Capítulo 48
1750palabras
2023-01-17 09:30
Costa sureste de Ciudad A
Elissa abrió lentamente los ojos, oía las voces apagadas de sus secuestradores. De su frente caían gotas de sudor hacia su cuello. Gimió intentando enderezar la espalda y se dio cuenta de que le habían rodeado el cuerpo con una cuerda. Lo primero que se preguntó fue cómo había terminado aquí, pero luego se acordó que había sido secuestrada. Recordó la discusión con los dos hombres, lo siguiente que supo fue que estaba inconsciente.
Luchó tratando de soltar la cuerda, pero no sirvió de nada. La silla en la que estaba sentada hacía ruidos que fueron escuchados por los secuestradores.

“¡De nada sirve forcejear, mujer!”, le gritó el calvo caminando hacia ella tranquilamente. Ahora que estaban en una especie de habitación aislada, se veía más aterrador. Su piel oscura brillaba y la cicatriz era espantosa.
"¿Por qué me trajeron aquí?", gritó Elissa, mirándolos con enojo. Tenía las manos atadas al respaldo de la silla y, mientras más forcejeaba, más le dolían los hombros.
El hombre se burló y se paró a un palmo de distancia frente a ella. "Para hacerte cosas", afirmó con esa mueca repugnante. El rubio emergió de la oscuridad y se acercó al calvo.
"¿Por qué? ¿Qué cosas?", preguntó Elissa. Los pensamientos negativos vagaban por su cabeza, pero hacía todo lo posible por mantener la calma.
Ambos rieron maliciosamente, con sus cabezas hacia atrás. “Debíamos matarte, pero sería un desperdicio dejar ir tal belleza sin apreciarla”.
Un escalofrío recorrió su espalda y le dieron ganas de vomitar. “Entonces, ¿alguien les pagó para esto?”

Los hombres no respondieron, solo la miraron, pero su silencio fue suficiente: habían pagado para secuestrarla y matarla, pero ¿quién?
"¡Respondan! ¿Quién les ordenó secuestrarme?", les gritó. Ellos no respondieron, Elissa volvió a gritar y eso les molestó.
El calvo, sorpresivamente, la agarró por la mandíbula, inmovilizándola con una mirada asesina. Elissa se quedó sin aliento. "Cállate o te matamos ahora mismo", siseó.
Tragó saliva, asustada por la amenaza y se calló. Preguntar era una pérdida de tiempo, tampoco le responderían.

En ese momento, el timbre de un teléfono hizo eco. El calvo lo sacó del bolsillo de sus jeans rotos y se lo acercó a la oreja. Miró a Elissa, le hizo una señal al otro hombre y salió a hablar.
Elissa no podía escuchar nada, y eso era frustrante. No sabía qué hora era. ¿Dónde estaba su teléfono? Debían de haberlo tirado, o quizás se lo guardaron ellos. Se preguntó si alguien sabría dónde estaba o que iba a morir.
A la distancia, el calvo -cuyo nombre era Jackal- hablaba con la persona que le había ordenado hacer esto. “Sí, está despierta. Quiere saber quién la secuestró, pero no dije nada”, informó.
"Bien. No están autorizados a revelar nada. Les pedí que la mataran apenas se despertara, ¿por qué aún no lo hicieron?", le ladró Kimberly, la autora intelectual.
No nos dijo que la mujer fuera tan atractiva, queremos divertirnos también... sabe a lo que me refiero".
La escuchó quejarse, pero se encogió de hombros sin que le importara. "¡Ok, ok! ¡Pero háganlo pronto! ¡En media hora quiero escuchar que está muerta!"
“No se preocupe, seremos rápidos”, le aseguró Jackal metiendo sus anchas manos en los bolsillos de sus jeans. “No olvide enviar el dinero a tiempo, señora Hayes”.
“No necesito que me lo recuerdes. Transferiré el dinero”.
