Capítulo 20
2480palabras
2023-03-26 07:46
17 de julio de 2020:
Querido, D.
Sé que había prometido no volver a escribirte más cartas, pero se me ha hecho imposible.
Desde la última vez que nos vimos personalmente, me prometí que sería una gran estudiante en la universidad, al menos para igualar un poco las grandes capacidades que pude ver en ti cuando eras estudiante. Te confieso que anteriormente no entendía el por qué casi todo el tiempo te encontrabas estresado y, como esa vez a las afueras de tu hotel me pediste que te hiciera un masaje en el cuello, recuerdo impresionarme por la tensión que llevabas en los músculos. No lograba entender el por qué un universitario cargaría con tantas dolencias, pero ahora lo comprendo todo. A veces me encuentro a mitad de la noche, llorando en silencio, sin lograr soportar tanto estrés. Sin embargo, sonrío cuando me encuentro con personas y termino dándoles fuerzas para que sigan adelante. En todo este tiempo… he entendido muchos de tus consejos, desgraciadamente, no estás cerca para poder pedirte uno y saber cómo lidiar con todas las presiones que traen consigo una beca en la mejor universidad del país.
No me gustaba cuando me decías “eres muy joven para poder entender esto”. Como esa noche cuando volvimos a encontrarnos en la capital, recuerdo que me sorprendió que llegaras a la casa de Brian para hablar conmigo. Y allí, en la entrada de la vivienda, entrelazaste mi mano con la tuya y me pediste que te prometiera que iba a estar bien, que sería la mejor estudiante: “Te lo mereces, sé que naciste para cosas muy grandes”.
Entonces comprendí que todo este tiempo siempre quisiste lo mejor para mí. Y cómo me hubiera gustado en ese momento confesarte que lo que yo quería en realidad era quedarme contigo, no estudiar en una universidad que me exigiera tanto y que por las noches, justo como esta, donde siento que no puedo más, pudieras consolarme. Pero no, tú lograbas vislumbrar esos deseos y por esa misma razón te alejaste de mí, de esa manera, te asegurabas (a tu manera) de no truncar mi camino al éxito.
Ese último abrazo… la última vez que pude apreciar tus ojos azules… no te imaginas cómo los extraño. Y sí, he intentado tantas veces no pensar en ti, en las ganas que tengo de volver a verte… Hasta he escrito cartas a personas que no sé quiénes son, todo para no tener que recurrir a estos viejos y desgastados recuerdos de las pocas veces que he podido tenerte a mi lado.
Y cómo te entiendo. Entre más crezco, más te entiendo. Ser adulto no es fácil, sobre todo si tienes un plan de vida tan ambicioso de no quedarte en el lugar donde naciste. Mi cuerpo ya no puede más, en noches como estas, mi cuerpo… ya no puede más. Necesito un abrazo, un abrazo tuyo. Volver a dormir en tu regazo como en esos viejos días donde solamente éramos tú y yo. Cómo quisiera que volvieras a decirme que a mi lado encuentras paz, que todo es tan calmado. Y es que yo también siento que el mundo se detiene cuando estamos juntos, el ruido en mi cabeza se va, mi corazón se desacelera y simplemente existo, soy un pedazo de materia en el espacio exterior que intenta llegar a ti.
¿Por qué el primer amor está condenado a ser un viejo y triste recuerdo del pasado? ¿Por qué simplemente no nos podemos quedar juntos? Si se supone que es lo más puro que logramos encontrarnos al inicio de nuestras vidas, ¿entonces por qué no nos quedamos con ese hermoso sentimiento? Yo te amo, sé que a tu lado soy feliz, por más que las personas a mi alrededor me digan que es algo que no se puede dar… soy capaz de dejar todo esto e ir corriendo para estar contigo, porque te amo. Si tan solo… me escribieras, me dijeras que sientes lo mismo por mí… en este momento, con todo lo que he aprendido de la vida, haría las cosas diferente, podría comprenderte más.
Querido D, cuánto te extraño.
Con lágrimas en los ojos, Eva.
El olor a vainilla la remontaba a las vacaciones de principio de año del dos mil diecinueve, con ello, llegaban los recuerdos de la playa, el olor a bloqueador solar y el agua salada del mar. Después se avecinaba lo doloroso, Davison y la noche donde caminaban descalzos por la arena suave de la playa.
—¿Quieres algún día casarte conmigo? —La pregunta lo marcó todo.
El cabello revoloteaba por el rostro de la inocente Eva que observaba con impresión al joven de mejillas rosadas y ojos azules intensos. Su mano izquierda entrelazada con la del muchacho y la otra mano sosteniendo las sandalias blancas de cuero que prontamente se resbalaron y cayeron en la arena.
Aún las luces de navidad estaban colgadas en ese enero de dos mil diecinueve, Eva recuerda que después de ello, la vieja ciudad costera no volvió a vestirse con tantas luces. Sobre todo, porque la gran crisis económica arremetió a los habitantes, dejándolos sin mucho ánimo de volver a recibir la navidad con tantas bambalinas. Después de esas vacaciones las cosas no volvieron a ser iguales, se tornaron grises.
