Capítulo 22
2625palabras
2023-03-29 07:50
Davison vivía al otro lado del país, hacia el sur, donde siempre está lloviendo y hay que abrigarse bien. Para una jovencita que toda su vida estuvo viviendo en una ciudad donde hay que usar pantalones cortos, recogerse el cabello y ocultarse del sol, era algo curioso y no porque perteneciera a otra ciudad totalmente diferente a la mía, sino porque jamás me había hablado alguien interesado en mí, alguien mayor y que tenía tanta experiencia.
Davison ya cursaba su carrera universitaria, justo donde yo quería ser aspirante, siempre desee con estudiar en la Nacional y estaba esperando a que abrieran las inscripciones para hacer el examen a escondidas de mis padres. Admiraba a Davison, mientras estudiaba, también trabajaba y aspiraba a un buen trabajo en la empresa donde su padre laboraba.
Recuerdo que esa primera noche estuvimos conversando hasta adentrada las horas. En un punto me senté en las escaleras que comunicaban al segundo piso para poder enviarle notas de voz y escuchar las de él en privado.
Sin habernos conocido mucho, ya estábamos haciendo planes para cuando llegara a la ciudad. Según, yo le haría un tour por toda la ciudad y lo más curioso es que yo no era la chica que más saliera de su casa.
Pero ese día pasé del dolor físico a una emoción que no me la quitaba nadie.
Tenía a una gran amiga, Sara, vivía cerca de mi casa, en las vacaciones hablábamos mucho, así que le conté todo sobre Davison cuando estaba segura que sí iba a llegar a la ciudad, lo mejor era que revisáramos sus fotos. Las dos estábamos en un punto de nuestras vidas donde pasábamos horas hablando sobre hombres. Al principio a ella no le convencía mucho Davison, sobre todo porque vivía muy lejos.
—Es como si hubieran tomado todo lo que me gusta de un hombre y lo depositaran en él —comenté a Sara cuando estábamos comiendo mandarinas en la sala—. Va a llegar como en tres meses, me dijo. Iremos a tomar micheladas el primer día.
Ella me observaba con rostro pensativo y después volvió a observar la foto que un día anterior Davison me envió.
—¿Así son tus gustos? —preguntó, aunque sonaba más a decepción.
Por un momento me desconcerté, porque me parecía que Davison era bastante guapo; bueno, así eran mis gustos.
Sara me entregó el celular y después comió un trozo de mandarina mientras se cruzaba de piernas sobre el mueble.
—Dan no tiene ninguna posibilidad, ya lo veo —dijo.
Entonces en mi mente tenía mucho más sentido su reacción de desilusión. Sara, Dan (Daniel) y yo, éramos muy unidos, vivíamos todos en la misma calle, de hecho, en la misma hilera de casas. Inicialmente fue bastante bueno que en las tres casas consecutivas vivieran adolescentes de la misma edad, porque solo nos bastaba con salir al patio con sillas y sentarnos a hablar toda la tarde.
Dan me había enseñado a manejar bicicleta y los tres subíamos por la gran carretera hasta llegar a la reserva natural para practicar ciclomontañismo.
Dan era un joven moreno, alto, acuerpado, el cual generaba mucho la atención de todas las jovencitas de nuestro barrio y era normal que a Sara y a mí nos llamaran para pedirnos que le lleváramos cartas o recados para Dan.
Por un momento a mí me gustó, porque era evidente que cualquier chica se fijaría en él. Sara podía librarse de ese gusto porque tenía novio desde los trece años, así que solo tenía ojos para su novio.
Me di cuenta de que me gustaba Dan justo cuando habíamos salido los cuatro a una feria porque yo quería subir a la montaña rusa. Recuerdo que parecía una cita doble y por un momento imaginé que el guapo de Dan era mi novio (yo nunca había tenido un novio) y me gustó mucho ese pensamiento, porque él era mi mejor amigo, así que me entendía mucho y nos teníamos confianza.
Hasta ese día yo pensaba que eso de tener novio era algo que no había nacido para mí. Yo no era como Sara, que era una jovencita hermosa, que no tiene que esforzarse para gustarle a un hombre. Cada vez que íbamos a una fiesta, los hombres se fijaban en ella, no en mí y si me hablaban era para que les diera información de Sara.
Recuerdo haber abrazado uno de los brazos de Dan con fuerza cuando subimos a la montaña rusa y escuchaba sus carcajadas mientras me pedía que abriera los ojos. Después, cuando bajamos del juego, me compró una manzana bañada en caramelo para que pasara el susto.
Oh, esa manzana, fue tan jugosa y dulce, así como el sentimiento que estaba naciendo en mí por mi mejor amigo.
Pero Dan tenía novia. Era ese típico chico guapo que nunca está soltero, cuando terminaba con una jovencita, ya tenía su reemplazo. Así que era evidente que yo no tenía posibilidad alguna con él.
Sin embargo, después de aquello, años después, no sé si es porque ahora yo estaba asistiendo al gimnasio o porque había tomado distancia de él, Sara me informó que Dan gustaba de mí. Y de cierta forma me decepcionaba, porque ahora yo no sentía nada por él.
