Capítulo 4
1072palabras
2023-01-15 22:24
20 de junio 2021.
Querido, Davison.
Todas las noches, cuando te extraño, escribo una carta.
Al tenerla terminada, la leo e imagino que estás sentado frente a mí y es como si estuviéramos conversando; así, justo como esa tarde en la playa, donde pude tenerte frente a mí, después de todos estos años.
Cuando puedo leerla, me imagino tu reacción con cada palabra y hasta los comentarios que me dirás.
En la primera carta que escribí, me sentí avergonzada, era como si estuvieras observándome y te dieras cuenta de mis sentimientos repentinos despertados al aceptar que te amaba. Pero, después todas estas confesiones se volvieron en mi refugio.
Se suponía que solo duraría tres meses el tiempo en que hablaríamos, pero los meses se convirtieron en años. Y las cartas se acumularon, hasta convertirse en todo un diario que mostraba mi vida. Una vida en la que nosotros y la distancia que nos separaba se convirtieron en los protagonistas.
La carta que más recuerdo es la que te di en una playa como ésta, donde la abriste y leíste en voz alta, haciéndome sentir avergonzada. Estaba tan emocionada por nuestro primer encuentro que creí que nunca más me iba a separar de ti, que por fin podría tenerte y serías el amor de mi vida, así como yo el tuyo. Pero la vida nos separó y ni tú y yo supimos lograr encontrarnos una vez más.
No imaginaba que esa única carta que logré darte sería la de la despedida, se suponía que sería el comienzo de nuestro amor: un amor donde podría verte y expresarte todo lo que guardaba en mi corazón.
Quería que hubiera más cartas leídas frente al mar, con el atardecer de frente, viendo tus reacciones, esas mejillas que se enrojecían, donde tus ojos verdes se separaban de aquel papel blanco y me buscaban, para mostrarme después el brillo de felicidad que tanto me enamoraba.
Aún puedo saborear tus besos, puedo palpar el sudor de nuestras manos al estar entrelazadas, y tu voz, esa hermosa y gruesa voz al pronunciar mi nombre. Pero ahora todos estos recuerdos duelen, me lastiman, me llevan a esa tarde en medio de la lluvia, la discusión, y… por último vuelvo a mi habitación, esa llamada donde por última vez escuché tu voz.
Esta carta que ahora lanzaré al océano, curiosamente, lo hago en una tarde lluviosa, como si el clima estuviera a mi favor y lo expresa con las gotas de lluvia golpeando en mi paraguas con delicadeza. Justo la escribo con incomodidad, porque no quiero que se moje el papel.
No sé qué tan buenas amigas se han convertido las cartas. Me hice una experta escribiéndolas, pero ahora me pregunto para qué me sirve dicha habilidad, cuando no tengo más ánimos de escribirlas si el destinatario se ha convertido en una imagen borrosa de la cual mi corazón llora y se ahoga en agonía; como esta confesión que se hará pedazos porque se encontrará con las grises aguas del océano que golpean el muelle.
Y lo más triste, es que este destinatario… ¿sabrá que hay una persona en el mundo que lo ama con sufrimiento? ¿Sabrá que hay toda una pila de cartas guardadas esperando a ser leídas?
Lo único claro que tengo es que ahora debo partir del muelle en el que una vez, el nudo de esta historia, sí, justo en la mitad de la historia, comenzó una historia llena de amor apasionado y que ahora termina como un bostezo: así de rápido, sin esperar a que pudiera entregarle las cartas guardadas.
Sé que los cambios que has tomado para tu vida son positivos, aunque en esos planes no me hayas incluido y decidiste dejarme en tu pasado como el recuerdo de unas hermosas vacaciones. Yo también le estoy dando un cambio en mi vida, y, aunque se me haga mucho más difícil el dejarte como un recuerdo, sé que debo hacerlo: pero te prometo que siempre serás mi primer amor.
Es triste, pero debo decir adiós. Un verdadero adiós. Aquí, donde todo comenzó de verdad, debo dejarte partir.
Espero que tengas una buena vida y que esos planes y comienzo que decidiste dar a tu historia sean fructíferos.
Prometo ser feliz y vivir una buena vida, llena de muchos logros.
Con amor, Eva.
No pudo tirar la carta al océano, Eva se dio cuenta que no estaba preparada para dejar partir a su primer amor. Guardó sus confesiones en el bolso y, por último, al llegar a la casa, las refugió en la caja violeta junto con las otras, anhelando un día poder entregar dichos sentimientos al destinatario. Sin embargo, los días, semanas y posteriormente meses comenzaron a acumularse, justo como lo hicieron las cartas.
Cuánto deseaba saber de él, decirle que, aunque pasaran años nunca podría olvidarlo y que tenía muchas ganas de seguir amándolo, sin importar que él no sintiera lo mismo por ella. Pero ese día no llegaba y Eva comenzaba a perder las esperanzas de algún día volverse a topar con el dueño de su corazón.
Y ahora en su vida había aparecido un distractor, estaba justamente sentado en el mueble de su sala, jugando con ella como un gato lleno de curiosidad.
—Por favor, lárgate ya —bufó Eva.
—Eres mala atendiendo invitados —resopló Harry con burla y se levantó del mueble, acercándose a Eva.
—Tú no eres un invitado —gruñó ella.
Podía notar el labio inferior de Harry magullado, así como su nariz medio amoratada en el tabique, sin embargo, aquel rostro maltratado lo hacía ver como una fiera que acababa de salir de una batalla.
Sí, debía aceptar que él intimidaba mucho y a la vez se veía jodidamente guapo.
—Harry, vámonos —interrumpió Sebastián. Lo tomó del brazo y lo arrastró lejos de Eva.
—Espera, debo tomar mis cosas —informó Harry.
Volvió a la mesita y tomó su cartera, para después recoger la chaqueta del mueble.
—Hasta pronto, Tiburona —le susurró a Eva y desplegó una sonrisa ladeada.
Ella quedó con una mano en el pecho, viendo a Harry marcharse de la casa mientras se colocaba su chaqueta.
En ese momento nunca pasó por su cabeza que Harry cumpliría su palabra, volverían a verse y la introduciría a su tormenta de arena, justo en el núcleo, donde no tendría escapatoria. La haría olvidar viejos amores, porque no tendría ojos para nadie más, aunque en el proceso tuviera que llorar unas cuantas veces.