—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó Eva con una sonrisita temblorosa.
—Sí, anteriormente me había enamorado, pero nunca sentí algo por alguien como lo siento ahora —respondió el joven—. Pero el estar comprometidos no significa que debamos casarnos pronto, necesitas ingresar a una universidad y graduarte. Eso me da tiempo de conseguir un buen trabajo, tener una estabilidad económica y así preparar todo para que podamos casarnos. Te vas a inscribir en la Nacional, ¿verdad? ¿Harás el examen?
Eva sonrió con amplitud.
—Sí, haré el examen, aunque… también tuve que inscribirme aquí en el Andes porque mis papás quieren que apueste para una beca, pero… es solo para complacerlos, yo lo que quiero es irme de la ciudad y hacer las cosas a mi manera.
—Oh, pero el Andes es la mejor universidad privada del país. —Ahora Davison parecía estar preocupado.
—Pero mis padres no me dejarán estudiar lo que yo quiero, ese es el problema, por eso necesito estar lejos de ellos —insistió Eva y lo tomó de la otra mano, observándolo fijamente—. Quiero ser como tú, que estudiaste y trabajaste, así nunca seré una carga para nadie. Así… cuando nos casemos, seremos un equipo, en el momento que necesites ayuda, yo estaré contigo y cuando yo no pueda más, tú me darás un masaje como de esos que has aprendido a hacer.
Davison sonrió con gran alegría y le dio un gran beso en los labios, para después abrazarla con mucha fuerza.
—Te amo —le susurró al oído—. Eres el amor de mi vida, Eva.
Por esa misma razón Eva no toleraba el olor a vainilla.
Actualidad:
—¿Por qué usas una crema que huele a vainilla? —preguntó Eva mientras veía a Harry aplicarse su crema humectante nocturna facial.
—Me la regaló mi madre —explicó el joven—. Es de hidratación profunda, ¿quieres echarte?
Estaban en el baño, acababan de darse una estimulante ducha caliente con esencias florales, todo nuevo para la chica, sobre todo porque nunca antes había entrado en un jacuzzi, mucho menos uno que estuviera dentro de un baño de un apartamento.
—No me gusta el olor a vainilla —confesó Eva mientras secaba su cabello con una toalla blanca—. Me trae malos recuerdos.
—¿Recuerdos con el hombre que te rompió el corazón? —preguntó Harry mientras hacía masajes circulares en su rostro—. Deberías intentar reprogramar ese recuerdo, es lo que yo hago, así no dejo que mi pasado se apodere de mi vida.
—¿Cómo haces eso?
—Bueno, si una canción me trae un recuerdo triste, la escucho tantas veces en un lugar que me gusta y así, deja de incomodarme —explicó él.
—Eso no funciona con todo el mundo —replicó Eva.
—Deberías intentarlo —insistió Harry, se acercó a ella y le untó pequeños toques con crema en el rostro, para después esparcirla suavemente por la piel de la chica—. Deberías cuidarte más, ¿por qué intentas ocultar tu belleza?
—No lo hago, solamente… no tengo tiempo para hacer este tipo de cosas.
—Bueno, ahora debes hacerlo, serás la jefa de una gran empresa, así que debes cuidar tu imagen.
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—Háblame de él —pidió Harry.
Estaban en el balcón del apartamento, cada uno sosteniendo una copa de vino. Eva usaba un camisón de mangas largas, hecho de algodón, la hacía sentir sumamente cómoda. Había una mesita de cristal donde colocaron la pizza de pepperoni que pidieron a domicilio y también un pote de helado de vainilla que Harry quería que la chica comiera para vencerle su miedo al olor. Lo único que Eva pensaba era la mala digestión que tendría después de una cena tan poco equilibrada.
—No quiero hablar de eso —se negó Eva—. No lo haré, la última vez terminamos en una discusión.
—Nosotros discutimos por lo que sea, es nuestra forma de comunicarnos —adujo Harry—. Quiero que te desahogues, come helado y habla de eso que te entristece. Antes de ser amante, soy un gran oyente.
—¿O un chismoso?
—Bueno, también eso, así que hablemos de ese hombre. ¿Cómo se llama? —Harry tomó el pote de helado de vainilla y se lo ofreció a Eva, la chica lo aceptó sin mucha confianza, dejó la copa de vino a un lado de la mesita de cristal.
—Bueno… se llama Davison, nos conocimos a larga distancia, él vive en Bogotá y yo aquí, así que pasó mucho tiempo para poder vernos en persona, además que él es mucho mayor que yo, pero no por tanto, solo un par de años. —Eva observó con tristeza el helado—. Es una historia que no se lo he contado a ninguno de mis amigos, prefiero escribirlo y ya.
—¿Escribes una novela o poemas? —preguntó Harry con curiosidad.
—No, escribo cartas.
—¿Cartas? ¿Quién hoy en día escribe cartas?