—Sí, esos son mis gustos, Dan nunca llegará a esos estándares —comenté complaciente con mis palabras, orgullosa de tener a un hombre que mostrarle por primera vez a mi mejor amiga.
—Ay, no sé, pero a mí los hombres blancos no me llaman la atención —bufó.
Sara tenía gustos raros, porque solo se fijaba en hombres negros, ningún blanco, y era raro porque ella era blanca, era de mejillas rosadas y facciones delicadas; sabía que tenía familia española, había conocido a una de sus tías que llegó a visitarlos un año atrás.
Su novio era muchísimo más alto que ella (aunque Sara es bajita, como yo), con cuerpo fornido, con pecho ancho y labios carnosos, aunque lo delataba su cabello liso: era de sangre mestiza. Pero su novio era el retrato mismo de sus gustos culposos. Una vez Dan y yo nos burlamos diciéndole a Sara que seguramente necesitaba tomar reposo todo un día después de tener sexo con su novio.
La cosa es que, como esos eran sus gustos, le parecía que el mejor candidato para mí era Dan, al ser moreno.
—Es que las personas de piel opuesta se buscan, creo —comenté. Y era cierto, mi mamá me lo había dicho—. Tú eres blanca, por eso te gustan las personas opuestas a tu color, pero hay otras personas como yo que eso les trae sin cuidado.
—Pero te gustaba Dan antes —protestó—. Si eres blanca, debería gustarte los chicos morenos.
—Eso fue porque era el único hombre que tenía cerca —dije y sentí el rubor subir por mis mejillas—. Me gustan de todos los colores y ya. No sigo un régimen estricto de gusto como a ti.
Sara se removió en el mueble mientras masticaba la mandarina en su boca y me observaba con curiosidad.
—¿Tú y él nunca hicieron algo?
—¿Hacer qué? —Descompuse mi rostro al imaginar lo que intentaba preguntar.
—Es que, ustedes pasaban mucho tiempo juntos antes en tu cuarto. El día ese que abrí la puerta sin tocar y los encontré a los dos acostados en la cama…
Solté un suspiro aburrido.
—No pasó nada —respondí—. Dan y yo solo estábamos hablando ese día. Estábamos leyendo mi poemario, el que me regaló mi mamá. A él le gustaba molestarme y por eso siempre entraba a mi habitación.
—¿Y no te gustaría tener tu primera vez con él? Dan tiene muy buen cuerpo, además, es quien más te conoce, no debes preocuparte por lo que vaya a pensar un tipo que no conoces sobre tu cuerpo.
Hay algo que aprendí gracias al desamor: tu mejor escapatoria para el dolor es refugiarte en lo que más te gusta hacer. En mi caso, desde muy pequeña me gusta escribirles cartas a las personas, no es que se me den los dotes de escritora ni mucho menos, porque lo mío son los números, pero, me gusta mucho leer libros.
En los días en que me olvidé definitivamente de Davison compré muchos libros en papel. Siempre había querido hacer una gran colección de libros, pero mi pequeña biblioteca no pasaba de los cuarenta libros, sin embargo, ese año, a seis meses de terminarse el año, compré cincuenta libros. No es que me volviera loca con las compras, de hecho, fue algo que me gustó mucho hacer, porque decidí leer todos esos libros que siempre dije que algún día leería y cuando tenía la oportunidad compraba todos los tomos de dicha novela para así no tener excusa de dejar la lectura a medias, así que, muchas veces las lecturas venían de a cinco libros o seis.
Con respecto a lo poco que yo podía escribir cuando nacía la inspiración y no se trataba de caras, curiosamente, el personaje que más se asemejaba a Davison, moría. Recuerdo haber escrito un pequeño cuento mucho antes de haber ido a verlo en su ciudad y el protagonista estaba inspirado en él. Solo puedo decir que terminó convirtiéndose en el villano y murió. Es una pena, pero… si le rompes el corazón a una persona que tiene un poco de personalidad artística, no esperes ser el protagonista en sus escritos.
El tema con Davison y los escritos es que hizo que muchos de esos recuerdos rosados que teníamos juntos se volvieran grises y muy borrosos, a tal punto que quedaron bloqueados en mi memoria. Limitándome solo a recuerdos de la última vez que hablamos en frente de la casa de Brian, donde él me decía:
—Deja de escribirme cartas, me cansan.
Y yo apretaba con fuerza el sobre en mi mano, con tanta fuerza que el papel se arrugaba hasta romperse. Después, me veía caminando debajo de la lluvia y terminaba esperando en una esquina, me daba miedo voltear, porque sabía que él me estaba observando y me sentía tan… patética. Tan… pequeñita.
Siempre he creído que el escribir es un momento sagrado, más que escribir palabras, lo que se hace es impregnar sentimientos en una hoja de papel. Me parece maravilloso y casi mágico el que se pueda transmitir sentimiento por medio de palabras.
Pero… hubo un punto de mi vida donde el escribir me resultó doloroso, donde la crisis de hoja en blanco fue tan torturador que perdí el sentido de mi vida. Y mis preciadas cartas, las que eran mi refugio, ahora se habían convertido en mi tormento.
