Capítulo 59
1621palabras
2023-01-17 09:30
Carson suspiró, con el rostro marcado por la decepción y el dolor. Elissa, por su parte, no sabía si debía agredirle o reírse de él. El otrora su marido no creyó conveniente hablarlo con ella, sino que decidió fiarse de una ridícula barrabasada y montar un numerito para romperle el corazón y separarse de ella. Desde luego, si hay algo en lo que no había fallado era en arruinarle la vida a ella.
“Elissa… Te pido que te quedes aquí a vivir, por favor. Eres mi hija y tienes todo el derecho...”, comenzó a hablar el alcalde suavemente.
"No, ni de broma. ¿Se hace acaso una idea de lo que he tenido que pasar todos estos años? Mis padres adoptivos estaban enfermos, y no tenían dinero apenas ni para comprarse medicinas para sí mismos. Yo ya tengo familia, tengo un hermano, que aunque no es mi verdadero hermano, al menos jamás me hizo sentir como una extraña y me cuido cuando lo necesité. Me da igual que seas mi padre biológico; tú me abandonaste, y yo jamás le haría eso a mi hija si la considerase como tal."

Sus palabras lo hirieron en lo más hondo. “Por favor… solo te tengo a ti, Elissa. Te ruego que me perdones...”, suplicó el alcalde, temblando de la emoción. Era la primera vez en sus vidas que Kimberly y Amanda veían al estoico hombre de esa guisa.
“No puedo.", repitió Elissa. Luego, cogió el bolso que había dejado en la silla que tenía al lado y salió por la puerta de la habitación. El alcalde gritó su nombre, pero ella ni se detuvo ni respondió.
Carson aún no le había dicho nada pese a su necesidad imperiosa de solucionar las cosas, así que salió disparado hacia el pasillo en su busca.
“¡Elí! ¡Eli, espera!", la llamó, trotando tras ella. Esta finalmente se paró, enfrente del porche de la mansión.
"No quiero hablar contigo ahora, Carson."
"Pero tenemos que hacerlo.", replicó, al tiempo que se acercaba a ella y le tomaba las manos con una sutileza contrita. Elissa las zarandeó, sin embargo, para zafarse del hombre, y las replegó hacia su propio pecha para guarecerlas allí. “Quiero disculparme contigo por todos los errores que he cometido.", comenzó Waverly de todos modos. "Te lastimé, fui estúpido y me creí las trolas de mi madre, esa imbecilidad de que éramos... parientes. Nunca me acosté con Amanda, ni siquiera hice ademán de ello. Todo lo que dije ese día era mentira, un intento infantil de forzarte a que te divorciaras de mí..., para que que me odiases y te fuera más fácil la separación."

"¿Más fácil? ¡¿Estás de c*ña, Carson? ¡¿Por qué no me lo contaste y ya está?! ¡Podríamos haber encontrado una solución, juntos!”, explotó Elissa, con una expresión desfigurada con la ira. 
"Lo siento... Sí, te he hecho daño, pero... Bueno, tú has pasado página ya, aunque prometimos amarnos para siempre.”
“¡Pues te equivocas, Carson, no he pasado de maldita página...! Da igual todo lo que intente superar lo que tuvimos, que nunca te me vas de la cabeza. Pero de verdad, cuando me pongo a hacer memoria de tus fechorías de hace tes años... ¿No eres consciente, acaso? ¡Querías que matara a mi hija, animal...!" La mujer no dejaba de temblar mientras se desgañitaba, invadida por el trauma que sufrió ese día en aquel hospital.
"¿Que yo 'quería'...?" De pronto sintió que su alma veía un ínfimo rayo de luz en medio de la negrura del momento. "Hablas como si al final no hubieras abortado. ¿Es así?"

