Capítulo 13
1687palabras
2023-03-20 07:39
11 de junio de 2020:
Querida persona que lee esta carta (si es que existe).
Debo confesar que mi mayor felicidad y maldición es mi costumbre de escribir cartas. Ahora mi intención es dejar de escribirle cartas a D, así que se las comenzaré a escribir a quien termine encontrando este escrito.

Debo confesar el por qué mi cambio tan abrupto, sobre todo de la intensión de llenar la caja morada con más y más sobres, es que, ¿para qué la construí si no la lleno de cartas? En ella están mis momentos más preciados, conectado con los objetos, como el pétalo de la primera rosa que me obsequiaron; el papelito con el lindo mensaje que me regaló en la escuela el niño que gustaba de mí; la primera carta que escribí y las demás que llegaron como escapatoria para mi cúmulo de sentimientos.
Nunca he tenido novio. He tenido intentos de relación, pero no un novio como tal.
Esto no es malo, porque es un estilo de vida que he decidido tener. Me dije hace mucho tiempo que no soportaré vivir en una relación donde no me sienta a gusto, por eso, cuando veo que las cosas no funcionan con esa persona, decido terminarla de raíz.
Lo decidí hacer desde la última vez que vi a D. Y es que ese último encuentro me cambió para siempre.
Después de pasar tres años esperando a que una persona decidiera amarme. Un amor que nunca llegó... Así que decidí alejarme de él definitivamente y seguir mi vida.
Me dije que iba a enamorarme de alguien más, alguien que fuera totalmente opuesto a D, la persona que nunca me amó, para que así no fuera a creer que lo estaba buscando en otros hombres.

El problema es que encontrar una persona que cumpla con tus estándares de calidad no es para nada fácil. Sobre todo, si los hombres que llegan a tu vida terminan siendo unos completos idiotas que únicamente dañan la cita en la que intentas pasar un buen rato.
No hay cosa más triste que sufrir por alguien que no le interesa tu dolor. Ese es el problema del amor no correspondido, siempre queda la impotencia de el “casi fuimos algo” o “pudimos ser algo”.
D comenzó siendo mi amigo, después mi confidente, paSebastiános a un “intento de relación”. Fue mi primer “intento de relación”, el cual me marcó por todo lo que pasó en tan poco tiempo y… después terminó por él, en medio de una llamada telefónica. Me dejó con el corazón en las manos, preguntándome ¿y ahora qué voy a hacer?
Recuerdo haber estado en mi habitación, de pie, con las lágrimas cayéndome a borbotones por las mejillas y las manos temblándome. Me había terminado, me acababa de decir que era mejor estar separados.

