Capítulo 10
1137palabras
2023-03-17 07:36
Eva se encontraba en su habitación, repasando en su agenda todos los logros de la semana y las tareas aún no hechas. Después de haber dormido por cuarenta minutos, se sentía recargada para seguir con la larga jornada diaria que le esperaba.
Observó en su calendario pegado en la pared blanca y lisa que aún le faltaban cinco días para salir de vacaciones, cinco largos días llenos de responsabilidades académicas que serían recompensadas con notas casi perfectas, para ella, un sacrificio que valía la pena. Sobre todo porque en las vacaciones tomaría un diplomado de empresas e innovación donde podría desarrollar la idea de negocios que estuvo diseñando en esos años.
Por la ventana de su habitación se apreciaba el cielo azul, las grandes nubes que sobrevolaban lentamente el lienzo y también apreciaba algunos pájaros revolotear en las puntas de los árboles de mango y trupillos.

Su casa quedaba en una calle medianamente empinada, así que daba una vista del parque y la ciudad muy hermosa, sobre todo por lo tranquilo que solía ser la mayor parte del tiempo.
Le gustaba cuando podía estar en casa en las horas de la tarde, cuando la oleada de sol de las doce a las tres de la tarde ya había pasado y comenzaba a llegar el frescor con la brisa tranquila que mecía los árboles. Eva abría la ventana y corría las cortinas grises de su habitación para que el frescor ambientara su habitación y así se pudiera concentrar frente al escritorio, siempre estudiando, calmada e introvertida.
Debía aprovechar el tiempo en que no se encontraba el pequeño Yair en casa y todo estaba en plena quietud.
En los memitos de colores pegados en la pared, al lado del calendario mensual, estaba anotado “entregar llaves a Harry en su casa a las dos de la tarde”. Arrugó el entrecejo cuando vio aquella anotación. A un lado del escritorio de madera oscura se encontraba la responsable de su malestar.
—Tremendo problema en el que me he metido —farfulló la jovencita mientras se levantaba de la silla y alzaba su brazo derecho para arrancar el memito. Arrugó el papel y lo tiró en la cesta de la basura.
Se apresuró a bañarse a regañadientes, no era de las que maldijeran y mucho menos ofendiera con palabras, pero aquella tarde, mientras escogía un simple vestido rosado, dijo todas las palabrotas que sabía en nombre de Harry Andersson.

Con un simple moño alto, sandalias blancas, labial rosa y un poco de polvo compacto, decidió que ya estaba lista. Se observó en el espejo y debatió entre si echarse un poco de perfume o no, prefirió que no porque no se trataba de una cita.
Solamente acompañada de un bolso de mano color marrón para llevar su cartera, celular, la llave del auto y unos auriculares para escuchar música cuando estuviera subida al bus, salió de su casa rumbo hacia el apartamento de Harry para quitarse aquella responsabilidad de encima.
Caminó una cuadra hasta cruzar el parque para llegar a la avenida principal y tomar la ruta que la llevara cerca a la universidad. Eva sabía el sitio donde vivía Harry, el edificio se llamaba Barlovento, pasó un par de veces cerca de allí y era bastante obvio que nunca tuvo la oportunidad de entrar y esta sería su primera vez.
Al llegar a la calle de grandes edificios donde estaba situado el Barlovento, notó la soledad que había en el lugar, los árboles perfectamente podados y los únicos carros que se veían paseando por la carretera eran de gama alta.

El vigilante, de piel bronceada y ojos oscuros, perfectamente cambiado con su uniforme negro bien planchado, se acercó a ella con curiosidad, notando a primera vista que era alguien que no vivía por esa zona.
—Buenas tardes, ¿en qué la puedo ayudar? —preguntó.
—Buenas tardes, voy al apartamento trecientos, con el señor Harry Anderson —informó ella.
—Siga, por favor, a la recepción. —El hombre le abrió la puerta de cristal y la chica entró, apreciando las dimensiones de aquel lobby, donde una mujer al fondo la observaba con curiosidad.
Eva se acercó a la recepcionista, una joven rubia con un uniforme azul oscuro.
—Buenas tardes, ¿en qué la puedo ayudar? —saludó la mujer.
—Buenas tardes, voy al apartamento trecientos, con el señor Harry Andersson —respondió Eva.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó la mujer.
—Eva… Eva Caballero —respondió.
Por un momento le dio la impresión que la mujer pareció burlarse de ella por tener un apellido tan común y que gritaba a gritos que no era una millonaria como los propietarios del edificio.
—Espere un momento —pidió la recepcionista con una sonrisa perfectamente practicada.
Eva se preguntaba si aquel edificio de verdad era de apartamentos, tenía más pinta de hotel. Aunque, entendiendo que allí sólo vivían personas millonarias, comenzó a darle más sentido la atención y seguridad tan elevada.
Después que la mujer informó de la llegada de Eva, le explicó que debía tomar el elevador y llegar al décimo piso.
Sorpresivamente, en aquel piso únicamente se encontraba dos puertas, la trecientos y la trescientos uno.
En la parte superior, en el pasillo, había una lámpara de araña que adornaba y le decía que se encontraba en un edificio de clase alta. El pasillo era tan largo que se preguntaba qué tan grandes podían ser los apartamentos.
—Ala… pero qué extravagancia —musitó Eva mientras caminaba y observaba la lámpara.
Tocó el timbre y al minuto la silueta de Harry sin camisa apareció a su vista. Su abdomen perfectamente marcado la saludaban, así como aquellos hombros anchos. Lograba ver parte de su bóxer, ya que su sudadera gris estaba un poco por debajo de su cintura, casi en su pelvis.
—Mira nada más quien decidió venir —soltó el chico entre una sonrisita coqueta.
—Santo Dios —masculló Eva al ver la emboscada que le había tendido Harry.
El joven le abrió paso para que la chica pudiera entrar, pero ella se veía bastante renuente en hacerlo.
—¿No vas a pasar? —preguntó Harry.
Eva buscó en su bolso la llave del auto y se la tendió.
—Toma —dijo.
Pero Harry no la aceptó, quedó estático, poco a poco borrando la sonrisa de su rostro.
—¿Por qué eres tan grosera conmigo? —inquirió—. No te haré nada, puedes entrar.
—Voy de afán, sólo vine a entregarte lo que tanto me has pedido.
—Hablas como si te hubiera tratado de ladrona, algo que nunca hice. Te quiero agradecer, así que, ¿por qué no entras y tomas algo? Tienes el rostro sudado, así que imagino que viniste caminando desde la avenida.
Eva bajó el brazo, rendida por la insistencia de Harry.
—Eso… bajemos las armas y hagamos la paz —pidió el chico.
—Sólo un vaso con agua y nada más —aceptó Eva.
—Hecho —accedió Harry, volviendo a mostrar su sonrisa coqueta.