"¡Me acusaste de prostituirme al mejor postor, y aparte me tachaste de todo lo peor que se puede catalogar a una mujer y a una persona! Luego diste por sentado que Benjamin tenía un lío conmigo, ¡y hasta el alcalde! ¡Pero, ¿tú qué te crees, que soy ninfómana o algo?!"
Carson se quedó callado. Tampoco es que pudiese responder a todo lo que le estaba cayendo, porque sabía que había obrado mal, tal cual decía ella. Sin embargo, mientras aguantaba el chaparrón a duras penas, empezó a darle vueltas a una de sus numerosos malentendidos que aún no había quedado resuelto, y se vio obligado a inquirir: “Pero y ese niño o niña tuyo… ¿Quién es el padre?”
"Pensé que también habrías investigado al respecto a estas alturas, como me tienes tan fichada.", replicó ella, furibunda. Después de una pausa en la que suspiró profundamente, le dije finalmente la verdad. “Lia es nuestra hija, Carson, tuya y mía."
El hombre entró en una especie de limbo al escuchar lo que su instinto ya le había predicho.  “¿No abortaste, entonces…? ”
“No, me escapé del hospital y fui a Ciudad B. Allí di a luz a mi hija.”
No era de extrañar pues que la primera vez que la vio sintiese una extraña conexión con ella. “Creía que podría criar a Lia felizmente en el futuro sin tenerte en cuenta a ti para nada, pero... me equivoqué.", añadió con una risa amarga. “Lia tiene tus ojos, del mismo azul y forma. Es imposible no verte a ti cuando la miro."
"Mi hija..."
"No, eso sí que no, Carson. ¡No permitiré que la llames así cuando ni siquiera la querías viva!”, bramó Elissa con la sangre hirviendo, pero justo en ese momento se contuvo de escalar los reproches y respiró hondo. Hacía un rato, Jonathan le mandó un mensaje diciéndole que  Lia quiere verla, y sabía que si su hija la veía llegar de ese humor a casa, sin duda se olería que le había pasado algo malo. Así pues, Elissa exhaló un nuevo suspiro y cuadró los hombros, antes de manifestar: “Bueno, ya he hecho lo que me pediste. Acuérdate de transferirme el dinero, porque 'mi' hija lo necesita." Y dicho esto, echó a a andar hacia la puerta hasta desaparecer de su vista.
Carson cayó de rodillas, hueco como un cascarón sin alma. ¿Qué había hecho...? No era consciente de lo mucho que había dañado a Elissa de por vida, por un motivo tan idiota y sin sentido. Ahora encima acababa de descubrir que era padre, y la desesperación crecía en su pecho de manera incontrolable. Tenía que hacer algo para que Elissa lo perdonara, y aunque eso supusiera sacrificar todo lo que poseyera o pudiese poseer, así lo haría. 
...
El alcalde paró en seco a Amanda cuando esta trató de salir corriendo detrás del presuroso novio a la fuga. "¡Carson, espera! ¡No me dejes, por favor!”, vociferó ella lastimeramente.
"¡Amanda!", tronó el alcalde con un tono todavía más ensordecedor. "¡Ya basta!" Aunque la chica todavía luchaba con uñas y dientes para escaparse de los brazos de su otrora padre, este aún no había envejecido lo suficiente como para perder contra ella en fuerza. El hombre se vio obligado a reducirla contra el suelo, debido a la neura enloquecida de la que era presa. Kimberly corrió hacia su hija, la cual seguía pataleando llena de desconsuelo, enojo y locura. Todo en lo que podía pensar era en Carson, obsesionada con impedir a toda cosa que la abandonase.
Luke se había escabullido, aprovechando que Carson dejó de prestarle atención.
“¡Ay, Amanda!”, se lamentó Kimberly, alterada ante el desgraciado estado de su hija. No tenía ni idea de lo que el alcalde iba a hacer con ellas. Cuando lo miró con ojos suplicantes, el otro le devolvió el gesto con ojos llameantes.
“¡Coged vuestras cosas y largaos de mi casa!", ordenó con vehemencia. Por más que la mujer ya se esperaba que dijera eso, las palabras la minaron al escucharlas.
Kimberly juntó las manos como si rezase, rogando y deshaciéndose en plegarias con tal de mantener su inmerecida fortuna y estatus. “No tenemos adónde ir, cariño... Alcalde, por favor. Mira a la niña, está claro que le pasa algo..."
Amanda balbuceaba el nombre de Carson repetidamente, con saladas gotas de agua acumuladas en las presas de sus lacrimales. El alcalde sacó el móvil y llamó a alguien. "Hola.", habló cuando le cogieron del otro lado.
"Buenas tardes, señor. Le hablo desde el Marigold Rehabilitation Center. ¿En qué puedo ayudarle?", le contestó una voz femenina con tono rutinario.
"Quisiera concertar una cita a nombre de Amanda Miller." El alcalde no quería tener nada que ver con ellas, y como ahora Amanda no era su hija siquiera, pues no quería ir dando su apellido en vano.
“Pues tendría que venir aquí con la paciente y completar unos formularios. Luego ya le vería un especialista, pero ese es el procedimiento; ¿le parece bien?"
"Sí, mañana mismo nos pasaremos por allí."
Después de concretar la hora y demás detalles, Gabriel colgó. Kimberly, que no había oído muy bien la conversación, todavía albergaba la lunática esperanza de que les hubiese reservado un hotel o incluso una casa de alquiler para que residieran allí un tiempo. "¡Que hagáis las maletas ahora mismo, os he dicho!"
“¿Adónde... nos envía, alcalde?”
"¡A un centro de atención psiquiátrica, para que se la atiendan como es debido!", contestó él sin bajar la intensidad del tono. Los ojos de Kimberly se abrieron de estupor e indignación.
"¡Mi hija no es ninguna retrasada!"
“¡Si no la tratan cuanto antes y correctamente, es posible que acabe así! Os quiero fuera de aquí esta noche, mi secretaria se encargará de llevaros allí.
Los labios de Kimberly temblaron, incapaz de hacer nada. Amanda no estaba en sus cabales ahora mismo, pero eso no justificaba que la tratasen como a una deficiente mental.
“¡Nunca te perdonaré, Kimberly! Si te atreves a tramar alguna otra cosa más, me aseguraré de que pagues con creces por todo el mal que has causado." la advirtió él, para luego darle la espalda y subir las escaleras hacia su despacho.