Fueron dos meses de relación. Se convirtió en el tiempo que más he durado con alguien. Para algunas personas puede parecer un tiempo insignificante, pero después de haber conocido a D por tres años y por fin haberlo tenido solo para mí, poder hacer realidad todas las fantasías que había creado en mi mente, fue un tiempo importante. Además, en mi mente no era importante el tiempo juntos, sino lo que hacíamos con este.
Y en esos dos meses pasaron tantas cosas… D era perfecto para mí, era como haber encontrado al hombre de mi vida. Fue mi primer amor: mi primer todo. Habíamos hecho una lista de todas las cosas que haríamos en nuestra relación y de verdad que la estábamos cumpliendo.
Pero después todo acabó. No me dio una razón contundente del por qué.
Recuerdo ese momento un poco borroso, porque mi mente lo bloqueó. Solo recuerdo haber discutido con D por la llamada y él me decía:
—No, no vamos a terminar.
Pero después lo hizo y no recuerdo sus palabras exactas, únicamente sé que no quería que siguiéramos hablando.
Y si todo hubiera terminado allí, habría estado bien, pero no fue así. La cosa con las relaciones que nunca pueden darse es que al menos uno de los implicados se obsesionará con hacer que sí funcione hasta que la vida demuestre lo contrario.
En este caso fui yo. Mientras intentaba que volviera a quererme, creí que volviendo a ser amigos podríamos acercarnos más. Pero él fue cambiando, tratándome diferente.
Después poco a poco dejó de contestarme los mensajes o me hablaba cortante.
En mi desesperación, terminé diciéndole por una llamada telefónica que yo lo seguía amando, aunque él ya lo sabía, siempre lo supo. En esa llamada me lo confirmó.
—Sé que sigues enamorada de mí, pero deberías superarlo ya —me dijo—. Deberías buscar a un hombre que te valore y te quiera.
Me tragué mis palabras, porque esa tarde entendí que no podía obligarlo a amarme y decidí soltarlo.
Así fue como comencé a tener citas, darme la oportunidad de encontrar a alguien que me valorara y me quisiera.
Pero, como dije antes, no es fácil encontrar alguien que cumpla con el requisito de no ser un idiota. Sin embargo, en las citas me di cuenta de que hay demasiados hombres idiotas abundando el mundo.
Más de una vez en ese tiempo que estuve yendo a citas regresé a mi casa gruñendo y maldiciendo. Me acostaba en mi cama, haciéndome volita y volviendo a pensar en esa persona, en el tiempo que estuvimos juntos y yo tenía la esperanza de que un día me amara.
La última cita a la que fui y que me hizo decidir acabar con ellas tuve que ver por una hora a un hombre gordo comerse un enorme filete; según él, yo no tenía hambre, así que solo pidió un plato de comida.
—Me dijiste que estabas con tus amigas, supongo que vienes llena —me dijo cuando llegamos al restaurante.
Le iba a decir que no era así, pero él fue directamente a buscar a un mesero para ordenar.
Fue tan incómodo verlo comer. Lo peor era que yo había pedido una orden, pero nunca llegó a la mesa y él no hizo nada para compensarlo.
—Esta carne está exquisita —dijo mientras se relamía la salsa de los labios con la lengua—. Lástima que no quisieras.
—Nunca dije que no quería —le repliqué, intentando ser lo más obvia posible.
Y no, no es que se hiciera el idiota, es que de verdad lo era. Después de salir del restaurante me di cuenta de eso, cuando terminamos en un parque, sentados en una banca e intentó meter una conversación sobre el sexo.
—No quiero hablar de eso —le expliqué después de no responder sus dudas.
—¿Por qué? —preguntó.
—Bueno, verás… no estoy de humor, tampoco me gustaría hablarlo contigo —aclaré con un tono educado y con la mirada al frente, observando la zona de juegos infantil donde los niños jugaban en los columpios y resbaladeros.
—¿Por qué? —volvió a preguntar.
—Porque no quiero, ¿no es más que suficiente con esa respuesta? —espeté, colmada de la paciencia en esa horrible cita.
—Pero solo quiero saber si te gustan los moteles y con cuántos hombres has estado, Eva —insistió.
—¡Pero qué mierda, ¿en serio vas a seguir?! —Me levanté de la banca y lo encaré—. ¿Cómo es posible que no te des cuenta de que estoy molesta porque esta cita ha sido horrible?
—¿Estás enojada? ¿Por qué? —indagó.
Puse mis ojos en blanco y solté un gruñido. Pensé en darle un bolsazo con mi cartera de cuero, pero me contuve al darme cuenta de que era un bobalicón que no sabía interactuar con mujeres. Tampoco tenía pensado ser yo quien le enseñara a conocer las señales de las mujeres, así que simplemente decidí volver a mi casa.
Y… así terminaron mis rachas de muchas citas terribles.
Un fin de semana, cuando estaba sola en casa, con una pijama corta, disfrutando de la brisa veraniega en el balcón, me dije que pasaría el resto del año sola. Quería enfocarme en mí, porque estaba cansada de los hombres.
Cuando me gustaba alguien, esa persona no me prestaba atención y los hombres que gustaban de mí no me convencían para nada, solamente me sacaban canas verdes.
Quería dejar de contarle a mis amigas de mis horrendas citas, que se dejaran de reír de mis males en el amor.
“Bien, comenzaré a hacer ejercicio y me enfocaré en subir mis notas en la universidad” pensé.
Y fue justamente lo que hice, poco a poco se volvió una costumbre, en mi realidad.
Actualidad:
El día que Eva conoció a Harry Andersson fue en la parada de bus frente a la gran empresa. Curiosamente, el joven salía del edificio, y no era en un auto deportivo, caminaba apresuradamente, con las mejillas acaloradas y los ojos inundados de lágrimas.
Eva tiene el pasatiempo del análisis, le gusta observar de forma crítica su alrededor, así que, al tener bastante cerca a un hombre al punto de llanto, sintió que en ella se generó la curiosidad.
Harry estaba inmóvil al otro lado de la carretera, con los brazos en su cintura, inspiraba hondo, cerraba los ojos y exhalaba. Echó un poco la cabeza hacia atrás y pareció que por un momento apreció el cielo azul de aquella tarde.
Llevaba una camisa blanca de mangas largas, las cuales estaban remangadas hasta los codos, los botones dejaban que parte de su pecho bronceado saliera a la vista; un jean algo ceñido al cuerpo y unos mocasines que eran clásicos en la cultura juvenil costera.
Por un instante dejaron de circular los autos en la avenida, Eva, con el mar a sus espaldas, escuchó las olas romper en la playa y sus mejillas fueron rozadas con el viento.
Estaba a punto de comenzar su primer semestre en la universidad y siempre le gustó sentarse en aquella parada de bus porque estaba frente a la Andersson Company y podía visualizarse algún día entrando allí, teniendo algún cargo alto, donde nadie pudiera humillarla.
Y estaba en ese momento frente al hijo del magnate, se encontraban tan cerca y al mismo tiempo tan lejos. Por su mente no pasó ninguna posibilidad de algún día poder hablar con él.