—Bueno, yo. Pero no creas, hay personas que sí escriben cartas, una vez se lo dije a una vecina que tenía problemas con su novio, le escribió una carta y después de eso se arreglaron, ahora ella se casó y tiene un hijo con él. Ojalá hubiera corrido con la misma suerte. —Con esto, Eva tomó una cucharada de helado y se lo embutió con amargura en la boca.
—¿Y es que él nunca te agradeció las cartas que le escribiste? —indagó Harry con una leve sonrisa irónica.
—Ñunca… las lechó —masculló Eva con el helado aún en la boca.
—¿Entonces para qué le escribiste cartas? —interrogó, ahora mucho más confuso que antes.
—Es una forma de desahogarse, así nunca te dejarás humillar por esa persona, porque no sabrá que sentiste eso.
—Es algo un poco absurdo, porque tengo entendido que las cartas se escriben para enviarlas, no para guardarlas, quemarlas o lo que sea que haces con ellas —comentó el muchacho. Finalmente tomó una caja de cigarros que había sobre la mesita, también el encendedor que traía consigo, lo encendió y le dio un largo sorbo que retuvo por unos segundos.
A Eva le fastidió un poco el humo, pero no se quejó.
—Es como te había dicho antes, lo entiendes una vez te enamoras —explicó ella—. Yo antes no escribía cartas, de hecho, la primera que hice se la entregué a Davison el día que se marchaba de la ciudad y él leyó frente a la playa donde nos hicimos novios, se supone que nos íbamos a casar, yo viviría en Bogotá, me iba a graduar y después llegaría la boda. Todo eso lo decía la carta. —Sonrió con amargura—. Maldita sea, era tan ingenua en ese momento…
—Oh, mierda, qué cruel —soltó Harry—. Creo que deberías fumar, eso te va a ayudar más que ese helado. —Le pasó el cigarro, Eva lo tomó y le dio un sorbo largo—. Espera, espera, eso no es un caramelo.
Eva comenzó a toser y arrugó el rostro.
—Te dije, que le dieras con cuidado —regañó Harry.
—En fin… —soltó la chica con los ojos aguados—. Nunca le había dicho a nadie eso, así que puedes burlarte de mí.
—¿Por qué haría eso?
—¡Porque soy una maldita ingenua que le escribe cartas al hombre que una vez la engañó prometiéndole que se casaría con ella!
Harry le quitó el cigarro y le dio un sorbo, después soltó el humo por la nariz.
—¿Y eso qué? Dijiste que estabas enamorada, la gente hace muchas estupideces cuando están enamoradas.
Eva dejó que las lágrimas se escurrieran por sus mejillas. Observó fijamente a Harry con curiosidad y algo de impresión. Allí estaba otra vez ese hombre que sabía escuchar y mantener una conversación profunda, sincera.
—He intentado quemar las cartas, echarlas al mar, pero no he podido —confesó ella con desespero—. Pero nada funciona, es… una pesadilla.
—¿Y por qué no se las entregas?
—¿Eh? —Eva estaba confundida, era la opción más absurda que le habían dado.
—Sí, son cartas, deben ser enviadas a su destinatario —explicó Harry, subiendo los hombros con desinterés—. No tienes nada que perder, el sentimiento de tristeza ya lo tienes, lo has llorado, amargado tu vida con esas malditas cartas, ¿qué puedes perder? Igualmente te va a rechazar, como también puede que suceda otra cosa. No tienes nada que perder, ¿o sí?
Eva lo observaba perpleja.
—No lo sé —confesó—. Enviar las cartas, por el amor de Dios, es la mayor locura que podría hacer.
—A mí me encanta hacer locuras, una vida sin ellas, no sería una vida —expresó Harry con el cigarro entre los labios, después le dio el último sorbo, para después apagarlo en el cenicero—. Estás aferrada al pasado, por eso no vives tu presente. Mira el helado, se está derritiendo porque no soportas comerlo; y todo porque te recuerda a él.
—Es que el día que me pidió que nos casáramos, Davison olía a vainilla —confesó.
—Bueno, ahora recuerda esta noche que decidiste enviarle las cartas. ¿Cuántas tienes? Siendo tú, imagino que son muchísimas.
—Sí, son muchas —aceptó la chica con pesar y le dio otra cucharada al helado.
—Bueno, deberá leerlas todas por ser un desgraciado contigo —soltó Harry entre una risita ronca, tomó una torreja de pizza—. A todas estas, ¿por qué se separaron?
—Él me terminó, fue en medio de una discusión por llamada. Después me enteré que lo hizo por influencias de su padre que no estaba de acuerdo con nuestra relación, le parecía una tontería una relación a larga distancia. Davison estaba pensando en volver a la ciudad para visitarme y su familia creyó que lo estaba distrayendo de su perfecta vida laboral.
Harry comía la pizza como si fuera lo más delicioso que hubiera saboreado en su vida, lo cual le daba gracia a Eva. Él era así, degustaba la vida con mucha fascinación y emoción.