Capítulo 5
1123palabras
2023-01-15 22:25
La mañana en la universidad comenzaba con un café, porque a esas alturas del semestre, el cuerpo de Eva no funcionaba si no tenía café recorriendo su organismo. Su cabello estaba recogido en forma de globo, las ojeras en sus ojos reflejaban que llevaba dos días sin dormir y su piel estaba tan pálida que gritaba con todas sus fuerzas que necesitaba algo de sol.
Al otro lado de la mesa de madera en la biblioteca se encontraba Vanesa, que como siempre, prevalecía en ella un perfecto maquillaje, nadie imaginaría que llevaba cuarenta y tres horas con ese mismo maquillaje, aunque claro, tuvo que ir al baño varias veces para retocarlo. Y como su cabello era liso, pero con algunas ondas naturales, no se veía nada despeinado. Eva juraba que la vida le daba ciertos privilegios a las personas, que por más desgracias que les llegara, dichos privilegios los harían ver agraciados. Y esa era Vanesa, quien por más cansada que estaba, se veía hermosa (sufría la semana de parciales con estilo).
Después se encontraba Mariana, ella ya había vomitado dos veces por el estrés que le cargaba el estar reprobando Análisis Financiero. De hecho, Eva estaba ayudándole con los trabajos para que pudiera al menos ganar la asignatura con el mínimo puntaje, pero al menos no debería volver a verla.
—Maldita sea, no puedo más —bufó Mariana.
Traía su cabello igual de recogido como Eva, usaba un abrigo de lana blanca y llevaba tenis, cosa que sólo hacía cuando debía estudiar bastante. Y lo necesitaba al tener que entregar en pocos días su avance del Taller de Seminario de Investigación.
—Debemos contrabandear más café —sugirió Eva.
—Tú lo propones, tú lo buscas —dijo Vanesa.
—¡No se vale, llevo haciéndolo en toda la noche! —replicó Eva.
—Vamos, yo te acompaño —accedió Mariana.
Las dos jovencitas se levantaron de sus puestos, llevando consigo un pequeño canguro que rodeaba la cintura de Eva, allí guardaba una mediana botella que llenaban de café caliente. Trajeron varios pocillos en el bolso de Mariana, así que podían servirse café en la biblioteca, su mesa estaba lejos de la entrada, así que los bibliotecarios rara vez llegaban hasta el fondo para supervisar a los estudiantes y mucho menos sentían el olor a café.
Llegaron hasta la cafetería central, Maritza, la empleada, las conocía ya, sabía que eran las que llegaban a comprar grandes cantidades de café, así que, aunque se vendía por unidades, ella accedía escondida de su supervisor a venderles por potes y ya hasta les tenía un precio especial. Eva estaba segurísima de que la empleada se quedaba para sí esas ventas.
—Ajá, más café —dijo Maritza cuando las vio llegar—. Ya se están sobrepasando, lo que deberían hacer es dormir.
—Intenta explicarle eso a nuestro profesor de Seminario de Investigación —soltó Eva mientras le pasaba el termito térmico.
Maritza tomó la botellita metálica, soltando un suspiro y sacudiendo su cabeza a medida de desaprobación, bamboleó su cuerpo redondo y negro hasta el fondo de la cafetería, donde se encontraba la cafetera industrial.
—Mi hijo es igual a ustedes, le he dicho que no ganará nada sacrificando su salud por un título universitario —comentó Maritza.
Eva ya sabía del hijo de Maritza, era menor que ella y también estudiaban en el Andes, no estaba becado, tenía entendido que un profesor de la universidad le pagaba los estudios al haberlo apadrinado. Maritza era muy querida por muchos en la universidad, tanto estudiantes, como profesores y planta administrativa.
Volvió con las jóvenes ya con el termito lleno de café, lo dejó sobre el mesón y evaluó a las jovencitas. Soltó otro de sus suspiros llenos de decepción por los rostros demacrados de las chicas y tomó varios paquetes de galletas de mantequilla.
—Tómenlo y vayan a terminar sus trabajos —dijo casi con tono enojado y aburrido.
Eva le iba a pagar por el café, pero la mujer hizo señas con una mano para que se fueran.
—¡Muchas gracias, Mary! —agradecieron las chicas con grandes sonrisas.
—¡No me agradezcan por ayudarlas a dañar sus cuerpos, ya váyanse! —protestó la mujer y pasó una mano por su cabello rizado perfectamente recogido en un moño alto.
Las chicas volvieron a la biblioteca bordeando algunos edificios por los pasillos de piedra. A su vista se encontraban grupitos de estudiantes conversando, otros sentados en las bancas estudiando, así como también saludaron de lejos a algunos de sus compañeros que se encontraban en la misma situación que ellas: sobreviviendo a la finalización de semestre.
—Te juro que después de terminar este semestre me voy a ir lejos —soltó Mariana. Llevaba expresando lo mismo desde que comenzaron a estudiar.
—A todas estas, ¿a qué lugar irás? —preguntó Eva.
—Pues… no lo sé, algún lugar no muy lejos, mi mamá debe pagar el préstamo del banco —confesó su amiga con un tono desanimado y dejó salir un suspiro—. Podría visitar a mi madrina, pero sabes lo malhumorada que es. Y mi papá ni se diga, no soporto a su nueva novia, así que ni modo, no sé a dónde iré, pero te juro que me iré lejos tan solo tenga la oportunidad.
—Qué mal… —soltó Eva—. Pero puedes decirle a Sebastián que hagan algún plan juntos, tienen rato que no lo hacen.
—¿Será porque nos encontramos en la misma situación? ¿Sabías que el proyecto de su padre quebró otra vez? Y su esposa debe ayudarle una vez más. Es un círculo vicioso, la verdad, no sé cómo le hace para soportar tanto esa mujer, es injusto. Además, ¿quién paga los platos rotos? Pues el pobre de Sebas que no sabe si el siguiente semestre podrá continuar estudiando porque su familia no tiene para pagar la matrícula.
Eva se sorprendió al escuchar aquella historia, no sabía que su amigo estaba tan mal económicamente.
—¿Y qué pasó con el trabajo que podrían darle? —inquirió Eva.
—En nada, en la entrevista le dijeron que ellos se comunicarían con él, pero hasta ahí —respondió Mariana.
—Ush… qué mal, está malísima la situación con Sebas —soltó Eva con impresión—. Es muy injusto, él es tan buen estudiante… no puede quedarse con la carrera a medias… —Lo quedó pensando un rato cuando vio pasar de lejos a Harry Anderson con su mejor amigo Paulo—. ¿Y por qué no pide prestado el dinero de la matrícula a algún amigo cercano?
Mariana rodó la mirada hasta Harry.
—¿Te refieres a que le pida prestado el dinero a Harry Andersson? —preguntó sin poder creerlo mucho.
—Pues son amigos de la infancia por lo que escuché en la fiesta, ¿no? Sus familias son cercanas —cuestionó Eva—. Además, a él que le sobra un montón, seguro y no le pondrá reparos a hacerlo si no es tan tacaño.