante pesada, profunda y me intimidaba en gran manera.
—¿Y es que lees muchos libros? —preguntó.
—Bueno… investigo sobre administración —respondí.
—¿Estudias para el examen?
—Sí, necesito sacar un gran puntaje si quiero ser admitida en la Nacional. Así, cuando les diga a mis padres que me aceptaron, no tendrán oportunidad de negarse, tendrán que aceptar que no estudiaré ingeniería.
—Es muy valiente de tu parte que no renuncies a tus sueños —soltó Davison con gran emoción, siempre mantenía una sonrisa en su rostro.
Procedió a darme todos los trucos que él había usado al momento en que hizo el examen de admisión, según él, si yo los seguía al pie de la letra, podría tener un puntaje casi perfecto como sucedió con él, de esta manera, si tenía suerte, tal vez e igualara su puntaje.
Lo que no le conté en ese momento era que también estaba estudiando porque mis papás casi me estaban obligando a participar por una de las becas que daba la Universidad Andes. Por esa misma razón me enviaban todos los días a estudiar a la biblioteca, pero lo que mis padres no sabían era que yo me había inscrito en el Andes para estudiar Administración de Empresas, no Ingeniería Mecatrónica como mis padres deseaban. De esa forma, si pasaba o no en la Nacional, estudiaría lo que siempre había soñado. Por esta misma razón daba mi cuerpo y alma a estudiar a profundidad todo lo relacionado con las pruebas de conocimiento, haciendo simulacros y evaluando mis puntajes para así mejorar en mis debilidades.
Si a mí se me hacía difícil conversar, Davison era todo lo contrario, podía pasar horas conversando. Lo escuché por casi tres horas, todo era dándome consejos, hablando de su experiencia en la universidad, lo grande que era la Nacional, lo peligroso que sería para una persona que no conociera la capital caminar por allí despreocupado y demás cosas que ya yo sabía, pero me gustaba ver que se esmeraba por ayudarme, al menos con consejos.
Davison solía ser muy apasionado por los números, las empresas, también me contó que deseaba independizarse, por eso iba a ahorrar mientras trabajara.
Me insistió porque le contara un poco de la historia de la ciudad y me arrastró por los parques para que contara datos curiosos. Como soy buena aprendiendo fechas, le explicaba todo con los datos de los sucesos históricos, algo que para mí era tan normal, par Davison era increíble, llegó a decirme “cerebrito”.
Hasta en un momento, mientras tomábamos micheladas me observó fijamente y dijo:
—Dime la verdad, ¿eres superdotada?
Fruncí el entrecejo y me pregunté si era un chiste o hablaba en serio. Para ese momento usaba flequillo y él me acariciaba el cabello con tanta delicadeza, observándome con un rostro bobalicongo, como las personas que ven a un bebecito.
—No… —respondí.
—¿Nunca te hicieron estudios para saber si lo eras? —preguntó con curiosidad.
—No…
—Me contaste que te graduaste con excelencia académica, ¿siempre fuiste buena estudiante?
—Soy aplicada, eso me hace buena estudiante —contesté.
—Ush… tan hermosa, tan tierna —esbozó y me dio un beso en la mejilla, cerca de los labios—. Me encantas.
Y allí pasó, sentí que me derretí en el momento que me comenzó a abrazar y atraer más hacia él.
Nunca imaginé que esos momentos tan rosas, tan perfectos me iban a destrozar hasta hacerme agonizar y morir lentamente…
Recuerdo que la mañana en que revisé la notificación de la Universidad Nacional donde me informaban que me aceptaban, caí de rodillas al piso en medio de mi habitación, llorando tan amargamente porque justamente lo que tanto añoré lo tenía en ese momento en mis manos, pero no podía tomarlo, debía dejarlo ir.
Una semana después les informé a mis padres que había recibido la beca de la Universidad Andes, estaban tan impresionados que no les importó el hecho de que la carrera que estudiaría era administración de empresas y no ingeniería como ellos querían. Se enorgullecieron tanto conmigo por haber logrado obtener la beca completa que lo presumían con todo su círculo social, me empezaron a llamar genio en todo el barrio. No sé si eso fue la causa para que mis vecinos, Sara y Dan no volvieran a dirigirme la palabra, mi madre me decía que los ignorara, que se trataba de envidia.
En esos días sentía que agonizaba, lloraba en las noches hasta que me quedaba dormida. Me sentía sumamente sola, al punto de pensar en suicidarme. Todos a mi alrededor me felicitaban por haber ingresado a la mejor universidad del país, hasta me organizaron una fiesta donde mi padre me dijo unas hermosas palabras, a su lado se encontraba mi madre sonriendo con superioridad. Quien los hubiera visto jamás creerían que en el pasado me llamaban “fracasada” porque quería estudiar administración para fundar mi propia empresa. Según ellos, si estudiaba la carrera en la mejor universidad del país, eso me iba a brindar un gran futuro.
—Si quieres crear una empresa, te irá bien, si los inversionistas ven que te graduaste del Andes, aceptarán trabajar contigo —decían mis padres.
Hasta un día me llevaron a recorrer la universidad, diciendo:
—Mira, aquí vas a estudiar de ahora en adelante.
Y yo lo único en que podía pensar era que para esas fechas habría estado viajando a la capital, encontrándome con Davison, abrazándolo fuertemente y cumpliendo nuestro sueño de estar juntos.
Pero no, esos clichés únicamente pasan en las historias de amor que se vuelven taquilleras porque todos añoramos con que nos suceda.
En mi caso… terminó todo como un cuento de horror, donde esa noche que decidí viajar por primera vez a la capital y ver una vez más a Davison, en medio de la oscura lluvia de invierno, la carta que cargaba conmigo se disolvió en los arroyos de la calle. Mis sentimientos se volvieron en basura que viajaría por la sucia alcantarilla, enseñándome que lo mejor era no volver a abrir mi corazón al amor.
Por esa misma razón esta es mi última carta; si es que lo puedo llamar como tal. Esa caja violeta no la volveré a abrir, me olvidaré para siempre que una vez fui esa tonta niña enamoradiza que creyó en una propuesta de matrimonio.