"Bueno, adiós entonces", dijo y colgó la llamada. Sacó un cigarrillo del paquete en su bolsillo, lo encendió, dio una calada y luego exhaló un humo denso.
Dio otra pitada, exhaló y luego entró. Kimberly había pedido específicamente que nadie pudiera encontrarlos, por lo que Jackal había llevado a Elissa a la costa sureste de ciudad A. Cerca del puente, había un depósito con un cuarto pequeño detrás que tenía el techo medio roto. El lugar era perfecto para un asesinato, luego arrojarían el cuerpo al río cercano. La gente no frecuentaba la costa sureste; la costa oeste era el centro. Si encontraban el cuerpo, sería más o menos una semana después.
Jackal miró a Elissa atada a la silla, tenía el cabello desordenado y su pecho subía y bajaba. Era hermosa: más la miraba, más quería ensuciarla. Si por fuera era deslumbrante, ¿cómo sería por dentro? Se excitó de solo pensarlo.
Terminó el cigarrillo y se acercó a ella, que lo miró con expresión cautelosa. Jackal sabía que estaba asustada por su apariencia y, sobre todo, porque iba a dañarla antes de matarla.
"Ya tenemos permiso, hombre", le dijo con una mueca al rubio, sin dejar de mirara a Elissa. "Vamos a divertirnos".
"¿Qué... van a hacer?", tartamudeó Elissa aterrada en cuanto se acercaron a ella. Sus burlas repugnantes le provocaban escalofríos.
"Te desataremos, cariño", dijo el rubio en un tono bastante bajo. "Eso es lo que quieres, ¿no?" Elissa no tenía idea qué significaba eso. ¿La iban a desatar? ¿Por qué? ¿No iban a matarla?
El rubio aflojó la cuerda. Elissa se liberó y trató de levantarse, pero el rubio la sentó de nuevo golpeándole con fuerza el hombro con la palma de la mano. Elissa aulló con la respiración entrecortada. Tenía la garganta seca y el corazón le latía con fuerza.
“Tenemos poco tiempo, hay que apurarse”, dijo Jackal y la levantó tomándola de la muñeca, para luego arrojarla sobre un colchón sucio y desgastado que estaba en la esquina de la habitación. Elissa aterrizó con un ruido sordo. Siseó por el dolor del golpe de sus rodillas contra el duro colchón. Mientras intentaba procesar todo, sintió a los hombres acercarse por detrás.
Se sintió como un ratón acorralado por dos gatos malos. Retrocedió mientras avanzaban lentamente hacia ella. Cuando tocó con la espalda la fría pared de chapa, se quedó inmóvil. Buscó a su alrededor algún tipo de arma, pero no encontró nada. Su vida parecía estar llegando a su fin.
Cuando se agacharon, Jackal dijo: “Agarra sus manos, yo seré el primero”, y el hombre rubio fue a sostenerla por los brazos. Elissa gritaba y gritaba pidiendo ayuda, protestaba contra ellos, pero todo era inútil; nadie podía oírla. Las lágrimas rodaron por sus mejillas cuando el hombre rubio le sujetó el brazo contra el suelo, inmovilizándola. Nunca había experimentado tanto miedo en su vida, nunca.
Jackal se humedeció los labios como un pervertido y se desabrochó los pantalones rápidamente, bajándose la bragueta. Elissa seguía gritando y eso les molestaba. "¡Cállate, p*rra!", espetó el rubio, y de una fuerte bofetada le atravesó la mejilla. Su cuerpo tembló de miedo, y se congeló apenas Jackal la tocó.
Repulsivo; se sintió atroz mientras él la tocaba y seguía tocándola. Sus manos encallecidas se movieron hacia arriba, levantándole el vestido. Elissa gimió suplicando ayuda, que la dejaran ir, pero ellos simplemente se rieron. Jackal rozó sus bragas con los dedos, y Elissa se sintió indefensa. “No... No... ¡Por favor! ¡No!”