Apretaba aquella hoja en mi mano con muchísima fuerza y mis lágrimas brotaban a borbotones, por más que yo les decía que se detuvieran, que no me hicieran ver como una cobarde… estaba allí, llorando. Me culpaba por haber hecho ese viaje, por intentar hablar con él en persona, sobre todo me llamaba tonta porque nunca debí salir de la casa de Brian para hablar con Davison a solas.
—¡Eva! —escuché detrás de mí.
Me decía que no volteara, que no lo hiciera. Pero mis pies no me hicieron caso, yo estaba tan atada a él que cada palabra que salía de su garganta me dominaban por completo.
Llovía a cántaros y mi cuerpo temblaba, mis labios estaban dormidos y mi abrigo pesaba muchísimo por la humedad, haciendo que mis hombros dolieran.
Davison me observaba con aquella mirada dolida, llena de lástima y a la vez rencorosa por tener que estar en una situación como aquella. Lograba ver que estaba enojado por cómo apretaba con fuerza el paraguas, debatiéndose en si debía entregármelo o no, porque por momentos le daba una mirada rápida.
—Antes de desaparecer de tu vida, ¿me puedes responder una última pregunta? —solté en un hilo de voz.
—Oh, por favor, para, no me sigas haciendo esto —suplicó.
—¿Por qué tengo prohibido amarte? —pregunté—. ¿Por qué debo sentirme tan culpable de sentir algo por ti? ¿Acaso tengo prohibido sentir amor por alguien? Todos estos años… me he sentido mal por reconocer que me enamoré por primera vez de alguien como tú. —Mis fosas nasales dolían por el inclemente frío—. ¿Por qué debo ser yo quien salga castigada por haber amado tanto a una persona? —Apreté con más fuerza la ahora bola de papel en mi mano—. Todo este tiempo, me has hecho creer que amarte es un pecado, pero… yo no tengo la culpa de que nunca te enamoraras de mí, tampoco soy culpable de haberme enamorado de ti. Créeme, si me hubieran puesto a escoger de quién me enamoraría, serías el último de quien me fijaría, pero es algo que no puedo controlar, yo soy así. Sí, soy una persona que demuestra demasiado lo que siente, ¿pero por qué es un pecado? ¿Desde cuándo el enamorarse por primera vez se volvió en un pecado capital? Así que déjame de llamar acosadora y hacerme sentir mal por haber escrito estas cartas. —Lancé la bola de papel al piso, donde una pequeña corriente de agua poco a poco fue llevándosela—. Solo una persona que nunca se ha enamorado de verdad puede considerar el escribir cartas de amor como una obsesión y molestia. Yo nunca te pedí que me amaras, ¿cuándo te supliqué que estuvieras conmigo? ¿Cuándo te dije que terminaras tus relaciones amorosas por estar conmigo? ¿Cuándo te pedí que me correspondieras?
Ahora el rostro de Davison era inexpresable, solo estaba ahí, refugiado en su paraguas negro, observándome fijamente.
—Mi único error en la vida fue haberme fijado en ti —gruñí—, haberte creído cuando dijiste que sentías algo por mí y tener la esperanza de algún día hacer que volvieras a fijarte en mí. —Para ese punto, ya no me importaba mi dignidad, porque hace mucho la había perdido—. Y lo único que te pido en esta vida es que, si algún día te das cuenta del error que cometiste, si en algún momento sentiste un poco de consideración por mí, no me busques nunca. Porque si en algún momento nos llegamos a cruzar en la vida, voy a fingir que jamás te conocí, porque será la mayor muestra de amor propio que tendré hacia mí.
Y ese es el recuerdo que siempre asocio con Davison. Sé que pasaron más cosas después que terminé de hablar, como… el que Davison intentó que no me marchara y me tomó de una mano, pero yo le di un fuerte bofetón que lo hizo tirar el paraguas al suelo. Pero eso pasó demasiado rápido y no lo recuerdo bien. Me pareció ver que le sangró la nariz y a mí me quedó doliendo una uña.
Fue una escena cliché que pasó a la violencia, para finalmente terminar en algo cómico, porque, al regresar a mi casa, me dio fiebre y una horrible tos; yo creía que terminaría muy enferma y podría llorar con todas mis fuerzas, fingiendo que era por la enfermedad, pero no fue así, porque mis padres, al tener destrezas botánicas (sobre todo mi madre que fue criada en el campo), no dejaron de darme todo tipo de remedios a base de plantas y me hicieron soltar hasta el más mínimo rastro de flema, así que el resfriado solo me duró cuatro días.
La cosa es que, esos recuerdos tan dolorosos me hicieron refugiarme en los libros, aprovechando que ese último semestre en la universidad estuvo bastante calmado.
Ese tiempo me recordaba mucho a meses antes de conocer a Davison en persona, yo estaba pasando por un muy mal momento de mi vida, porque no tenía casi amigos. En mi graduación, los compañeros con quienes había estudiado me habían dejado sin lugar y tuve que ponerme al final del salón, rodeada de personas que no conocía y fue un momento que me dejó un trauma.