"Cariño, que piel tan suave tienes", comentó Jackal sarcásticamente. Cuando estaba a punto de bajarle las bragas, la puerta se abrió. Todos se alertaron, especialmente los dos hombres. Era imposible que fuera la policía, revisaron dos veces el lugar, ¿quién podría ser?
~~
Carson entró destrozando la puerta ya rota y pudo verla a lo lejos. ¡M*erda! El alivio lo colmó apenas la vio, pero luego notó a los dos hombres y lo que intentaban hacerle. Estaba furioso, pero se cabreó aún más. Jackal se acercó, y Carson tuvo que mirar hacia arriba, pero no le importaba que fuera más alto o más musculoso, le dio un puñetazo en la mandíbula, que lo hizo escupir. "¿Cómo se te ocurre...?", bramó Carson pateándole el abdomen, y Jackal cayó de rodillas. El rubio fue hacia él gruñiendo, pero Carson ya estaba preparado. Peleó hasta voltearlo al suelo con la nariz sangrando. El calvo se levantó y le dio un puñetazo en la cara, que lo hizo trastabillar, pero logró mantenerse firme. "¡Maldición!", gruño Jackal golpeándolo de nuevo en la mejilla derecha. Carson devolvió el golpe y lo pateó. Cuando Jackal gemía de dolor, Carson le pateó la entrepierna.
Carson respiraba agitado, y sus ojos se clavaron en Elissa. Se acercó a ella y le colocó su abrigo sobre los hombros. “Eli, mírame”, le dijo tomando su rostro. Le temblaba todo el cuerpo y no podía parar de llorar. “Eli, estoy aquí, estás a salvo", susurró atrayéndola a sus brazos. Elissa lo abrazó con fuerza llorando más fuerte.
Cuando abrió los ojos, vio que Jackal se levantaba para cargar contra Carson, y le gritó para que mirara hacia atrás. Carson lo enfrentó justo a tiempo: lo agarró del cuello y le torció la muñeca hasta hacerlo aullar. Luego, lo agarró de la nuca, el hombre se retorcía. Carson estaba tan lleno de energía que podría matarlo.
Tras una patada, Jackal cayó al suelo pidiendo aire. El otro estaba inconsciente. Carson no podía permitir que escaparan, así que buscó una cuerda con la que los ató juntos en la misma silla en la que habían atado a Elissa.
Los dejándolos allí atados y se acercó a Elissa para abrazarla de nuevo. "Dios, Eli...", dijo con su voz cargada de emoción abrazándola con fuerza. "Te encontré".
Unos minutos después, cuando Elissa se calmó, Carson la sacó en brazos de la habitación. “Vigílalos”, le pidió al hombre que estaba parado afuera. Este asintió y entró.
Elissa tenía la cabeza gacha, y verla así le rompía el corazón. Rechinó los dientes al pensar lo que podría haber pasado si llegaba un segundo tarde.
Ya en su auto, la bajó, y cuando sus pies tocaron el suelo, abrió la puerta. La ayudó a entrar y le puso el cinturón de seguridad. Carson tenía que encargarse de esos dos, pero primero necesitaba llevar a Elissa a casa.
En el camino, Carson siguió mirándola preocupado. "Eli... ¿cómo sucedió?"
Ella no respondió, no podía hacerlo, estaba demasiado conmocionada. Carson pensó en darle espacio, pero no estaba seguro si llevarla a casa. Media hora después, detuvo el auto frente al apartamento de ella y la miró, seguía con la cabeza gacha. "Eli... ¿Necesitas que te ayude a bajar?"
"Puedo sola", dijo temblando, pero seria. Antes de que Carson pudiera contradecirla, bajó del auto y corrió hacia el edificio para desaparecer apenas entró por la puerta principal.
Carson quería acompañarla y asegurarse de que estuviera bien, pero se contuvo. A Elissa la esperaba su familia, y a ellos los necesitaba más que a él. Le dolió pensarlo, pero era la verdad. Entonces, encendió el motor y condujo de vuelta al depósito.